EL IMPUTABLE AGUINIS

por Antonio Caponnetto

 

Sr. Director:

                    En la edición del viernes 3 de octubre de 2008,  La Nación dedica la casi totalidad de la página 19 a una nota de Marcos Aguinis titulada “Contra el odio a los judíos”; escrita, según el estrambote que la cierra, “con el fin de […]darles vigor a la amistad y la concordia nacional”.

                    De sobra conozco las democráticas reglas que tornan impensable el que se me conceda análogo espacio para desbaratar los desaguisados múltiples del infortunado escrito. Pero como en el mismo se me alude expresamente, debo conjeturar que –en aras del proverbial derecho a réplica- habrá algún sitio para estas prietas líneas aclaratorias.

                    Sostiene Aguinis que he puesto “en circulación una extraorinaria ensalada: que la presidenta […] es judía, porque su verdadero nombre y apellido es Elizabeth Wilhelm”; que “está ‘al servicio de los mandos plutocráticos de la judeomasonería, y alimenta y acompaña la revolución gramsciana, preñado su entorno de antiguos asesinos  terroristas a cuyos sones cabalistas todo vejamen nacional se consuma”. Por todo lo cual –y algunos otros cargos que desliza indirectamente- sería yo un “inimputable redactor de Cabildo”.

                     No es la primera vez que Aguinis manifiesta su destemplado odio contra la revista católica y nacionalista que dirijo, propendiendo lisa y llanamente a su clausura. Apunto al pasar dos ocasiones. El 1 de diciembre de 1985, en un reportaje gráfico concedido en Mendoza a Andrés Gabrielli; y más virulentamente aún el 29 de agosto de 1986, desde las columnas del órgano sionista Nueva Presencia, cuando investido ya de funcionario alfonsinista, propuso “la eliminación de ese veneno que infecta a la sociedad argentina”. Mes y medio después, en efecto, a Cabildo se le cancelarían las franquicias postales, obstaculizando de hecho su libre circulación. Los términos recién transcriptos permitirán calibrar al lector, siquiera someramente,el verdadero alcance de “la amistad y la concordia” pregonadas por Aguinis. Otrosí el amplio concepto que lo asiste sobre la libertad de expresión.

                      Lo sorprendente ahora es que me atribuya la invención de una “ensalada”, que bien quisiera yo fuera fruto de mi magín antes que retrato de la cruda realidad. Porque al margen de la imperfecta cita que hace de mis escritos, y del error intencional de afirmar que he sostenido que la presidenta es judía, la verdad es que –ante el cúmulo de evidencias incrementadas en estos años- nada cuesta probar que los Kirchner cultivan la mejor relación con los lobbies israelíes, fuera y dentro del país. Como nada cuesta probar el apoyo masónico del que goza esta gestión, la revolución gramsciana que groseramente ejecuta, los homicidas del terrorismo marxista que la acompañan y el vejamen nacional que se consuma a diario. ¿Puede negar alguien –y es apenas un magrísimo enunciado- los connubios reiterados y públicos de Cristina con entidades internacionalistas hebreas como el Congreso Judío Mundial, el Comité Judío Americano o la Confederación de Asociaciones Israelitas de Venezuela? ¿Puede negar alguien la atroz puesta en marcha del Decreto 1086/05 o la Ley Nacional de Educación, de explícitos cuanto ominosos postulados gramscianos? ¿Puede negar alguien la declaración oficial de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones, publicada en el Nº 68 de la revista Símbolo, de noviembre de 2007, dando su beneplácito al oficialismo triunfante  y advirtiendo que “ahora vamos por más”? ¿Puede negar alguien que se cuentan por racimos los antiguos guerrilleros y sus secuaces que integran hoy el poder del modo más inverecundo y rencoroso jamás imaginado?

                     No; no he sido yo el fabricante de esta sórdida y tenebrosa “ensalada” que indigesta, intoxica, enherbola e incrimina a la patria. Apenas si podría blasonar de ser uno de los testigos y cronistas de tan perverso revoltijo.

                    Aguinis, en cambio, tiene antecedentes suficientes como para contarse en la lista de los condimentadores y  sazonadores de tan amarga pócima. Ya hombre público del Alfonsinato, aquel engendro contracultural del PRONDEC lo tuvo como ideólogo. Ya bestsellerista avezado del odium Christi, La Cruz invertida lo tiene por culpable. Ya oportunista del negro oficio de destruir a las Fuerzas Armas, la Carta esperanzada a un General, lo tuvo por artífice.

                  No podría, pues, en conciencia, corresponderle la gentileza de la inimputabilidad que creyendo agraviarme me adjudica. Antes bien, su figura y su trayectoria, integran la nómina de los imputables de los que algún día deberán rendir cuentas ante Dios y la Nación Argentina.