El Sr. Tiberio Graziani nos envió un correo electrónico informando que el artículo publicado en Tsunami Político el día 12 de abril y titulado "Geopolítica: Rusia en el Siglo XXI" de su autoría, fue escrito hace un año y nos solicitó publicar el siguiente artículo escrito en abril de 2010.RUSIA,
CLAVE DE BÓVEDA DEL SISTEMA MULTIPOLAR
El
nuevo sistema multipolar está en fase de consolidación. Los principales
actores son los EE.UU., China, India y Rusia. Mientras la Unión Europea
está completamente ausente y nivelada en el marco de las indicaciones-diktat
procedentes de Washington y Londres, algunos países de la América
meridional, en particular Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina y Uruguay
manifiestan su firme voluntad de participación activa en la construcción
del nuevo orden mundial. Rusia, por su posición central en la masa eurasiática,
por su vasta extensión y por la actual orientación imprimida a la política
exterior por el tándem
Putin-Medvedev, será, muy probablemente, la clave de bóveda de la nueva
estructura planetaria. Pero, para cumplir con tal función epocal, tendrá
que superar algunos problemas internos: entre los primeros, los referentes
a la cuestión demográfica y la modernización del país, mientras, en el
plano internacional, tendrá que consolidar las relaciones con China e
India, instaurar lo más pronto posible un acuerdo estratégico con Turquía
y Japón y, sobre todo, tendrá que aclarar su posición en Oriente Medio
y en Oriente Próximo.
Consideraciones
sobre el escenario actual
Con
el fin de presentar un rápido examen del actual escenario mundial y para
comprender mejor las dinámicas en marcha que lo configuran, proponemos
una clasificación de los actores en juego, considerándolos ya sea por la
función que desempeñan en su propio espacio geopolítico o esfera de
influencia, ya sea como entidades susceptibles de profundas evoluciones
en base a variables específicas. El
presente marco internacional nos muestra al menos tres clases principales
de actores. Los actores hegemónicos, los actores emergentes y,
finalmente, el grupo de los seguidores y de los subordinados. Por razones
analíticas, hay que añadir a estas tres categorías una cuarta,
constituida por las naciones que, excluidas, por diversos motivos, del
juego de la política mundial, están buscando su función. Los
actores hegemónicos
Al
primer grupo pertenecen los países que, por su particular postura geopolítica,
que los identifica como áreas pivote, o por la proyección de su fuerza
militar o económica, determinan las elecciones y las relaciones
internacionales de las restantes naciones. Además, los actores hegemónicos
influyen directamente también sobre algunas organizaciones globales,
entre las cuales se encuentran el Fondo Monetario Internacional (FMI), el
Banco Mundial (BM), y la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Entre
las naciones que presentan tales características, aunque con matices
diversos, podemos contar a los Estados Unidos, China, India y Rusia. La
función geopolítica que actualmente ejercen los EE.UU. es la de
constituir el centro físico y el mando del sistema occidental nacido al
final de la Segunda Guerra Mundial. La característica principal de la
nación norteamericana, con respecto al resto del planeta, está
representada por su expansionismo, llevado a cabo con una particular
agresividad y mediante la extensión de dispositivos militares a escala
global. El carácter imperialista debido a su específica condición de
potencia marítima le impone comportamientos colonialistas hacia amplias
porciones de lo que considera impropiamente su espacio geopolítico (1).
Las variables que podrían determinar un cambio de función de los EE.UU.
son esencialmente tres: a) la crisis estructural de la economía
neoliberal; b) la elefantiasis imperialista; c) las potenciales tensiones
con Japón, Europa y algunos países de la América centro-meridional. China,
India y Rusia, en cuanto naciones-continente de vocación terrestre,
ambicionan desempeñar sus respectivas funciones macro-regionales en el ámbito
eurasiático sobre la base de una común orientación, por otra parte, en
fase de avanzada estructuración. Tales funciones, sin embargo, están
condicionadas por algunas variables entre las cuales destacamos: b)
las tensiones
debidas a las deshomogeneidades sociales, culturales y étnicas dentro de
sus propios espacios; c) la cuestión demográfica que impone adecuadas y diversificadas soluciones para los tres países. Por
cuanto respecta a la variable referente a las políticas de modernización,
observamos que, al estar estas demasiado interrelacionadas en los aspectos
económico-financieros con el sistema occidental, de modo particular con
los Estados Unidos, a menudo quitan a las naciones eurasiáticas la
iniciativa en la arena internacional, las exponen a las presiones del
sistema internacional, constituido principalmente por la triada ONU, FMI y
BM (2) y, sobre todo, les imponen el principio de la interdependencia económica,
histórico eje de la expansión económica de los EE.UU. En relación a la
segunda variable, observamos que la escasa atención que Moscú, Pekín y
Nueva Delhi prestan a la contención o solución de las respectivas
tensiones endógenas ofrece a su antagonista principal, los Estados
Unidos, la ocasión de debilitar el prestigio de los gobiernos y
obstaculizar la estructuración del espacio eurasiático. Finalmente,
considerando la tercera variable, apreciamos que políticas demográficas
no coordinadas entre las tres potencias eurasiáticas, en particular entre
Rusia y China, podrían a la larga crear choques para la realización de
un sistema continental equilibrado. Las
relaciones entre los miembros de esta clase deciden las reglas principales
de la política mundial. En
consideración de la presencia de hasta 4 naciones-continente (tres
naciones eurasiáticas y una norteamericana) es posible definir el actual
sistema geopolítico como multipolar. Los
actores emergentes
Los
actores emergentes aumentan sus grados de libertad en virtud de las
alianzas y de las fricciones entre los miembros del club
de los hegemónicos así como de la conciencia geopolítica de sus clases
dirigentes. El
número de los actores emergentes y su colocación en los dos hemisferios
septentrionales (Turquía y Japón) y meridional (países
latinoamericanos) además de acelerar la consolidación del nuevo sistema
multipolar, trazan sus dos ejes principales: Eurasia y América
indiolatina. Los
seguidores-subordinados y los subordinados
La designación
de actores seguidores y subordinados, aquí propuesta, pretende subrayar
las potencialidades geopolíticas de los pertenecientes a esta clase con
respecto a su transición a las otras. Hay que calificar como
seguidores-subordinados a los actores que consideran útil, por afinidad,
intereses varios o por condiciones históricas particulares,
formar parte de la esfera de influencia
de una de las naciones hegemónicas. Los seguidores-subordinados
reconocen al país hegemónico la función de nación-guía. Entre estos
podemos mencionar, por ejemplo, la República Sudafricana, Arabia Saudí,
Jordania, Egipto, Corea del Sur. Los subordinados de este tipo, dado que
siguen a los EE.UU. como nación guía, a menos que surjan convulsiones
provocadas o gestionadas por otros, compartirán su destino geopolítico.
La relación que mantienen estos actores y el país hegemónico es de
tipo, mutatis mutandis, vasallático. En
cambio, se pueden considerar completamente subordinados los actores que,
exteriores al espacio geopolítico natural del país hegemónico, padecen
su dominio. La clase de los países subordinados está marcada por la
ausencia de una conciencia geopolítica autónoma o, mejor todavía, por
la incapacidad de sus clases dirigentes de valorar los elementos mínimos
y suficientes para proponer y, por tanto, elaborar una doctrina geopolítica
propia. Las razones de esta ausencia son múltiples y variadas, entre
estas podemos mencionar la fragmentación del espacio geopolítico en
demasiadas entidades estatales, la colonización cultural, política y
militar ejercida por la nación hegemónica, la dependencia económica
hacia el país dominante, las estrechas y particulares relaciones que
mantienen el actor hegemónico y las clases dirigentes nacionales, que,
configurándose como auténticas oligarquías, están preocupadas más de
su supervivencia que de los intereses populares nacionales que deberían
representar y sostener. Las naciones que constituyen la Unión Europea
entran en esta categoría, con excepción de Gran Bretaña por la conocida
special relationship que
mantiene con los EE.UU. (4). La
pertenencia de la Unión Europea a esta clase de actores se debe a su
situación geopolítica y geoestratégica. En el ámbito de las doctrinas
geopolíticas estadounidenses, Europa siempre ha sido considerada, desde
el estallido de la Segunda Guerra Mundial, una cabeza de puente tendida
hacia el centro de la masa eurasiática (5). Tal papel condiciona las
relaciones entre la Unión Europea y los países exteriores al sistema
occidental, en primer lugar, Rusia y los países de Oriente Próximo y de
Oriente Medio. Además de determinar el sistema de defensa de la UE y sus
alianzas militares, este particular papel influye, a menudo incluso
profundamente, en la política interior y las estrategias económicas de
sus miembros, en concreto, las referentes al aprovisionamiento de recursos
energéticos (6) y de materiales estratégicos, así como las elecciones
en materia de investigación y desarrollo tecnológico. La situación
geopolítica de la Unión Europea parece haberse agravado ulteriormente
con el nuevo curso que Sarkozy y Merkel han imprimido a las respectivas
políticas exteriores, dirigidas más a la constitución de un mercado
trasatlántico que al reforzamiento del europeo. Las
variables que, en el momento actual, podrían permitir a los países
miembros de la Unión Europea pasar a la categoría de los emergentes
tienen que ver con la calidad y el grado de intensificación de sus
relaciones con Moscú en referencia a la cuestión del aprovisionamiento
energético (North y South Stream), a
la cuestión de la seguridad (OTAN) y a la política próximo y
medio-oriental (Irán e Israel). Que lo que acabamos de escribir es algo
posible lo demuestra el caso de Turquía. A pesar de la hipoteca de la
OTAN que la vincula al sistema occidental, Ankara, apelando precisamente a
las relaciones con Moscú en lo referente a la cuestión energética, y
asumiendo, respecto a las directivas de Washington, una posición excéntrica
sobre la cuestión israelo-palestina, está en el camino hacia la
emancipación de la tutela americana (7). Los
seguidores y subordinados, debido a su debilidad, representan el posible
terreno de choque sobre el que podrían confrontarse los polos del nuevo
orden mundial. Los
excluidos En
la categoría de los excluidos entran lógicamente todos los otros
estados. Desde un punto de vista geoestratégico, los excluidos
constituyen un obstáculo a las miras de uno o más actores de los actores
hegemónicos. Entre los pertenecientes a este grupo, asumen un particular
relieve, con respecto a los EE.UU. y el nuevo sistema multipolar, Siria,
Irán, Myanmar y Corea del Norte. En el marco de la estrategia
estadounidense para cercar la masa eurasiática, de hecho, el control de
las áreas que actualmente se encuentran bajo la soberanía de esas
naciones representa un objetivo prioritario que ha de ser alcanzado a
corto-medio plazo. Siria e Irán se interponen a la realización del
proyecto norteamericano del Nuevo
Gran Oriente Medio, es decir, al control total sobre la larga y amplia
franja que desde Marruecos llega a las repúblicas centroasiáticas, auténtico
soft underbelly de Eurasia;
Myanmar constituye una potencial vía de acceso en el espacio chino-indio
a partir del Océano Índico y un emplazamiento estratégico para el
control del Golfo de Bengala y del Mar de Andamán; Corea del Norte, además
de ser una vía de acceso hacia China y Rusia, junto al resto de la península
coreana (Corea del Sur) constituye una base estratégica para el control
del Mar Amarillo y del Mar del Japón. Los
excluidos más arriba citados, en base a las relaciones que cultivan con
los nuevos actores hegemónicos (China, India, Rusia) y con algunos
emergentes podrían entrar nuevamente en el juego de la política mundial
y asumir, por tanto, un importante papel funcional en el ámbito del nuevo
sistema multipolar. Este es el caso de Irán. Irán goza del status de país
observador en el ámbito de la OTSC, la Organización del Tratado de
Seguridad Colectiva, considerada por muchos analistas la respuesta rusa a
la OTAN, y es candidato al ingreso en la Organización para la Cooperación
de Shangai, entre cuyos miembros figuran Rusia, China y las repúblicas
centroasiáticas. Además, tiene sólidas relaciones económico-comerciales
con los mayores países de la América indiolatina. La
reescritura de las nuevas reglas
Los
países que pertenecen a la clase de los actores hegemónicos
anteriormente descrita tratan de proyectar, por primera vez después de la
larga fase bipolar y la breve unipolar, su influencia sobre todo el
planeta con la finalidad de contribuir, con recorridos y metas específicas,
a la realización de la nueva configuración geopolítica global. A
finales de la primera década del siglo XXI se asiste, por tanto, al
retorno de la política mundial, articulada esta vez en términos
continentales (8). La puesta en juego está constituida, no sólo por el
acaparamiento de los recursos energéticos y de las materias primas, por
el dominio de importantes nudos estratégicos, sino, sobre todo,
considerando el número de actores y la complejidad del escenario mundial,
por la reescritura de nuevas reglas. Estas reglas, resultantes de la
delimitación de nuevas esferas de influencia, definirán, con toda
probabilidad durante un largo periodo, las relaciones entre los actores
continentales y, por tanto, también un nuevo derecho. No ya un derecho
internacional exclusivamente construido sobre las ideologías
occidentales, sustancialmente basado en el derecho de ciudadanía como se
ha desarrollado a partir de la Revolución Francesa y en el concepto de
estado-nación, sino un derecho que tenga en cuenta las soberanías políticas
tal y como se manifiestan y se estructuran concretamente en los diversos
ámbitos culturales de todo el planeta. Los
Estados Unidos, aunque actualmente se encuentren en un estado de profunda
postración causado por una compleja crisis económico-financiera (que ha
evidenciado, por otra parte, las carencias y debilidades estructurales de
la potencia bioceánica y de todo el sistema occidental), por el duradero impasse
militar en el teatro afgano y por la pérdida del control de vastas
porciones de la América meridional, prosiguen,
sin embargo, en continuidad con las doctrinas geopolíticas de los últimos
años, con la acción de presión hacia Rusia, área geopolítica que
constituye su verdadero objetivo estratégico con
vistas a la hegemonía planetaria. En el momento actual, la
desestructuración de Rusia, o, por lo menos, su debilitamiento,
representaría para los Estados Unidos, no sólo un objetivo que persigue
al menos desde 1945, sino también una ocasión para ganar tiempo y poner
remedios eficaces para la solución de su propia crisis interna y para
reformular el sistema occidental. Precisamente,
teniendo bien presente tal objetivo, resulta más fácil interpretar la
política exterior adoptada recientemente por la administración Obama con
respecto a Pekín y Nueva Delhi. Una política que, aunque tendente a
recrear un clima de confianza entre las dos potencias euroasiáticas y los
Estados Unidos, no parece dar en absoluto los resultados esperados, a
causa del excesivo pragmatismo y de la exagerada ausencia de escrúpulos
que parecen caracterizar tanto al presidente Barack Obama como a su
Secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton. Un ejemplo de esa ausencia
de escrúpulos y del pragmatismo, así como de la escasa diplomacia, entre
otros muchos, es el referente a las relaciones contrastantes que
Washington ha mantenido recientemente con el Dalai Lama y con Pekín. Tales
comportamientos, dadas las condiciones de debilidad en que se encuentra la
ex hyperpuissance, son un rasgo
del cansancio y del nerviosismo con que el actual liderazgo estadounidense
trata de enfrentarse y taponar el progresivo ascenso de las mayores
naciones eurasiáticas y la reafirmación de Rusia como potencia mundial.
Las relaciones que Washington cultiva con Pekín y Nueva Delhi trascurren
por dos vías. Por un lado, sobre la base del principio de
interdependencia económica y mediante la ejecución de específicas políticas
financieras y monetarias, los EE.UU. tratan de insertar a China e India en
el ámbito del que denominan como sistema global. Este sistema, en
realidad, es la proyección del occidental a escala planetaria, ya que las
reglas en las que se basaría son precisamente las de este último. Por
otro lado, a través de una continua y apremiante campaña denigratoria,
la potencia estadounidense trata de desacreditar a los gobiernos de las
dos naciones eurasiáticas y de desestabilizarlas, sirviéndose de sus
contradicciones y de sus tensiones internas. La estrategia actual
es sustancialmente la versión actualizada de la política llamada de congagement
(containment, engagement), aplicada, esta vez, no sólo a China sino también,
parcialmente, a India. Sin
embargo, hay que subrayar que el dato cierto de esta administración demócrata,
que tomó posesión en Washington en enero de 2009, es la creciente
militarización con la que tiende a condicionar las relaciones con Moscú.
Más allá de la retórica pacifista, el premio Nobel Obama, de hecho,
sigue, con la finalidad de alcanzar la hegemonía global, las líneas-guía
trazadas por las precedentes administraciones, que se reducen, de forma
sumamente sintética, a dos: a) potenciación y extensión de las
guarniciones militares; b) balcanización de todo el planeta según parámetros
étnicos, religiosos y culturales. Ante
la clara y manifiesta tendencia de los EE.UU. hacia el dominio global
–en los últimos tiempos marcadamente sustentada por el corpus ideológico-religioso
veterotestamentario (9) más que por un cuidadoso análisis del momento
actual que llevase la impronta de la Realpolitik
–China, India y Rusia, al contrario, parecen ser bien
conscientes de las condiciones actuales que les llaman a una asunción
de responsabilidades tanto a nivel continental como global. Tal asunción
parece desarrollarse mediante acciones tendentes a la realización de una
mayor y mejor articulada integración eurasiática así como mediante el
apoyo de las políticas pro-continentales de los países sudamericanos. La
centralidad de Rusia
Mientras
en relación a la masa euroafroasiática, la función central de Rusia
como su heartland, tal y como
fue sustancialmente formulada por Mackinder, es nuevamente confirmada por
el actual marco internacional, más problemática y más compleja resulta,
en cambio, su función en el proceso de consolidación del nuevo sistema
multipolar. Espina
dorsal de Eurasia y puente eurasiático entre Japón y Europa Los
elementos que han permitido a Rusia reafirmar su importancia en el
contexto eurasiático, muy esquemáticamente, son: a)
reapropiación
por parte del Estado de algunas industrias estratégicas; b)
contención de
los impulsos secesionistas; c)
uso “geopolítico”
de los recursos energéticos; d)
política
dirigida a la recuperación del “exterior próximo”; e)
constitución
del partenariado Rusia-OTAN, como mesa de discusión destinada a
contener el proceso de ampliación del dispositivo militar atlántico; f)
tejido de
relaciones a escala continental, orientadas a una integración con las repúblicas
centroasiáticas, China e India; g)
constitución y
cualificación de aparatos de seguridad colectiva (OTCS y OCS). Si
la gestión, antes de Putin y ahora de Medvedev, del agregado de elementos
más arriba considerados ha mostrado, en las presentes condiciones históricas,
la función de Rusia como espina dorsal de Eurasia, y, por tanto, como área
gravitacional de cualquier proceso orientado a la integración
continental, sin embargo, no ha puesto en evidencia su carácter
estructural, importante para las relaciones ruso-europeas y
ruso-japonesas, es decir, el de ser el puente eurasiático entre la península
europea y el arco insular constituido por Japón. Rusia,
considerada como puente eurasiático entre Europa y Japón, obliga al
Kremlin a una elección estratégica decisiva para los desarrollos del
futuro escenario mundial: la desestructuración del sistema occidental.
Moscú puede conseguir tal objetivo con éxito, a medio y largo plazo,
intensificando las relaciones que cultiva con Ankara por cuanto respecta a
las grandes infraestructuras (South
Stream) y poniendo en marcha otras nuevas con respecto a la seguridad
colectiva. Acuerdos de este tipo provocarían ciertamente un terremoto en
toda la Unión Europea, obligando a los gobiernos europeos a tomar una
posición neta entre la aceptación de una mayor subordinación a los
intereses estadounidenses o la perspectiva de un partenariado
euro-ruso (en la práctica, eurasiático, considerando las relaciones
entre Moscú, Pekín y Nueva Delhi), que respondiera en mayor medida a los
intereses de las naciones y de los pueblos europeos (10). Una iniciativa
análoga debería ser tomada por Moscú con respecto a Japón, incluyéndose
como socio estratégico en el contexto de las nuevas relaciones entre Pekín
y Tokio y, sobre todo, poniendo en marcha, siempre junto a China, un
proceso apropiado de integración de Japón en el sistema de seguridad
eurasiático en el ámbito de la Organización para la Cooperación de
Shangai (11). Clave
de bóveda del nuevo orden mundial Con
respecto al nuevo orden mundial, Rusia parece poseer los elementos base
para cumplir una función epocal, la de clave de bóveda de todo el
sistema. Uno de los elementos está constituido precisamente por su
centralidad en el ámbito eurasiático como hemos expuesto anteriormente,
otros dependen de sus relaciones con los países de la América
meridional, de su política en Oriente Próximo y en Oriente Medio y de su
renovado interés por la zona ártica. Estos cuatro factores resultan
problemáticos ya que están estrechamente ligados a la evolución de las
relaciones existentes entre Moscú y Pekín. China, como se sabe, ha
estrechado, al igual que Rusia, sólidas alianzas económico-comerciales
con los países emergentes de la América indiolatina, lleva en Oriente
Medio y en Oriente Próximo una política de pleno apoyo a Irán y, además,
manifiesta una gran atención por los territorios siberianos y árticos
(12). Considerando lo que acabamos de recordar, si las relaciones entre
Pekín y Moscú se desarrollan en sentido todavía más acentuadamente
eurasiático, prefigurando una especie de alianza estratégica entre los
dos colosos, la consolidación del nuevo sistema multipolar se beneficiará
de una aceleración, en caso contrario, sufrirá una ralentización o
entrará en una situación de estancamiento. La ralentización o el
estancamiento proporcionarían el tiempo necesario para que el sistema
occidental pudiera reconfigurarse y volviera a entrar, por tanto, en el
juego en las mismas condiciones que los otros actores. El
nudo gordiano de Oriente Próximo y de Oriente Medio – la obligación de
una elección de campo Entre
los elementos más arriba considerados, referentes a la función global
que Rusia podría desempeñar, la política próximo y medio-oriental del
Kremlin parece ser la más problemática. Esto es así a causa de la
importancia que este tablero representa en el marco general del gran juego
mundial y por el significado particular que ha asumido, a partir de la
crisis de Suez de 1956, en el interior de las doctrinas geopolíticas
estadounidenses. Como se recordará, la política rusa, o mejor, soviética,
en Oriente Próximo, después de una primera orientación pro-sionista de
los años 1947-48, que, por otra parte, se extendió hasta febrero de
1953, cuando se consumó la ruptura formal entre Moscú y Tel Aviv, se
dirigió decididamente hacia el mundo árabe. En el sistema de alianzas de
la época, el Egipto de Nasser se convirtió en el país central de esta
nueva dirección del Kremlin, mientras el neo-estado sionista representó
el special partner de
Washington. Entre altibajos, Rusia, tras la licuefacción de la URSS,
mantuvo esta orientación filo-árabe, aunque con algunas dificultades. En
el cambiado marco regional, determinado por tres acontecimientos
principales: a) inserción de Egipto en la esfera de influencia
estadounidense; b) eliminación de Irak; c) perturbación del área afgana
que atestiguan el retroceso de la influencia rusa en la región y el
contextual avance, también militar, de los Estados Unidos, el país
central de la política próximo y medio-oriental rusa está lógicamente
representado por la República Islámica de Irán. Mientras
esto ha sido ampliamente comprendido por Pekín, en el marco de la
estrategia orientada a su reforzamiento en la masa continental euroafroasiática,
no se puede decir lo mismo de Moscú. Si el Kremlin no se da prisa y
declara abiertamente su elección de campo a favor de Teherán, disponiéndose
de esa manera a cortar el nudo gordiano que constituye la relación entre
Washington y Tel Aviv, correrá el riesgo de anular su potencial función
en el nuevo orden mundial. (*)
Director de Eurasia. Rivista di studi geopolitici
– www.eurasia-rivista.org
- direzione@eurasia-rivista.org (Traducido
por Javier Estrada) Notas: 1.
El sistema occidental, tal y como se ha afirmado desde 1945 hasta nuestros
días, está estructuralmente compuesto por dos principales espacios
geopolíticos distintos, el angloamericano y el de la América
indiolatina, a los que se añaden porciones del espacio eurasiático.
Estas últimas están constituidas por Europa (península eurasiática y
cremallera euroafroasiática) y por Japón (arco insular eurasiático). La
América indiolatina, Europa y Japón han de ser considerados, por tanto,
en relación al sistema « occidental », más propiamente, como
esferas de influencia de la potencia del otro lado del Océano. 2.
La ONU, el FMI y el BM, en el ámbito de la confrontación entre el
sistema occidental guiado por los EE.UU. y las potencias eurasiáticas,
de hecho, desempeñan la función de dispositivos geopolíticos por cuenta
de Washington. 3.
Por cuanto respecta al redescubrimietno de la vocación continental de la
América centromeridional en el ámbito del debate geopolítico, madurado
en relación a la oleada globalizadora de los últimos veinte años, nos
remitimos, entre otros, a los trabajos de Luiz A. Moniz Bandeira, Alberto
Buela, Marcelo Gullo, Helio Jaguaribe, Carlos Pereyra Mele, Samuel
Pinheiro Guimares, Bernardo Quagliotti De Bellis; señalamos, además, la
reciente publicación de Diccionario latinoamericano de seguridad y
geopolitíca (dirección editorial a cargo de Miguel
Ángel Barrios), Buenos Aires 2009. 4.
Luca Bellocchio, L'eterna alleanza? La special relationship
angloamericana tra continuità e mutamento, Milán 2006. 5.
Por motivaciones geoestratégicas análogas, siempre referentes al cerco
de la masa eurasiática, los EE.UU. consideran Japón una de sus cabezas
de puente, muy semejante a la europea. 6.
En el específico sector del gas y del petróleo, la influencia
estadounidense y, en parte, británica determinan la elección de los
miembros de la UE respecto a sus socios extra-europeos, a las rutas para
el transporte de los recursos energéticos y la proyección de las
consiguientes infraestructuras. 7.
Un
enfoque teórico referente a los procesos de transición de un Estado de
una posición de subordinación a una de autonomía respecto a la esfera
de influencia en que se inscribe, ha sido recientemente tratado por el
argentino Marcelo Gullo en el ensayo La insubordinación fundante.
Breve historia de la construcción del
poder de las naciones, Buenos Aires 2008. 8.
A tal respecto, son significativos los llamamientos constantes de Caracas,
Buenos Aires y Brasilia a la unidad continental. En
el apasionado discurso de toma de posesión de la presidencia de Uruguay,
que tuvo lugar en la Asamblea general del parlamento nacional el 1 de
marzo de 2010, el recién elegido José Mujica Cordano, ex tupamaro,
subrayó con vigor que “Somos
una familia balcanizada, que quiere juntarse, pero no puede. Hicimos, tal
vez, muchos hermosos países, pero seguimos fracasando en hacer la Patria
Grande.
Por
lo menos hasta ahora. No perdemos la esperanza, porque aún están vivos
los sentimientos: desde el Río Bravo a las Malvinas vive una sola nación,
la nación latino-americana”. 9.
Eso también en consideración de la política
“prosionista” que Washington lleva en Oriente Próximo y en Oriente
Medio. Véase a tal propósito el largo ensayo de J. Mearsheimer e Stephen
M. Walt, La Israel lobby e la politica estera americana, Milán,
2007 (Hay
versión española, El lobby israelí, Taurus, 2007). 10.
Una hipótesis de partenariado
euro-ruso, basado en el eje París-Berlín-Moscú, fue propuesto en un
contexto diverso del actual en el brillante ensayo de Henri De Grossouvre,
Paris, Berlin, Moscou. La voie de la paix et de l’independénce,
Lausana 2002. 11.
La ampliación
de las estructuras continentales (globales en el caso de la OTAN) de
seguridad y defensa parece ser el índice del grado de consolidación del
sistema multipolar. Además de la OTAN, la OTSC y las iniciativas en el ámbito
de la OCS, hay que recordar también el Consejo de Defensa Suramericano
(CDS) de
la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR). 12.
Linda Jakobson, China prepares for an ice-free Arctic, Sipri
Insights on Peace and Securiry, no. 2010/2 Marzo 2010.
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