ALMIRANTE GUILLERMO BROWN extractado del site "Ni un paso atras"
Nació en el condado de May, pero su corazón irlandés fue libre bajo la Cruz del Sur, y vengó en mares meridionales la libertad conculcada a su isla esmeralda.
En marzo de 1814, la causa de la Revolución se hallaba en peligro. España acababa de expulsar a las tropas napoleónicas y se aprestaba a reconquistar sus colonias. Los patriotas se hallaban desalentados por una serie de reveses y frente mismo a sus costas se alzaba el bastión realista de Montevideo. En una decisión estratégica fundacional, el gobierno de Buenos Aires decide crear una escuadra para hacer frente a la Armada Real española. Se compran viejos mercantes y sumacas de cabotaje fluvial y se buscan hombres con experiencia naval de muy diversas nacionalidades: españoles desertores, franceses como Courrande, norteamericanos como Benjamin Seaver, griegos como Spiro, irlandeses... Se completan las dotaciones con criollos bisoños y mulatos. El mando le es conferido a don Guillermo Brown, experimentado marino irlandés recientemente emigrado al Río de la Plata y entusiasta de la libertad. Resulta interesante señalar que el jefe de la estación británica en el Río de la Plata, comodoro William Bowles, presenta una nota de protesta al gobierno en la cual afirma que la escuadra es una idea descabellada y que, una vez en alta mar, estos hombres pueden causar daños a los intereses británicos. Brown pone rumbo a la isla Martín García y el 10 de marzo se enfrenta con la escuadra realista dirigida por el capitán de navío Jacinto de Romarate en un combate encarnizado en el cual Seaver cae en acción y Brown queda varado con su nave capitana Hércules, que recibe 80 impactos en su casco y sufre graves pérdidas. En ese momento de literal zozobra aflora su temple, reordena a sus naves y ataca de nuevo. El teniente Pedro Orona –criollo- dirige una fuerza de desembarco, toma la isla y vuelve las baterías contra los buques realistas, que se retiran a toda vela. El 17 de mayo un concierto de trescientos cañones de ambas flotas frente a las costas de Montevideo concluye con una gran victoria de Brown sobre los españoles y el bastión realista capitula. La Revolución de Mayo está a salvo. Al año siguiente Brown pone proa al Pacífico, captura varias presas importantes como las fragatas Gobernadora y Consecuencia, cañonea la fortaleza de El Callao y lleva el pabellón nacional hasta las costas de Nueva Granada. Por una herida que recibe y que lo dejará cojo para toda su vida debe regresar a Buenos Aires, donde es nombrado comandante general de Marina. Se retira a su quinta de Barracas hasta que un nuevo imperio, Brasil, desafía a las Provincias Unidas y regresa al servicio en 1826. La relación de fuerzas con los primos es un tanto desproporcionada: 80 buques brasileños de distinto porte contra sólo dos bergantines y 13 cañoneras nuestras. Combate primero frente a Colonia siéndole adversa la suerte, pero pronto vendrá la revancha: el 11 de junio de 1826, al mando de once naves mal pertrechadas derrota a 31 naves imperiales en Los Pozos. Pero la acción de Quilmes desborda los límites del heroísmo. Al amanecer del 30 de julio, 22 naves imperiales aparecen formadas en línea. Brown tiene entonces... sólo tres buques, de los cuales uno es poco más que un bote. Su plan consiste en cortar la línea del enemigo a la altura de retaguardia para luego batir a cada nave por separado. La misma maniobra de Nelson en Trafalgar, pero con muchos menos barcos a favor. Lanza el ataque, pero las otras naves no lo siguen por quedar rezagadas o por indecisión. Corta solo la línea enemiga con su capitana 25 de Mayo, pero queda rodeado y las unidades imperiales se turnan para castigarlo durante tres horas. Al bravo Espora un cañonazo le arranca la bocina de la mano, él pide otra y sigue reglando el fuego hasta que es herido, entonces sigue en camilla dando órdenes. Por fin vienen los refuerzos y logran salvar la nave, que termina con treinta rumbos en el casco. Entonces Brown pronuncia su épica amonestación a un oficial dubitativo: “¡No conozco más valientes que Brown, Espora y Rosales!”. En 1827 derrota a los brasileños en Juncal y en Monte Santiago, donde muere el capitán Francisco Drummond, novio de su hija, que al recibir la noticia se quita la vida arrojándose al río. En 1841 Rosas lo llama de nuevo al servicio, derrota a los riveristas frente a Montevideo y luego vence a la escuadra mandada por el bandido italiano Garibaldi, responsable de violentas tropelías ante nuestras costas. Y en 1845, las dos potencias más poderosas del mundo mandan sus flotas para atropellar la voluntad de la Confederación Argentina de determinarse a sí misma. Como siempre, enfrentó a los enemigos de su patria adoptiva sin ningún reparo, pero su escuadra fue apresada. Pero otro Brown, su hijo Eduardo, combatió en Obligado al mando de una batería. Fallece el 3 de marzo de 1857, recibiendo los sacramentos del padre Fahey. Sus últimas palabras fueron: “Con el principal abordo, ya puedo cambiar de puerto”. Ése fue el Almirante Guillermo Brown. Casi siempre en desventaja, con menos cañones, con sus barcos desarbolados y sus bandas reducidas a astillas por la metralla enemiga, pero se batió con el alma mientras tuvo una cubierta bajo sus pies.
Los siglos han teñido con su pátina los gloriosos mascarones. La Patria
escora a babor; nuevos pabellones imperiales se divisan en lontananza y
miríadas de bocas de bronce nos reglan prestas a escupirnos su ofensa
incandescente. Con entonación gaélica aporteñada, el viejo Almirante nos
grita desde el puente de mando:
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