La "perestroika" capitalista
En los últimos años el Imperio norteamericano viene debilitándose
progresivamente en un proceso que, lo quiera uno o no, hace recordar el
también progresivo colapso de la URSS. Sin embargo, la enorme diferencia
de este proceso se da en dos planos.
Por un lado, el capitalismo, dada su incomparablemente mayor flexibilidad
operativa, flexibilidad que en buena medida proviene de su hipocresía
inveterada, tiene una curva de decaimiento mucho más prolongada que el
comunismo. Por el otro lado, el comunismo, si bien nunca abdicó realmente
– al menos en teoría – de sus aspiraciones internacionalistas y
universales, con Stalin y después de él terminó sustentándose en una
cadena de partidos social-marxistas locales de los cuales los
estrechamente digitados desde Moscú no representaron siempre ni
necesariamente la fuerza más relevante.
De este modo, mientras la crisis del capitalismo norteamericano, debido a
sus ramificaciones financieras globales concretas, produce oleadas en todo
el mundo, el colapso del marxismo soviético solo dejó sin reaseguro y
apoyo organizativo a los marxistas combativos que fueron rápidamente
suplantados por una nueva generación de "combatientes intelectuales"
quienes, "periodismo militante" mediante, se han volcado ahora a
esquemas trotskistas y gramscianos. Con dos grandes ventajas:
1)- el trotskismo nunca ejerció significativamente el poder por lo cual
se considera libre de la refutación objetiva sufrida por el
marxismo-leninismo tradicional y
2)- el gramscismo, con su inversión de prioridades que pone a la "revolución
cultural" por delante y antes de la "revolución política"
es, no sólo una estrategia mucho más coherente que la del alzamiento
armado dirigido por una "vanguardia revolucionaria"
supuestamente encargada de insuflarle la "conciencia de clase" a
"las masas" sino que, además, se presta mucho mejor y con más
facilidad a la erosión de un capitalismo en serios problemas. Sobre todo
si tenemos en cuenta la casi increíble facilidad de penetración cultural
y de difusión que ofrecen las nuevas tecnologías informáticas entre las
cuales se destaca, por supuesto, la Internet y todo lo que con ella se
relaciona.
El declive norteameriano
En otro orden de cosas, el debilitamiento de los EE.UU. puede constatarse
también por la regla de la ciencia política que establece que, al no
existir vacíos de poder permanentes en materia política, la pérdida de
poder de un organismo político es rápida – por no decir casi
inmediatamente – compensada por el aumento de poder de otros organismos
políticos. Así, frente al progresivo debilitamiento de los EE.UU.
podemos constatar un fortalecimiento innegable, y ya inocultable, de países
como China, India o Brasil.
¿Perderán en este proceso los EE.UU. totalmente su poder mundial? Es
poco probable, por más que esto parezca contradecir lo anteriormente
expresado. Con alta probabilidad, la pérdida de influencia económica
real de los EE.UU. será principalmente financiera, lo cual, en última
instancia, no hará más que confirmar su ya evidentemente menor peso en
la economía productiva real: a fines de la Segunda Guerra Mundial la
producción industrial norteamericana representaba el 44% de la producción
mundial mientras que hoy apenas si llega al 20%. Naturalmente, no debe
pasarse por alto que estos porcentajes representan, como queda dicho, la
producción industrial concreta. No reflejan, en absoluto, la dependencia
que esa producción industrial tiene del mundo financiero, dónde el dólar
norteamericano ha servido – y sirve todavía, mal que bien – de moneda
internacional, entre otras cosas precisamente para la adquisición de la
mayor parte de esa producción de bienes y servicios a escala mundial.
Los ciclos que se cierran
Analizando la situación desde otro ángulo, tampoco es posible pasar por
alto que, muy probablemente, los EE.UU. y el mundo entero se encuentran en
una encrucijada de ciclos muy compleja que no sólo influye sobre la
muchas veces señalada característica cíclica del capitalismo sino también
sobre otros procesos más amplios y genéricos.
Tenemos, por de pronto, que el ciclo económico de 40 años estudiado por
Nikolai Kondratiev está llegando a su fin precisamente por estos tiempos,
siendo que el actual comenzó allá por los años '70 del siglo pasado. El
otro período, algo menos conocido en el ámbito económico, es el
megaciclo de 200 a 250 años que llegó por última vez a su punto
culminante en ocasión de la Revolución Francesa de 1789. Y, por si esto
fuera poco, también es bastante probable que estemos al final de otro
gran período que la Historia registra aproximadamente cada 2.000 años y
como consecuencia del cual las culturas y las civilizaciones se enfrentan
con la necesidad de revisar sus valores, sus estilos de vida – en suma:
sus cosmovisiones – planteándose, ya sea una estructura política,
social y cultural completamente nueva, o bien un necesario y temporal
"paso atrás" hacia la última base firme y sólida que puedan
encontrar en sus tradiciones para, desde allí, intentar un avance hacia
nuevas fronteras.
El capitalismo, y después de la Segunda Guerra Mundial especialmente el
norteamericano, constituye una de las construcciones más destructivas de
la Historia de la humanidad. En el transcurso del megaciclo de sus
aproximadamente 250 años de existencia el capitalismo se ha convertido en
un aparato mundial capaz de sacrificar sobre el altar de la codicia y las
ganancias todo el tejido de relaciones sociales que hace funcionar a la
sociedad humana en absoluto y, además, también todo el ecosistema que
sostiene la vida de los seres humanos del planeta. Lo trágico es que,
alimentado por el constante y espectacular desarrollo tecnológico, este
aparato es completamente incontrolable mediante las herramientas que
tienen a su disposición los regímenes político-institucionales actuales.
La plutocracia y las dos Norteaméricas
En lo que a los EE.UU. se refiere, lo que hay que entender de una vez por
todas es algo que no me he cansado y no me cansaré de repetir: los EE.UU.
no son una democracia. Constituyen una plutocracia. Analizando la situación
en profundidad hasta puede llegar a decirse que, en cierto modo, son ambas
cosas a la vez. Porque lo que sucede, si uno cala hondo en la realidad
norteamericana, es que se descubren dos Norteaméricas. Existe un Estados
Unidos nacional, que es un Estado-Nación común y corriente, y existe
otro Estados Unidos global, que es un Estado Imperial con ambiciones de
hegemonía mundial. Ambos Estados, sin embargo, se hallan superpuestos y
unidos por un mecanismo de poder que les hace compartir el mismo
presupuesto y, en esto, el estrato plutocrático que tiene en sus manos el
verdadero poder – el poder del dinero – ha dispuesto las cosas de tal
manera que el Estado Nacional debe cubrir buena parte de las necesidades
del Estado Imperial.
De este modo, el Estado Nacional norteamericano tiene que financiar en
gran medida las aventuras del Estado Imperial como, por ejemplo, la guerra
de Irak, la de Afganistán y, en el futuro, quizás la de Irán. Con dos
agregados que no son menores:
1)- que la parte de las necesidades que no cubre el Estado Nacional
norteamericano la cubren los Estados más o menos vasallos de los EE.UU.
con lo cual los norteamericanos no cosechan precisamente las simpatías
del mundo político internacional y
2)- que la enorme mayor parte de las aventuras del Estado Imperial
norteamericano ni siquiera están siempre y necesariamente al servicio del
propio pueblo norteamericano sino que prácticamente siempre se disponen,
ya sea en beneficio de la élite plutocrática realmente decisiva y
gobernante, o bien en beneficio de un Estado aliado como lo es el de
Israel.
De modo que no solamente buena parte del esfuerzo imperial recae sobre el
Estado Nacional norteamericano – o, lo que es lo mismo, sobre el pueblo
norteamericano – sino que, en tiempos de crisis como los actuales, el
Estado Imperial presiona sobre los estratos más vulnerables del pueblo
norteamericano para exprimir de ellos más recursos y más
disponibilidades, porque los necesita para ayudar a solventar su aventura
imperial. De este modo, los gastos crecen de modo exponencial y, mientras
mayores sean las dificultades del imperio, más brutales tienen que
volverse la plutocracia y sus socios para explotar a sus vasallos
nacionales e internacionales. Es tan sólo lógico que, frente a esta
brutalidad expoliadora, comiencen a generarse en el mundo entero fuerzas
contrapuestas que buscan sustraerse a la hegemonía norteamericana y al
papel de proveedores de las necesidades globales del Estado plutocrático
norteamericano.
Para superar este callejón sin salida, los EE.UU. tienen solamente dos
opciones: o bien se deciden a buscar un real acuerdo con otros factores
políticos internacionales, o bien se deciden por un conflicto militar y
económico permanente a escala planetaria. El problema para los decisores
norteamericanos es que, en cualquiera de los dos casos, perderán poder.
Si se deciden por la estrategia del conflicto permanente, los recursos
necesarios para llevarla a cabo no solamente serán cada vez mayores sino,
además, cada vez más caros; con lo cual la estrategia tiene un límite
cierto y, además, corre el enorme riesgo de estrellarse en una victoria pírrica.
Si, por el contrario, se deciden por un acuerdo a nivel internacional, los
norteamericanos tarde o temprano tendrán que renunciar al nivel de vida
que artificialmente han obtenido ya que, en el marco de un acuerdo así,
difícilmente EE.UU. logre continuar "aspirando" los recursos de
sus actuales vasallos tributantes externos.
Para dichos vasallos una retirada como ésa de los EE.UU. puede,
ciertamente, significar una "liberación" política; pero también
significará que quedarán librados, al menos en gran medida, a su suerte
y a sus propias fuerzas – vale decir: a su propia producción y a su
propia moneda – sin el apoyo de la tecnología norteamericana que no han
desarrollado y sin las posibilidades del comercio internacional que hoy
mal que bien usufructúan y para las cuales tampoco han desarrollado una
estructura financiera adecuada.
En cualquiera de los dos casos, uno de los mayores factores de conflicto
interno en los EE.UU. lo constituirá – como que ya lo está
constituyendo – su propia clase media culturalmente idiotizada. Este
estrato social sencillamente todavía no es consciente de que su nivel de
vida actual se halla casi tres veces por encima de lo que realmente le
correspondería por su producción real. En esto procede casi exactamente
igual que la nomenklatura marxista soviética que seguía declamando
especulaciones dialécticas teóricas mientras se resistía a darse cuenta
de que estaba sentada sobre una estructura económica al borde del colapso
total. Si los chinos y los cubanos tuvieron que aprender de la experiencia
rusa – aunque los primeros lo hayan hecho por iniciativa propia y los
segundos a regañadientes – los norteamericanos están prácticamente
condenados a aprender por experiencia propia. En este aprendizaje, que será
durísimo sin lugar a dudas, no es para nada imposible que el "sueño
norteamericano" se convierta para la burguesía de los EE.UU. en una
verdadera "pesadilla norteamericana" a mediano y largo plazo.
El "modelo" argentino
El problema está en que la pesadilla norteamericana puede fácilmente
adquirir las características virales de una enfermedad muy contagiosa. Y
en este sentido, la fantasía infantil de que la Argentina "está
blindada" frente a un derrumbe financiero internacional no es más
que una expresión de deseos condenada a darse un fenomenal porrazo.
Por de pronto, los datos objetivos que hacen a la economía argentina no
son nada tranquilizadores por más que mis amigos economistas tratan de
hacer malabarismos con algunos números para tranquilizarnos porque lo que
en realidad temen es el peligro de que se produzca el fenómeno de la
profecía autocumplida. Lo concreto, en todo caso es que, por ejemplo, la
soja, que en la época de De la Rúa estaba a U$S 160 la tonelada hoy
bordea los U$S 500 y el dólar norteamericano por el que De la Rúa tenía
que pagar 2,50 Reales brasileños para comprar uno, hoy Cristina lo puede
comprar poniendo solamente 1,60 Reales sobre la mesa.
Eso, claro, nos beneficia. Pero ni es mérito nuestro, ni tampoco está
garantizado que dure. No es mérito del "modelo" que la soja
tenga el precio que tiene, ni tampoco el dólar barato del Brasil es
producto de las improvisaciones a los manotazos de la política económica
kirchnerista basada en subsidios. Si el precio de la soja baja y el Real
brasileño se debilita – como no es irracional suponer que puede suceder
en un mundo financieramente caótico – alguien va a tener que
levantar el teléfono para decirle a nuestra estimada presidenta:
"Cristina, estamos en problemas".
En realidad, mayorías electorales aparte, la verdad es que ya estamos en
problemas aunque el triunfalismo electoral y el fútbol para todos sirvan
de cortina de humo para disimularlo. Los subsidios, explícitos o
encubiertos, y los gastos "a la Schoklender" empujan el gasto público
de la Argentina hacia niveles que la producción real y los ingresos
reales ya no pueden cubrir. Para decirlo en los términos de la cuenta del
almacenero: gastamos más, mucho más, de lo que ingresa. Mis amigos
economistas pueden decir lo que quieran, pero a mí esto me suena
peligrosamente similar a lo que pasó con la convertibilidad.
Es cierto que en materia de deuda estamos algo mejor, aunque más no sea
por la sencillísima razón de que nadie está tan rematadamente loco como
para prestarnos nada. Pero dibujando los números del INDEC para disfrazar
el valor de los papeles emitidos, manoteando los fondos del ANSES y del
Banco Central para financiar subsidios, manipulando exportaciones a las
trompadas para sostener un poco al mercado interno mientras se pone a la
no tan grande producción nacional bajo una presión impositiva infernal
para tener algo de caja, tampoco alcanza ya. Y los que tienen algo de
dinero lo saben. Por algo la fuga de divisas, aun en un mundo
completamente convulsionado, está llegando a niveles récord. Si hoy
alguien prefiere tener dólares y no pesos, estando el dólar amenazado
como está, eso a mí me dice que ese alguien todavía recuerda lo que le
pasó con el corralito y se cubre por las dudas.
Realidades y teorías
Sea como fuere, tal como lo veníamos previendo desde hace ya algunos años,
el sistema capitalista está crujiendo por los cuatro costados. Hemos
llegado a tal punto que un error realmente grave, uno de esos errores
monumentales que a veces se producen en la Historia por la codicia, la
ambición, la terquedad y – no en última instancia – por la estupidez
de los actores principales, puede conducir a un colapso de dimensiones
catastróficas. No es seguro que así suceda. Ni siquiera es inevitable
que ocurra. Pero puede ocurrir.
El mundo ya percibe que el Imperio capitalista, única potencia mundial
sobreviviente al colapso de su contracara gemela comunista, está en
problemas. Por eso es que se producen las estampidas financieras. Todo el
mundo está a la búsqueda de un salvavidas; llámese éste el oro, el
franco suizo o algún otro clavo ardiendo que sirva para agarrarse.
En este escenario, hay dos cosas que los políticos de verdad y con auténtica
vocación deberían considerar y analizar muy en profundidad.
En primer término, es realmente hora de pensar en alternativas políticas
serias a la democracia liberal y al colectivismo marxista, ideas ambas que
ya llevan mucho más que un siglo de atraso respecto de las necesidades y
características del mundo actual. Y, como ya fuera sugerido más arriba,
para la elaboración de estas alternativas solamente caben dos estrategias.
O bien creamos una forma de organización sociopolítica completamente
nueva, pero posible y viable, que despierte entusiasmos y sume voluntades.
O bien retrocedemos hasta las últimas bases sólidas que podamos
encontrar en nuestra Historia y construimos – o reconstruimos – a
partir de esa base, toda la estructura de nuestras sociedades teniendo en
cuenta y aceptando que esa última base sólida puede no ser, como que de
hecho muy posiblemente no será, la misma para todos los organismos
etnoculturales y para todos los organismos políticos del planeta.
En segundo término, pero no en última instancia, quienes quieran
sobrevivir al desbarajuste producido por una conjunción de ciclos críticos
y gruesos errores no admitidos como tales, tienen que saber que más allá
de las complejidades de la economía y las finanzas, la vida se sostiene
en última instancia gracias a unos pocos elementos esenciales. A menos
que creamos en milenarismos apocalípticos o en profecías quiliásticas,
tenemos que saber que, después de toda anarquía, la vida siempre renace,
se reconstituye y se vuelve a encarrilar. Y para ello lo que la vida
necesita en forma indispensable es disponer de elementos esenciales tales
como la tierra, la comida, el agua y el aire. Más allá de infantilismos
ecologistas esgrimidos con fines políticos y más allá de toda la
tecnología industrial y su pasión por las innovaciones, los elementos básicos
que la vida requiere son hoy los mismos que requería hace millones de años
atrás.
Podremos inventar todas las teorías que se nos ocurran. De hecho, a lo
largo de nuestra Historia hemos inventado centenares de ellas.
Pero, para desgracia de muchos ideólogos y teóricos, la vida no se rige
por teorías sino por realidades concretas.
Y cuando la realidad concreta contradice a la teoría, lo único razonable
que cabe hacer es desechar la teoría irreal.
Porque escapar de la realidad concreta es imposible.
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