LA
DEMOCRACIA QUE ISRAEL QUIERE
por
Marcos Ghio Israel sabe que la democracia es el medio adecuado para desarticular una nación. En un capítulo esencial de los Protocolos se dice expresamente que si quiere disolverse un país deben sembrarse a propósito en el mismo doctrinas falsas y perturbadoras. La democracia es justamente ese sofisma engañador. Finge al pueblo libre haciéndole creer que está en condiciones de gobernarse a sí mismo a través del sufragio universal, pero en la práctica lo convierte en esclavo en tanto que, al haber sido despojado de sus verdaderos gobernantes y convertido en masa amorfa y sin persona, es manejado a distancia por los grandes medios de difusión que son a su vez propiedad de los aliados y socios de Israel. Para que un ser humano se convierta en masa y sea teledirigido en sus gustos e intenciones es indispensable haberle suprimido previamente su dimensión más profunda, aquella que lo religa con la trascendencia. Para ello el remedio consiste en difundir con insistencia el laicismo con sus derivados necesarios y obligatorios tales como el consumismo, el materialismo, el hedonismo o de lo contrario subvertir a la religión convirtiéndola en un mero sistema de asistencialismo y socialismo en modo tal que el hombre, una vez que ha sido vaciado de toda dimensión superior, viva y exista solamente en función de la búsqueda y posesión de bienes materiales. Pero si tales cosas no suceden previamente entonces la democracia puede llegar a convertirse en un problema. Puede ser en cambio el medio por el cual una comunidad asentada en valores superiores a los de la mera vida biológica, en vez de obtener el sistema de sumisión perseguido, encuentre en cambio el camino para conseguir un Estado que realmente la gobierne. Si para el hombre moderno la democracia es un fin en sí mismo, para el de la tradición en cambio la misma puede llegar a convertirse en un medio para alcanzar una cosa superior. Israel ha podido conocer en carne propia el serio problema que se le presenta al ‘menos malo de los sistemas posibles’ en el momento en que intentó implantarse en el mundo musulmán. Cuando a los pueblos islámicos se les propuso disfrutar de las delicias del sistema impuesto en el mundo occidental los resultados han sido espantosos para los modernos. Primero fue en 1979 en Irán cuando el presidente Carter, creyendo maduro al pueblo para la democracia, aceptó la caída del régimen dictatorial del Sha, pero el resultado fue que, lejos de un sistema en donde ‘se cura, se come y se educa’, se obtuvo en cambio una revolución islámica multitudinaria y fundamentalista por la cual la ley laica y secular impuesta por el occidente liberal o comunista fue suplantada por la Sharia, es decir aquella que pone el eje de la realidad no en el hombre sino en lo trascendente, no en lo secular, sino en lo sagrado, no en el aquí y ahora, en el ‘progreso’ y en la panza, sino en el cielo, en la vida eterna. Tal revolución se convirtió entonces en una verdadera espada de Damocles para Israel con vientos incontenibles de expansión. Años más tarde en Argelia casi sucede lo mismo. Cuando luego de un largo período de ablandamiento con un gobierno secular y filomarxista del FLN se resolvió convocar a elecciones libres creyéndose que el pueblo ya estaba ‘maduro’, el resultado fue también un triunfo arrollador y multitudinario del Frente Islámico de Salvación (FIS). Alertado por el resultado antes acontecido Israel entonces promovió un golpe de Estado militar y como secuela una guerra civil espantosa con más de 200.000 muertos. Pero el despertar de la religión raigal no se detuvo por esto, aquella república que con el laico Ataturk tras la derrota en la Primera Guerra Mundial quebrara el Imperio Otomano constituyendo a la actual Turquía hoy ya tiene en el poder a un régimen islamista, moderado es verdad, pero cuyas perspectivas futuras también representan una verdadera incógnita para el occidente ya que acaba de asumir posturas abiertamente contrarias a Israel. Y
hoy en día el dilema parece volver a repetirse como un verdadero reguero
a punto de hacer estallar un polvorín. Primero fue Túnez en donde una
revolución democrática dio por tierra con el tirano y corrupto Ben Alí
y dio como resultado que, conjuntamente a mayores concesiones ‘democráticas’
a la población, se derogara la prohibición al uso del velo islámico y
se permitiera rezar el Ramadán en las plazas públicas. El líder del
partido islámico exiliado en Londres ya ha vuelto al país y por si
faltaba algún ingrediente peligroso, Al Qaeda en el Magreb que lucha en
la región contra los ejércitos pro-occidentales de Argelia, Malí y
Mauritania, así como contra una brigada especial del ejército francés,
ha brindado su más pleno apoyo a dicho movimiento. Del mismo modo en
Egipto la revolución que ha dado cuenta con el régimen de Mubarak ya ha
abierto las puertas al crecimiento irreversible de la Hermandad Musulmana
que es el grupo tradicionalista del que se originaran los demás
movimientos del mismo tenor incluido el de Khomeini en Irán (1).
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