COLUMNA DE HUMO

por Alfonso Bullón de Mendoza   (Director del Instituto CEU de Estudios Históricos)

 

«Me llamo José Calvo Sotelo. Soy diputado y he denunciado los actos violentos del Frente Popular. La madrugada del 13 de julio de 1936 militantes del PSOE pertenecientes a la escolta de Indalecio Prieto, acompañados por miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, me arrancaron de mi domicilio a pesar de las súplicas de mi esposa, y me pegaron un tiro en la camioneta de la Guardia de Asalto en la que decían conducirme a la Dirección General de Seguridad. No tuve juicio, ni abogado, ni sentencia. Mi cuerpo fue abandonado en el cementerio del Este. Hubo un día en que numerosas calles y centros escolares llevaron mi nombre, pero se ha dado orden de quitarlo para que no se recuerde el crimen. Mis hijas siguen esperando que el PSOE pida perdón por mi asesinato».

«Me llamo Pedro Muñoz Seca. Soy dramaturgo. Escribo obras de gran éxito y muy divertidas, como “La venganza de don Mendo”. Pero a los rojos no les hacen gracia. Fui detenido a los pocos días de comenzar la guerra. El 28 de noviembre, en compañía de miles de personas, fui trasladado a Paracuellos del Jarama, donde fui fusilado. La mayor parte de ellos no tuvieron juicio, ni abogado, ni sentencia. Nuestros cadáveres siguen sepultados en fosas comunes. El Consejero de Orden Público de la Junta de Madrid, Santiago Carrillo, responsable por acción u omisión de mi asesinato y el de mis compañeros, ha sido nombrado doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid y el birrete le fue impuesto por el actual Ministro de Educación del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en medio del general aplauso de la izquierda española».


Miles y miles de testimonios de este tipo (unos sesenta mil), algunos de ellos francamente espeluznantes, podrían ser recopilados en un vídeo de 600 horas que diera contundente réplica al elaborado por algunos de nuestros más emblemáticos actores. En la Guerra Civil española la sangre corrió a raudales, en episodios que los historiadores tenemos el derecho y el deber de estudiar, y que los familiares de las víctimas, de uno y otro bando, es bueno que conozcan. Ni que decir tiene que todos aquellos que aún no sepan dónde están sus muertos deben ser ayudados a encontrarlos en la medida en que sea posible. Pero no podemos hacer del pasado un punto neurálgico de la política del presente. Tenemos un presidente del Gobierno que se ha autodefinido como «rojo» y cuya política para hacer frente a la crisis económica en que nos encontramos está siendo muy cuestionada. En las propias filas de sus seguidores han surgido signos generalizados de descontento. Y en este momento aparece una iniciativa de los subvencionados por su ministra de Cultura cuyo objeto no parece otro que agitar las conciencias para crear un espíritu guerracivilista en el que dé igual que los problemas del país se solucionen o se multipliquen. Lo importante es que la izquierda se una para pedir responsabilidades por los crímenes del franquismo, pese a que el propio Garzón ha reconocido que no queda nadie vivo a quien poder encausar.

Todo apunta a un nuevo «gran camuflaje», como el realizado por los comunistas durante la Guerra Civil, inteligentemente denunciado por Bolloten. Esperamos que en la España de 2010 el legítimo y necesario respeto e interés por las víctimas de uno y otro bando no sirva de columna de humo para ocultar los problemas del presente, pues esa nunca ha sido (o nunca ha debido ser) la finalidad de la Historia.