Tercera
y última parte de la selección de textos de Scenna referidos al
proceso histórico que concluyó con la incorporación de la Patagonia a
la soberanía nacional. Proceso éste que combinó la astucia militar y
diplomática con una concepción territorial nacionalista, integradora,
modernizante y democrática. El mismo nacionalismo democrático con que
se había fundado nuestro ejército y que habrá de perderse,
irremediablemente, a partir de 1955.
En este sentido, vale la pena recordar parte de la Orden del Día
expresada por el general Julio A. Roca a sus tropas, el 18 de abril de
1879: "En esta campaña no se arma
vuestro brazo para herir compatriotas y hermanos extraviados por las
pasiones políticas, o para esclavizar y arruinar pueblos o conquistar
territorios de las naciones vecinas. Se arma para algo más grande y
noble: para combatir por la seguridad y engrandecimiento de la Patria,
por la vida y fortuna de millares de argentinos".
LA NACIÓN EN ARMAS
por
Miguel A. Scenna
Durante las negociaciones, (Bernardo de) Irigoyen se mantuvo
inconmovible en su tesis de la frontera por las altas cumbres,
conservando intacta la Patagonia, y para ello contó con el
asesoramiento directo de Francisco P. Moreno, el hombre que mejor conocía
aquellas regiones, que le preparó mapas, croquis y descripciones.
Generalmente se considera como un triunfo diplomático de don Bernardo
el artículo primero del Tratado de 1881. Pero fue un triunfo costoso,
pues se renunció a la mitad oriental del Estrecho a cambio de su
neutralización. Argentina sólo conservó estrictamente la boca atlántica
del paso, en una extensión de diez kilómetros.
También se perdió la mayor parte de Tierra del Fuego y —lo más
grave— se accedió a fijar el límite en el canal de Beagle,
entregando la isla Navarino. De ese modo se tuvo una frontera abierta,
contra natura, y bastante ilógica en el extremo sur, aparte de que la
redacción del artículo 1° resultó tan difusa y ambivalente, que sus
términos no tardarían en ser cuestionados por la otra parte,
configurando a la postre una verdadera victoria chilena.
Bien afirma Alfredo Rizzo Romano: "El
límite en del archipiélago fueguino fue fijado en forma injusta y
arbitraria, para nuestro país, que desde la época colonial y primeros
años de vida independiente ejerció jurisdicción sobre estas islas,
dependencias de las Malvinas. En el peor de los casos, considero que la
división artificial debió continuar hasta la extremidad sur
continental, sin detenerse en las aguas del Beagle".
Muchos sectores recibieron muy mal el Tratado, en ambos lados de los
Andes. En Chile renegaban por la "pérdida" de la Patagonia;
en la Argentina se acusaba al canciller por el abandono del Estrecho y
su despreocupación por retener un importante sector sureño. De allí
que fueran de esperar problemas con las ratificaciones, para las que el
Tratado fijaba un plazo de sesenta días.
Entró a discutirse en la Cámara de Diputados argentina, pero pasaron más
de la mitad de los sesenta días previstos sin que La Moneda lo enviara
al Congreso chileno. La situación fue provocando un encono creciente
del lado argentino, aumentando la resistencia de los diputados y creando
la sospecha de mala fe en la actitud trasandina. Llegó a espesarse
tanto el ambiente que, en caso de ser rechazado por Chile, hubiera
significado muy posiblemente la guerra.
Tan grave era la situación, que Irigoyen solicitó a Thomas O. Osborn
que, en colaboración con su colega de Santiago, retomaran la mediación.
Chile solicitó una prórroga indefinida de la ratificación, que fue
rechazada por la Casa Rosada. Pidió entonces sesenta días más, que
también fueron denegados. Al cabo se acordó un lapso extra de treinta
días.
La Casa Rosada ya había resuelto detener la sanción definitiva del
Tratado si no entraba de una vez en el Congreso chileno. Entonces Osborn
convenció a Irigoyen de que el gobierno argentino debía seguir el trámite
legal y ratificar el Tratado, con prescindencia de lo que hicieran en
Santiago. Si allí se negaban a ratificarlo y estallaba la guerra,
quedaría demostrada ante el mundo la mala fe chilena y la buena
disposición argentina.
Seguro de que el conflicto estallaría de no superarse el estancamiento,
Osborn presionó cuanto pudo. Respecto de Irigoyen, trabajo le costó
pasar el acuerdo en el Congreso. Tuvo que hablar tres días seguidos, el
último de agosto y los dos primeros de setiembre, y tal vez su carta de
triunfo, lo que permitió la aprobación, fue el dato que, documentado
por Francisco P. Moreno, comunicó a los legisladores: en el sur las
altas cumbres cordilleranas se vuelcan hacia el Pacífico, rozando sus
costas, de manera que una serie de profundas entrantes marítimas, entre
ellas el Seno de Ultima Esperanza, quedarían en tierra argentina,
ganando nuestro país una salida hacia aquel océano. Finalmente, el
Tratado fue aprobado y promulgado el 11 de octubre de 1881.
En Chile también se aceleró el trámite, pese a la dura oposición, y
fue aprobado. Faltaba canjear las ratificaciones, acontecimiento que se
fijó para el 22 de octubre. Pero nevó tanto que quedó cerrada la
cordillera, imposibilitando llevar los documentos. Había tanto apuro
por terminar de una vez con tan peligroso asunto, que a las diez de la
noche de ese día el canje de ratificaciones tuvo lugar por vía telegráfica.
Momentáneamente, las cosas parecían solucionadas. Hubo abundancia de
plácemes. Roca felicitó a Irigoyen. En Buenos Aires felicitaron a
Thomas O. Osborn y en Santiago a su colega en esa capital. Todos se
felicitaron. De buena fe creían que se había acabado el problema.
Se completa la conquista del desierto
Simultáneamente con la conquista del desierto se creó la gobernación
de Patagonia, dependiente del gobierno federal, con capital en Mercedes
de Patagones, siendo designado para el cargo Alvaro Barros, que la rigió
entre 1878 y 1882. En 1879 la capital cambió de nombre, tomando el de
su fundador, y desde entonces se llama Viedma. Al subir Roca al poder
tenía decidido alcanzar dos objetivos precisos: continuar la ocupación
del sur y reorganizar a las fuerzas armadas, buscando equipararlas con
las chilenas, en prevención de un posible conflicto. Las dos cosas las
llevó a cabo enérgicamente.
En marzo de 1881, al comenzar la mediación de los ministros Osborn, el
general Conrado Villegas comenzó la ocupación del actual territorio
neuquino. El 10 de abril la ocupación estaba completada. Ese día, en
Nahuel Huapi, las tropas argentinas formadas en orden de batalla,
teniendo a sus pica las aguas del Limay y dando cara a la cordillera,
llevaron la bandera al tope, en tanto la saludaban veintiún cañonazos
que repercutieron en las rocas del soberbio paisaje.
En 1880 también comenzó otro tipo de conquista, no menos dura que la
militar, con la llegada de los salesianos a la Patagonia, labor que
culminaría en la personalidad del nieto del temido Calfucurá, Ceferino
Namuncurá, "el santito de las
tolderías", al decir de Manuel Gálvez.
En 1882, la veterana "Cabo de Hornos" del inolvidable
Piedrabuena, nuestro primer buque escuela, colaboró con la expedición
científica italiana dirigida por Santiago Bove. El segundo gobernador
de la Patagonia, Lorenzo Vinter, continuó la exploración y ocupación
efectiva del vasto sur, completándola hasta Puerto Deseado en 1884, año
en que Ramón Lista efectuó una larga exploración por el centro y
poniente patagónicos, y poco después de que el teniente de navío
Eduardo O'Connor, navegando por el río Negro y el Limay, llegara a las
aguas del Nahuel Huapí.
Desde 1877, y casi anualmente, un mendocino, el capitán de fragata
Carlos María Moyano, recorría pacientemente los ríos santacruceños
en busca de sus fuentes. Descubrió el lago Buenos Aires, fue
subdelegado primero y subprefecto después en Santa Cruz, y cuando esta
zona se segregó formando un territorio nacional, fue a muy justo título
su primer gobernador. Precisamente el 16 de octubre de 1844, la ley
Nacional N° 1532 creó dichos territorios, dividiendo a la gigantesca
gobernación de Patagonia en los nuevos distritos que se llamaron La
Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.
También en 1884 comenzó la ocupación efectiva de esta isla, con la
expedición del comodoro Augusto Laserre, y en 1885 se fundó la ciudad
de Ushuaia, la mas austral del mundo, junto a la misión protestante de
Thomas Bridges.
Dos años después, justificando la visión de quienes empecinadamente
defendieron la soberanía argentina en la Patagonia, el marino Agustín
del Castillo descubrió los yacimientos carboníferos de Río Turbio.
Del Castillo siguió hacia el oeste, y pocos kilómetros más allá se
encontró ante las aguas del Pacífico en lo que hoy es Puerto Natales.
Ante las rompientes del mar enarboló la bandera nacional. Estaba a
oriente de las más alta cumbres andinas y, de acuerdo con el texto del
Tratado de 1881, en territorio argentino.
Y detrás de los exploradores y los misioneros fueron los colonos,
grupos de alemanes, de italianos, e incluso de chilenos, a los que no se
negó el derecho a poseer tierra patagónica, grupos que se sumaron a
los ya veteranos galeses de Chubut.
Pero también Roca aseguró la defensa del inmenso territorio
incorporado. La guerra del Pacífico se desarrolló rápidamente en sus
primeras etapas. Las tropas bolivianas y peruanas fueron severamente
derrotadas. Los chilenos entraron en Lima, iniciando una larga ocupación.
En marzo de 1881, y a raíz del despliegue del ejército argentino en la
campaña del desierto, el grueso de las fuerzas trasandinas, al mando
del general Manuel Baquedano, regresaron a Chile listas para entrar en
acción.
Claro que la guerra con Perú y Bolivia no había terminado, prolongándose
indefinidamente y presentando, para el caso de guerra con Argentina, una
peligrosa retaguardia. Lima permaneció tres años ocupada por los
chilenos, bajo el mando del vicealmirante Patricio Lynch, que no en vano
fue llamado "el último virrey del Perú". Pero los chilenos,
como ocurre en estos casos, sólo dominaban el terreno que pisaban. En
torno suyo se alzaban, inasibles y mordientes, las guerrillas serranas
que levantaba un pueblo que se negaba a doblegarse.
La insostenible situación recién halló principio de solución en
octubre de 1883 con el Tratado de Ancón, por el cual Perú cedió
definitivamente a Chile la provincia de Tarapacá, accediendo a que
siguiera ocupando diez años más Tacna y Arica, acuerdo que fue
complementado en abril de 1884 con el Tratado de Tregua con Bolivia, por
el cual esta República perdió Antofagasta y su salida al mar. Sin
embargo, esto no significó la paz, que habría de tardar veinte años
en llegar, concretándose recién en 1904 (…) Esta situación del Pacífico
habría de gravitar persistentemente, en los decenios futuros, sobre las
relaciones de Argentina con el gobierno de La Moneda.
Volvamos a Roca en el año 1881. En esa fecha, el ministro
plenipotenciario Thomas O. Osborn calculaba las fuerzas argentinas:
contaban con cuatro acorazados, esperándose en breve el ultramoderno
"Almirante Brown", de 4.200 toneladas, sólidamente blindado,
uno de los buques más poderosos de su tiempo. A su vez, el ejército
poseía más de cien mil Rémington y una capacidad de movilización de
otros tantos hombres.
No eran superfluas las precauciones. En 1881, Villegas halló a los
indios pertrechados con armas de fuego de precisión, indudablemente
provistas desde Chile. En 1883, en plena vigencia del Tratado limítrofe,
la vanguardia argentina que ocupaba la cordillera neuquina fue asaltada
por gran número de indígenas perfectamente armados y equipados. Fueron
cumplidamente derrotados, pero quedó la duda de si estaban pertrechados
y adiestrados por el ejército chileno, ya que las tácticas empleadas y
los medios de batallar no eran precisamente aborígenes. Incluso se
sospechó la presencia de oficiales chilenos. Y para completar, una
compañía exploradora argentina se encontró a boca de jarro con otra
chilena, entablándose un duro combate que dejó un importante saldo de
muertos y heridos.
Hubo muchas explicaciones posteriores, muchas idas y venidas, y al cabo
se aceptó que los chilenos "no sabían" que estaban en
territorio argentino. Por las dudas, entonces, y como auxiliar de los
conocimientos geográficos ajenos, más valía tener un ejército y una
marina a punto.
(…) Hubo que esperar siete años para que la fijación de límites
sobre el terreno, prevista en el Tratado de 1881, comenzara funcionar
(…)