BREVE
NOTA SOBRE EL ÁRTICO Eurasia.
Revista de estudios Geopolíticos
Los
ciclos geopolíticos de la región Ártica La historia geopolítica de
la región Ártica –si se prescinde de las referencias de los Antiguos
respecto a tal región y a las exploraciones de los Vikingos, que
con cierta dificultad podemos valorar en términos típicamente geopolíticos
–puede ser subdividida, en una primera aproximación, al menos en tres
ciclos. Un primer gran ciclo, que
podríamos denominar el ciclo de las grandes exploraciones y de la primera maritimización ártica,
puede situarse entre 1553, es decir, cuando el navegador Hugh Willoughby
partió en busca del paso del Nordeste, y la segunda mitad de los años
veinte del siglo XIX. Este primer ciclo –durante el cual se lleva a cabo
el proceso de “maritimización” de la Orilla ártica, ejecutado
mediante la construcción de puertos y la proyectación de rutas
comerciales –encaja en el ámbito de la búsqueda de nuevas vías hacia
Oriente, una empresa sostenida principalmente por las naciones europeas.
Entre finales del Setecientos e inicios del Ochocientos los actores
regionales son Dinamarca y los Imperios inglés y ruso. La rivalidad entre
Rusia y Gran Bretaña, es decir, entre una potencia de tierra y una de
mar, constituye la clave de lectura de las principales tensiones geopolíticas
que tienen lugar en esta región en el curso de los primeros años del
Ochocientos. El acuerdo, firmado en 1826
entre San Petersburgo y Londres sobre la delimitación de las fronteras
entre la Rusia llamada “americana” y las posesiones inglesas en América
septentrional, inaugura una nueva fase histórica de la región polar. Tal
acuerdo, destinado a reducir las fricciones entre las dos entidades geopolíticas,
sin embargo, no triunfó en su intento. La tensión geopolítica entre los
dos Imperios se atenuará, al menos en esta parte del planeta, sólo en
1867, cuando Rusia, con la finalidad de enfrentarse al asentamiento británico
en la zona ártica, cederá Alaska por 7,5 millones de dólares a los
emergentes Estados Unidos de América. Lejos de ser la locura
de Seward, como fue definida por el nombre del entonces secretario de
Estado norteamericano, la adquisición de Alaska representaba, al menos
para aquella época, el punto de llegada de la política “nórdica” de
Washington. De hecho, los Estados Unidos, que tenían la intención de
proyectar su poder hacia el polo ártico, habían entablado, en los mismos
años, algunas negociaciones con Dinamarca con respecto a la adquisición
de Groenlandia. Como se sabe, los EE.UU. alcanzaron el objetivo estratégico
de controlar gran parte del círculo polar ártico sólo después de la
Segunda Guerra Mundial, instalando, precisamente en Groenlandia, la base
militar de Thule. Con el ingreso del recién
llegado en el club de las
naciones circumpolares comienzan a germinar las fricciones que marcarán
la posterior historia geopolítica de la región Ártica. Es este el ciclo
de la soberanía o de las reivindicaciones territoriales, que empiezan
precisamente en 1826 con una delimitación de las fronteras que termina en
1991, con la disolución de la URSS. Este se caracteriza por la enunciación
de las teorías sobre la división de la región y de su creciente
militarización, que, puesta en marcha en el curso de las dos guerras
mundiales, fue, sin solución de continuidad, proseguida e intensificada
en el contexto de la “guerra fría”. La importante función geoestratégica
del área ártica que hace de ella, todavía hoy, una de las principales
plataformas de disuasión nuclear, fue plenamente reconocida por los
principales actores regionales, en primer lugar por los EE.UU. y por la
URSS y, secundariamente, por Canadá, e incluida en las respectivas
doctrinas geopolíticas del momento. El
tercer ciclo, que podríamos definir de la identidad
regional ártica o del multilateralismo y que podemos situar entre
1990 y los primeros años del siglo actual, está marcado por el escaso
compromiso de Moscú –geopolíticamente replegado sobre sí mismo tras
el colapso del edificio soviético –en el sostenimiento de sus intereses
regionales, por las renovadas
tensiones entre Canadá y los Estados Unidos, por una tímida presencia de
la Unión Europea, que enuncia la llamada política de la Dimensión Nórdica,
y, en particular, por algunas iniciativas internacionales o
multilaterales. Estas últimas, que se basan principalmente en la común
identidad ártica, en la idea del “mediterráneo ártico”, en el
respeto de las minorías y del medioambiente y en el llamado desarrollo
sostenible tienden tanto al refuerzo de la internacionalización del área
como a la atenuación de las tiranteces surgidas dentro del restringido club de las naciones circumpolares con respecto a la soberanía. Sin
embargo, hay que observar que en el plano de las relaciones de fuerza
reales, en particular las referentes a los ámbitos militares y geoestratégico,
los EE.UU. ostentan, en el curso de este breve ciclo, la primacía de nación
hegemónica de toda la zona, ya sea directamente, o a través de la
alianza atlántica; los otros actores recitan el papel marginal de simples
comparsas. El
Ártico en el escenario multipolar El
Ártico es actualmente, en el marco de la estructuración del nuevo
sistema multipolar, una de las áreas más diputadas del planeta, no sólo
por los recursos energéticos y minerales presentes bajo su banco
de hielo, por su particular posición geoestratégica y por los
efectos que el calentamiento global podría producir respecto a su mayor
practicabilidad, sino, sobre todo, debido al retorno de Rusia como actor
global. Considerado durante mucho
tiempo de limitado interés geopolítico, a causa de su inaccesibilidad,
el círculo polar ártico, de hecho, ha llegado a ser –desde el 2 de
agosto de 2007, cuando la tripulación de dos submarinos
colocaron la bandera tricolor rusa en los fondos del Océano
Glacial Ártico, a 4200 metros de profundidad –una zona de crecientes
choques entre los países circumpolares y de gran interés para China y
Japón. Esta fecha, que muy probablemente celebra el inicio de una nueva
era geopolítica para la historia de la región ártica, evidencia, ante
todo, el renovado interés de los Rusos en la defensa de su espacio
continental y costero, así como la determinación perseguida por el
Kremlin de competir en la constitución de un nuevo orden planetario,
después de la larga fase del bipolarismo y el breve, y geopolíticamente
catastrófico, “momento unipolar”. La “reivindicación”
rusa del espacio ártico se inserta, por tanto, plenamente en la Doctrina
Putin destinada a reestablecer, en una perspectiva multipolar, el justo
peso de Rusia en todo el complejo tablero mundial. Una “reivindicación”,
o más bien, una asunción de responsabilidad en referencia al nuevo
escenario mundial, que también el presidente Medvedev, actual inquilino
del Kremlin, parece sostener con convicción. Moscú, después de haber
adquirido nuevamente prestigio en el Cáucaso y en Asia central, reanudado
las relaciones con China y, sobre todo, limitado, en la medida de lo
posible, la descomposición de su “exterior próximo”, se dirige ahora
hacia el Norte. Esto no debe sorprender en
absoluto, siendo el territorio ruso, como nos recuerda Pascal Marchand, el
resultado de un proceso histórico distinguido por dos caracteres geográficos:
la continentalidad, es decir, la
expansión en la masa continental eurasiática y la nordicidad,
es decir, la expansión hacia el Ártico. Estas dos directrices, además
del impulso hacia el Océano Índico, marcarán una vez más el destino de
Rusia en el nuevo Gran Juego del siglo XXI. En este marco de referencia
el Ártico, la mítica morada de los pueblos védicos según los estudios
efectuados por el político e intelectual indio Bal Gangadhar Tilak, se
convertirá en una de las principales puestas en juego de los próximos
veinte años. *
Director de Eurasia
–Rivista di studi geopolitici– y de la colección Quaderni di geopolitica (Edizioni all’insegna del
Veltro), Parma, Italia. Cofundador del Istituto
Enrico Mattei di Alti Studi per il Vicino e Medio Oriente,
Ha dictado cursos y seminarios de geopolítica en universidades y centros
de investigación y análisis. Docente del Istituto
per il Commercio Estero
(Ministerio de Asuntos Exteriores italiano), dictando cursos en distintos
países, como Uzbekistán, Argentina, India, China, Libia. – e-mail:
direzione@eurasia-rivista.org (Traducido
por Javier Estrada)
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