EL COMANDANTE HÉCTOR BONZO DIO SU TESTIMONIO INVALUABLE SOBRE LA GESTA DE LOS HÉROES Y MÁRTIRES DEL CRUCERO GRAL. BELGRANO EN "CASA PATRIA" por la Red Kalki http://redkalki.libreopinion.com/ - redkalki@libreopinion.com BUENOS
AIRES (RK) -- El pasado viernes 25 de abril, Casa Patria cerró su
ciclo de conferencias de abril con un evento muy importante: la exposición
del Comandante del Crucero ARA General Belgrano, Capitán de Navío (RE) Héctor
E. Bonzo. Tal como se esperaba, el acto fue un verdadero éxito y las
palabras de Bonzo constituyeron un valioso documento histórico, pues narró
con precisión y en forma detallada cómo se desarrolló la campaña del
crucero durante el conflicto de Malvinas, cómo era la vida cotidiana de
su tripulación, y cómo la misma enfrentó con disciplina y heroísmo el
artero ataque y el hundimiento de la nave por parte de un submarino
militar inglés, así como las gravísimas horas de supervivencia que
siguieron en pleno mar austral. Hoy
se cumple el 26º aniversario del trágico hecho, por lo que la Red
Kalki, en homenaje de tantos héroes y mártires, quiere ofrecer a sus
lectores el texto completo de esta conferencia tan especial realizada en
el CEDICAP. Es justo que destaquemos también la gran labor doctrinaria
que, semana a semana, está desplegando dicho instituto en defensa del
pensamiento nacional y de la verdad histórica. El
evento en Casa Patria comenzó con la entonación del Himno Nacional, tras
el cual se hizo un minuto de silencio en memoria de los Héroes del
Belgrano y de todos los caídos por nuestra amada Argentina. Seguidamente,
emocionados "¡PRESENTES!" y "¡VIVA LA PATRIA!" y
otras expresiones nacionalistas retumbaron en el salón, y la concurrencia
entonó con fervor la Marcha de Malvinas. La presentación del orador
estuvo a cargo del Secretario del CEDICAP, Nahuel Echeverría, quien leyó
los antecedentes biográficos y la extensa trayectoria del mismo. El
Comandante Héctor Bonzo fue recibido por la concurrencia con sonoros y
respetuosos aplausos, y debemos destacar su gran carisma y sensibilidad,
pues a lo largo de más de una hora y media supo cautivar a la audiencia
con su alocución, rememorando su extraordinaria experiencia al frente del
Crucero General Belgrano. Posteriormente, respondió con sencillez,
humildad y sabiduría cada una de las preguntas que le fueron formuladas,
y finalizada la conferencia, se quedó charlando con muchos asistentes en
distintos grupos, en el clima habitual de amistad y camaradería que reina
en Casa Patria. A
continuación reproducimos en forma textual y completa la conferencia del
Capitán de Navío (RE) Héctor E. Bonzo, Comandante del Crucero ARA
General Belgrano: CONFERENCIA
DEL COMANDANTE DEL CRUCERO GRAL. BELGRANO ASPECTOS
HUMANOS QUE RODEARON LA CAMPAÑA
DEL CRUCERO GENERAL BELGRANO Buenas
noches. Cuando yo escuchaba las palabras anteriores y observaba el minuto
de silencio, pensaba en la felicidad de aquellos hombres que están en el
Belgrano, al ver que con una gran sensibilidad se los sigue recordando, se
los sigue homenajeando. Creo que tantos mis tripulantes como yo, en ese
sentido, tenemos por nuestros 323 héroes algo muy especial. Los
recordamos en buena forma, no con pesadumbre, sino como "El
Negro", "El Flaco", "El Alto"... Es una forma
linda de recordarlos. Tenemos a nuestro lado a los deudos, a quienes
perdieron un ser querido en la guerra, y a veces se piensa que a lo mejor
cuando lo miran a uno dirán "¿por qué vos viviste y mi esposo murió?".
Sin embargo, la reacción es diferente, la reacción es de agradecimiento,
de consuelo. Salto
un poco en el tiempo, y vamos rápidamente hasta el día que llegamos
rescatados a la base naval de Puerto Belgrano. Esa noche yo fui con mi
segundo Comandante a una capilla, pero invitado, donde se estaba velando a
un conscripto que había muerto en el avión que lo traía desde Ushuaia,
muy quemado. El oficial de guardia del hospital se acercó antes de
entrar, yo iba con mi segundo Comandante, todavía íbamos casi con la
ropa mojada, se puede decir, y él me dice, como para prevenirme: "Señor,
en la capilla ardiente está el padre del conscripto Pérez". Esto
era una prevención para decirme a mi "no sé lo que puede
pasar". Era el primer encuentro que yo iba a tener con una persona
cuyo hijo había muerto en el Crucero Belgrano. Cuando entré, veo que una
persona se me acerca, seguramente le habían dicho "ése es el
Comandante", se pone enfrente mío y me da un abrazo. En ese abrazo
él me dice: "Capitán yo tendría que estar mucho más triste de lo
que estoy, pero ¿sabe qué pasa? Aquí en el bolsillo del corazón tengo
una carta de mi hijo, que me escribió desde Ushuaia cuando ustedes
entraron para reabastecerse y en la carta me dice ´Papá y mamá, cuídense
mucho, yo me voy a defender la Patria´". Juro que eso sucedió.
Claro, en esos momentos a mi me tembló el cuerpo, porque veía que tenía
una persona que con el dolor de que ahí estaba el cadáver de su hijo,
tenía eso adentro, que hace grande a las personas. Tenía respeto, tenía
amor, tenía amor a la Patria, tenía orgullo por lo que había hecho su
hijo. Ahora salgamos de esto que se los quise comentar porque pensando en
los 323 cada tanto me surge una cosa así, como rindiendo un homenaje. A
partir del día 28 comenzaron a llegar los destructores. Eran el Piedra
Buena y el Bouchard, y el buque tanque de YPF Rosales. El Puerto Rosales
ya no existe. El Petrolero de YPF estaba apto para dar combustible a la
flota de mar argentina. Así fue que en esos días tuvimos varios
incidentes, como por ejemplo una lancha rápida que se acercaba sin
distancia a conocer hacia la fuerza propia, una alarma roja de un avión
que no respondía a nuestro pedido de identificación, una conmoción
cerebral de un suboficial al caerse tres cubiertas hacia abajo, dos
operaciones de apéndice. Son todas cosas que nos iban preparando, nos
iban calentando en tomar decisiones. Por ejemplo, este suboficial cae y al
ratito viene el segundo comandante con el médico de abordo y me dice:
"Señor Comandante, tenemos un hombre con conmoción cerebral, no
sabemos que puede ocurrir. Necesita ser desembarcado". Yo estaba
sufriendo ahí una sangría programada y teníamos enfrente allá al
enemigo, y aquí tenía un hombre con conmoción cerebral que debía
desembarcar. ¿Cuál era la decisión más correcta? ¿Permanecer ahí en
mi puesto o acercarme hacia la Isla de Tierra del Fuego para desembarcarlo
en helicóptero? Tuve que pensarlo conmigo mismo, en eso que es la soledad
del comando, como es la soledad también de personas en la vida civil, del
jefe de empresa, el gerente, el director de una escuela, en donde uno
tiene que tomar decisiones solo, porque los demás solo asesoran. La
decisión mía fue acercarnos lo más rápido posible hacia la isla y
desembarcarlo en helicóptero: estaba en juego la vida de un hombre.
Tomada esa decisión, el buque zarpó de donde estaba y se dirigió a la
Isla Grande. No habían pasado unas tres horas de navegación, cuando
vuelve el segundo comandante y el médico, a bordo del comando, para
decirnos que sorpresivamente, milagrosamente, el suboficial Ibarra había
recuperado el conocimiento y estaba pidiendo, cuando se enteró de lo que
se estaba haciendo, que por favor no lo desembarcáramos. Rápidamente
volvimos con el buque al lugar dónde estábamos. Nos juntamos a comer en
las reuniones de camaradería de todos los años y nos acordamos de este
momento, en que él estuvo entre la vida y la muerte. Ibarra hoy está muy
bien, se siente fenómeno, tiene una linda familia, pero esa es otra cosa. El
día 29, un día después, recibo otro mensaje del Comando Superior, que
me decía que tenía que desplazarme hacia el este en procura y en
acercamiento a la flota inglesa, que había llegado ese día al este de
Puerto Argentino, o sea al este de las Malvinas. Porque en un principio se
pensaba que cuando la flota viniera su destino podía ser Georgias o
Malvinas. Decidieron por Malvinas. El lugar donde se acercó la Fuerza de
Tareas inglesa era Puerto Argentino, Puerto Stanley para los ingleses.
Pero yo me debía dirigir hacia el este acercándome al lugar donde estaba
la Fuerza de Tareas inglesa. El Crucero no tenía misiles Exocet, sí tenía
una artillería que alcanzaba los 23 kilómetros. Pero los destructores sí
tenían misiles Exocet. Entonces se armó un plan de batalla donde los
destructores iban a largar primero los Exocet, después venía el Crucero
para rematar a los ingleses que estuvieran averiados. La cuestión es que
salimos, empezamos a navegar, el tiempo empezó a ponerse bastante frío,
mucho frío, diez grados bajo cero, olas de siete u ocho metros, mucho
viento, cien kilómetros por hora, y nosotros navegábamos hacia el este.
A las seis de la tarde de ese día, estamos hablando del día 1º de mayo,
sábado 1º de mayo, entrábamos dentro de los radios de acción de la
aviación inglesa embarcada en los portaviones. Nuestra artillería era
pobre en relación con la velocidad de los Harriers, pero evidentemente
era molesta. Estábamos preparados para todo. Entonces, a las seis de la
tarde, yo ordené combate. Combate significa que el cien por cien de la
tripulación está en combate. El cocinero, el mayordomo, todo el buque en
combate. Los únicos dos que no están en combate son el Comandante y el
segundo Comandante. ¿Por qué? Porque recorren, ven cómo está la gente,
los alienta, tiene una visión directa de la respuesta que está teniendo
de la tripulación. Así lo hicimos a las seis de la tarde cubrimos el
combate. A medida que avanzaban nuestros buques el peligro era mayor. Estábamos
más cerca de la flota inglesa. Claro, yo no sabía por qué me dirigía
hacia allí, yo sabía que tenía que ir hacia ese lugar. Los
mensajes recibidos por todas las unidades y que mandaba el Comandante de
la Flota eran solamente lo que le interesaba a quien iba dirigido, y no
explicaba otras cosas para evitar interceptaciones no convenientes. Después
me enteré la razón por la cual yo iba, cuando terminó la guerra. Esa
noche, a las dos o tres de la mañana, me llega otro mensaje, en el cual
se me ordenaba suspender la operación que había iniciado y retrotraer
las fuerzas del buque hacia una posición de espera que estaba más al
oeste. Así fue como a las 6:30 de la mañana del día 2 de mayo, yo dí
la vuelta con mi buque y me dirigí hacia esa estación de espera. Acá
debo decirles algo. El día 1º de mayo, sábado, había habido un
bombardeo sobre Puerto Argentino. Eran los aviones ingleses que habían
decolado de la Isla Ascensión, prestada por los norteamericanos a los
ingleses. De ahí habían salido los aviones que bombardean el día 1º de
mayo a Puerto Argentino. Yo
en mi buque tenía órdenes a partir de ese momento de usar mis armas
contra todo aquel que se considerare enemigo. Lo que yo no sabía en ese
momento, cuando me estaba dirigiendo hacia el este, es que ahí, en las
proximidades, estaba el submarino Conqueror. Él me avistó el 1º de mayo
a la mañana, cuando yo estaba haciendo el combustible en el Puerto
Rosales en el mar. Él me había escuchado viniendo de Georgias con rumbo
directo por órdenes de Londres, y 80 kilómetros antes de verme a mi, él
me escucha. Escucha el sonido de las hélices del mar a 80 kilómetros de
distancia y ahí se da cuenta que en la otra posición está el Crucero, o
un grande, porque todavía no había visto que era el Crucero. Era un
grande. Pero cuando Londres le dice al submarino Conqueror, que estaba en
Georgias, que se dirija hacia ese punto, a esa posición de longitud,
Londres sí sabía que ahí estaba el Crucero. ¿Quién se lo dijo a
Londres?... Signo de interrogación. Los documentos ingleses están
guardados, bien guardados durante 30 años más. Dentro de 30 años vamos
a saber lo que muchos sospechamos y no podemos constatar... A
las diez de la mañana levanto combate, paso a cubrir crucero de guerra y
seguimos navegando. Más o menos a las 15:15 entro en el área Ignacio,
que era el área de espera donde yo tenía que permanecer. La atravieso. A
las 16:00 debía salir, ahí pegar la vuelta y mantenerme evolucionando
dentro de esa zona. Entonces,
a las 16:01 es cuando se escucha la primera explosión. La explosión me
toma a mi subiendo la escala al puente de comando. Yo había salido de la
sala de criptografía. Yo pasaba casi todo el tiempo en el puente, pero a
veces bajaba para ir al baño, para comer algo o para dormir. Había
salido de la sala de criptografía porque los mensajes se daban a bordo
encriptados, había una guardia de tres oficiales que se encargaba de
desencriptarlos y luego se los daba al Comandante, que era el único que
los podía ver. El Comandante decidía quiénes podían tomar conocimiento
de esos mensajes. Había mensajes que no convenía que tomara todo el
mundo conocimiento, había mensajes que convenía que el jefe de
operaciones o el jefe de artillería tomara el conocimiento. Siento la
explosión. Por el olor a acre, el olor ácido que invadió al buque, a
los pocos segundos de la explosión me di cuenta que era un torpedo. Había
pegado en el casco. Lo que no sabía era la magnitud de las secuelas que
podían tener esa explosión. Digo esto porque hay gente que estaba en
cubierta principal que escucha el ruido, escucha la explosión y piensa
que a lo mejor es la explosión de una "Santa Bárbara" propia,
o que era una bomba de aviación. Claro, estaban un poco lejos del
epicentro del golpe. Cuando yo siento ese olor ácido, ese olor
penetrante, acre, y la inclinación que empieza a tomar el buque
inmediatamente, porque el buque se para, es como quien va en una lancha rápida
y de golpe choca contra un barco de arena, se frena. Así fue lo que pasó.
Fue como si tuviera retrocohetes que se escapan y lo frenan al buque de
golpe. El Crucero tenía 13.000 toneladas de desplazamiento, 183 metros de
largo, son dos cuadras, era una mole. Frenar eso era algo muy, muy serio.
Sin embargo, el buque queda frenado. A los saltos llego hasta el puente y,
cuando estoy llegando al puente, escucho la segunda explosión. Un segundo
torpedo, que le pega en la proa al buque. Yo no lo alcanzo a ver eso, pero
sí la gente que estaba en el puente. Cuando yo llego, lo primero que me
dicen "Señor, una columna acaba de subir hacia arriba, una columna
de agua muy, muy grande". Y cuando cae… cuando cae la columna, le
faltaban al buque 15 metros de la proa. 15 metros se habían ido al agua.
Cuando estoy ya en el puente de comando, inexplicablemente los plexiglás
que rodeaban el puente estaban todos intactos, como si no hubiera pasado
nada. Compruebo que en todo el buque la energía quedó extinguida, las
luces apagadas, había chorros de petróleo, de vapor, tuberías
quebradas, estructuras totalmente dadas vueltas. A partir de ese momento
es entonces donde yo creo que se vienen los momentos más trágicos, los
60 minutos más tremendos que se pudieron vivir a bordo. La linterna, ese
elemento que nosotros en la casa lo tenemos como cualquier otro, ahí, en
las cubiertas bajas pasó a ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Habíamos practicado incluso el abandono del buque con las luces pagadas,
porque el adiestramiento que tenía la gente era el máximo. No podía
haber otro adiestramiento superior a ese y aún hoy lo dicen los hombres.
Gracias a ese adiestramiento nosotros estamos vivos. La cola en la paja,
las puteadas en el momento del adiestramiento estaban a la orden del día,
pero se fueron dando cuenta del valor de ese adiestramiento. ¿Que
había pasado entre las 16:05 y las 16:10 hasta las 16:25 con la gente?.
Se había ordenado por los parlantes, se había hecho correr la voz y la
gente estaba cubriendo los puestos de abandono, todo organizado. Ahora la
gente estaba en sus puestos de abandono, las balsas habían sido arrojadas
al agua, se habían inflado, porque se inflan solas, son auto inflables,
estaban amarradas al buque. Eran como un collar anaranjado rodeando el
buque pero la gente y, aquí viene lo mas importante que ustedes deben
saber, la gente durante veinte minutos permaneció en sus puestos de
abandono ayudándose, dándose ánimo mutuamente y ninguno entró en pánico.
Ninguno dijo "sálvese quien pueda", y créanme que la situación
daba como para cualquier cosa. ¿Teníamos miedo? claro que teníamos
miedo. Todos tenemos miedo, pero cada uno se lo dejó adentro, por eso no
hubo pánico, por eso no hubo contagio. Con que hubiese entrado en pánico
un solo hombre, hubiese contagiado al resto. Eso fue lo que ayudó a que
el abandono se hiciera en orden. Fue maravilloso. A
las 16:23, el Comandante, entonces, da la voz de abandono del buque. Habían
pasado 23 minutos del primer torpedeamiento. Estamos hablando de que el
buque tenia una inclinación de mas o menos veinte grados, y veinte grados
en un buque es como ochenta grados acá en tierra. Es impresionante. Uno
se resbala. Además, las cubiertas estaban empetroladas por el petróleo
que había salido. Había escapes de vapor. Un desastre. La gente se
estaba ayudando ahí y hubo casos yo diría heroicos. Me retrotraigo a la
época antes de zarpar de Puerto Belgrano, estamos hablando del 12 de
abril. Nosotros teníamos a bordo una cantina. Una cantina es como un
kiosco. Vende hojitas de afeitar, caramelos, cigarrillos, fósforos, esas
cosas, lapiceras, biromes, cartitas, cosas que hacen al bienestar de la
gente. La cantina estaba regenteada por dos civiles, los hermanos Ávila,
eran dos civiles. El día 12, con el segundo Comandante los llamamos a los
hermanos Ávila y les dijimos directamente lo siguiente: "La zarpada
que vamos a hacer ahora de navegación, no es de adiestramiento, es una
zarpada de guerra. Ustedes no tienen por qué venir a bordo, no están
obligados, de manera que se van a quedar en tierra. Tenemos dos cabos
principales que van a asumir la función de ustedes. Ellos van a atender
la cantina muy bien". Respuesta de los hermanos Ávila: "No señor.
¡No nos haga esto! Nosotros hace ocho años que somos cantineros del
Crucero. Lo queremos tanto como usted... ¡queremos zarpar con
ustedes!". Sus argumentos eran tan sólidos que se quedaron con
nosotros. Pasaron los días y llegamos a este momento que yo antes nombré.
La gente reagrupándose en los puestos de abandono. Uno de los hermanos Ávila
estaba en el puesto de abandono. Lo busca a su hermano, recorre los
puestos de abandono y no lo ve. Entonces se da cuenta que su hermano debe
haber quedado abajo, que no puede salir y entonces les dice a los de la
balsa "voy a buscar a mi hermano" y se va corriendo para bajar.
Los demás de la balsa le dicen "no, no vayas. No vas a poder
salir". Los dos hermanos Ávila son dos de los 323 héroes del
crucero... Ese es el aporte civil que también tuvo el Crucero General
Belgrano. Díganme si esa actitud de ese hombre no es heroica, como la de
otros. Bueno,
toda la gente se tira a las balsas. Las balsas, excelentes, son como
colchones. Algunos lo hacen tirándose, otros caen al agua. El contacto
del cuerpo caliente con el agua a cero grados, evidentemente, eso es muy
fuerte. Mucho murieron evidentemente por eso. Una persona dura no más de
cinco minutos hasta perder todo tipo de movilidad y muere. Yo estaba en el
puente. Cuando veo que la maniobra se está terminando, comienzo a bajar.
Bajo hasta la cubierta principal. El buque, ya casi era de noche, tenia
una inclinación de 25 grados, casi 30, y con un espíritu de hacer algo
por los hombres que estaban en el agua, tomé un cuchillo, corté algunas
sogas que agarraban algunas de las balsas que habían desembarcado de
repuesto en Puerto Belgrano, porque el buque también podía servir como
buque hospital, como buque logístico, porque tenía mucha capacidad
interior, y entonces llevábamos balsas para 1400, 1500 personas y
nosotros éramos 1000, 1090. Bueno, ese afán de decir que tengan algo más
delante, para agarrarse de algo, estaba cortando y escucho una voz detrás
mío, una voz que dice: "¡Vamos, Señor Comandante!". Y claro,
con el estrés que yo tenia, con la emoción de todo lo que estaba
pasando, pensé que me estaba chiflando el coco o que la mente me estaba
jugando una mala pasada. ¿Cómo podía ser si se habían ido todos? ¿Cómo
podía ser que alguien…? Sería una ilusión… Me doy vuelta y miro que
había un individuo parado ahí, con la capucha, con la "parca",
se llamaba parca al saco de agua, que me sigue gritando "¡Vamos, Señor
Comandante! Entonces yo pensé que evidentemente no me estaba engañando.
Entonces le grito, con todo el viento, el ruido de las explosiones que se
estaban produciendo al salir, el contacto del hierro caliente del buque
con el agua fría producía explosiones. Le digo de mala manera: "¡Abandone
el buque!". Porque él tenia todo el derecho de abandonar, y la
obligación de abandonar. Yo iba a decidir si me iba o me quedaba. Yo
tenia la responsabilidad del buque y créanme, se los digo como amigos, créanme
en ese momento mi vida no me interesaba nada. En ese momento yo les puedo
asegurar que es lo mismo que si ustedes se encontraran en un momento
determinado y uno de sus hijos esta por caer y usted se larga para
salvarlo porque no le importa su vida. Él me dice "¡No, Señor
Comandante!", y veo que no puedo torcerle esa idea. Le grito
"acompáñeme, vamos hasta la proa a ver si hay algún herido o una
persona que necesite ayuda médica". Entonces, vamos caminando, el
buque estaba lleno de petróleo, nos resbalábamos, llegamos hasta proa,
vemos que no hay nadie y volvemos hacia el centro. No lo reconocí al
hombre, porque ya era bastante de noche y estaba con la capucha. Le dije
de nuevo: "¡Abandone el buque!", y él me contesta: "¡No,
Señor, si usted se queda yo también!". Llegó
entonces el momento en que yo no podía hacer nada por el buque ni podía
hacer nada más por la gente y le prometo a él que después de él yo me
iba a tirar. Entonces él se hizo la señal de la cruz, se acercó a la
borda. La borda estaba levantada porque por estribor el buque estaba
inclinado. La banda de babor ya estaba metida en el agua, entonces no podíamos
salir por babor y por estribor estaba hasta arriba. Estaba todo el casco
hundiéndose, así que había que largarse por el costado, y nos amarramos
a unas sábanas, unas frazadas, y ahí se tiro al agua. Comenzó a nadar
hacia las balsas que estaban por allí esperando a dos figuras humanas que
estaban a bordo, que no sabían quienes eran pero que estaban moviéndose.
Nadé 60, 70 metros. No sé cómo, pero nadé. Había tres balsas que me
intentaron subir a bordo, me subí a una de ellas y a los 10 minutos veo
el buque hundirse totalmente. Ahí
comenzó una etapa que era la de las balsas. Es una parte muy interesante,
pero sería exigirle demasiado tiempo y paciencia a ustedes. Entonces me
gustaría remarcarles algún punto nada más. El líder en cada balsa era
el más antiguo, el que tenía más antigüedad. Eso fue algo que a mi me
impactó. ¡Que disciplina! ¡Que orden! ¡Que fuerza para poder afrontar
una cosa así y aún mantener el respeto! En una de las balsas había un
hombre que estaba muy mal y se muere. Por la ley del mar, una ley no
escrita pero muy tradicional, el cuerpo se arroja al agua, porque ese
cuerpo ya no presta ningún servicio y además psicológicamente es malo.
El jefe de la balsa le pregunta a los demás integrantes, y quiero decir,
entre paréntesis, que había balsas de más o menos 22 integrantes y
lamentablemente había otras de tres, y digo desgraciadamente porque a la
hora del rescate los tres hombres habían muerto congelados por la falta
de calor humano que producen 20 hombres dentro de una balsa cerradita... fíjense
lo que significa el calor humano. Bueno, muere entonces el Cabo Escobar, y
es ahí cuando el jefe de balsa dice: "Yo pienso que el cabo debe
permanecer con nosotros". No se sabía si serían rescatados, si
vendría el rescate al otro día, pero los 20 tripulantes restantes de la
basta, dijeron "Sí, Señor". El Cabo Escobar finalmente fue
subido al buque de rescate, muerto fue llevado a Ushuaia y está enterrado
en el cementerio de Rosario, y es ahí donde la esposa y los hijos le
pueden llevar una flor. Bueno,
han pasado 26 años. Yo les estoy contando esto porque es como si hubiese
sucedido ayer. Lo tengo tan presente y lo voy a tener presente hasta el día
que me muera. No sólo es un sentimiento mío, es de todos los
tripulantes. El año pasado nos juntamos en Puerto Belgrano por los 25 años.
Éramos más de 500, con sus familias, con sus hijos. Todos los años
hacemos una reunión de camaradería y el tema obligado es el Crucero
Belgrano. Pareciera que uno quisiera sacárselo de encima, olvidarse de
eso, y no es así. Vuelve, y vuelve en el buen sentido. Conclusión:
los valores que se jugaron en esta historia son desconocidos por gran
parte de la sociedad. Es un problema de responsabilidad. Los valores de
lealtad, de compañerismo, de amor a la Patria... ¡Qué valores! ¡Qué
valores que hubo en el año 1982 en el Belgrano! Por eso, agradezco la
atención con la que han escuchado mis palabras. Me siento muy
reconfortado y a gusto con ustedes. No se crean que todas mis conferencias
son así, hoy hablé de esta manera porque ví que realmente estaban
atentos, realmente sentían lo que les narraba. Permitánme decirles,
entonces, que hoy para mí ustedes también pasan a ser parte de mi
tripulación, la tripulación del Crucero General Belgrano. ¡Muchas
gracias!
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