ALFONSÍN Y EL 2 DE ABRIL por Marcos Ghio - Centro de Estudios Evolianos
En el día de hoy se celebran los 27 años del hecho más importante del pasado siglo para nuestro país. Durante poco más de dos meses y estableciendo una breve excepción en una larga historia de claudicaciones, renuncias y humillaciones, la Argentina contrastó por vez primera y por la única vía posible a aquella fuerza enemiga responsable principal de nuestra decadencia como nación. Aquella fuerza que, desde nuestros orígenes mismos y tras haber intentado primero someternos en sucesivas invasiones a comienzos del siglo XIX, fue luego infiltrando lentamente nuestro acervo sembrando una catarata de errores y sofismas destructivos, contando para ello con la colaboración de una clase dirigente inescrupulosa y sumisa, la que durante casi 200 años ha estado difundiendo en nuestro suelo fenómenos tales como el capitalismo, el socialismo y el liberalismo que padeciéramos durante tantas décadas y especialmente y en manera más paradigmática bajo la forma del actual sistema de partidos políticos. Fue la meta principal de esta guerra, como un claro contraste con la larga historia anterior, establecer la primacía de valores espirituales por sobre los meramente materiales propios de los de la clase burguesa instaurada tras la Revolución Francesa en el mundo. Considerar por lo tanto que la dignidad y los principios eran más importantes que el dinero y los intereses. Que el territorio no recababa su valor principal por las riquezas que poseyese, sino en tanto era concebido como un espacio sagrado, como el ámbito en el que se expresa una existencia en la cual lo que es más que simple vida representa el sentido y su conquista y conservación es el medio a través de lo cual ello se manifiesta. Lamentablemente quienes hubieran tenido que estar a la altura de la circunstancia privilegiada que se nos presentara por vez primera en el siglo XX fueron superados por el valor trascendente de la misma no habiendo sabido captarla en su sentido cabal. Esto es lo que ha explicado las absurdas rendiciones que se sucedieron tras algunos días de combate en los cuales se les supieron infligir al enemigo sajón importantes daños; pero que al habernos faltado una dirigencia sea política, religiosa o militar que entendiera que había bienes superiores no negociables, todo ese esfuerzo se diluyó y las consecuencias posteriores a vivir habrían de ser peores aun que lo que aconteciera antes. Muy bien se dijo en ese entonces que la verdadera rendición a Inglaterra no se produjo en Puerto Argentino, sino principalmente en Buenos Aires en donde la dirigencia, que en un rapto de inspiración superior había declarado esa guerra, terminó luego sucumbiendo de una manera absurda y humillante. Aquella concepción materialista y secular contra la cual se luchó luego, tras la derrota, irrumpió en nuestro suelo en forma mucho más aguda y multiplicada de lo que hubiera antes de tal contienda. Sucedió entonces como si las fuerzas deletéreas hubiesen perdido las últimas barreras de contención que aun existían y que, luego de la desaparición de las mismas, pudiesen ya expandirse de manera desaforada y sin límite alguno, tal como se verá luego tras estos últimos años de proceso de verdadera y propia disolución. Pero el 2 de abril en estos últimos tiempos nos ha presentado también dos hechos simbólicos sumamente significativos y muy oportunos para suscitar nuestra reflexión. Hace cuatro años moría en esta misma fecha aquella figura espiritual que más hiciera para desarticularlo, el papa Wojtyla, Juan Pablo II, quien, en clara inteligencia con las fuerzas de la modernidad que intentaban derrotarse en ese entonces, vino a sembrar el pacifismo burgués para el cual la simple vida, la ‘paz’, era más importante que la dignidad y el honor. Esta misma idea era sustentada en ese entonces principalmente por un político argentino quien, casi como una excepción dentro de su clase en la que aun quedaban remanentes lejanos de nacionalismo, sostuvo en plena guerra que nuestra contienda heroica se trataba de un ‘carro atmosférico’. Más tarde, aprovechando la derrota, con suma habilidad supo capitalizar sus secuelas. La cara inversa del ‘carro atmosférico’ fue justamente la democracia que él promovió y que trajo bajo su gestión consecuencias como las siguientes que sirvieron para materializar con hechos puntuales precisos lo que fuera nuestra derrota. 1) Específicamente plasmó primero, a través de un plebiscito, la idea materialista de que la tierra vale solamente por las riquezas que posea. Por ello solicitó renunciar a las islas del Beagle porque eran un poco económicas, recordándonos así a su predecesor Sarmiento quien manifestara que la Patagonia era un desierto inútil. 2) Pero de acuerdo al conocido dicho teológico de que sin lo sobrenatural no nos queda lo natural sino la infranatural, gracias a habernos instaurado tal principio materialista, el país vivió experiencias de corrupción inéditas en nuestra historia como los famosos créditos del Banco Hipotecario y las jubilaciones privilegiadas para la clase política, entre otros, e iniciándose así algo mucho más grave en nuestra historia política. Debido al carácter reiterativo y galopante de tal proceso desencadenado, se produjo la pérdida paulatina de la memoria en la opinión pública en la medida que, como en una avalancha incontenible, un hecho de corrupción nuevo tapa al anterior y las personas terminan olvidando lo sucedido por haber acontecido hace demasiado tiempo y siendo sustituido por otro más impactante. 3) Como era natural, luego de tantos latrocinios cometidos, el país cayó en una de sus crisis más graves de la historia con una hiperinflación que ni siquiera conociera la Alemania saqueada tras la primera Gran Guerra. Conocimos el inédito fenómeno de los asaltos masivos a supermercados y negocios. Vimos por primera vez a un gobierno huir de sus funciones en tanto no hubo esta vez golpe de Estado. La mala memoria y la ‘racionalización’ ha hecho de que hoy la historia oficial nos diga que todo fue un muy hábil montaje que se le impuso y no en cambio la realidad que todo ello fuera el producto del materialismo voraz en que incurrió en ese entonces, como también lo hace ahora, la clase política saqueadora. 4) Pero no concluyó con su catastrófico desgobierno el carácter deletéreo del Sr. Alfonsín para nuestra patria. En 1994, cuando nos gobernaba la cara peronista-liberal del materialismo burgués, esta vez en relaciones carnales con el Mundo Uno de los EEUU, la otra pata radical-socialdemócrata de la democracia estableció un pacto de gobernabilidad que no era otra cosa que el reparto de cargos y de bienes económicos que aun quedaban en nuestro ya saqueado país, tal como se llamó ese nuevo engendro que fue la Reforma Constitucional. Fue así que, junto al aumento de legisladores en el parlamento con nuevos sueldos y cargos para la clase saqueadora, en su nuevo artículo 104 se establecía por primera vez que el subsuelo del país, léase nuestro petróleo, pasaba a ser de las provincias (léase sus oligarquías políticas) y no de la nación. Se derogaba así el proyecto ya sustentado en su momento por políticos como Frondizi de que los hidrocarburos, debido a su espectacular ganancia, iban a financiar nuestra educación y salud. Ahora lo que sucede es que enriquecen a oligarquías que pueden financiar con sus regalías sus campañas electorales y darse el lujo de enviar los fondos de las mismas hacia el exterior y en cambio la población es esquilmada nuevamente por una voraz fiebre impositiva. Este verdadero saqueo y otros de carácter moral y educativo, como el estado de verdadera indigencia en que se encuentra nuestra juventud destruida por la droga y la televisión basura, en connivencia con la nueva educación democrática que se ha implantado, tienen a un importante responsable, Raúl Alfonsín. Hoy como hace cuatro años se ha producido una misma ‘coincidencia’ entre la fecha de nuestra más gran gesta heroica del siglo XX y la muerte de alguno de sus principales detractores. Más de un cuarto de siglo de idiotización democrática ha logrado lo que podría denominarse como un síndrome de Estocolmo. El pueblo, convertido en masa, como una fémina llora al fallecido marido golpeador.
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