EL ESPÍRITU DE LA MONTAÑA

por Pedro Varela  (febrero de 2006)

 

Volvemos de una sencilla y breve ascensión invernal al Puigmal en este atractivo mes febrero: mucho sol, mucha nieve y mucha alegría interior junto a los camaradas de ascensión, jóvenes y muchachas que hacen un esfuerzo digno de recuerdo, a pesar de la inexperiencia y de la fuerte ventisca final, mientras cresteábamos hasta nuestra cima, en la que sólo nos acompaña un paisaje que valía la pena el esfuerzo.

Luego iniciamos el descenso por la vía clásica, a la "vikinga", con grandes y profundas zancadas que nos acercan lentamente al valle y a una noche preciosa que llena de magia nuestros corazones. El brillo de los astros y una luna creciente contornean nuestras siluetas sobre la nieve virgen. No hay duda de que, a estas horas, cuando el último cremallera ha partido hace rato y el bullicio turístico ha desaparecido allí abajo, estamos solos en la montaña. Esta certeza aún embellece más esta noche de domingo en plena Naturaleza.

Los que no han podido superar el "minuto heroico" a primeras horas de la mañana o han optado voluntariamente por dormir más, han perdido la oportunidad de hacer de un día libre, una auténtica fiesta en contacto con la grandeza de la Creación.

Descubrir y conquistar nuevos horizontes: esa es la meta. "Conducir el cuerpo hasta allá mismo donde un día se habían fijado los ojos. Escalar hasta tocar el cielo: sueños tenaces y estimulantes en el corazón del escalador". Es Gaston Rébuffat quien opina. ¿Habremos de contradecirle?

En la práctica -añade-, no es necesario ser valiente para ser montañero, más bien es preciso ser curioso. Captar las preguntas que surgen de uno mismo e intentar responder a ellas, salir a su encuentro.

Los alpinistas son hombres que poseen el valor de vivir mayor número de experiencias, pero son también seres humanos que sienten miedo, nostalgia y necesidad de cariño.

Al igual que los astronautas, los montañeros deben enfrentarse a menudo a ese cascanueces gigante que supone encontrarse entre una realidad que se impone y al Drang nach Norden, el ímpetu por conquistar, el espíritu fáustico. Entre el seny y la sensatez femenina, siempre pragmática, el hombre debe encontrarse siempre en tensión, puesto ante la elección de permanecer en la seguridad de la vida urbana, con la novia o esposa amada y los hijos o lanzarse a metas inalcanzables. Hermann Buhl dejó una esposa simpática y eficiente y dos hijas, tras una carrera alpina extraordinaria, engañado por la niebla en una cornisa helada del Chogolisa que cedió bajo sus pies: nunca más se supo nada de él; Aldo Anghileri se retiró del Hidden Peak precisamente porque no podía soportar la idea de estar lejos de su rubia esposa y sus dos hijos, a quienes como mínimo no vería durante meses; Reinhold Messner debía luchar consigo mismo cada nueva vez para escoger entre su amada Uschi Messner, a su vez montañera, pero mujer y por tanto sensata, y las "Catedrales de la Tierra".

Para él, como para Edouard Whymper -el vencedor del Matterhorn-, se trata, sobre todo, de "utilizar y no dejar dormir ni malgastar los impulsos, los ardores y las posibilidades que la naturaleza, en diversos órdenes, nos da gratuitamente a cada uno de nosotros..."

Y la vida ¿tiene otro sentido? Sí, me dirán. En ese tiempo precioso podemos invertir tan gran esfuerzo en prosperar políticamente, subir peldaños sociales, crear un negocio o fomentar el existente y ganar mucho dinero... Dinero, valiente comparación. ¿Para qué? Al morir no podemos llevarnos con nosotros ni un céntimo de esos que nadie recoge al caer al suelo. Y la vida es demasiado corta, demasiado preciosa, para no llenarla de vivencias, de pasiones, de impulsos, de afán creador, de Fe, que dan sentido a la existencia.

Los chavales de la División Azul, todavía hoy, resumen su larga vida de 80 años en ese par de inviernos que pasaron junto a sus camaradas en Rusia. Esa fue su estrella fugaz, que como enorme bengala iluminó su vida para siempre. La cotidianeidad posterior, el eterno sentarse en la oficina, ver la tele y comprar el pastel de nata los domingos, les habrá producido tal vez placidez, seguramente aburrimiento, pero nunca el entusiasmo de aquella decisión juvenil, heroica, de alistarse a la aventura, por amor a la Patria, por idealismo político, o por mero afán de cambio.

¿Es una perdida de tiempo? Si nos encontramos en la montaña es porque amamos el sol, el viento, el paisaje verde, azul, blanco y los grandes espacios abiertos. ¿Qué quiere decir perder el tiempo?

La existencia y la educación actuales: instrucción, hábitos, sociedad, la ideología economicista imperante, hacen que tales impulsos, ardores y posibilidades, esa "necesidad de desplegar todas las facultades", apenas tengan lugar ni ocasiones para ejercerse.

Gaston Rebuffat lo describe bellamente: "Hay también otro término, muy de moda, que es igualmente triste: la seguridad. ¿Es eso la vida?"

En nuestra ya tradicional travesía pirenaica de alta montaña del pasado verano, Paco, un joven de carácter y por lo demás de alma noble, me decía: "Pedro, nunca tendrás dinero". Para mis adentros pensaba que probablemente tenga razón, pero que tal vez tener dinero no me interesa lo suficiente como para invertir demasiado de nuestro precioso y escaso tiempo en ganar más. Es cierto, el dinero no es lo importante, pero es lo necesario. Ahora bien, una vez cubiertas la necesidades vitales de abrigo, un techo y algo para comer, ¿para que perder más tiempo en el dinero? Sí, podemos "prosperar" y mejorar nuestro estatus social... pero ¿llenará eso las necesidades espirituales del alma?

Dedicar más tiempo a estar y hablar con Dios y las personas a nuestro alrededor de forma relajada es más inteligente, sin duda, siendo como es la muerte la única verdadera democracia, en la que "del Rey abajo ninguno" se salva de una realidad lapidaria: todo el dinero y los bienes materiales que este puede proporcionarnos se quedan a este lado del último paso iniciático. ¿Y dónde mejor que en las altas montañas podremos acercarnos a Él?

La montaña es, además, la auténtica solución a los problemas de camaradería. No es fundamental discutir juntos, ¡sino cantar y ascender juntos!

Fuerza y energía, valor y ánimo, con ellas toda cima es alcanzable. Pero nuestro montañismo no debe ser nunca una mera competición por llegar antes a un pico o una carrera por coleccionar alturas. Sino un goce de la existencia en uno de los raros parajes aún vírgenes de este Gran Teatro del Mundo que el Director de Escena ha preparado para nosotros. Sólo nuestra estupidez puede dejar lo bello y lo sublime a nuestras espaldas, para concentrarnos en pequeños logros electrónicos y entretenimientos monetarios que jamás superarán la hermosura y la grandeza de la Creación, y desde luego raramente darán un sentido elevado a nuestra existencia.