ESTADO vs. ESTATISMOpor Alberto Asseff (*)
Estado – el que clamamos por poseer – es eficiente, funcional y sutil vigilancia, control y regulación, todo hecho con profesional pericia. Siempre con equilibrio, sin abdicar de esa postura jamás. Tanto que el más eximio equilibrista circense debería aleccionarse del funcionamiento estatal. Estado es armonía, mesura y prudencia. Todas combinadas con firmeza e inflexibilidad para cumplir y hacer cumplir las leyes. Es garantía de igualdad de oportunidades, para personas y para regiones. En todas las cunas nacen oportunidades. En toda la geografía del país también. Es una construcción institucional estable, afianzada, operativa, suprapolítica, aunque no apolítica. Es
arbitraje de conflictos en busca del acuerdo. Existe un punto de encuentro
y el Estado es el puente que conduce a él. Es nuestro primer magnífico representante. Está por encima de los representantes políticos circunstanciales y rotativos. El Estado está siempre, organizando a la nación. Es carrera profesional administrativa, cobijo y receptor de los mejores cerebros, los entrenados para conducirlo más allá de los vaivenes de los turnos electorales. Es estar presente casi sin ser visto. Cuanto más invisible más efectivo. Es la vanguardia de las ideas innovadoras, de la investigación, del progreso. Es socio de todos quienes, desde la iniciativa privada, se embarcan y aventuran en esos terrenos de avanzada. Es un dislate plantear si debe ser grande o chico. Debe ser útil para sus fines moviendo no todos, sino muchos hilos, cual viga maestra de la arquitectura-socio-político-económica. Pero sin meterse en todos los rincones, habitáculos y sitios, alentando la iniciativa y vigilando distante. Estado es, en suma, nuestra herramienta permanente para ejecutar y consumar nuestros fines colectivos o como suele decirse – cada vez sonrojándonos más por su carencia -, el proyecto nacional. Empero, ¿qué padecemos nosotros en nombre de Estado? Una deformación peor que caricaturesca. Es, en los hechos, dantesca, porque nos ha metido en las antesalas de un infierno en el cual la voz de orden – ¿orden…? – es ‘sálvese quien pueda’. Estatismo es estar en todas partes y no servir para nada, salvo para dar oportunidad a la trampa, al fraude y a la genéricamente llamada corrupción. Es dormir una descomunal siesta de medio siglo en materia de ideas. Ya no son atrasadas, sino anquilosadas. Está desmantelado de pensamiento y adolescente de ideales y compromisos. Es prebendario, asistencialista, clientelista, centralista, burocratista, gastador hasta el despilfarro, manirroto. Es, para colmo, recurrentemente tentado por el autoritarismo. Dice ayudar, pero se empecina en no enseñar el camino del trabajo. En vez de asociarse con los sectores particulares, compite malamente con ellos. Hasta llegar a hostigarlos, en el paroxismo de la desfiguración del pensamiento racional. El estatismo no tiene cerebro, salvo para maquinar cómo abarcar más. Se sustenta en la falacia de una premisa comprobadamente fracasada: el único que hace el bien es el estado en forma directa. Sí, así es en teoría y siempre y cuando exista Estado y no su parodia estatista. Porque Estado y gobierno nunca deben yuxtaponerse. En la Argentina desde hace añares no sólo se sobreponen, sino que se confunden absolutamente. Es un proceso canceroso que crece irrefrenable. Gobierno que viene es peor que su antecesor y en vez de ocupar el Estado lo usurpa. Consecuentemente, entregarle al Estado-gobierno nuestros destinos mediante el ensanchamiento de los tentáculos estatistas no sólo es funesto, sino que puede disolvernos como colectivo nacional. Quizás el mayor ejemplo reciente es la denominada ONCAA. La engendraron para intervenir en una actividad – la agropecuaria – exitosa. El resultado va camino de ser una monumental fuente de corrupción y el monocultivo. Nefastos ambos. El estatismo es acomodo, amiguismo, recomendación. Ni atisbos de carrera estatal. Así, encontrar pensamiento en una oficina burocrática es faena tan difícil como hallar un anillo perdido en el mar. Estatismo es burocracia. Soportamos cada día más oficinas que se ‘ocupan’ de toda índole de asuntos y cuestiones, por caso de la minoridad. Sin embargo, a cien metros del Obelisco – no en extramuros – ambulan niñitos cuya única esperanza es que la calle los blinde para sobrellevar la vida. ¿Se vio alguna vez a un o una oficinista de Minoridad caminando las calles para auxiliar a esos niños?. La burocracia nos cuesta un Perú, un Potosí y una Argentina y no obstante es parasitaria, hermética, arcaica, morosa, descerebrada, ineficaz. Y está infestada por la corrupción expansiva. Para más honduras, el estatismo está en brega con el capital. En lugar de regularlo aspira a segarlo. No apunta a mantener en quicio al mercado, sino a debilitarlo. El resultado es ineluctable: cada vez somos más pobres, pero con la brutal paradoja de que los pocos ricos son más poderosos y desiguales con la mayoría necesitada. Nuestro juego estatista con el capital es perverso. No se quiere un capital ‘humanizado’ – por decirlo con un vocablo explicativo de la naturaleza social de toda economía virtuosa -, sino su virtual extinción. Lo inconcebible es que mientras se despliega el estatismo, cada vez vivimos en medio de un ‘viva la Pepa’ inmenso. Un caso es el de las tierras agrícolas: el estatismo dio en 2008 una irracional ‘batalla’ antichacarera y el efecto de esa confrontación es que hay menos ruralidad, más concentración y mayores ventas de predios que pasan a manos ajenas. Sin que signifique crecer en lo tecnológico-productivo porque en ese plano los nuestros son maestros, aun de los foráneos. Necesitamos Estado. Hay que hacerle ‘estatismo’ al Estado, es decir intervenirlo. Empero, los cirujanos no pueden ser improvisados arribistas, sino probados profesionales que lo refuncionalicen y rediseñen. Una política de Estado primordial es tener Estado. Y hay que cortar de cuajo al estatismo, malsana criatura que gestaron algunas ideas de hace setenta años, pero que el devenir transformó en vetustas. Sólo así podremos trabajar, crear, inventar, innovar, producir y soñar como miembros de un colectivo que es nuestra Nación. (*) Dirigente del PNC UNIR Unión para la Integración y el Resurgimiento
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