EL JUEZ QUE NO SABE CASTIGAR ACABA POR ASOCIARSE CON EL DELINCUENTE (Goethe: Fausto, 2da. parte, acto primero) por Alberto Buela (*)
Desde siempre se lee sólo la primera parte del Fausto, de ahí que nos hayamos propuesto leer este verano todo el texto completo a pesar de lo tediosa y engorrosa que resulta la segunda parte, por lo barroco de su escritura y la exuberancia mitológica del texto. Y allí, al comienzo nomás nos encontramos con esta sentencia desconocida por la mayoría de sus lectores. A fines de siglo (1999/2001) el principal problema argentino era la desocupación, hoy un lustro después, el grave problema social argentino es la inseguridad. En nuestras calles y rutas se matan al año un promedio de 8000 personas, la mayoría jóvenes. Y pasamos de un promedio de 11000 asesinatos al año a 14.000. Claro está, que mal de muchos consuelo de pobres, en Brasil se registran 50.000 asesinatos al año. No existen cifras más o menos ciertas sobre robos, hurtos, violaciones y secuestros porque la mayoría de los cuales no se denuncian, pero su cifra no es sólo alarmante sino lo más grave, es creciente. Pareciera ser que la inseguridad se ha transformado en una política de Estado a través de la cual también se nos gobierna. En una palabra, pareciera que los gobiernos usan la inseguridad como un instrumento mas para gobernar. El sistema jurídico y penal argentino está colapsado, así la Corte Suprema de Justicia acumula 8000 casos sin resolver, las cárceles están abarrotadas de presos y se siguen haciendo nuevas todos los años. La pregunta es: ¿Qué sucede?, ¿Cuál es la causa?, ¿Existe una solución? Sin pretender tener la bola de cristal sobre tan espinoso asunto, podemos afirmar con un adagio criollo que: la culpa no la tiene el chancho sino quien le da de comer. Y el que le da de comer a este sistema jurídico-penal inadecuado, anticuado, falaz y, por ende, injusto es el juez, quien al no saber castigar en su justa pedida al delincuente termina asociándose con él, según reza la cita del Fausto. El juez castiga no por el castigo mismo, sino porque el criminal reclama su castigo como su derecho. En una palabra, el derecho del delincuente es ser castigado y esto no lo puede obviar el juez pues, de lo contrario, termina asociándose con el delincuente. Si bien el juez no está para juzgar al Derecho sino solo para aplicarlo por vía procesal, sin embargo él no es un espectador del Derecho sino protagonista ya que recrea el Derecho en su sentencia que es el momento vivo de éste. La sentencia produce el hecho jurídico stricto sensu, pues como sostuviera ese gran filósofo del derecho que fuera el tucumano Carlos Cossio hace ya medio siglo en su Teoría egológica: “Es que la norma jurídica está en el juez y siempre en él”. Siguiendo el razonamiento de esta breve meditación sostenemos que, si bien ante el problema de la inseguridad convergen múltiples causas, como por ejemplo la pobreza, la falta de empleo, la mala formación del ciudadano en general y de los dirigentes en particular, el olvido desde los aparatos del Estado en la predicación y sostenimiento de los valores patrios, la exaltación de una visión individualista y hedonista de la vida, donde el dinero y el placer son todo. El fenómeno de la inseguridad podría encararse, con los medios con que se cuenta actualmente y sobre la base de lo que ya existe, a través de una reforma sustancial en la formación del cuerpo de jueces, federales y provinciales, de la República. Y esta formación no se logra con un curso rápido más o menos inteligente y chispeante dictado por algún pensador light del tipo de los comunicadores sociales sino por filósofos, que en Argentina hay y de los buenos, que puedan mostrarle y luego enseñarle a estos señores jueces cual ha sido y es el sentido de la Argentina en América y el mundo y cual la cosmovisión acerca del hombre, el mundo y sus problemas que sostenemos. La carencia de este background axiológico es imposible la sentencia justa que no sea por simple casualidad.
(*) Federación del papel
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