CIVILIZACIÓN Y CULTURA

por Julius Evola

enviado por el Centro de Estudios Evolianos

 

COMENTARIO PREVIO NECESARIO

El texto que aquí reproducimos es uno de los más tardíos de Julius Evola. Apareció en la revista Ordine Nuovo en Agosto de 1974, es decir meses después de la muerte de nuestro autor. El tema aquí tratado se refiere específicamente, aunque no se lo mencione en forma expresa, a una nueva traducción de la famosa obra de Oswald Spengler, El ocaso de Occidente. Recordemos que la primera fue realizada por el mismo Evola y en la misma él traducía la famosa dupla Kultur und Zivilisation formulada  por el autor alemán como Civiltá para el primer caso y Civilizzazione para el segundo. Es decir no aceptaba el término demasiado literal de Cultura para referirse a Kultur, como hará en cambio luego la nueva edición por él criticada, en tanto consideraba que ambos no tenían el mismo significado en las dos lenguas. Al respecto nos hace notar cómo el italiano posee una tercera palabra que en cambio no se encuentra en otros idiomas como el inglés y el francés que es Civiltá la cual tendría más relación con lo que Spengler entendía como Kultur. En este caso, prescindiendo totalmente del esquema fatalista que el autor alemán otorga a su concepción de la historia, Evola rescata la idea de la existencia de un conflicto dicotómico por el que se señala el signo de una decadencia. La Kultur o Civiltá indicaría los caracteres propios de aquella sociedad en la cual rigen valores informativos que determinan sus diferentes manifestaciones culturales. El momento spengleriano de la Zivilisation estaría representado en cambio por la decadencia que es cuando tal principio o alma de una determinada expresión histórica y cultural, desaparece sobreviniendo justamente el vacuum del cual nos habla Evola, es decir un vacío,  un no saber ni por qué ni para qué se actúa y se existe, sino que simplemente se “hace”. Desde tal óptica justamente el significado que la palabra cultura ha adquirido en los tiempos actuales, comprendida como “todo lo que el hombre hace” prescindiendo de sus funciones fisiológicas, ingresaría paradojalmente en aquello que Spengler calificaba como Zivilisation. Es decir cuando una sociedad “hace” independientemente de cualquier sentido superior que la informe, es propiamente una sociedad decadente.

Yendo ahora precisamente a nuestra lengua. Nosotros, del mismo modo que el italiano, si bien tenemos además de los términos Cultura y Civilización la palabra Civilidad, esta última no posee el significado que en cambio tiene en la lengua utilizada por Evola, sino que, del mismo modo que en el francés, se refiere más a un significado de buena educación y urbanismo. Civilización es en cambio un término relativo a un sentido superior que se asigna a las diferentes manifestaciones culturales que el hombre posee. Cuando éste se pierde, cuando una sociedad renuncia a preguntarse respecto del mismo, entonces nos encontramos en el terreno de la mera Cultura en donde el hombre simplemente “hace” sin preguntarse respecto del por qué. De aceptarse dicho sentido sería lícito entonces corregir aun la misma traducción que se ha hecho de estos dos términos en la obra de Spengler a nuestra lengua. La civilización sería aquello que se encuentra en el origen en tanto es la instancia dadora de sentido a las actividades de un conjunto de hombres; cuando sobreviene el mecanicismo, el simple “hacer” sin preguntarse el por qué o evadiéndose de cualquier significado superior, entonces ingresaríamos al terreno de la decadencia que es el de la simple cultura.

La diferencia de Evola con Spengler es que en el primero, tal como lo afirma en este artículo, ambos términos Civilización y Cultura, no estarían determinados por circunstancias históricas u orgánicas de carácter fatal y necesario, sino por una situación  morfológica que contrapone a dos tipos de hombre contrapuestos. Cuando una civilización tiene por meta una instancia superior y metafísica, entonces es tradicional, cuando en cambio su meta es de carácter inmanente y material entonces tenemos la civilización moderna. En ambos casos existen dos finalismos antitéticos, pero las dos son civilizaciones en tanto tales fines son formulados en forma explícita. Y en los dos casos también la decadencia sobreviene cuando tales fines son dejados a un lado.

Debido a la dificultad que produce la traducción de este texto en el cual el autor intenta a su vez traducir con términos italianos dos palabras alemanas, nosotros hemos tratado de mantener el sentido dado por el autor traduciendo en este caso como “cultura” allí donde Evola pone Civiltá para referirse a la palabra Kultur dada por Spengler. En este caso, para evitar confusiones con el sentido que cultura tiene en nuestro idioma, la hemos puesto con comillas, esperando que este procedimiento evite caer en confusiones. (Marcos Ghio)

 

Debe reputarse como un gran mérito de Oswald Spengler el haber dado una expresión precisa a ideas en gran medida intuidas de manera clara por aquellos que habían estudiado la crisis del mundo a través de la contraposición entre los dos términos Kultur  y Zivilisation.

Nuestro idioma permite una traducción sumamente pertinente de estas palabras con “civiltà” para la primera y con “civilizzazione” para la segunda, mientras que otros idiomas como el inglés o el francés, encuentran a tales efectos dificultades y deben acudir a la palabra Kultur (como por lo demás hacen muchos hoy en día también en Italia), que es una palabra sumamente inadecuada en tal contexto y, tal como haremos mención, con capacidad de dar lugar a más de un equívoco.

Podemos prescindir aquí de la concepción histórica personal de Spengler quien, tal como es sabido, concibe a una pluralidad de civilizaciones cerradas que tienen cada una de ellas un decurso cíclico constante, con una aurora, una madurez y un fatal ocaso, hallándose la “cultura” en sentido específico para él al comienzo de cada ciclo y marcando en cambio la “civilización” su crepúsculo. Podemos considerar a los dos conceptos, en vez que de manera histórica, en forma  morfológica, es decir en relación con dos tipos o formas posibles y universales de organización humana.

La “cultura” (civiltá) se encuentra bajo el signo de la cualidad, de la organicidad, de la forma viviente, de la estructuración jerárquica; la “civilización” se desarrolla en cambio sobre el plano de la cantidad, de lo mecánico, de la forma abstracta, de la nivelación y de una potencia informe. La “cultura” conoce el régimen de las clases funcionales, de las castas, de los cuerpos sociales particulares, órdenes y corporaciones. Todo el ordenamiento gravita sobre aquello que Spengler denomina los Urstände, es decir las clases o castas primordiales, constituidas para él por la nobleza y por el sacerdocio, que son también aquellas que otorgan la tonalidad a toda la civilización y las que encarnan los símbolos fundamentales de la misma. En manera más general y exacta nosotros podemos hablar de una natural autoridad poseída por el tipo del guerrero y por el del asceta o por el jefe espiritual, que ante los ojos de todos aparecen como encarnaciones del más alto ideal humano. La espiritualidad aquí no es algo intelectualista y escindido respecto de la vida, es en cambio una fuerza en acto que dicta directamente una ley evidente en seres de instinto seguro, sea en lo alto como en lo bajo. Hay así tradición viva, sentido de raza, adhesión a la tierra en todas aquellas partes en donde exista una “cultura”.

La “civilización” posee otros caracteres. Genéticamente, la misma surge de la disolución de una anterior “cultura” y otorga una diferente orientación a todo interés humano. El comienzo es casi siempre el advenimiento del Tercer Estado, es decir de la burguesía, y el individualismo. Las conexiones orgánicas son sentidas como vínculos que deben ser superados, el hombre se convierte en “individuo”, es decir unidad separada y “libre”, átomo sin raíces. Nace así poco a poco, sobre todo bajo el signo de los grandes conglomerados urbanos, el reino de la democracia y de la cantidad, el mundo de las masas. Es como arena sin cohesión que, de acuerdo al diferente flujo del viento, asume ahora una forma, ahora otra, dócil siempre a las sugestiones de la demagogia y de los mitos fabricados por los tribunos de la plebe y habitualmente por los que manipulan los instrumentos de la formación de la opinión pública, empezando por la prensa.

A todo aquello que es espiritualidad y sano instinto de raza se le sustituye ahora el intelecto abstracto y la “cultura” propiamente dicha (he aquí por qué no se puede traducir Kultur, en sentido spengleriano, con la palabra “cultura”). No es el asceta o el guerrero, sino el “intelectual” el que ocupa el primer plano. La nobleza de la sangre o de la sacralidad es desplazada por la “aristocracia del intelecto” con los tipos del doctrinario, del crítico, del “pensador” y del profesor, que son la contraparte de la “aristocracia del dinero”. En efecto en un régimen de “civilización” las clases funcionales se transforman en simples clases económicas y la economía y el trabajo se convierten en destino.  Al dejar de estar al servicio de intereses superiores, las facultades intelectuales, cuando no se ejercen sobre el plano de la pura “cultura”, de las artes y de las letras (que alcanzan aquí un desarrollo hipertrófico y anárquico, privado de adhesión hacia cualquier idea supra-personal), se aplican al dominio de la materia bajo la forma de una ciencia exacta pero sin alma, de conocimiento cuantitativo determinado por un interés puramente práctico. De aquí el desarrollo sin par de la técnica y de la tecnificación, la realización de la potencia sobre la naturaleza, el industrialismo y la producción, la elevación de las condiciones de la existencia física por un lado y la proletarización por el otro. Las “civilizaciones” tienden por lo tanto a desembocar en la pura cantidad organizada abstracta y mecánicamente sin distinciones cualitativas y vínculos orgánicos, con técnicos y tribunos de la plebe en el centro, bajo la vestimenta de demócratas vociferantes  bajo el control de la finanza, ahora bajo la vestimenta de dictadores, privados en cualquier caso de carisma superior. Tradición, patria y raza terminan aquí convirtiéndose en simples palabras. En el fondo nos hallamos en el plano de un juego de fuerzas irracionales abandonadas a sí mismas.

Todo el equívoco en el que caen los exaltadores del “progreso” y de la “marcha hacia adelante” de la humanidad se basa en la confusión de la “cultura” (civiltá) con la “civilización”. Del incremento de la civilización con todas las conquistas y los espejismos de grandeza y de potencia, de mejoramiento social y técnico que le resultan propios, se infiere de ello un incremento de “cultura”. Parece en cambio que existe un destino por el cual los dos términos resultan antitéticos: todo progreso en lo material de “civilización” es pagado con una regresión –muchas veces imperceptible para la mirada superficial, pero no por esto menos real y fatal- en materia de “cultura” (civiltá). Parece que en cambio hay que elegir: entre un sistema que materialmente y socialmente presenta inevitables imperfecciones y disfunciones, y un sistema que en tal dominio puede alcanzar un incomparable grado de perfección, manteniendo sin embargo en lo interior un vacuum, una carencia sustancial del sentido de la vida, carencia mal compensada o mitigada por formas múltiples y exasperadas de distracciones o de exaltación colectiva y delirios ilusorios: en el momento actual cine, televisión, deporte, partidos, sexo.