ADIÓS  2008

por Denes Martos

 

Sinopsis a vuelo de pájaro

Hagamos un poco de memoria: ¿qué pasó de importante durante este Año del Señor de 2008? Está la crisis financiera, por supuesto, pero aparte de eso yo diría que el 2008 fue un año más bien gris.

En Enero, Romano Prodi renunciaba a su cargo de primer ministro de Italia, estallaba un coche bomba en el Líbano y Chávez se enojaba con Colombia. La crisis financiera internacional (que en realidad ya venía de Agosto del 2007) se trasladaba a la economía real y las bolsas del mundo se desplomaban.

En Febrero, Kosovo se declaraba independiente de Serbia; Fidel Castro renunciaba a su cargo en Cuba para ser sucedido por su hermano Raúl y se producía un eclipse total de luna.

En Marzo la cosa estuvo algo más movidita. Aviones colombianos ingresaron unos 1.800 metros dentro del espacio aéreo ecuatoriano, bombardearon un campamento de las FARC, mataron al líder guerrillero Raúl Reyes, los colombianos ingresaron luego por tierra y se llevaron todo lo que pudieron cargar, al cadáver de Raúl Reyes inclusive. Después, el episodio desencadenó todo un sainete diplomático entre Colombia, Ecuador y Venezuela que, al final, no pasó de un torneo de oratoria. Por otra parte, en Rusia, Medvedev resultó electo para "suceder" a Vladimir Putin quien, mucho más hábil que unos cuantos politicastros sudamericanos, encontró la manera de permanecer en el poder sin necesidad de ser reelecto ni de colocar a su mujer en el cargo. En España, Zapatero y sus socialistas cosecharon un sólido triunfo electoral. Las bolsas del mundo volvieron a desplomarse cuando J.P. Morgan compró a Bear Sterns y las acciones de esta última cayeron en un 90%.

En Abril los paraguayos eligieron al ex-obispo Fernando Lugo como presidente, la sonda Phoenix llegó a Marte y el FMI calculó las pérdidas producidas por la crisis financiera hasta ese momento en 945.000 millones de dólares.

De Junio no me acuerdo de nada que valga la pena fuera de las huelgas agrarias en la Argentina, pero en Julio se desata un pandemonio de órdago cuando el vicepresidente Julio Cobos le hace ganar a los dirigentes agrarios su pulseada con el matrimonio Kirchner. En Colombia, ese mismo mes liberan a Ingrid Betancourt, para gran rabieta de Chávez y hasta del mismo Néstor Kirchner quienes, antes de eso, no perdieron la oportunidad de hacer un regio papelón al meterse como mediadores indeseados en una gestión que terminó en un gran fracaso. En los EE.UU. se caen estrepitosamente los gigantes hipotecarios Freddy Mac y Fanny Mae, obligando al Estado norteamericano a correr en su rescate. Pero eso no es todo: también se nacionaliza el banco IndyMac y se rescata (de nuevo) a Bear Sterns. 

En Agosto, mientras se producía un eclipse solar sobre Asia, en Suiza se inyectaban los primeros haces de partículas en el Gran Colisionador de Hadrones, una instalación que la ignorancia periodística bautizó como "La Máquina de Dios" al tiempo que algunos idiotas anunciaban que su puesta en marcha produciría el fin del mundo. Algo que, por supuesto, no ocurrió – como es del dominio público – cuando la instalación finalmente arrancó con éxito en Septiembre. También en Agosto estallaba el conflicto entre Rusia y Georgia por el control de Osetia del Sur y de Abjasia; Lugo asumía como presidente del Paraguay y en Pekín, con más de 10.000 atletas participantes, se celebraban los Juegos de la XXIX Olimpíada. ¡Ah!, y casi me olvidaba: el primer día de ese mes tuvo lugar la ceremonia en que Siaosi Tupou V fue coronado Rey de Tonga . . .

En Septiembre, Chávez expulsa al embajador de los EE.UU. en Venezuela; Ecuador aprueba una nueva Constitución y en China estalla un escándalo por la venta de leche para bebés contaminada con melamina. Pero la noticia del mes es, sin duda, la crisis económica norteamericana y mundial. Se derrumba Lehman Brothers (46.000 millones de dólares). El Bank of America se ve forzado a comprar a Merril Lynch (31.000 millones de dólares).  Por otra parte, el gigante asegurador AIG se tambalea y el Estado norteamericano tiene que correr para salvarlo. Las bolsas se desploman. Goldman Sachs y Morgan Stanley dejan de ser bancos de inversión y se convierten en bancos comerciales. Washington Mutual, la mayor caja de ahorros de los EE.UU., tiene que ser rescatada por la FED y por J.P. Morgan. Por su parte, Henry Paulson (y Bush) proponen un plan de emergencia de 700.000 millones de dólares que el Senado norteamericano rechaza primero y aprueba después.

El 10 de Octubre, caen las bolsas en todo el mundo: Madrid, pierde 9.14 %, París  7.7%, Milán un 6,5%, Frankfurt 7%, Londres 8%, Nueva York un 4%. Moscú y Viena cierran sus bolsas. Luego de un breve repunte, el 24 de Octubre es otro "Viernes Negro" para las finanzas internacionales. Madrid cae un 5,12%, Frankfurt baja un 6,63%, Londres retrocede el 5% y París, el 4,91%.

En Noviembre Barack Obama resulta elegido presidente de los EE.UU. y en Bombay se produce una masacre que deja más de 100 muertos como saldo de un ataque terrorista.  

Y ahora, en Diciembre, tenemos la propuesta del reparto de la confiscación de las AFJP que no convence a nadie, tenemos el viaje de Cristina a Rusia, tenemos la Navidad, el Año Nuevo, pan dulce, sidra, vermouth con papas fritas y ¡good show!

Que Dios nos ayude.

 

La Crisis Financiera

Sobre el descalabro financiero y económico internacional no hay mucho para decir que no se haya dicho ya. La desagradable realidad es que la codicia irrestricta del sistema capitalista tuvo su festín y llegó la hora de pagarlo. Por supuesto: los que disfrutaron del festín ahora navegan con vela de inocentes aduciendo que no tienen plata para pagar y quienes no recibieron ni las migajas tendrán que cargar con todo el peso de la cuenta.

No hay por qué escandalizarse. Eso siempre fue así y seguirá siendo así mientras se considere que la economía es una vaca sagrada dónde la política no tiene nada que hacer. Por supuesto: concedo que la mayoría de los políticos ni por casualidad debería meterse en economía; pero sucede que la mayoría de nuestros políticos no debería haberse metido en política, ya para empezar. Al menos, no deberíamos haberles permitido meterse si es que queremos una política que realmente funcione. Si lo analizamos a fondo, el descalabro económico que ahora estamos obligados a pagar no es sino consecuencia de un descalabro político muy anterior del que insistimos en no querer darnos cuenta.

Con todo, algo positivo quedará de todo esto. Junto con las bolsas mundiales se derrumbó el cuento de "la mano invisible del mercado". En el futuro, si a algún genio economista se le ocurre decir que los mercados "se autoregulan", a cualquiera con un mínimo de memoria le bastará con murmurar: "claro; igualito que en el 2007/2008" para desatar la hilaridad general. Aunque, por el otro lado, cuando alguien diga que el Estado tiene derecho a intervenir en la economía, los liberales inveterados de siempre podrán devolver la pelota comentado a su vez: "claro; igualito que los Kirchner en el 2007/2008". Con lo cual el partido de la discusión quedaría teóricamente empatado – pero sólo si hacemos abstracción de lo que decíamos antes sobre la mayoría de los políticos.

El hecho concreto es que, en materia económica, nos espera un 2009 muy duro. No nos hagamos ilusiones, será durísimo y en especial para todos aquellos que tengan que tomar decisiones económicas o financieras importantes. Por lo que se puede ver desde aquí, las palabras-clave más utilizadas serán "volatilidad" y "recesión". Lo primero genera riesgo, lo segundo produce pobreza. Ambas cosas juntas siempre fueron explosivas.

Especialmente si terminan en manos de políticos incompetentes.

 

La caldera bélica

Dentro de este marco, uno de los principales riesgos que pueden materializarse es el de la guerra.

Por un lado, es conocido, sabido y admitido que la guerra suele ser utilizada como válvula de alivio para una economía estancada. La industria de los armamentos – y en especial la de los sofisticados instrumentos para matar que ha generado la tecnología moderna – mueve mucho dinero, mucho poder y puede llegar a representar una buena parte de la torta económica si se la pone a funcionar a pleno. Por el otro lado, es inocultable que Israel ya no sabe qué argumentos emplear para fogonear una guerra contra Irán.  No es imposible que, así como Clinton impulsó el ataque de la OTAN a Kosovo en 1999, Obama ceda a las presiones israelíes y les conceda la guerra contra Irán con alguno de los múltiples pretextos que siempre tiene a mano la política exterior norteamericana más allá de los hechos reales.

No es imposible, pero – por ahora – no parece muy probable. En Rusia, Putin se ha consolidado y difícilmente tolere grandes experimentos en el área Sur de su zona de influencia; como que no toleró la aventura del georgiano Saakashvili en Osetia y en Abjasia. Hasta ahora, los iraníes han maniobrado con mucha habilidad; su política exterior puede resumirse en tres conceptos: resistir, presionar y esperar. Es una diplomacia muy difícil de implementar, pero tremendamente eficaz cuando se la desarrolla con un criterio ajustado a las circunstancias.

Por otra parte, así como hace dos años los israelíes no salieron para nada bien parados de su guerra contra el Líbano, los norteamericanos tampoco tienen grandes éxitos para esgrimir de su aventura en Irak. Consecuentemente, ambos han tenido que comprender que no tienen para nada garantizada una victoria fácil en un enfrentamiento directo con Irán. La guerra, al convertirse en total – es decir: al no quedar restringida a fuerzas regulares perfectamente identificables que combaten en nombre de un Estado – ha devenido en algo muy complicado. Casi inmanejable y de resultados prácticamente impredecibles.

No obstante, la palabra "volatilidad" no se aplica hoy tan sólo al ámbito económico. También es de aplicación en el político. En teoría y en principio, es difícil imaginar a un político con dos dedos de frente que realmente desee una guerra. Pero sucede que, aunque cueste creerlo, hay políticos israelíes que están buscando un enfrentamiento con tanta insistencia que uno no puede menos que suponer que desean una guerra contra Irán – sea por los motivos que fueren. La gran pregunta es si los deseos israelíes podrán compatibilizarse con las conveniencias norteamericanas. Si los EE.UU. deciden que una guerra es lo que puede reactivar su economía y si el lobby israelí norteamericano consigue convencer a los decisores de la política norteamericana de que esa guerra es posible, pues tendremos esa guerra tarde o temprano, por más descabellada que parezca en un análisis racional.

 

La Argentina

Mientras tanto, en la Argentina seguimos improvisando.

Por increíble que parezca, lo cierto es que desde hace una buena pila de años, en lugar de navegar más o menos con cierto rumbo fijo venimos flotando sobre las situaciones con mayor – o menor – éxito. Que Néstor Kirchner no tenía ningún plan de gobierno cuando asumió allá por el 2003 es algo que se sabía en aquél momento y quedó confirmado por los hechos después. El plan fue no tener plan. Y la justificación de ello, según quienes dicen saber de los vericuetos estratégicos del himeneo presidencial, fue que, careciendo de un plan, no se puede fracasar. Puede parecer ridículo pero el cálculo es simple: si tengo un plan y lo anuncio, la gente puede ir verificando la medida en que lo cumplo. Ergo: todos pueden medir mi cuota de éxitos y de fracasos. En cambio si no explicito plan alguno, nadie puede tener una visión de conjunto de mis intenciones y todo el mundo estará obligado a juzgar medida por medida. Con lo que toda posible discusión se empantanará en diatribas puntuales en las que un pequeño éxito parcial siempre podrá usarse para tapar las consecuencias de un enorme fracaso general.

Lo cual es muy útil y muy cómodo. Sobre todo si no se tiene la más pálida idea de cómo se construye un plan estratégico para un país como la Argentina y la única estrategia real consiste en mantenerse en el poder durante el mayor tiempo posible a los efectos de implementar a los manotazos alguna nebulosa ideológica de la que se conocen superficialmente los enunciados pero se ignoran olímpicamente los métodos concretos de implementación. Así, a los efectos prácticos, el plan de no tener plan se traduce en un hacer lo que nos parece, cuando se puede y porque parece que se puede.

Y, si resulta que no se puede, pues mala suerte.

 

Una república de abogados . . .

Lo anterior es el resultado de haber entregado el país a una cofradía de abogados que, a juzgar por los resultados, no tiene ni la más remota idea de cómo se maneja una política de real envergadura, más allá de la politiquería de comité y de los carnavales electorales.

No tengo nada en especial contra los abogados. Una buena cantidad de mis amigos lo son y, más allá de feroces discusiones hasta altas horas de la madrugada y el viejo chiste aquél de que dos de ellos en el fondo del mar son un buen comienzo, sinceramente los aprecio. Reconozco que los abogados son algo así como los médicos: uno puede criticarlos – y los critica – pero sólo hasta el momento en que los necesita.

Lo que no termino de entender es de dónde salió aquello de que el título de abogado habilita automáticamente para la profesión de político. Por supuesto, mucho de ello tiene que ver con la idolatría liberal a la Ley – así, con mayúscula – que nos viene del Siglo XVIII cuando todavía se creía que bastaba con promulgar una ley para solucionar un problema. En esa idolatría y en esa creencia siguen viviendo algunos que todavía no se han dado cuenta de que en política lo importante no es escribir y promulgar leyes sino tomar decisiones y hacerlas cumplir.

Y las consecuencias de esa distorsión juridicista de la política resultan inocultables en la Argentina.

Desde que el país se encuentra en democracia continua, no ha dejado de estar en manos de quienes, al menos supuestamente, deberían haber sido especialistas en leyes y en cuestiones jurídicas. Durante la época de los golpes militares, se solía decir que el último grado del escalafón militar era el de Presidente de la Nación. Ahora, a juzgar por los años de democracia de 1983 a esta parte, parecería ser que el título de Presidente es el blasón honorífico más alto otorgado por la Facultad de Derecho.

En 1983 los argentinos eligieron como presidente a un abogado de Chascomús. Para sucederlo, eligieron a un abogado de La Rioja y luego, cansados del riojano, eligieron a un abogado de Buenos Aires. Como el porteño no dejó macana sin hacer, lo sacaron a cacerolazos y así fue como la presidencia de la Argentina llegó a estar ocupada por 5 personas en menos de una quincena. Un ingeniero civil misionero – y la excepción a la regla – duró dos días. Otro abogado pero esta vez puntano, duró siete días. Lo sucedió otro abogado de Buenos Aires que duró tres días y finalmente – lo siento pero  – otro abogado de Buenos Aires duró cosa de un año y cinco meses. A lo cual siguió – ustedes me van a odiar por esto pero – otro abogado de Santa Cruz quien, cumplido su mandato, le entregó el bastón presidencial a su propia esposa que es – casi diría necesariamente –  también una abogada.

O sea que desde Diciembre de 1983 hasta Diciembre de 2008 – vale decir: durante un cuarto de siglo – la República Argentina ha estado en manos de abogados. Si además consideramos la colección de ellos que existe en el Poder Legislativo y – por definición – en el Judicial, uno no puede menos que preguntarse: si todos estos abogados, durante 25 años, no fueron capaces de crear y hacer cumplir las leyes que el país necesita, ¿para qué sirven los abogados?

El resto del mundo por lo menos se diversifica un poco. La alemana Angela Merkel es profesora de Física. El ruso Vladimir Putin es un oficial de la KGB (según su propia definición no existen los "ex-oficiales" de la KGB). La chilena Michelle Bachelet es médica, al igual que el uruguayo Tabaré Vázquez. El británico Gordon Brown es historiador y periodista. El brasileño Lula es dirigente sindical y tornero metalúrgico de profesión. El canadiense Stephen Harper y el ecuatoriano Rafael Correa son economistas. El paraguayo Fernando Lugo es un ex-obispo. En Bolivia, Evo Morales es cocalero y en Venezuela Hugo Chavez es Hugo Chavez.

Está bien; concedido: el afro-norteamericano Barack Hussein Obama es un abogado de Harvard y el italiano Silvio Berlusconi es otro abogado de la Universidad de Milan; así como en España, Zapatero tampoco es zapatero sino abogado al igual que Sarkozy en Francia. Pero, aún así y en vista del abanico bastante amplio que presenta el mundo cabría preguntarse: ¿por qué esa manía casi exclusiva por los abogados en la Argentina?

En los 66 años que van desde 1942 hasta 2008, si quitamos a los militares y a los abogados, la Argentina tuvo a Illia, un médico que no terminó su mandato; a Cámpora, un dentista  que duró 49 días; a Lastiri que figura como "administrador público" (signifique eso lo que fuere) y que estuvo tres meses; a la Isabelita en cuya profesión no me quiero meter pero que tampoco terminó su mandato; y al ingeniero Ramón Puerta que no pasó de las 48 horas.

De modo que nadie me puede decir que exagero si digo que el país actual lo construyeron entre militares y abogados. A juzgar por cómo les resultó yo diría que ya sería hora de intentar con alguna otra profesión.

Porque, por lo que demuestra la experiencia, los abogados en el poder político parecen estar mucho más preocupados por autogenerar su propio trabajo que por solucionar los problemas del país.

. . . y de delincuentes.

Esto se refleja de una manera desgraciadamente muy palpable en uno de los peores problemas que padecemos y al que todo el mundo periodístico se refiere como el de la "inseguridad" cuando, en realidad, es el de la delincuencia.

Es casi increíble, pero lo concreto es que un país en manos de abogados no consigue solucionar el problema que plantea la delincuencia.

Los jueces no mandan a los criminales a la cárcel porque el sistema penitenciario es una escuela de delincuentes. Por otra parte, un montón de abogados considera que el delincuente es una víctima de la sociedad. Parece ser que no se les ha ocurrido pensar que otra forma de ponerlo es diciendo que la sociedad es víctima de la delincuencia. Aunque, claro, esto nos lleva de cabeza a una discusión muy similar a la del proverbial huevo y la gallina.

Pero, en todo caso, si para enviar los delincuentes a la cárcel lo que tenemos que hacer es arreglar primero a la sociedad para supuestamente erradicar las "causas profundas" de la delincuencia, pues estamos fregados porque, como hemos demostrado, nuestros grandes juristas demócratas vienen tratando de arreglar a la sociedad argentina por lo menos desde hace 25 años y es obvio que no lo han conseguido. De modo que, si son incapaces de arreglar a la sociedad, ¿por qué no intentan al menos arreglar el sistema carcelario? Supongo que arreglar un sistema penitenciario debe ser un poco más fácil que arreglar a toda una sociedad; especialmente cuando eso de arreglar sociedades significa insistir con quimeras que, de cualquier manera, son totalmente irrealizables. Pero, al margen de ello: ¿no sería una buena idea dedicarse a mejorar el sistema penitenciario y disponer de cárceles que no sean una escuela de delincuencia, al menos hasta que los (y las) grandes profetas del perfeccionismo ideológico no hayan encontrado la forma de implementar sus utopías tendientes al logro de la Sociedad Perfecta?

La mayoría de los responsables por la seguridad de los habitantes de la Argentina ha optado por los delincuentes. Lamentablemente no se pueden interpretar de otro modo las posturas y las declaraciones de una gran cantidad de abogados que ocupan desde los más altos cargos del Poder Ejecutivo hasta los más altos del Judicial. Puede ser que se trate de cierta simpatía natural. Puede ser cuestión de deformación ideológica o deformación profesional. Sea lo que fuere, lo concreto es que en la Argentina el Estado no defiende a las personas honradas sino a los delincuentes. Lo que no termino de entender es cómo defendiendo y protegiendo a los delincuentes alguien espera lograr la mejoría de la sociedad.

¿Alguien piensa que la sociedad mejorará dejando en libertad a los ladrones, a los asesinos, a los asaltantes y a los violadores? Al parecer son varios los que piensan que sí, a juzgar por la cantidad de criminales sueltos que gozan de libertad gracias a jueces que les han otorgado ese beneficio por considerarlos víctimas de una sociedad injusta. Aunque aquí me parece percibir algo así como una pequeña contradicción. Si es cierto que la sociedad injusta es la que genera la delincuencia, ¿qué sentido tiene liberar al delincuente y mandarlo de regreso a esa misma sociedad lo más rápido posible? A ver si nos entendemos. Si la culpa de la delincuencia la tiene la sociedad, pues entonces mientras más lejos de ella mantengamos al delincuente tanto mejor será para él. ¿Cuál es la lógica de detener a un delincuente y, en lugar de alejarlo de la sociedad que lo ha pervertido, devolverlo lo más rápidamente posible a esa misma sociedad para que lo siga pervirtiendo?

Se me insistirá en que las cárceles actuales son desastrosas. Está bien: estoy de acuerdo. Lo son. Pero al menos en la cárcel el delincuente ya no puede causarle daño a nadie. O al menos puede causarle daño a un número mucho menor de personas. O al menos, si le causa daño a alguien, lo más probable es que se lo cause a algún colega. Y en todo caso, insisto a mi vez: disponer las cárceles para que sean lugares decentes no es una cosa tan imposible como lograr una sociedad sin delincuentes; algo que nadie ha logrado en más de 10.000 años de Historia.

Pero por sobre todas las cosas, para lograr una sociedad sin delincuentes lo primero que tendríamos que hacer es garantizarnos que ninguno de ellos pueda llegar al Poder o a sus cercanías.

Y, de última, creo que probablemente en eso reside la dificultad principal.

Que tengan un buen año.