No puede estar lejos el día en
que los diccionarios incorporen como primera acepción de la palabra corrupción
el neovocablo kirchnerismo, acotándose que el mismo procede
del gentilicio de un malhadado crápula que tiranizó a su patria,
dejando en herencia una viuda cómplice de cuanta rapacidad y fraude
se cometía a diario. La realidad no desmentirá entonces a la semántica.
Ni la ideología podrá enmascarar la evidencia. Porque los hechos
mandan con el peso caudaloso de sus manifestaciones visibles.
Si fastidia el registro
puntilloso de los casos de putrefacción —cada día más frecuentes,
gravísimos y escandalosos—, enúnciense las principales áreas en
las que la hediondez oficial campea a su gusto. El kirchnerismo es la
corrupción política, toda vez que se viene haciendo uso del poder
para un incremento codicioso del patrimonio personal. Plutócratas y
oligarcas de burdísimo porte conforman sus huestes, y cada peso
robado que emerge de sus faltriqueras roñosas es una burla trágica a
una sociedad desfalcada.
Es además, y por lo mismo,
la corrupción económica. Patente en lo poco —una ministra que
esconde una bolsa de dólares en el baño—, y patente en lo mucho,
llámese mafia de los fármacos adulterados, tráfico internacional de
drogas, lavado de dinero con sumas siderales o blanqueo de capitales
para beneficiar a los magnates de la coima. Usureros y estafadores de
abultados prontuarios y toscos ademanes son la plana mayor del
kirchnerismo. Sus solas e impunes e insolentes presencias miden la náusea
que los informa y en la que cohabitan sin sobresaltos.
Pero es, en tercer lugar y
principalmente, la más oprobiosa corrupción moral que registre
nuestra historia. No se tenga a la afirmación por desmedida sino por
sopesada. Búsquese el área que se quiera, y allí donde se encuentre
en grado superlativo esa “purulenta secreción de las almas
rencorosas”, de la que hablara Ortega y Gasset, se hallará la
quintaesencia del kirchnerismo. Sirva de ejemplo, por un lado, la
horrenda falsificación del pasado, invirtiendo las categorías de los
réprobos y elegidos en la lucha contra el terrorismo marxista,
otorgando gloria a los partisanos y cárcel, vejamen y muerte para las
Fuerzas Armadas de la Nación. Y sirva de ejemplo, por otra parte, el
regusto mórbido cuanto soez por promover la contranatura, a sabiendas
de que en tal batalla el ofendido final es el mismo Dios Nuestro Señor.
Es aquí donde las aludidas huestes del kirchnerismo se pueblan, ya no
sólo de aves de rapiña o de profesionales del esquilmamiento, sino
de cuanto vulgar depravado goza convirtiendo en ley los vicios más
desmadrados.
Tras cada caso concreto y
feroz de corrupción está el nombre de ella, y aún muerto el
de él, como todavía insisten en llamarse el uno y la otra,
corrupto y corrupta, con sobreactuada separación de géneros, según
el dictamen de los centros mundiales de la sodomía organizada. Ya
otros nombres sin embargo compiten por el monopolio de la bazofia.
Ternados están los de un portador de mostacho sobre el labio,
coprolalia en las fauces y taradeces ridículas en lo que hace las
veces de su testa. A su lado la dama del desarme policíaco, crecida
en lípidos y en canalladas múltiples, concordes con su prosapia
subversiva. Y de remate un hebreo errante, falsario y patán, experto
en mensajerías cibernéticas, que es tener expertez en naderías.
¿Ésta es, al fin, la patria
socialista que el setentismo alcanzó a construir de la mano de los
Kirchner? ¿Estos son los aparecidos con vida por los que bregaban las
nigromantes de la Plaza de Mayo? ¿Esta la sangre que jamás sería
negociada, según consigna asumida con el fusil artero sobre el
hombro? ¿Esta es la mentada militancia montoneril y erpiana tras
cuyas huellas dicen seguir los facinerosos de La Cámpora? Y sí;
es esto nomás: robo, parodia, muerte, inseguridad, ignorancia,
miseria, dependencia y puterío. Lo es para vergüenza y escarnio
perpetuo de los propagandistas del modelo. Aquellos que se llaman
periodistas y son apenas piratas; o se autoproclaman intelectuales y
no pasan de mulas de carga; o se consideran políticos y no desentonarían
en la jaula de los mandriles. O se ufanan de llamarse rebeldes, siendo
felpudos a sueldo de quienes lo son a su vez del Poder Mundial.
Contra la corrupción no
queda sino el antídoto de las virtudes. Las teologales, cardinales,
intelectuales y morales. Todas ellas son necesarias en la vida política
bien vivida. Cada alma viciosa que recuperamos para la virtud es una
baja que sufre el endemoniado gobierno. Enlacemos esas almas, saquémoslas
de la podredumbre y llevémoslas hasta el campo siempre fértil de la
patria. Así como el Chacho Peñaloza, siendo soldado de
Facundo, enlazaba los cañones del enemigo y los arrastraba hacia la
propia tropa para que prestaran el mejor servicio.