El Dr. Osvaldo José Cirnigliaro, en su carácter de legislador peronista de la Provincia de Tucumán, en la reciente sesión ordinaria unicameral, reunida a efectos de tratar una nueva legitimación de la bandera provincial, derogando la Cruz católica que figuraba en la enseña aprobada anteriormente; fue el único legislador que rechazó tal pretensión con su fundado voto negativo, contra el asentimiento del resto de la asamblea supuestamente llamados católicos. Cabe destacar que la curia toda de Tucumán, encabezada por el Obispo conciliar Mons. VILLALBA, no articuló palabra para defender esta Cruzada, remitiéndose unicamente a consentir con su silencio, esta ominosa afrenta a la Realeza de N.S. JESUCRISTO. A tal efecto les envío para su lectura y consideración, el texto taquigráfico de la exposición de Cirnigliaro. texto enviado por Julio López Señor Presidente Dentro de los argumentos que se dieron hoy se dice que se sanciona y se crea una bandera porque Tucumán no tiene bandera. Tucumán tenía bandera, señor Presidente, nada más que alguien no quiso que esa bandera continuara vigente, tan solo porque llevaba la Cruz. ¡Qué penoso sería que a la próxima Legislatura no le guste esta bandera que hoy estamos aprobando y creándola, derogue la ley y sancione otra!; sería penoso. Cuando
se derogó la ley 6.694 del gobierno de Ortega, por la que creó
Con
esta maniobra José Alperovich consiguió por fin la derogación de la ley
de creación de la bandera de Tucumán, que perseguía desde que era
legislador, cuando presentó un proyecto de ley en ese sentido en julio de
1996, con sus pares de
El
Gobernador menospreció la tradición del pueblo que representamos,
ignorando que toda la historia de este suelo, desde los españoles que lo
fundaron y las generaciones descendientes hasta nuestros días, estuvo
signada por el símbolo de El Gobernador olvidó que es depositario de un mandato de representación de nuestro pueblo, donde el interés de la mayoría no admite controversias con respecto a su religión. Por ello es que al desconocer su deber resulta discriminatorio al sentido común de la mayoría invirtiendo por lo tanto, la noción de justicia. Somos un pueblo, señor Presidente, sin conflictos raciales, ni religiosos y no debemos permitir este tipo de conductas que tienden a importar controversias no deseadas para quienes, aún en la diversidad religiosa, política y étnica, aspiramos a vivir en paz. Felicito a los pueblos que fieles a su credo de fe no sólo lucen con orgullo sus símbolos religiosos en bandera y escudos de su nación sino que el propio Estado adopta con exclusividad como fundante y guía de los preceptos jurídicos constitucionales su confesión de culto.
No
vengo aquí a dar clase de Catecismo ni apologética de los dogmas de
nuestra fe sino a alertar la conciencia de este honorable Cuerpo
legislativo que es presidido por esa misma Cruz que cuelga en la pared de
este Recinto. Un Dios no debiera ser motivo de discusiones ideológicas ni
de rivalidades entre diferentes movimientos y grupos, y mucho menos el
Dios de los católicos que vino a unir, a salvar, y La cultura contemporánea ha perdido en gran parte este vínculo esencial entre verdad-bien-libertad y, por tanto es hoy una de las exigencias propias de la misión de las clases dirigentes, para la salvación del mundo. Sólo en la obediencia a las normas morales universales el hombre halla plena confirmación de su unicidad como persona y la posibilidad de un verdadero crecimiento moral. Precisamente por esto, esta verdad está dirigida a todos los hombres; no sólo a los individuos, sino también a la comunidad, a la sociedad como tal. En definitiva, señor Presidente, estas normas constituyen el fundamento inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacífica convivencia humana y por tanto de una verdadera democracia, que puede nacer y crecer solamente si se basa en la igualdad de todos sus miembros, unidos en sus derechos y deberes. Ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de los miserables de la tierra: ante las exigencias morales y ante Dios somos todos absolutamente iguales. En ese sentido las reglas morales fundamentales de la vida social comportan unas exigencias determinadas a las que deben atenerse tanto los poderes públicos como los ciudadanos. Más allá de las intenciones, a veces buenas, y de las circunstancias, a menudo difíciles, las autoridades civiles y los individuos particulares jamás están autorizados a transgredir los derechos fundamentales e inalienables de la persona humana. Por lo cual sólo una moral que reconoce normas válidas siempre y para todos, sin ninguna excepción puede garantizar el fundamento ético de la convivencia social, tanto nacional como internacional.
La
raíz del totalitarismo moderno hay que verla, por lo tanto, en la negación
de la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios
invisible y, precisamente, por esto, sujeto natural de derechos que nadie
puede violar ni el individuo, el grupo, la clase social ni
Señor
Presidente, no puedo acompañar este proyecto con mi voto positivo, como
merece el trabajo que han hecho todos los legisladores y como hubiese
deseado, por dos razones: primero, porque he tomado conocimiento que se
sustancia ante La sustitución deshonra el credo católico, apostólico y romano, porque pretende adulterar la jerarquía de culto. A María se venera, a Jesús se adora. María es Corredentora, Dulce y Piadosa Intercesora; Jesucristo es Redentor, Juez y Rey. Virgen encinta orante y maestra, dame gozar como tú de aquél que me vive por dentro y que crece en mi interior hasta el momento de mi partida. Nada más, señor Presidente, muchas gracias.
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