RESPUESTA POR JUAN DE LA PIEDRA La respuesta de nuestro ibérico amigo es de una erudición y una altura tal que no debiera ser desoída por ningún argentino bien nacido. Ing. Fernando M. Fluguerto Martí Sábado 3 de febrero de 2007 *
Estimado amigo D.
Fernando:
He estado
reflexionando sobre su consulta, y he llegado a la siguiente conclusión.
No creo que los
argentinos sean más ingratos y negligentes que otros pueblos, pues el
problema que denuncia está presente a lo largo y ancho del mundo. Quiero
decir que la ingratitud y la desidia, y más que eso la ignorancia, es
consustancial al género humano, y sólo aquellos que tienen una especial
sensibilidad hacia la Cultura y la Historia --Sabiduría, en definitiva--
son conscientes de la importancia y valoran en su justa medida el patrimonio
que nos legaron los ancestros. Nada menos que la preservación de las raíces
de toda nación es lo que está en juego si se permite el triunfo de la
barbarie...
Aquí mismo, en
España, durante muchos siglos se ha desdeñado y minusvalorado el rico patrimonio
cultural que los diferentes pueblos nos han ido legando. Se han cometido
auténticas tropelías, expolios y daños irreparables.
Durante mucho tiempo,
cualquier yacimiento, ya fuese un castro celta o un castillo medieval, han
sido considerados por el populacho como vulgares "piedras viejas", y no
existía el más mínimo pudor en reutilizar esas "piedras viejas" para
construir viviendas, e incluso hoy día existen no pocas iglesias románicas
convertidas en almacenes y cosas peores...
Es cierto que, tras
muchos siglos, se ha conseguido cambiar la mentalidad de las gentes, pero
siempre habrá vándalos y desidia no sólo entre los ciudadanos, también en
la Administración pública, porque los partidos sólo piensan en réditos
electoralistas, y la cultura no da tantos votos como las políticas
populistas.
Con todo, tanto en España
como en Europa en general, se ha ido comprendiendo que lo más valioso que
una nación tiene es su legado cultural e histórico-artístico. Pero para
llegar a ello muchos, como usted, han tenido que clamar en el desierto,
hasta que cada vez más voces se han ido haciendo oír y el tiempo ha ido
poniendo las cosas en su sitio. No en vano, aún es mucho el camino que
queda por recorrer, y en ello precisamente estamos nosotros también,
aportando nuestro granito de arena.
Es importante que
tenga eso presente, que si bien personas como usted pueden ser hoy como un
grano de tierra en medio del vasto desierto patagónico (desierto que, como
bien se empeña en dar a conocer desde su atalaya, no es tan desierto como
los tópicos hacen creer), son también la base de una futura montaña... Y
esa montaña no es otra cosa que el cimiento y la dignidad de su nación,
ladera y cumbre de su linaje.
Los pueblos que
olvidan y desprecian sus raíces, están condenados a que todos olviden y
desprecien su memoria. Y ése es un precio demasiado alto para que una
gran nación como la Argentina lo termine consintiendo. Hoy podrán ser
pocas las voces que se alzan, pero a buen seguro mañana serán clamor de
masas, pues las masas siempre precisan de líderes y pioneros que les abran
los ojos y les guíen hacia la luz.
Argentina es una
nación joven, y tal vez por eso aún no se ha generalizado el orgullo más
importante: el orgullo de las raíces.
También en España se
consideró durante mucho tiempo como algo ajeno, como culturas invasoras, a
muchos de los pueblos que hollaron el solar patrio. Las mentalidades más
vernáculas consideraban como pueblo autóctono a vascones, tartesios o celtíberos
(fusión cultural de celtas e ibéros), viéndose a los pueblos germánicos
(visigodos) y latinos (romanos), como invasores. Hasta que se comprendió
que estos pueblos nos legaron nuestras dos principales señas de identidad:
la religión cristiana y la lengua (las lenguas latinas en nuestro caso).
Más tarde se
consideró a los árabes como invasores despreciables, hasta que se comenzó
a valorar el rico legado que también nos dejaron, desde las ciencias al
arte, pasando por la literatura y muchas otras influencias culturales.
Hoy consideramos tan
propio de nuestro acervo al caudillo visigodo Don Pelayo, iniciador de la
Reconquista, como a emperadores romanos nacidos en Hispania tales
como Adriano o Trajano, entre otros. Tan nuestro consideramos al rey
visigodo Recaredo, primer monarca católico de Hispania, o al gran guerrero
castellano de las gestas del Mío Cid, como al bravo caudillo andalusí del
Califato de Córdoba, Almanzor...
Hemos comprendido
que no existen en realidad pueblos autóctonos, pues desde el principio de
los días los seres humanos fueron nómadas. Y unas veces, en oleadas
cíclicas, ocupaban territorios despoblados, y otras veces, por afán
aventurero y guerrero, los conquistaban manu militari. Y tan
propios de una nación son los unos como los otros, pues el sino de la
Humanidad buscar nuevos horizontes de expansión.
Juan de la Piedra o
Francisco de Viedma son unos valerosos colonizadores españoles, pero más
que eso son personajes que forman parte de la Historia arquetípica y
primigenia de los guerreros de Argentum, del sustrato del solar patrio de
la actual nación Argentina. Es ciertamente tanto o más un patrimonio
humano argentino como español, porque si de España son apéndices, de
Argentina son raíces. Y llegará el día en que los argentinos reconozcan
tanto a sus raíces como a sus apéndices, pues todo ello forma parte de su
alma y de su cuerpo.
El día en que la
mayoría de argentinos comprendan esto, el legado de todos los que hollaron
su suelo será valorado en su justa medida. Y espero y deseo que para
entonces no sea demasiado tarde y se haya perdido todo recuerdo y vestigio
de su paso por tan indómitas tierras. Tierras que hoy forman parte de la
nación Argentina, pero que un día formaron parte de ese afán universal de
conquista, de esos Abuelos de la Patria que alumbraron a los Padres o
Próceres. ¿Y qué hijo biennacido es aquel que reniega u olvida a sus
ancestros, provengan de donde provengan?
Su nación ha nacido
del poso bravío del guerrero, tanto del indígena como del conquistador, y
eso crea estirpe.
Y una nación con
estirpe está llamada, más tarde o más temprano, a oír la voz que clama en
el desierto: la voz de su alma guerrera.
Por eso tengo
confianza en que la lucha por el reconocimiento que personas como usted
llevan a cabo, terminará imponiéndose, pues en su misma enseña
nacional está presente el símbolo de la victoria por excelencia, el
símbolo radiante del Sol Invictus que es nuestro Señor, quien un
día arrojó fuego sobre la Tierra para que arda...
Si en algo podemos
contribuir desde estos lares en apoyar su lucha por preservar la memoria
y los lazos que nos unen, modestamente le decimos que cuente con nosotros,
pues esos nobles lazos, que se remontan a la Celtiberia, a la Germania y
al Imperio Romano, no son fáciles de quebrar. No lo lograron los antiguos
bárbaros, menos aún lo lograrán los modernos incultos.
Un saludo romano.
Fernando Arroyo.
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