enviado por El Faro del fin del mundo Luego del “fuego cruzado” que en julio pasado mató a 11 diputados cautivos de las FARC, el comandante Raúl Reyes advirtió que mercenarios estadounidenses, ingleses e israelíes merodeaban por las selvas amazónicas con el propósito de “dar de baja” a algunos jefes de esta organización.
Los nexos militares entre Israel y Colombia datan del primer lustro de 1980, cuando un contingente de soldados del Batallón Colombia “… uno los peores violadores de los derechos humanos en el hemisferio occidental, recibieron entrenamiento en el desierto del Sinaí por algunos de los peores violadores de los derechos humanos en Medio Oriente”, según el investigador estadounidense Jeremy Bigwood. Experto en utilizar la ley de Libertad de Información para liberar documentos censurados por el gobierno de EEUU, Bigwood observa que el entrenamiento de los jóvenes paras colombianos no podría haberse dado sin el permiso expreso de las más altas autoridades de las fuerzas de defensa de Israel. El caso es que en aquellos años los latifundistas y ganaderos de la región caribeña del Urabá y el Magdalena Medio (Uribe entre ellos) no estaban conformes con la “inoperancia” del ejército (leáse: “estado de derecho”) en su lucha contra las guerrillas de las FARC y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Por lo que, en 1983, un grupo de jóvenes “idealistas” de su propia clase social viajó a Israel, y no precisamente para estudiar el “socialismo agrario” del pueblo elegido. De familia terrateniente, Carlos Castaño tenía entonces 18 años. Dieciséis meses después, henchido de “fervor patrio”, retornó a Colombia y trató de aplicar a pie juntillas lo aprendido en el curso 562 impartido por el Ejército de Defensa (sic) de Israel. Revistó en el Batallón Bombona pero, desilusionado, concluyó que el ejército no mataba “en serio”. Junto con su hermano mayor (Fidel), Carlos organizó el escuadrón de la muerte Los Tangueros, nombre tomado de su rancho Las Tangas. En Mi confesión declara: “De hecho, el concepto de ‘autodefensa’ en armas lo copié de los israelíes”. Concepto que rápidamente se desdibujó conforme los grupos paras de distintas regiones del país amarraban sus intereses con los de las mafias políticas del narcotráfico. Cosa que inquietaba a los agentes de la agencia antidrogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés). Gran boom editorial, el testimonio de Castaño (serie de entrevistas realizadas por el periodista español Mauricio Aranguren Molina) se explaya en las connotaciones que usualmente disocian lo “militar” de lo “paramilitar”. En Mi confesión queda claro que, en teoría, un ejército institucional se ajusta al “monopolio de la violencia” que le confiere el Estado. En cambio, los paramilitares matan con apoyo de la “mano invisible” del mercado, que regula las restricciones legales del Estado burgués. La
modalidad “paramilitar” cuenta con algunas ventajas: permite, por
ejemplo, que funcionarios, políticos, intelectuales, medios de
comunicación y “analistas serios” se rasguen las vestiduras
hablando de los “extremos de uno y otro signo”. Pero en su
testimonio, Castaño destaca las relaciones que cultivó en el curso
562 con el coronel del Ejército Alfonso Martínez Poveda y “otros
hombres del Batallón Colombia”.
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