UNA
EMOTIVA EXPERIENCIA DE REENCUENTRO EN EL NIVEL DE LOS SUEÑOS ENTRE DON
MIGUEL SERRANO Y SU HIJO JOSÉ MIGUEL, RELATADO POR ESTE.
Sólo unos pocos entenderán
Hoy desperté con lágrimas en los ojos. Había estado con mi padre,
visitando lugares que ambos amábamos y a los cuales nunca pudimos
regresar juntos. Al volver de mi sueño, comprendí que él ya se había
ido y que no sentiría nuevamente su presencia, quien sabe por cuanto
tiempo más.
Fue un peregrinar etéreo, pero más real que todas las cosas físicas
que me han sucedido en los últimos años. Se me acercó todo vestido de
blanco y trayendo en sus manos extendidas un dhoti indio; me ayudó a
ponérmelo y luego fuimos a lavarnos el cuerpo en el río Ganges. Muchos
años atrás habíamos realizado el mismo ritual sagrado, limpiando y
preparando nuestros espíritus para la gran aventura de la vida. El río
representaba para mi padre algo así como el eterno devenir de los
sucesos en la vida del hombre. Ambos entramos en sus aguas con gran
regocijo.
Luego caminamos, y caminamos, por las callejuelas estrechas y llenas de
gente de Benares, quizás cerca de donde el dios Shiva derramara una lágrima,
dando así origen a ese entorno sagrado. Más que caminar, parecía que
flotábamos a través del aire tibio de la India. Pero a medida que subíamos
por cerros, montes y alturas inaccesibles, el aire se fue tornando cada
vez más frío, y también más vital. Y fue entonces que mi padre me
reveló que íbamos al encuentro de los Siddhas, quienes residen en la
parte más alta del Himalaya, o quizás en la cumbre del universo. Son
espíritus en su forma más pura, han sido tocados por la mano de Dios y
vibran con energía infinita. Visitan nuestro mundo según sea su
voluntada y están dedicados, a través del pensamiento, a guiar el
curso de los astros, a gozar de la belleza de los firmamentos, a ser
plenos en sí mismos y a traer felicidad a los que son capaces de
aprender de las enseñanzas que surgen de su interior.
Todo esto me era explicado mientras nos acercábamos a unos inmensos
hielos eternos, majestuosos, blanquiazules y transparentes. Despedían
el reflejo de una luz intensa, desde la cual se desprendió un ser que
se elevó por unos instantes y luego se aproximó como un fulgor
incandescente, cada vez más cálido, más benefactor y hermoso. Hasta
que pude ver claramente los contornos de su rostro, y era el rostro de
mi padre, transformado ahora en pura energía y resplandor. Ya no estaba
más a mi lado en mi sueño; era el Siddha que tanto buscó ser en esta
vida.
Y estuve muy triste cuando me tocó despertar, pues si bien entendí que
él reside ahora en ese universo de plenitud donde siempre quiso estar,
intuí también lo difícil que será para mí llegar al lugar donde se
encuentra en estos momentos, y por siempre…
JOSÉ MIGUEL SERRANO