NAPOLEÓN Y GRANT: CHICOS MALOS!

 

por Hector Buela

 

Creería que, si me pusiese a hacer una biografía de Napoleón Bonaparte en este sitio, el lector, siempre desprevenido, me tomaría por afectado de locura. Y como en ello hay cierto sesgo de verdad, disimularé el entresijo no haciendo tal semblanza y limitándome a decir lo escuetamente necesario para que esta parte se entienda. Napoleón Bonaparte (1769 – 1821), llamado el Gran Corso, fue Emperador de Francia. Junto con Julio César y Carlomagno, son los personajes históricos más admirados en nuestro presente, tal cual fue hace ciento cincuenta años para él y más para los otros dos. Militar y político se convirtió en muy pocos años en el hombre más importante en la historia de Francia. De sus Discursos en las reuniones del Consejo de fechas 7 de marzo de 1806; 30 de marzo de 1806 y 7 de mayo de 1806, compilados en Pensamiento, he podido extractar lo siguiente que, por supuesto, me ha llenado de sorpresa, dolor y tristeza.

 

Debemos considerar a los judíos no sólo como una raza distinta, sino como a un pueblo extranjero (…) Decidí mejorar a los judíos; pero ya no quiero ninguno más de ellos en mi Reino, ciertamente he hecho todo lo posible para probar mi menosprecio hacia la nación más vil del mundo (…) Los judíos han provisto víveres a mi ejército en Polonia; quise recompensarlos y me pesó; pues he visto que no son buenos sino para vender vestidos viejos.

 

La legislación tiene que ponerse en acción en todas partes donde el bienestar general esta en peligro. El gobierno no puede mirar con indiferencia el modo en que una despreciable nación se adueña de los departamentos de Francia. Los judíos tienen que ser tratados como un pueblo especial. Son una nación dentro de la nación. Es descorazonador para la nación francesa acabar bajo el poder del más bajo de los pueblos. Los judíos son los maestros del robo en la edad nueva, son los cuervos de la humanidad. Los he visto durante la batalla de Ulm, acudir desde Estrasburgo para llevar a cabo innoble razia. Deben ser tratados con el Derecho Político, no con el Derecho Civil. No son en absoluto auténticos ciudadanos.

 

Los judíos han practicado la usura ya en tiempos de Moisés, y oprimiendo a otros pueblos, mientras que los cristianos son excepcionalmente usureros, cayendo, en tal caso en el desprecio (…) Debe prohibirse a los judíos el comercio, por con éste abusan (…) Lo que hacen de malo los judíos no deriva de los individuos, sino del modo de ser fundamental de este pueblo (…) Me he propuesto el expulsar a todos los judíos que no puedan probar su ciudadanía francesa y dar a los tribunales poderes ilimitados contra los usureros.

 

 

Bueno, como se ve, una indignidad a todas luces vertida contra el Pueblo de Dios, los Elegidos del Señor de Israel. Porque ya lo había dicho el Profeta Isaías:”Tus puertas (Israel) estarán siempre abiertas, no se cerrarán ni de día ni de noche, para que te traigan las riquezas de las naciones, bajo la guía de sus reyes. Porque la nación y el reino que no te sirvan, perecerán, y las naciones serán exterminadas.” (Is. 60, 11). Y casi al finalizar la Tercera Parte del Libro: “¡Alégrense con Jerusalén, y regocíjense a causa de ella, todos los que la aman!” (…) “Porque así habla el Señor: Yo haré correr hacia ella la prosperidad como un río, y la riqueza de las naciones como un torrente que se desborda.” (Is. 66, 12). De manera que lo único que hacen los pobrecitos que conforman la sufrida grey hebrea es cumplir una profecía enunciada en el Siglo VIII antes de Cristo.

 

En cambio el caso del General Grant, que se cita más abajo, es distinto.

 

Ulises Grant (1822 – 1885), fue en general y político norteamericano que obtuvo numerosos éxitos sobre los sudistas durante la Guerra de Secesión. Fue Presidente de la Unión de 1868 a 1876. Al parecer, mientras se desarrollaba la beligerancia numerosos grupos de familias judías, digamos que serían como ghettos móviles, acompañaban a la retaguardia del Ejército Norteño y, a medida que éste iba liberando las tierras más ricas y fértiles, la mayoría de las cuales tenían sus antiguos propietarios, ellas eran sangradas por estos grupos para asentarse, o bien se quedaban afincados en los pueblos fundados por colonos cristianos con mucha anterioridad al conflicto, apropiándose de su comercio en el término de meses. Este y no otro motivo, sería el argumento que esgrimen las películas de Holywood sobre los pacientes y sufridos colonos que marcharon hacia el sur y el oeste del actual territorio de los EE. UU. debiéndose enfrentar a un sin fin de peligros. Y las peleas entre granjeros, que también abundan en el celuloide, habrían sido porque, al sobrevenir la paz quedaba frontero un propietario cristiano con un judío al que se lo consideraba como un usurpador. El único error que cometió la Metro-Goldwing-Meyer fue de no contarle a sus millones de espectadores el verdadero fondo de esta cuestión.

 

Cuando el General Grant, que era Comandante del 130° Cuerpo de Ejército en Oxford, tomo conocimiento de esta situación se enfureció tanto con los judíos que, al final decidió expulsarlos:

 

Hace mucho que tengo la convicción –dice Garant- de que pese a toda la vigilancia que puedan realizar los comandantes de zona, los reglamentos del Departamento de la Tesorería han sido violados y principalmente por los judíos y otros inescrupulosos viajantes. Tan convencido de ello estoy, que le he dado instrucciones al Oficial de mando de Columbus para que rechace los permisos solicitados por los judíos para venir al Sur; he tenido que expulsarlos muchas veces de mi zona, pero regresan con sus bolsones pese a todas las medidas preventivas. El judío parece pertenecer a una clase privilegiada que puede viajar a cualquier lugar. Si no se les permite comprar algodón por sí, utilizan un testaferro que se presentará al puesto militar con un permiso de la Tesorería para recibirlo y pagarlo con notas de la Tesorería, que el judío luego compra a un precio preestablecido, pagando en oro.

 

Fragmento de la carta dirigida a C. P. Wolrott, Subsecretario de Guerra, Washington, 17 de diciembre de 1862.

 

  1. Los judíos como una clase, violando todos los reglamentos de comercio fijados por el Departamento de Tesorería y por órdenes de zona quedan de aquí en adelante expulsados de la zona.
  2. Dentro de las 24 horas de recibida esta orden, los comandantes de subzonas se asegurarán que este tipo de gente sean provisto de pases y obligados a irse, y cualquiera que regrese después de dicha notificación, será arrestado y puesto en detención hasta que surja la oportunidad de remitirlo como prisioneros, salvo que se les provea de permisos para este Cuartel.
  3. No se les permitirá a esta gente odiosa para visitar el Cuartel con el fin de realizar la solicitud en persona para los permisos de comercio.

 

                                                                              Por Orden del Señor General Grant

                                                                               J. A. Rawlings, Ayudante General

 

Fragmento de la Orden General Número 11, del 17 de diciembre de 1862, extraída de la Biblioteca del Congreso Norteamericano.

 

Nota del traductor: La orden de expulsión de los judíos fue inmediatamente revocada por el Comandante en Jefe, H. W. Halleck en Washington. El General H. W. Halleck estaba casado con una judía. Entre las consideraciones que esgrime se destacan nítidamente que Nuestro Salvador Jesucristo era judío y que por la sangre de todo judío corre sangre de Cristo. Luego quien expulsa a un judío, expulsa a Cristo; y quien vierte su sangre, vierte la sangre de Cristo. Esta es una blasfemia terrible que no es necesario explicar. Sin embargo y a pesar del tiempo transcurrido, todavía se escucha esta afrenta ignominiosa que lacera el alma y el corazón de todo buen cristiano.