EURO 2012: CUANDO EL CIRCO NO ES INOCUO

por Enric Ravello  -  Secretario de relaciones nacionales e internacionales de Plataforma per Catalunya

 

Pan y circo, la fórmula es vieja pero efectiva.  Y cuanto menos pan, más circo, lo estamos comprobando estos últimos años con una auténtico bombardeo  de retransmisiones deportivas y el progresivo aumento del tiempo dedicado a estas cuestiones en los informativos de todas las cadenas.  El pan escasea pero el circo está asegurado.   Esta creciente importancia del deporte-espectáculo no tendría más problema si no fuera por su clara finalidad anestesiante y narcotizante sobre una población que en condiciones normales habría provocado ya estallidos sociales y hubiera puesto en graves aprietos a la clase política cuya nefasta gestión nos ha llevado al desastre actual.

Sin embargo lo peor del circo no es su función narcotizante –de por sí grave – sino la manipuladora y alienante. Es decir su función de mecanismo de propaganda en manos de las elites mundialistas para reforzar su discurso y su monopolio del poder. El fútbol –principal espectáculo de masas– ha sido un claro ejemplo de esa función instrumentalizadora y manipuladora del discurso “oficial”. Las últimas tres décadas han sido una tremenda y orquestada campaña publicitaria en la que el fútbol se ha usado como pantalla con la que vender la idea de una Europa “multirracial”.

Vamos a poner una fecha, un lugar y un partido concreto: nos referimos a la final de la Europa de 1984 en el parque de los Príncipes de París, entre España y Francia. El vencedor el –entonces sí– equipo galo,  representaba a un país que hasta entonces había estado en la segunda fila futbolística. Francia, ganaba por primera vez en su historia un gran campeonato. Hasta esa fecha los jugadores de la selección francesa había estado formada por jugadores autóctonos, con anecdóticas excepciones como Tresor o Tigana, que no la convertían en una selección “multicultural”, como tampoco lo fue el Portugal de Eusebio.  En aquellos años la inmigración en Francia empezaba a generar un rechazo importante en gran parte de la población y se asistía a la irrupción electoral del Front National. Para las mentes pensantes de lo políticamente correcto, la ecuación tenía una fácil solución: Francia se convertiría en una potencia futbolística  a base de construir una selección con inmigrantes que fuese capaz de aunar a autóctonos y alógenos. La operación se puso en marcha y culminó con la final del Mundial del 98 organizado y ganado por Francia, en una final contra Brasil, en la que muchos aún se preguntar por la llamativa dejadez del equipo sudamericano en un partido de tal importancia deportiva. Era como si el guión estuviera ya escrito y nadie pudiera salirse de lo marcado. El guión incluía –nuestras retinas aún lo recuerdan– que la celebración del triunfo “francés” tuviese toda la escenografía propia de la “nueva Francia multirracial” con banderas tricolores combinadas con argelinas, marroquíes y senegalesas juntas y en armonía por los Campos Elíseos.

Esta enorme campaña de alienación ideológica, fue identificada como tal por una persona de la visión y la capacidad de análisis de Jean Marie Le Pen, que denunció inmediatamente esta estratagema y declaró repetidas veces: “esa selección no representa a Francia”, siendo constante desde esa fecha la denuncia del FN a el equipo africano vestido de azul que dice representar a Francia.

Después se repitió la misma operación en Inglaterra, donde la presencia del primer jugador “de color”, John Barnes, provocó algunas reacciones en contra, pero que a partir de ese momento se ha convertido en un equipo con un creciente número de extraeuropeos en detrimento de una menor presencia de anglosajones. Poco a poco fueron “cayendo” el resto de selecciones de Europa occidental: Países Bajos, Bélgica, Portugal, Noruega, Suecia, etc, etc.

Si bien el Mundial de 2006 fue un golpe para la propaganda “multiculturalista”, cuando una Italia todavía europea venció a una Francia que además de multirracial demostró ser un equipo de violentos maleducados, a partir de esa fecha la “ofensiva” se centró en las dos selecciones europeas que más triunfos futbolísticos tenían y tienen:  Alemania y la propia Italia.

Fue en el Mundial de Sudáfrica cuando se presentó a bombo y platillo, con machacona insistencia de toda la prensa mundial la “nueva Alemania multirracial”, una pieza codiciada que  había que exhibir de forma obsesiva. Y aunque la “Alemania multirracial” hiciera un papel gris y triste frente a los continuos éxitos de la Alemania alemana, los medios no se cansaron de alabar el juego “alegre e imaginativo” de la Alemania multicolor frente al anterior juego tosco y robotizado de la Alemania “teutónica” que “sólo” había sido capaz de lograr tres campeonatos del mundo. Es difícil ser más imbécil.

Italia “cayó” más recientemente, en concreto esta Eurocopa 2012 ha sido la puesta oficial en escena de la squadra non solo azzurra ma anche multicolore. Su símbolo: Balotelli, un jugador permanentemente enfadado, muy inferior a otros delanteros italianos como  fueron Paolo Rossi o Sandro Altobelli, pero al que se le da un constante mimo mediático.  Detrás de la promoción de Balotelli el siniestro Mario Monti y su intención de aprovechar un éxito deportivo de la “nueva” Italia para reformar la ley de nacionalidad y permitir el acceso a la misma a millones de extraeuropeos que vagabundean por el país transalpino.

Así las cosas, hoy por hoy la única selección europea de primer nivel formada sólo por jugadores autóctonos es España. Como tal, el equipo español se ha convertido en la referencia de todos los identitarios europeos, el propio Le Pen, Filip Dewinter y otros líderes europeos han manifestado sus deseos de que la selección española se alce con el triunfo en esta Eurocopa 2012. Del mismo modo el Atheltic de Bilbao, el único equipo que todavía forma su plantilla siguiendo criterios de arraigo, debe convertirse en el club de referencia de todos los que defendemos una Europa identitaria. 

Hablamos de símbolos, y sabemos, tal como indicara el genial psicoanalista suizo Carl Gustav Jung, de qué forma actúan los símbolos sobre el inconsciente colectivo.  Lo sabemos nosotros y lo saben los ideólogos del cosmopolitismo mundialista. Por eso el título de este artículo.