Una
doctrina nacional para un único Frente Nacional
El marxismo se mueve y razona en base a principios que le suministra la
economía liberal.
Se deriva del pensamiento materialista sentado por los Enciclopedistas
del siglo XVIII, sin superar su estrechez y sus limitaciones. El ateísmo,
la negación de los valores espirituales, la consideración de la religión
como algo caduco y superado y de la metafísica como algo inútil y
nocivo, son elementos comunes a ambos flagelos de la humanidad.
El nacionalismo rechaza, pues, el concepto materialista del hombre
sustentado por el Marxismo; rechaza, asimismo, la interpretación
materialista de la vida y de la Historia humanas y, por último, rechaza
también el dogma de la inevitabilidad de la «lucha de clases» Es muy
fácil rebatir estas pseudo-científicas previsiones de Marx. Éste se
reveló tan falso y erróneo profeta en la previsión del curso de los
hechos históricos, como equivocado economista en el análisis del
desarrollo económico, y erróneo filósofo en la determinación de la
esencia del ser humano. En efecto, según la profecía marxista, era
fatal e ineludible que el proletariado tomara el poder, realizando su
revolución social, en algunos de los países más desarrollados
industrialmente, sea en Europa (Inglaterra, Francia o Alemania), sea en
América (los Estados Unidos de América). ¿Qué ocurrió en realidad?
Que la revolución comunista fracasó en Francia y en Alemania y ni
siquiera se intentó en Gran Bretaña. En cambio triunfó en países
industrialmente atrasados, como Rusia o China.
Además, Marx parte de un concepto absolutamente restringido y por tanto
erróneo e inadecuado del trabajo. En efecto, para Marx es trabajo únicamente
el manual.
Cuando habla de «trabajadores» se refiere a los proletarios, es decir,
a quienes se ganan un jornal con el trabajo manual. Quedan por
consiguiente, fuera del concepto del trabajo del marxismo todos aquellos
que se dedican a una labor intelectual o de cualquier otra índole, pero
que no encaja estrictamente en el criterio que distingue propiamente al
proletario: tal es el caso del patrono que dirige una empresa o
industria, del intelectual que crea una obra literaria o artística, del
profesional, como el médico, el abogado, el arquitecto, etc, del
militar, que atiende a la defensa de la Patria, del sacerdote, que
atiende las necesidades espirituales del pueblo, del político, que
cuando es digno de ese nombre cuida del bien común, y tantos otros que
seguramente escapan a nuestra atención. El mismísimo Carlos Marx y su
cómplice Engels no serían .trabajadores. de conformidad a la teoría
estrictamente marxista. Y no hablemos de Lenin (Ulianof Blank) y de su
cohorte de secuaces, ninguno de los cuales fue nunca obrero, y en
consecuencia, estarían todos ellos fuera de la definición de «trabajador»
marxista.
Tenemos luego el concepto marxista de la «lucha de clases» La burguesía,
según Marx, provoca el desarrollo y crecimiento cada vez mayor del
proletariado, y de la oposición y triunfo final de éste surgirá una
sociedad sin clases. Como el Estado es un producto de esta lucha, el
resultado de aquel triunfo del proletariado sobre la burguesía será la
eliminación de ésta y el establecimiento de esta sociedad, no sólo
sin clases, sino también sin Estado, ya que éste no tendría ya razón
alguna para existir. Basta, creemos, con echar un vistazo sobre el
desarrollo de la situación mundial para convencernos de la falacia que
encierra este razonamiento «científico» de Marx.
Ante todo, el concepto de .clase es sumamente vago e indefinible. Ya
dijimos que los hombres no son naturalmente iguales, de aquí que la
posición de distintas especies de hombres no sea la misma. Unos, más
talentosos o más inescrupulosos, escalarán puestos más elevados que
otros menos dotados o más desgraciados. Pero dividir a toda la
humanidad en dos clases perfectamente diferenciadas en sus caracteres y
por añadidura antagónicas, resulta lo más anticientífico y absurdo
que pueda darse.
Hemos desmenuzado y deshecho los con ceptos «clave» de la elucubración
de Marx. Nos queda por examinar su idea de la evolución final de la
humanidad, que conducirá inevitablemente a esa sociedad sin clases y
sin Estado, verdadero «paraíso terrenal» predicho por el marxismo.
Nos basta con examinar la situación de los países en que esta teoría
utópica ha querido ser llevada a la práctica para comprobar el carácter
totalmente falso y anticientífico de la misma. En efecto, tanto en la
URSS como en los demás países autoproclamados marxistas-leninistas lo
que cabe apreciar en la realidad es un Estado absolutamente omnipotente,
dirigido por una «clase dirigente» que forma una verdadera oligarquía
privilegiada que reina sobre una masa amorfa y esclavizada, reducida a
trabajar para el Estado que, lejos de encaminarse a su desaparición, es
cada vez más todopoderoso. Esta es la triste pero real situación de
los países autodenominados «socialistas» y «marxistas».
Carlos Marx, por lo tanto, partió de bases absolutamente falsas y
anticientíficas para llegar a un fracaso total de sus previsiones. Es
por todo esto y por el peligro inmenso que el poderío mundial que esta
utópica doctrina representa, que el nacionalismo se opuso siempre y se
opondrá siempre con la máxima energía a ella.
1) El Capitalismo. Es indispensable afinar los conceptos para evitar equívocos
y malentendidos. Existen varias clases de capitalismo. Tenemos en primer
lugar el que surge de los capitales estrictamente nacionales que se
dedican al desarrollo de nuestro poderío industrial y la explotación
de nuestras riquezas. El capital de este tipo propende a ayudar a
nuestra independencia económica, y el nacionalismo de ninguna manera es
su enemigo. Por el contrario, lo reconoce como un factor importantísimo
de nuestro desarrollo como nación libre y propugna su protección y
fomento. Pero, por otra parte, encontramos otras clases de capitalismos
que nos son franca o encubiertamente hostiles: nos referimos al
capitalismo cuando adopta el sistema de .trust o monopolio, a los «capitales
golondrina».
2) El nacionalismo es antidemagógico. Esto equivale a decir que es
enemigo de la política profesional y de sus personeros. Aspiración
sana y noble del nacionalismo es terminar con la baja política para
suplantarla por una verdadera y real representación popular. Tanta es
la importancia que damos a este principio, que sin vacilar afirmamos que
todo nuestro ideario caería por su base, convertido en deleznable
hipocresía, si la nobleza de sus afirmaciones no se viera acompañado
por nuestra perfecta fidelidad cotidiana al ideario que proclamamos.
Como corolario de todo lo que aquí hemos dicho acerca de las tendencias
contra las que se opone el nacionalismo, sólo nos resta por declarar
con toda claridad que, además, el nacionalismo se opone radicalmente al
llamado socialismo de Estado.
Y somos contrarios al socialismo de Estado porque conduce a una
hipertrofia estatal que provoca una proliferación burocrática que
asfixia a las clases productoras y conduce, a corto o largo plazo, al
comunismo desembozado, ya que el socialismo de Estado no es en último término
sino un estado de transición hacia el comunismo.
En el momento actual el nacionalismo está jaqueado por un programa de
globalización. cuyo verdadero nombre es Tiranía Mundial, del que uno
de sus agentes, el usurero cosmopolita Warburg, dijo: .Tendremos un
Gobierno Mundial; lo único que está por verse es si se establecerá
voluntariamente o por la fuerza.. Pero estamos plenamente convencidos de
que el ideal Nacionalista es, en realidad, invencible, ya que el
patriotismo es innato en todo hombre normal. Por eso, el nacionalismo
renace de todos los contratiempos y catástrofes y su esencia está hoy,
más que nunca, afincada en lo más íntimo del hombre.
Podemos aportar tres pruebas históricas irrebatibles de esta vigencia:
1) en la Unión Soviética, luego de más de treinta años de dominio
rojo, se debió recurrir por parte de Stalin y sus secuaces, al ideal
patriótico del pueblo ruso para hacer frente a la invasión de los ejércitos
alemanes; es así como se denominó en la Unión Soviética esta guerra:
la .Gran Guerra Patria.; 2) habiendo ocupado los rusos toda Europa
oriental, debieron respetar las nacionalidades tradicionales y, en lugar
de borrarlas, como lo preconiza el credo marxista- leninista,
mantuvieron las fronteras entre Yugoslavia, Checoslovaquia, Rumania,
Bulgaria, etc, y, aun así, debieron apelar varias veces a la fuerza
bruta de los tanques y los cañones para aplastar las ansias de
independencia patriótica de los pueblos del Este de Europa, y 3) en
nuestra Hispanoamérica, en Cuba, Fidel Castro adoptó una máscara
nacionalista antiyanqui para tocar la fibra patriótica del pueblo
cubano, y conducirlo así a la tiranía roja que hoy soporta.
El nacionalismo, por su carácter netamente realista y práctico, debe
enfrentar otra tendencia poderosa: el utopismo.
(continuará)