Brasil
le acaba de encargar cinco submarinos, incluyendo uno nuclear a Francia,
que los construirá en un astillero especial a edificar en el país
sudamericano. Venezuela ha adquirido armamento de alto nivel en los últimos
dos años incluyendo aviones, helicópteros, lanchas rápidas y decenas
de miles de fusiles. También la empobrecida Bolivia se ha sumado a este
tren a toda velocidad con un gasto de cien millones de dólares, que si
se calcula sobre su PBI seria equivalente a si Argentina liquidara 3.000
millones de dólares en armamentos.
Chile que hace tiempo dedica una buena cuota de lo que recauda con sus
ventas de cobre a las fuerzas armadas, también se está rearmando. La
cereza de la torta es Colombia, que recibe la mayor ayuda militar
norteamericana después de Israel y Egipto por el llamado Plan Colombia.
Y que acaba de acordar la instalación de tropa y equipos de EE.UU. en
siete de sus bases y cuarteles, en un paso que ha escaldado las espaldas
de todos los gobiernos de la región.
Pero el primer impacto, sin reducir la importancia de sus consecuencias,
lo produce el torrente de dinero que se quema en esta tarea. Según el
prestigioso SIPRI, el Instituto de Estudios para la Paz de Estocolmo, la
inversión militar sudamericana fue de 34.100 millones de dólares en
2008. Pero otras fuentes, como el Centro de Estudios Nueva Mayoría de
Buenos Aires, elevan esa gasto a la friolera de 51.110 millones de dólares.
Esto implicaría un alza de poco más de 30% con relación a 2007.
Lo más asombroso de este derrame de dinero, es la crisis de prioridades
que revela. Bolivia anunció este mes que comprará armamento y aviones
con el argumento de proteger sus fronteras y luchar contra el narcotráfico.
La Paz intentó adquirir aviones Alca checos y helicópteros Bell UH en
EE.UU. pero Washington lo vetó. El vicepresidente Alvaro García Linera
dijo que Bolivia tiene fondos suficientes y hasta habló de dignidad. La
intención es invertir US$ 100 millones y el beneficiario sería Rusia,
donde ya se han firmado cartas de crédito.
La novedad preocupó a Paraguay, que demandó explicaciones. Así como
los peruanos que se muestran al menos inquietos (tanto como los
bolivianos) por los pasos de sus vecinos chilenos. Las FF.AA. del país
trasandino recibirán este año US$ 364 millones extra para compra de
armas. Ese dinero se suma a los cerca de US$ 2.800 millones ahorrados sólo
para esos fines. Los chilenos tienen ya dos nuevos submarinos, le han
podido comprar cazas F-16 a EE.UU. y su ejército cuenta con 400
blindados y, entre sus joyas, 350 tanques Leopard, un objeto de deseo
para casi toda la milicia regional.
Argentina tiene un gasto paupérrimo en el rubro, por debajo del 1% de
su producto. Pero el vecino Brasil encabeza la lista de los que más
invierte, casi la mitad del presupuesto total de la región, aunque aún
así está lejos de ser una potencia militar.
La última gran operación del gobierno de Lula es la compra a Francia
de 4 submarinos y la construcción de otro nuclear. Se trata de
submarinos Scopene convencionales, que la francesa DCNS ya ha vendido a
Chile, Malasia e India. Es una operación de 8.500 millones de dólares,
con el nuclear incluido. El paquete agrega además la compra de 51 helicópteros
EC-725 concebidos para el transporte de tropas y para operaciones de
rescate en combate. París también negocia vender a la Fuerza Aérea
brasileña 36 aviones caza.
Venezuela aminoró las compras este año, pero viene de rearmarse en
China y Rusia donde encargó 24 cazas multifuncionales Sukhoi Su-30MKV,
38 helicópteros de distintos tipos, 100 mil fusiles de asalto AK-103,
los famosos Kalashnikov cuya licencia de fabricación ya tiene también
para los cartuchos. Son cerca de 3 mil millones de dólares invertidos
en esta aventura. Hay también ahí lanchas patrulleras y aviones de
transporte.
La busqueda de proveedores orientales o asiáticos es porque EE.UU. se
niega a traspasar armamento moderno a varios de estos países.
Washington sí lo hace con Colombia donde vuelan los temibles y carísimos
helicópteros Blackhawk y los Bell. Colombia ha recibido ya US$ 6.000
millones como parte del Plan Colombia de asistencia militar.
Ese despliegue, que convirtió al país sudamericano en el tercero después
de Israel y Egipto en la recepción de asistencia norteamericana, es lo
que en parte gatilla la carrera armamentista, esencialmente en el caso
venezolano. Un síndrome que se ha acelerado con el acuerdo para la
instalación de las siete bases militares de EE.UU. Brasil también está
reaccionando a este nuevo espectro por considerarse el principal
afectado de la acción del Pentágono en Colombia. Y no se equivoca.