EL EDIFICIO Y EL DECORADO

por Denes Martos

El verdadero decorado no está
para hermosear lo externo.
Es algo orgánico de la estructura
que adorna.
Frank Lloyd Wright
(Arquitecto norteamericano)



El último sábado, 11 de agosto, nos enteramos de que las exportaciones de China a la Unión Europea cayeron un 3.6% en lo que va del año. Paralelamente, la economía alemana se desacelera de un modo muy fuerte y las previsiones son que seguirá en esa tendencia. Son datos sueltos por supuesto; pero puestos en el contexto general indican bien a las claras que, si bien la estructura edilicia todavía está de pie, los decorados artificiales, tanto los del sistema jurídico liberal como los de la economía supuestamente basada sobre la libertad de los mercados, se están cayendo de a pedazos. Poco a poco, lo único que está quedando del edificio liberal-capitalista son las paredes desnudas que se sacuden en medio de un terremoto indisimulable y las grietas se vuelven evidentes hasta para quienes hasta ahora vivían creyendo que el maquillaje era el verdadero rostro.

En medio de todo ello, los defensores profesionales del régimen todavía pretenden que salgamos a defender los valores de la sociedad occidental ante el ataque de los nuevos bárbaros, definidos como los terroristas de diferentes clases y layas. No obstante, la situación en cuanto a esto es más que ambigua. Por un lado, no queda demasiado en claro si esos terroristas son realmente los nuevos bárbaros. Los chinos, por ejemplo, parecen tener un physique du rôle mucho más adecuado para ese papel si recordamos que los antiguos bárbaros se incorporaron y se asimilaron a Roma mientras que los actuales terroristas no tienen ni la más remota intención de asimilarse a nadie. Por el otro lado y en forma simultánea, precisamente en el ámbito geográfico de estos terroristas, se suceden conflictos, guerras y matanzas motorizadas, causadas o al menos alentadas y financiadas por los intereses de la élite financiera occidental. Con ello, no solo se sacrifican miles de vidas humanas sino que, además, se destruyen valores culturales que cuentan con milenios de tradición propia. El sistema se ha vuelto esquizofrénico: por un lado nos convoca a la lucha contra el terrorismo y, por el otro, apoya y financia a esos mismos terroristas cuando le conviene.

En este momento Damasco y Aleppo están siendo destruidas. Damasco es una ciudad de casi 12.000 años de existencia continua. Aleppo existe como ciudad relevante por lo menos desde el 2.400 AC y probablemente ha estado habitada desde el 6° milenio AC. Hacia el Siglo XVI y XVII DC Aleppo fue la tercera ciudad en importancia del Imperio Otomano. De hecho, ambas están entre las ciudades constantemente habitadas más antiguas del mundo entero. En estas ciudades las personas están muriendo de a centenares o tratan de huir a través de las fronteras sirias. Las grandes potencias, con su enorme capacidad militar y con su no menor capacidad de influencia política, han sido completamente impotentes para detener la matanza. Eso, suponiendo que hayan querido detenerla en absoluto; porque, para cualquiera no obnubilado por sectarismos interesados o por la propaganda oficial del sistema, es por completo evidente que lo que está sucediendo en realidad es que esas potencias están forcejeando y dirimiendo sus propias pujas por posicionarse estratégicamente en Siria.

Todo ello en medio de una carnicería sectaria islámica entre chiitas alawitas y sunitas, wahabíes o salafistas, en donde lo más probable es que la enorme mayoría de los 2,5 millones de cristianos sirios desaparecerán de la faz de la tierra sin que nadie, en un Occidente que supuestamente debería ser cristiano, derrame una sola lágrima por ellos. Es más: por increíble que parezca, incluso es posible encontrar a algunos descerebrados que hasta aplauden y glorifican a los promotores de esa matanza.

Que la ONU haya asistido, impotente, a los acontecimientos en Siria no es ninguna novedad. La ONU siempre ha sido impotente para evitar conflictos de real envergadura. Y lo ha sido porque ella misma es parte de ese decorado que el poder real construyó para cubrir las apariencias estableciendo un foro en donde se habla mucho y se decide solo lo poco que al poder real le conviene. Cuando el 2 de Agosto Kofi Annan renunció a seguir oficiando de enviado de la misión especial de la ONU en Siria, la impotencia de la ONU solo volvió a quedar al descubierto una vez más. Incluso las declaraciones del Secretario General Ban Ki-moon, no consiguieron más que subrayar el hecho.

Es que, más allá de la posible buena voluntad de algunos, la totalidad de los burócratas de Naciones Unidas está condenada a la impotencia en todo lo referente a pacificaciones y negociaciones cuando los intereses y las estrategias del poder plutocrático real requieren otra cosa. Ninguna paz y ningún entendimiento es posible cuando los financistas y beneficiarios de – por ejemplo, y solo por ejemplo – los bancos, el petróleo, las armas o los laboratorios medicinales determinan algo diferente. Las ideas humanitarias, las ideologías democráticas y las doctrinas jurídicas sobre el Estado de Derecho, así como el concepto mismo de la justicia, solo alimentan grandes discursos que terminan en la inmaterialidad del "relato", flotando en las nubes por sobre los cerros de Úbeda, bien lejos de la realidad concreta.

Basta recordar que hace décadas que asistimos al fracaso de las negociaciones, los acuerdos y los tratados entre norteamericanos, israelíes y palestinos. Dejando de lado anuncios, declaraciones y supuestos acuerdos, el resultado objetivo es simplemente deplorable: ni paz, ni Estado palestino independiente. En el resto de Medio Oriente el panorama tampoco es mejor. Después de la última guerra en Iraq lo único que se logró es un Estado sojuzgado y una sociedad que vive despedazándose. El mismo destino le espera a Libia después de las matanzas tribales claramente apoyadas y fogoneadas desde el exterior. Y no hay que consultar ninguna bola de cristal para prever que lo mismo sucederá en Afganistán. Como que ya sucedió una vez en Afganistán después de 1992.

Para dar por terminada cualquier discusión al respecto alcanza con hacer una sola y simple pregunta: ¿Se consiguió exportar la democracia a cualquiera de los países nombrados? Y como la respuesta es obviamente negativa, se impone una segunda pregunta: ¿Acaso alguien pensó seriamente en que eso sería posible en absoluto, habida cuenta de la Historia y la tradición etnocultural de esos países?

Es cada vez más evidente que el poder real detrás de los poderes meramente formales está no solamente a la ofensiva sino que lo está en un modo cada vez más brutal. Los intereses financieros y estratégicos de la usura internacional están generando cada vez más focos de incendio y bastaría con que tan solo uno de ellos quede fuera de control para que se produzca la tercera Gran Hoguera que esta vez realmente amenaza con ser mundial. Durante el mismo fin de semana pasado Netaniahu consiguió que le otorgaran plenos poderes en Israel y la prensa israelí ya ha dejado trascender que el Primer Ministro espera poder atacar a Irán antes de las elecciones presidenciales norteamericanas.

No es cuestión de ser catastróficos ni exageradamente pesimistas, pero causa terror escuchar grandes discursos y declaraciones sobre democracia, derechos humanos y libertad de prensa por parte de personas que no tienen ni idea de las características reales de los países a los cuales se refieren. Estas personas están a años luz de comprender la idiosincrasia, la cultura y la tradición de los pueblos a los cuales pretenden imponerles los objetivos propagandísticos del ideario demoliberal.

Formalmente, se pretende hacernos creer que toda la cuestión gira alrededor de la defensa de las instituciones democráticas. En realidad, lo que se nos quiere hacer creer es que el actual sistema demoliberal capitalista todavía es capaz de funcionar. Quizás los burócratas del régimen son quienes más quisieran creerlo ya que les va el puesto y los privilegios en ello. Pero el hecho es que el sistema no funciona. Los resultados lo demuestran y probablemente lo que está sucediendo con la Unión Europea es la mejor prueba de ello. Justamente los manotazos del oportunismo liberal europeo absolutamente carente de principios éticos, su impotencia ante una crisis financiera en gran medida provocada por su propia usura, su zanganeo entre Occidente y Oriente y su total indiferencia ante el drama de su propia población demuestran que el decorado se está cayendo y el edificio se inclina de un modo muy peligroso.

En teoría y en principio, la Unión Europea fue pensada como el cuarto polo estratégico entre los EE.UU., Rusia y China. En su construcción, se partió del principio que resultaría posible homogeneizar la diversidad europea uniformizando sus mercados y su aparato económico. En una palabra: los estrategas liberales cometieron con Europa el mismo error que los estrategas marxistas cometieron en su momento con el Imperio Ruso. Hicieron las cosas exactamente al revés. Porque no es la economía – y si vamos al caso, tampoco es la política – la que logra la homogeneidad cultural. Es a la inversa: la homogeneidad cultural es la que logra la coherencia política y ésta construye luego la interconexión económica y la compatibilización de los mercados. Sin valores culturales firmemente arraigados y compartidos, no hay unión política posible y sin una unión política coherente no hay unión económica viable.

Pero, naturalmente, también es cierto que los estrategas de la plutocracia TUVIERON que tratar de hacer las cosas al revés, y esto no solo en Europa sino en todo el mundo. Tuvieron que hacerlo así porque sabían – y mejor que nadie – que resultaría imposible lograr una homogeneización cultural basada sobre la retórica de una democracia digitada desde afuera por el poder financiero. Como que tampoco podían llegar a tener gran poder de convicción los dogmas liberales que todos declaman pero en los que nadie cree porque, a la hora de la verdad, nadie los practica. Las instituciones de la democracia liberal descansan, en última instancia, sobre la falacia y una monumental dosis de hipocresía: el poder real no proviene de los pueblos sino del dinero, y ese dinero, o bien proviene de la usura – como sucede en el llamado primer mundo – o bien proviene de la corrupción y del robo al Estado – como es el caso de la Argentina y varios otros países similares en donde el Estado es muchas veces el primer usurero.

Mientras más se llena la política mundial con mentiras, mientras más se impregna el mundo occidental de la omnipotencia del mercado y del dinero, mientras más agresivo se vuelve el liberalismo en función de los intereses financieros, tanto más rápidamente se caen los decorados que nunca fueron parte orgánica del edificio sino que se montaron para ocultar su verdadera esencia. Y tanto más dramáticamente quedan al desnudo las ya resquebrajadas paredes del vetusto edificio.

Durante más de dos décadas, el mundo que asistió al derrumbe del experimento marxista creyó que el experimento liberal-capitalista, una vez librado de su supuesto enemigo político, se estabilizaría y prosperaría. Hoy esas ilusiones ya no las cultiva nadie. Ante las consecuencias de las reiteradas crisis de la globalización capitalista, se ha hecho evidente que no es buena idea escapar del derrumbe de una utopía inviable sostenida por mentiras para caer aplastado por el derrumbe de un edificio mal construido cuyos defectos han querido ser disimulados mediante un decorado fabricado con otras mentiras.

Y, hablando de mentiras, quienes todavía creen en la eficacia de la archirrepetida frase aquella de "miente, miente, que algo quedará" sería bueno que tuviesen presente dos cosas. La primera es que Joseph Goebbels nunca dijo eso. Y la segunda es que las falsas estructuras construidas con mentiras tienen fecha de vencimiento.

Después de esa fecha, toda la estructura colapsa y solo quedan escombros.