La
reciente ofensiva del Ejército israelí en Gaza, denominada “Nubes de
Otoño” y saldada con decenas de civiles muertos (entre ellos 19
miembros de una misma familia), refuerza la sensación de
irracionalidad en el ejecutivo del primer ministro Ehud Olmert,
obsesionado por romper al gobierno bipartito palestino pero, al mismo
tiempo, condicionando al Estado israelí a una condena formal en el
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Con los ecos aún frescos de su derrota militar ante el movimiento
islamista Hizbulah en el sur del Líbano, las fuerzas armadas israelíes
profundizan en los territorios palestinos una criminal política de
autodefensa que tiene a los civiles como principales perjudicados pero
que, paradójicamente, refuerza la potencialidad de su principal
enemigo, el movimiento islamista Hamas, que acaba de romper la tregua
que frágilmente se mantenía desde hace meses con el Estado israelí,
anunciando la renovación de los temidos atentados suicidas.
Con todo este escenario, resulta un enigma interpretar cuáles son los
cálculos que en Tel Aviv realizan sobre el actual panorama regional y
las posibilidades de activar los mecanismos de diálogo. La inclusión
del líder ultraderechista y antiárabe Avigdor Lieberman en el gobierno
de Olmert, con la única finalidad de asegurar cuotas de poder para un
primer ministro en la cuerda floja tras la vergonzosa derrota en el
Líbano, contribuye a fomentar aún más la radicalización políticas
hacia sus vecinos palestino, sirio y libanés, sin olvidar las
reacciones que esta movida política pueda causar en Irán.
Al mismo tiempo, informes militares israelíes auguran una posible
confrontación militar con Siria y Líbano en los próximos meses,
acusando al Hizbulah de fomentar un clima de tensión que puede acabar
con el frágil gobierno libanés del primer ministro Fuad Siniora, lo
cual renovaría la espiral de violencia parcialmente cerrada en agosto
pasado.
Las constantes idas y venidas entre Al Fatah y Hamas para formar
gobierno en la Autoridad Nacional Palestina y la reciente ofensiva
militar israelí contra el contrabando de armas en Gaza, colocan al
gobierno de Olmert en un callejón sin aparente salida, ya que podría
estar perdiendo a los interlocutores palestinos más moderados, tales
como el presidente Mahmud Abbas, y apoyos políticos externos, como por
parte de un estratégico aliado militar como Turquía.
Tanto Abbas como el gobierno turco acusaron a Israel de cometer un
“crimen de guerra” contra civiles mientras el Alto Mando Israelí,
criticado internamente por su derrota en el Líbano, se apresuró a
pedir disculpas y prometer una investigación que esclarezca lo que
consideraron fue un error.
Ante el cambio en el equilibro de poder en Washington, con un Congreso
y un Senado en manos del partido Demócrata y el presidente George W.
Bush en sus horas más bajas, la estrategia israelí se mueve entre lo
irracional y la desesperación. Washington está más concentrado en Irak
e Irán, así como desacreditado regionalmente para implementar una
política de negociación que reabra las puertas de pacificación entre
palestinos e israelíes.
Por otro lado, la apuesta de Olmert por Lieberman puede ser una
efectiva táctica política interna pero con efectos desastrosos en
política exterior, ya que anunciaría una mayor radicalización desde
Tel Aviv y daría alas a Irán y sus aliados Siria, Hizbulah y Hamas.
Del mismo modo, la población árabe y palestina en Israel podría sufrir
los embates de una política oficial xenófoba por parte de un Lieberman
que defiende la expulsión de los árabes del Estado israelí.
Mientras los políticos manejan torpemente los hilos, la población
palestina se desangra entre los ataques militares israelíes, la
indiferencia internacional y la miseria en los territorios ocupados. Y
la pasividad de la sociedad israelí ante la criminal política oficial
parece avalar esta desastrosa estrategia.