DECRECIMIENTO Y PROGRESO por Alberto Buela Hemos
sostenido en un artículo reciente que: “La
idea de progreso, según nuestra opinión, tiene que estar vinculada a la
idea de equilibrio de los efectos. Progreso en la medida en que las
consecuencias o efectos del mismo se equilibran de tal forma que puedo
realizar nuevos progresos sin anular los efectos del primero”.
(1) Queremos ahora profundizar en la relación entre decrecimiento y progreso, pues nos encontramos con dos hechos indubitables y evidentes, pero que al mismo tiempo se presentan como contradictorios. Por un lado tenemos la acumulación masiva de datos que muestran el desquiciamiento de los ecosistemas planetarios y el deshilachado del tejido social de la naciones tanto pobres como opulentas. Y por otro, el ansia y la tendencia natural del hombre al progreso. ¿Cómo compaginar estos dos hechos irrecusables por evidentes?. Si
bien la idea de decrecimiento fue manejada por el anarquismo clásico como
los ludditas que destruían las máquinas al comienzo de la revolución
industrial y reclamaban menos horas de trabajo para el estudio y la
formación personal, esta idea fue enunciada por primera vez por el
mejicano Ivan Illich por los años 60 cuyo apotegma fue: Vivir de otro
modo para vivir mejor. A él le siguieron pensadores como Nicholas
Georgescu y su propuesta de límites al crecimiento económico, Jacques
Ellul que en 1981 proponía no más de dos horas de trabajo diario, para
concluir en nuestros días con los trabajos del reconocido sociólogo
Serge Latuche: Por una sociedad del decrecimiento(2004) y del ingeniero
mejicano Miguel Valencia Mulkay: La apuesta por el decrecimiento(2007).
Acaba en estos días de publicar
el pensador Alain de Benoist Demain la décroissance. Penser l’écologie
jusqu’a bout (Edite,
2007). Se
parte de la base que el crecimiento económico por el crecimiento mismo
lleva en sí el germen de su propia destrucción. El límite del
crecimiento económico lo está dando el inminente colapso ecológico. Hoy
desaparecen 200 especies vegetales y animales diariamente. De modo tal que
el crecimiento económico comienza a encontrar límites ecológicos (el
calentamiento de la tierra, el agujero de Ozono, el descongelamiento de
los Polos, la desertificación del planeta, etc.) Es
que la sociedad capitalista con su idea de crecimiento económico logró
convencer a los agentes políticos, económicos y culturales
que el crecimiento económico es la solución para todos los
problemas. Así hoy el progresismo político ha rebautizado con los
amables nombres de “ecodesarrollo”, “desarrollo sustentable”,
“otro crecimiento”, “ecoeficiencia”, “crecimiento con rostro
humano” y otros términos, que demuestran que este falso dios está
moribundo. (2) A
contrario sensu de
esta tesis el inimputable de George Bush sostuvo el 14/2/2002 en Silver
Spring ante las autoridades estadounidenses de meteorología que: “el
crecimiento económico es la clave del progreso ecológico”. En
realidad el pensamiento ecológico se va transformando sin quererlo en
subversivo al rechazarla tesis de que el motivo central de nuestro destino
es aumentar la producción y el consumo. Esto es, aumentar el producto
bruto interno-PBI de los Estado-nación. La
idea de decrecimiento nos invita a huir del totalitarismo economicista,
desarrollista y progresista, pues muestra que el crecimiento económico no
es una necesidad natural del hombre y la sociedad, salvo la sociedad de
consumo que ha hecho una elección por el crecimiento económico y que lo
ha adoptado como mito fundador. El
asunto es ¿cómo dejar de lado el objetivo insensato del crecimiento por
el crecimiento cuando éste se topa con los límites de la biosfera que
ponen en riesgo la vida misma del hombre sobre la tierra?.
Y ahí, Serge Latuche tiene una respuesta casi genial: avanzar
retrocediendo.
(3) Es
decir, seguir progresando desactivando paulatinamente esta bomba de tiempo
que es la búsqueda del crecimiento económico si límites. Y para ello
hay que comenzar por un cambio en la mentalidad del homo
consumans como designó nuestro amigo Charles Champetier en el libro
homónimo, al hombre de hoy. Sabemos
de antemano que esto es muy difícil pues la sociedad mundial en su
conjunto a adoptado la economía del crecimiento y vencer a los muchos se
hace cuesta arriba, pues como afirmaba el viejo verso del romancero español:
Vinieron los sarracenos
Y
nos molieron a palos,
Que
Dios protege a los malos
Cuando
son más que los buenos. El
establecimiento de una sociedad del decrecimiento no quiere decir que se
anule la idea de progreso (4) sino que se la entienda de otra manera, tal
como propusimos al comienzo de este artículo. Hay que dejar de lado de
una vez y para siempre la idea de progreso indefinido tan cara al
pensamiento ilustrado de los últimos tres siglos. Porque sus
consecuencias nos sumieron en este estado de riesgo vital que estamos
viviendo hoy todos los hombres sin excepción. Debemos
superar los aspectos nocivos de la modernidad en este campo, y sólo
podemos hacerlo con una respuesta postmoderna que lleve un anclaje
premoderno. Por ejemplo, rompiendo el círculo del trabajo para volver a
trabajar intentando recuperar, no la pereza, como afirma Lafargue, ni la
diversión como afirma Tinelli, sino el ocio= la scholé= la scholae= la
escuela, esa capacidad tan profundamente humana y tan creativa que nos
hace a los hombres personas. No
es tan difícil reestablecer en economía el principio de reciprocidad de
los cambios tanto entre los hombres en el intercambio de mercaderías como
entre el hombre y la naturaleza, volviendo a pensar a la naturaleza como
amiga. Ese principio de
reciprocidad que morigere la salvaje ley de la oferta y al demanda. Si
no lo hacemos se encargará con su fuerza interna de mostrárnoslo la
propia realidad de las cosas, con la fuerza cruel que impone la pedagogía
de las catástrofes. (*)
arkegueta- CeeS- Fed. del Papel Casilla
3198 (1000) Buenos Aires (1) Dosideas distintas de progreso, en internet, octubre de 2007 (2)
Miguel Valencia Mulkay: La
apuesta por el decrecimiento (2007) (3)
Serge Latuche: Por una sociedad
del decrecimiento (2004) (4) Tampoco decrecer significa que se niegue el derecho a la vida, sobre todo de los pobres, como sostienen algunos eugenetistas y controladores de la natalidad.
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