La toma de Beirut por los militantes de Hezbollah y sus aliados entre
los días 7 y 11 de mayo.
Lo que abortó una operación político-militar contra las fuerzas patrióticas
y nacionalistas libanesas patrocinada por los EEUU y Arabia Saudí y
consistente en el debilitamiento y derrota definitiva de Hezbollah.
Desde la victoria de Hezbollah contra Israel en la guerra del verano de
2006, tanto la administración estadounidense como la monarquía saudí
han venido impulsando una estrategia dual en contra de esta organización:
por una parte, reducir el prestigio con que cuenta entre significados
sectores de la población árabe, desde Marruecos hasta Irak y con
independencia de la adscripción religiosa; por otra, desarmar su
estructura militar.
La campaña de desprestigio contra Hezbollah se inició desde el mismo
momento
de la finalización de la guerra y se generalizó cuando esta organización
y
las fuerzas patrióticas y nacionalistas que la apoyan (cristianos
marionitas, izquierdistas y laicos) iniciaron una campaña de
desobediencia
civil contra el gobierno de Siniora en noviembre de 2006. Con la
renuncia de
los cinco ministros que Hezbollah mantenía en el gobierno, a la que se
añadió la de un cristiano maronita, el gobierno debería haber
dimitido
puesto que la constitución libanesa establece que cualquier decisión
que se
tome sin la presencia de todos los sectores, no es legítima. Sin
embargo, el
gobierno se enrocó, contando con el apoyo occidental y saudí. La
decisión
del gobierno de Siniora no fue autónoma, sino impuesta desde fuera: no
se
podía aceptar, bajo ningún concepto, un gobierno que estuviese
influenciado
por una organización que había derrotado a Israel y cuyo ejemplo es
visto
con simpatía por organizaciones como Hamás en Palestina. Eso
"desestabilizaría" la región. Es decir, marcaría el camino
para los pueblos,
que comenzarían a liberarse del yugo de unos regímenes corruptos. Es
lo que
los expertos en Oriente Medio identifican como "el efecto
Hezbollah" y que
echa por tierra el diseño neocolonial pretendido por EEUU en esa zona
del
mundo.
Había, por lo tanto, que intensificar la campaña sectaria del tipo
"aumenta
la influencia shií en la zona", "Hezbollah es una marioneta
iraní" -en este
sentido hay que tener en cuenta la aparición de fenómenos como el de
Fatah
al Islam en el campo palestino de Narh al Baerd, situado cerca de Trípoli,
donde desde hace tiempo el Movimiento al Futuro, al organización
prosaudí
que lidera Saad Hariri, cuenta con influencia- y, en consecuencia,
comenzar
a buscar un contrapoder armado a Hezbollah. Es así cuando hacen su
aparición, en forma de contratistas de seguridad (empresa Secure Plus,
por ejemplo), milicias suníes con las que hacer frente a "la expansión
shií" y
fuerzas policiales claramente vinculadas con el clan Hariri, que debe su
fortuna a su estrecha alianza con los saudíes y, en concreto, al príncipe
Bandar bin Sultan, hoy Consejero de Seguridad de Arabia Saudí (1).
Los enfrentamientos en Narh al Bared fueron vistos como una prueba
piloto
por parte del gobierno de Siniora para una futura confrontación con
Hezbollah. Sin embargo, el intento no fructificó. Pese a la destrucción
del
campo, la lucha no trascendió de allí. Había, por lo tanto, que dar
una
nueva vuelta de tuerca y esa llegó con la denuncia, realizada por el
druso
Walid Jumblat, el más fiel representante de los intereses imperialistas
y
sionistas en Líbano, sobre la red de comunicaciones de Hezbollah y la
exigencia de su desmantelamiento. Recogido el hecho por todos los medios
occidentales, el gobierno Siniora se puso manos a la obra y decidió
desmantelar la red y destituir, al mismo tiempo, al jefe de seguridad
del
aeropuerto por considerarlo próximo a Hezbollah.
Pero resulta que la existencia de esa red era conocida desde hace tiempo
y
es en lo que se sustentó el triunfo de Hezbollah contra Israel en la
guerra
del verano de 2006. ¿Por qué entonces el empecinamiento del gobierno
en
desmantelarla en estos momentos? En Beirut existe la certeza que existía
un
diseño por parte de Israel y EEUU, con la connivencia de algunos
gobiernos
árabes, de la realización de una operación militar contra Hezbollah,
diseñada para el 25 de abril, que no fue finalmente puesta en marcha
por esa
red de telecomunicaciones y, de forma especial, por la existente en la
pista
1-7 del aeropuerto internacional.
El día elegido para la operación coincidía con unas maniobras
militares,
"Turning Point 2", que Israel realizaba en la frontera con Líbano.
Cuando
fue asesinado Imad Mugniya en Damasco, considerado como uno de los
principales comandantes militares de Hezbollah, fue considerado unánimemente
como una provocación israelí para obligar a una respuesta de Hezbollah
y
desencadenar así una nueva guerra. Dado que Hezbollah decidió que
respondería, pero eligiendo el dónde y el cuándo, había que provocar
una
nueva situación. Esa era la operación que finalmente se abortó al
conocerse
la existencia de la red de Hezbollah en el aeropuerto de Beirut. Por lo
tanto, para que ese tipo de operaciones sean posibles en el futuro había
que
desmantelar ese sistema.
El semanario egipcio Al Ahram recoge gráficamente qué significaba esta
medida: "Para la comunidad de inteligencia extranjera que opera en
Oriente
Medio, a menudo en colaboración con los regímenes aliados (se refiere
a los
árabes prooccidentales), no es ningún secreto que Israel tiene la
capacidad
tecnológica para supervisar y escuchar las telecomunicaciones de la
región.
La red de Hezbollah ha demostrado ser impenetrable y eso es una fuente
de
frustración tanto para los israelíes como para los EEUU. Por lo tanto,
la
alarma mostrada por Jumblatt y el gobierno de Siniora sobre la red de
Hezbollah y el jefe de la seguridad del aeropuerto internacional de
Beirut
sólo puede ser interpretada dentro del contexto de la escalada de
EEUU-Israel contra Siria-Irán. Una potencial acción militar contra Irán
o
Siria requeriría la neutralización, si no la destrucción, de
Hezbollah. En
el caso de que el primer ministro Siniora hubiese tenido éxito con la
red de
telecomunicaciones de Hezbollah, incluso con la colaboración del ejército
libanés, no sería difícil de adivinar dónde habrían terminado los códigos
y
manuales de funcionamiento 48 horas más tarde" (2).
Era, claramente, una declaración de guerra, como dijo el secretario
general
de Hezbollah, Hasán Nasralá. Tanto Jumblat, como Siniora o Hariri eran
conscientes de lo que pedían y su pretensión era que el Ejército
hiciese lo
que no hizo cuando los islamistas se alzaron en Narh al Bared: la guerra
total con Hezbollah. En ese escenario, la FINUL se habría visto
"obligada" a intervenir en apoyo del ejército libanés, aplicando la Resolución
1701 del
Consejo de Seguridad de la ONU. Pero Hezbollah les mostró que habían
cometido un enorme error de cálculo. Y lo hizo sólo en cuatro días.
La toma de Beirut fue una magistral operación político-militar y una
demostración de la frialdad de una organización que sabe graduar a la
perfección sus golpes, como puso de manifiesto el hecho de que no
quisiese
tomar ni la sede del gobierno ni las residencias de los principales
dirigentes prooccidentales y que fuese entregando al Ejército las zonas
que
había tomado bajo su control. El Ejército no es su objetivo. Tampoco
el
enfrentamiento sectario, en contra del manido discurso embrutecedor y
alienante de los medios de comunicación occidentales y árabes
alineados con
sus regímenes reaccionarios. Y algo más preocupante aún para los
sostenedores de un gobierno que hace aguas por todas partes: las
milicias
que habían creado para "protegerse" de los shíies se
deshicieron como un
azucarillo en una taza de café. 60 millones de dólares tirados a la
basura y
tres años de trabajo de servicios secretos occidentales y algunos
estados
árabes (saudíes y jordanos, especialmente) no han servido para nada
(3).
La calle árabe
La calle árabe no vio en ningún caso un retorno a la guerra civil, del
que
hablaban las agencias occidentales, ni un enfrentamiento suníes-shíies
del
que hablaban los medios oficiales de los regímenes prooccidentales árabes.
Encuestas recientes indican que el 63% de la población libanesa
considera
que el gobierno de Siniora es el responsable de lo ocurrido (4). En
Egipto,
Nasralá, sigue siendo visto como un referente para el mundo árabe (5)
y el
líder supremo de los Hermanos Musulmanes (suníes), Mohamed Mahdi Akef,
ha
dicho públicamente que "la resistencia libanesa es el único grupo
que
determina lo que es bueno para el país [Líbano] al tiempo que se
enfrenta a
la entente sinoista-EEUU". En Jordania -donde la monarquía está
entrenando
mercenarios de ese ejército privado de Hariri- tanto los islamistas suníes
como un reputado grupo de 60 intelectuales, musulmanes y laicos, han
apoyado
públicamente a Hezbollah (6). La percepción en la calle árabe no es
la misma
que la de sus gobiernos y el prestigio de Hezbollah sigue prácticamente
intacto (7). No obstante, sí que hay que reconocer que en algunos
sectores
ortodoxos suníes la imagen de Hezbollah ya no es la misma, al tiempo
que hay
quien sigue alentando la formación de milicias suníes como
"resistencia
islámica frente a Irán y sus apoderados en Líbano" (8).
El estado de opinión de la calle está empezando a calar en los
gobiernos
árabes. En la reunión de urgencia convocada por la Liga Árabe, además
de un
enfrentamiento entre Siria y Arabia Saudí, se constató un desmarque
significativo de las tesis saudíes de países como Qatar, Yemen y
Argelia. Ya
sólo queda como núcleo duro el compuesto por Arabia Saudí-Egipto-Jordania.
Esta tríada de gobiernos prooccidentales es la única que mantiene el
manido
discurso de la interferencia iraní en la zona y la que aún sigue
abogando
por una estrategia de contención a la "expansión shíi".
La debilidad de la tríada, y de sus mentores estadounidenses, es total.
Si
es evidente la derrota del gobierno libanés, obligado a dejar sin
efecto el
desmantelamiento de la red de telecomunicaciones de Hezbollah y la
separación del cargo del jefe de la seguridad aeroportuaria, no lo es
menos
la derrota de la estrategia saudí. Quien había convertido a Líbano en
un
rehén de su enfrentamiento con Irán está ahora en una situación de
mayor
debilidad y sin capacidad de maniobra.
Esta es la razón por la que el rey saudí, Abdulá, ha desautorizado a
su
ministro de Exteriores cuando éste calificó lo ocurrido esos cuatro días
como "golpe" e hizo un llamamiento a los países de Oriente
Medio para que se
abstuviesen de atizar las "tensiones sectarias" en Líbano.
Aunque todo el mundo está obligado a ceder, quien más tiene que
hacerlo es
el gobierno y sus mentores, aceptando al general Michel Suleiman como
nuevo
presidente, la formación de un gobierno de unidad nacional y, lo más
importante, la revisión de la ley electoral antes de la celebración de
las
elecciones parlamentarias el año que viene. Eso implica la reforma de
los
Acuerdos de Taif de 1990 y el fin del sectarismo, herencia del
colonialismo
francés. Las conversaciones que se están manteniendo en Doha, la
capital
qatarí, no fructificarán si se sigue insistiendo en el desarme de
Hezbollah
mientras se mantenga la ocupación de las granjas de la Shebaa y no se
reforme el sistema constitucional libanés.
Notas:
1. Alberto Cruz: "La nueva estrategia de EEUU en Líbano: la guerra
secreta
contra Hezbollah", http://www.lahaine.org/index.php?p=23123
2. Al Ahram (Egipto), 15-21 de mayo de 2008.
3. The Angeles Times, 12 de mayo de 2008.
4. Asia Times, 13 de mayo de 2008.
5. Al Destour (Egipto), 13 de mayo de 2008
6. Al Manar, 14 de mayo de 2008
7. Asia Times, 16 de mayo de 2008.
8. Khaled Al-Dhaher, ex parlamentario libanés, en entrevista a la LBC
TV el
12 de mayo de 2008.
(*) Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Especializado en
Relaciones Internacionales.
albercruz@eresmas.com
(Fuente: Resumen Latinoamericano 22/05/08)