Lo
acaba de denunciar el relator de Naciones Unidas, John Dugard, la
ocupación israelí en Gaza y Palestina "tiene elementos de apartheid". Nada
nuevo, nada nuevo que nuestra miopía no haya querido ver y sin embargo no
ve cuando no interesa. Lo ha hecho cuando presentaba su informe ante el
Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Ginebra.
No ha tardado la respuesta, siempre atenta y estudiada, siempre hipócrita
del gobierno israelí, tachando tal informe y tal aseveración de
tendenciosa, altamente selectiva y parcial. Siempre lo mismo, amén de
tachar de antisemita a quién critique toda actuación y acción violenta y
brutal del ejército israelí frente a la población palestina. Repare el
lector en el término de población palestina, población civil, inocente. No
nos referimos a los brazos armados terroristas palestinos.
Pero el informe no sólo se queda ahí pese a la crispación y tono enfadado
del embajador israelí ante Naciones Unidas. Acusa a Israel de practicar el
colonialismo con sus asentamientos ilegales. Sí, ilegales apostillamos
nosotros, todos y cada uno de los asentamientos que usurpan tierras,
viviendas y vidas, atentado contra la cuarta Convención de Ginebra, esa
que no cumplen algunos países. Incluido el eterno aliado, el de la
superpotencia de cárceles secretas, torturas en Guantánamo y Abu Graihb,
el que urde guerras desde la mentira y la podredumbre y sume la esperanza
en el caos total.
Dugard es surafricano y sabe de lo que habla, sabe lo que es un apartheid,
y sabe que el que sufre el pueblo palestino es todavía peor que el que los
surafricanos sufrieron.
Todos hemos visto las
imágenes, terribles y dramáticas, del sufrimiento y el terror de los
palestinos civiles. Hemos visto el hambre de fuego de los bulldozers, los
aviones de guerra y los helicópteros artillados escupiendo sus bombas y
sus balas. Más de setecientos niños palestinos, han muerto asesinados por
las bombas o balas en esta segunda Intimada ya moribunda. Hemos visto como
se ha levantado un muro de espino, acero y cemento, odio e ira sobre
tierras palestinas, arrasando con campos de cultivo, dividiendo y
separando pueblos y familias.
El mundo lo condenó,
el tribunal Internacional de La Haya también. Pero nada de esto importa al
gabinete israelí, tampoco al gobierno norteamericano, siempre proclive a
vetar toda condena y sanción desde Naciones Unidas. La legalidad
internacional es huérfana en esta parte del mundo, lenta a la ira y coja
en su aplicación. Es despreciada. Sólo una ley, la ley del Talión.
Condenamos la violencia desmedida, brutal y terrible del ejército israelí
sobre población civil palestina, el ominoso e ignominioso desprecio que se
practica hacia los palestinos. Los cinismos e hipocresías, las
displicencias y
abusos que día tras día sufre y vive un pueblo humillado, vejado,
expoliado y extenuado que apenas sobrevive en una miseria lacerante.
Israel no puede tapar esta tragedia. El pueblo que sufrió lo indecible
devuelve parte de ese sufrimiento a través de un ejército que no siente y
un gabinete preso de fuerza bruta y poco diálogo. Sólo la paz hace que los
pueblos sobrevivan, que las generaciones presentes y futuras tengan
futuro. La paz justa, la paz necesaria, nunca impuesta por la fuerza, las
armas y el odio sectario.
El mundo no puede permanecer quieto e impávido ante este drama, drama
mayor al igual que tantos otros y que son silenciados y olvidados
oportunamente. Seis décadas de apartheid, de abuso, violencia, guerras, de
falsos victimismos dejan una huella indeleble y a la vez insoportable.
Nadie tiene voluntad real de frenar los apartheids mentales que sufren
políticos y líderes, algunos religiosos, en esta parte del mundo.
No hay derecho a que el embajador israelí se rasgue las vestiduras, nos
hemos cansado de ver y sentir ese apartheid. No más mentiras ni
eufemismos, estos también matan.