CONFESIÓN por Eduardo López Pascual
Eduardo López Pascual, mayor de edad, vecino de esta ciudad, casado y ya retirado de mi trabajo como profesor, después de toda una vida entre vosotros, confieso. Confieso que soy falangista casi desde los diecisiete años, luego de haber vivido diez años dentro del Frente de Juventudes y de las Falanges Juveniles; confieso que fue allí donde me inicié en cosas tan peligrosas como amar a España. A saber convivir con todos los muchachos de mi pueblo, a caminar junto a ellos, a comer de la sartén los arroces del domingo en las marchas de las centurias, a dormir ocupando la misma tienda de campaña, a rezar un padrenuestro conjunto, a cantar letras que hablaban de camaradería, de servicio, de hombres del mañana. Confieso que ha sido en esas centurias de jóvenes, repletas de adolescentes de todas las clases sociales, más de las humildes como yo, donde escuché las primeras palabras escritas por un español excepcional, José Antonio, que hablaba de justicia social, de esperanza por una patria grande y libre. Y confieso, como no, que allí me enseñaron cosas tan extrañas como respeto, obediencia, esfuerzo, convivencia y perdón. A superar diferencias cuando otros compañeros procedían de situaciones distintas, como los camaradas saharauis musulmanes, o los hijos de hombres que lucharon en bandos muy contrarios en una guerra incivil. Confieso que oí hablar de la Falange, y que eso abrió un sentido de compromiso por mi país; y desde ese sentimiento llegué a querer servir a España y a los españoles. Confieso que me entusiasmé con las Obras Completas del fundador de Falange Española, José Antonio, en las que leía textos tan terribles como “queremos desmontar el capitalismo”, que el hombre, y la mujer, eran el “Eje del sistema”,o sea, lo más importante, lo que persiste y persistirá siempre; y también me empapaba de aquellas consignas igualmente peligrosas como “que sea mi sangre la última derramada en discordias civiles”. O, buscamos un hombre “mitad monje, mitad soldado”..que por lo que se ve son por su propia naturaleza verdaderamente perversas. Si, confieso que esas palabras y lo que aprendía de José Antonio, -”Ser español es una de las pocas cosas serias que se pueden ser en el mundo”-, me hicieron falangista. Por eso no tuve inconvenientes en ir a Covaleda, y a Sanabria, a Riaño y a El Escorial, y otros sitios al lado de jóvenes venidos de todas las regiones española, comprometiéndonos con el ansia de transformar a nuestra nación, modernizarla, hacerla más próspera y digna, sin mirar al pasado triste, sino a la historia grande, a colaborar en las aldeas y campos de España. A atender y ayudar a sus gentes. Por eso, hacíamos cosas tan horribles como organizar campamentos, o iniciábamos cabalgatas para los niños, abríamos campeonatos de fútbol, o baloncesto, de balonmano, y hacíamos concursos literarios, teatro, y guiñol para miles de nuestros niños. Pero además nos sentíamos partícipes en ofrecer al pueblo español un ideal de tarea común. Asumí ser Delegado Local de Juventudes, para hacer más cultura, más ciudadanos, más españoles. Fui concejal en un ayuntamiento de aquellos años, para mejorar en lo posible a la ciudad donde vivía y trabajaba. Hacía política falangista. Así que confieso. Soy falangista desde entonces y el mensaje no ha cambiado; servir a España, creer en su destino como pueblo, como nación. Trabajar para que mi prioridad sea el prójimo más necesitado, y todo en base a procurar una sociedad más libre, apacible y democrática.. Confieso que como falangista me inculcaron y acepté como norma a seguir, procurar que todos los españoles tuvieran una vivienda digna, que los trabajadores fueran coopropietarios de su trabajo, que hubiera una sanidad y enseñanzas públicas de calidad; que prevalecieran valores de un humanismo universal basado en la mejor ética, la moral correcta, y un sentido claro de nuestra preocupación por la ecología, la defensa e la naturaleza, reinventamos el senderismo, y plantábamos árboles, y una sincera identificación con los valores libremente aceptados de la tradición cristiana. Si todo esto que lo suscribo personalmente, supone un peligro para la sociedad, no tienen más que venir a mi casa, prenderme y encerrarme en las oscuras celdas de un régimen que se llama democrático, porque yo, confieso que soy falangista.
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