LA BANDERA DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES por Ignacio F. Bracht (*)
Legisladores de la ciudad de Buenos Aires, encabezados por María Naddeo (Diálogo por Buenos Aires) y Adrián Camps (Proyecto Sur), presentaron proyectos de ley para modificar la bandera de la ciudad por considerarla un vestigio "imperial", "monárquico", "violenta en su imagen y mensaje", "discriminatoria", "anacrónica", "con símbolos ajenos a los valores de Buenos Aires", etcétera. Y aclaran en sus fundamentos: "Una cruz sangrante no se compadece con el criterio ecuménico de esta ciudad?". La enseña en cuestión fue establecida por el Concejo Deliberante en 1995; se eligió con absoluto respeto histórico el escudo que, al momento de la fundación de Buenos Aires, Juan de Garay estableció como blasón de armas. No se buscó dejar librada a la creatividad del presente el diseño de la bandera porteña, sino que, abrevando en los orígenes históricos, se honró a su fundador, el vizcaíno don Juan de Garay. En los proyectos que pretenden abolirla se argumenta, desde lo ideológico, un fuerte rechazo a la simbología del escudo y a lo que representó culturalmente España. Sostienen que el águila y sus cuatro aguiluchos son un resabio imperial y monárquico, expresado en la corona que cubre la testa del águila y que representa los reinos de Castilla y León, reñido con nuestro presente republicano, democrático y pluralista. A falta de males, el plumífero imperial sostiene una "sangrienta" Cruz de Calatrava, vestigio medieval de la orden militar y religiosa que surgió durante la reconquista de la península y que, según Naddeo, no respeta los principios de democracia, derechos humanos, diversidad, etcétera. Esos argumentos esconden el rechazo a nuestra historia y tradición. Mal que les pese a los señores diputados, se trata de la herencia de España de la cual somos hijos; en realidad, de las Españas, la del vasto Imperio, pero también la hispano-indígena, aquella mestiza y criolla que surgió en América y que durante siglos nos forjó y nos dio el ser, enriquecido luego en la segunda mitad del siglo XIX con las corrientes inmigratorias que, con su diversidad cultural y religiosa, dio a esta porción de América el rasgo que hoy posee. Pretender cuestionar la creación heráldica del fundador de nuestra ciudad con prejuicios y parámetros del presente sobrecargados de ideologismos para trocarla váyase a saber por qué símbolo es un ataque a nuestra identidad cultural. Es como si hoy se cuestionara la bandera nacional de Turquía porque ostenta en su paño sangriento una Media Luna, símbolo sagrado del islam; o a la enseña del estado de Israel, porque luce la bíblica Estrella del Rey David; o a la de la Confederación Suiza, porque presenta una cruz griega blanca, heredada del Cantón de Schwyz en conmemoración de su lucha junto con las tropas del Sacro Imperio Romano Germánico. ¿Podríamos hablar de anacronismos o de discriminación religiosa? ¿O por el contrario son símbolos ancestrales que hacen a la esencia cultural -lo religioso incluido- de una nación? Que la República Federal de Alemania y la República de Austria incluyan un águila en sus banderas ¿las hace menos republicanas y democráticas o es un lazo que une su presente con un pasado imperial del que no tienen por qué avergonzarse? Una de las enseñas oficiales de la República Oriental del Uruguay lleva el lema "Libertad o Muerte". Fue enarbolada por los Treinta y Tres Orientales que, acaudillados por Lavalleja, iniciaron la cruzada libertadora contra la ocupación brasileña de la Banda Oriental, que culminó con la guerra de las Provincias Unidas contra el Imperio del Brasil. ¿Deberían hoy los uruguayos abolirla -siguiendo el criterio de nuestros diputados- porque hace mención a la muerte en el combate? ¿Podríamos argumentar que no se corresponde con principios humanistas, democráticos y ecuménicos del presente? Sostenerlo sería un verdadero disparate. El escudo de la República de Chile posee el lema "Por la Razón o la Fuerza", y a nadie se le ocurre modificarlo por considerarlo un concepto reñido con los principios democráticos y humanitarios. El escudo de la ciudad de Santiago, otorgado por el emperador Carlos V en 1552, ostenta un león rampante con desnuda espada, y el escudo es coronado; el de la ciudad de Lima, establecido por real cédula en 1537, lleva tres coronas, y por timbre y divisa, dos águilas coronadas. Estos símbolos imperiales y monárquicos no han despertado ni en chilenos ni en peruanos complejos ideológicos como para destruir su tradición. Y si de república hablamos, Francia posee un nutrido historial al respecto. Sin embargo, el escudo de París, luce tres flores de lis, símbolo de los Reyes de Francia y un barco, emblema de la Cofradía Medieval de los Marchantes del Agua. Hasta el presente, no hubo manifestaciones de diputados franceses que bregaran por modificarlo a causa de su contenido monárquico y medieval. ¿Sabrán esto los diputados Naddeo y Camps? Podríamos continuar con muchos ejemplos de banderas y escudos de países, ciudades y pueblos que rescatan sus raíces históricas, que han sido forjadas por hechos que, muchas veces, se tiñeron de sangre en guerras de independencia, en conflictos civiles o entre países. Nuestra bandera, la que surgió del homérico Manuel Belgrano, se manchó de sangre en Tucumán, Salta, Chacabuco, Maipú, Ituzaingó, Vuelta de Obligado, Caseros (enarbolada por ambos bandos en lucha), Curupaytí y recientemente Malvinas, por citar tan sólo algunas de las batallas más relevantes. ¿Se debe por ello, siguiendo el criterio de nuestros legisladores, trocarla por una anodina enseña resultante de un concurso público, como lo proponen en sus proyectos para la de la ciudad, porque la actual tiene un pasado que se cubrió con enfrentamientos que no fueron ecuménicos? Respecto del carácter denigratorio que los legisladores dan al concepto de monárquico, deberían recordar que, a partir de 1810, la búsqueda por encontrar una forma de gobierno tuvo a nuestros próceres divididos: algunos defendían la alternativa monárquica y otros, la republicana. Entre los que apoyaron la vía monárquica encontramos justamente al creador de nuestro pabellón nacional, Manuel Belgrano, quien sostuvo diversos proyectos coronados para el Río de la Plata. En 1819, Belgrano le escribe a José María Paz haciéndole comentarios críticos a la Constitución recientemente sancionada. "Esta Constitución y la forma de gobierno adoptada por ella no es, en mi opinión, la que conviene al país, pero habiéndola sancionado el Soberano Congreso Constituyente, seré el primero en obedecerla", afirmó allí. "Que no teníamos ni las virtudes ni la ilustración necesaria para ser República, y que era una monarquía moderada lo que nos convenía. No me gusta ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas, y quisiera ver un cetro entre esas manos." Es de esperar que la Legislatura de Buenos Aires rechace el proyecto que pretende, desde maniqueos y forzados prejuicios ideológicos, cambiar la bandera que lleva el escudo dado por el fundador de la ciudad, don Juan de Garay, y que hace a nuestra más pura tradición cultural hispano-criolla. Aunque no les sea placentero a los legisladores Naddeo y Camps, parafraseando a Rubén Darío, esta tierra americana, hija de España, "aún reza a Jesucristo y aún habla el español". (*) El autor es licenciado en Historia |