BIENVENIDOS A LOS CAMPOS DE EXTERMINIO DE GAZA DONDE VIVEN LOS NIÑOS PALESTINOS

por Wahida C. Valiante

 

Tanta información ha aparecido ya en la prensa internacional y en Internet que podría parecer un ejercicio de redundancia ofrecer una perspectiva acerca de la tragedia sobrevenida el pasado año sobre el pueblo de Gaza, especialmente sobre sus niños. Fue ciertamente una tragedia colosal y devastadora; los ataques israelíes por mar, aire y tierra fueron los más brutales que los habitantes de Gaza habían soportado nunca antes.

Las imágenes que fluyeron por las pantallas de televisión de todo el mundo mostraron un horripilante desfile de pequeños cadáveres y niños heridos que eran cargados y descargados desde los maleteros de coches privados que les transportaban al único hospital de Gaza que así podía denominarse.

Gentes con conciencia por todo el mundo se espantaron ante unas imágenes que traían hasta nuestras casas la magnitud de la muerte y destrucción desencadenadas por el brutal ataque israelí contra niños y seres inocentes e indefensos que no tenían dónde escapar ni dónde esconderse. Aquella última orgía de ataques aéreos e incursiones armadas de las fuerzas del ejército israelí convirtieron la asediada y depauperada Franja en un infierno insoportable, literalmente en los Campos de la Muerte de Gaza.

En noviembre de 2000, el Globe and Mail publicó mi artículo “¿Quiénes son las víctimas aquí?”, en el que describía las condiciones de vida de los niños palestinos en la Franja de Gaza durante mi estancia en los territorios ocupados en 1999:

“He observado recientemente los efectos del denominado ‘proceso de paz’ al visitar a los niños de Yenin, Nablus, Ramala, Gaza, Rafah y Jerusalén Este. Estos niños conocen de primera mano los efectos de la opresión económica y militar. Apenas hay una familia que no haya experimentado la tortura, la cárcel o la escasez económica.

La mayor parte de esos niños viven en campos de refugiados, en casas con tejados de chapa acanalada y hacinados espacios habitables. Con frecuencia carecen de agua corriente. No disponen de escuelas, instalaciones sanitarias, hospitales, servicios sociales, parques públicos, piscinas o áreas recreativas adecuadas. Tienen que jugar en los campos y en las calles, a menudo entre acequias abiertas por donde fluyen libremente las aguas residuales y la basura. Esa es su realidad, no conocen otra”.

¡Qué triste, qué amargo, que lo que parece tan obvio para el resto del mundo escape a las mentes de los apologistas del estado terrorista de Israel!

Los niños representan más de la mitad del millón cuatrocientas mil personas de la atestada Franja de Gaza y son las víctimas más indefensas del asedio impuesto por Israel contra ese territorio. Las duras medidas de seguridad adoptadas por Israel tienen un enorme coste humanitario y la escueta realidad es que, bajo la ocupación israelí y a lo largo de treinta años, una generación entera de niños y jóvenes palestinos viene sufriendo toda una letanía de sucesos espantosos y traumatizantes. Además de las demoliciones de casas casi diarias, han tenido que presenciar intimidaciones, humillación, temor, inseguridad, pobreza, cierres y la amenazante presencia de los colonos armados.

Con todas su estructuras sociales sanitarias destruidas por el ejército israelí, estos niños no han conocido jamás la paz ni la seguridad ni la libertad para deambular sin obstáculos por calles y lugares de recreo. Los niños de Gaza, al igual que sus padres, han de enfrentarse continuamente a la dureza que preside sus vidas; se les impide vivir en paz y seguridad, ir al colegio o hacer las cosas que componen el tejido diario social de la existencia de la mayor parte de la gente. Sus padres no han conocido la paz ni la estabilidad y no pueden siquiera soñar con un futuro fructífero y seguro para sus niños y los niños que vengan detrás de ellos.

Incluso desde el moribundo acuerdo de paz de Oslo, han estado viviendo en inmensos campos de prisión. Ahora, encerrados y asediados en Gaza por un ejército israelí que es precisamente uno de los más poderosos del mundo, esos niños están siendo atacados en su propia tierra, en sus propios hogares, sometidos al terror emocional, físico, psicológico y económico por aire, mar y tierra. Así es, en efecto, toda Gaza convertida en una zona de peligro donde se han demolido, bombardeado y atacado las casas de los niños, asesinándolos en su interior. A muchos otros niños se les asesinó cuando iban a alguna parte con sus padres en el interior de un coche, mientras jugaban en las calles, mientras caminaban hacia la escuela, visitaban a algún amigo o incluso cuando se encontraban conversando en el interior de un refugio de las Naciones Unidas.

Imaginen siquiera el terror emocional y psicológico experimentado por niños que crecen sabiendo que sus padres no pueden protegerles de las bombas de los helicópteros, de los misiles terrestres o de las balas de expertos francotiradores. Esos niños no tienen vías de escape, no tienen opciones, porque el ejército israelí y los colonos invasores son los únicos que determinan a qué niño, a qué familia hay qué disparar; qué casas y qué árboles van a ser arrasados y arrancados; qué calle o avenida va a ser ocupada por los francotiradores. Sus derechos humanos básicos se ven pisoteados por las deliberadas políticas del gobierno israelí cuyas obscenas acciones les niegan a esos niños inocentes la educación, la seguridad, la sanidad, el bienestar económico y las distracciones de una vida normal.

Lawrence Davidson, en CounterPunch, subrayaba determinados aspectos de la obra de Franz Kafka que describen perfectamente la pesadilla padecida por los niños de Gaza:

“En el mundo kafkiano, los elementos preponderantes son la incertidumbre y lo impredecible. No hay normas de conducta establecidas y las órdenes que dan las autoridades son arbitrarias e incluso contradictorias. No tienes por qué conocer las leyes. Las ‘autoridades’ de la obra de Kafka se sientan en sus fortalezas y se entrometen periódicamente en las vidas de los confundidos y aparentemente indefensos protagonistas”.

De forma similar, los palestinos no pueden predecir nada. Las normas de Israel pueden cambiar de un día para otro sin aviso ni explicación. Viven en un entorno arbitrario, adaptándose continuamente a unas circunstancias en las que no pueden influir y que van reduciendo cada vez más el alcance de sus posibilidades. Nadie sabe realmente cuántos niños palestinos tendrán que volver a experimentar psicológica y emocionalmente los horrores del conflicto a lo largo de sus vidas.

Pero, mientras el mundo presenciaba el asesinato y mutilación organizados e implacables de estos niños palestinos, por parte de nuestro “humano” gobierno canadiense sólo hubo un silencio ensordecedor [*]. Si el Primer Ministro Harper respetara tan en gran medida la dignidad de la vida humana como afirmó durante su reciente visita a China, habría pedido hace mucho tiempo a Israel que cesara en la carnicería asesina de los niños de Gaza.

Durante mi estancia en los territorios ocupados, los palestinos me preguntaban a menudo por qué el mundo ignoraba sus sufrimientos y su derecho a la autodeterminación. No supe qué responder. Pero hoy puedo decirles que no están solos; que el mundo se siente indignado por lo que presenció en Gaza y por “primera vez desde el establecimiento del Estado de Israel, un campaña internacional exigiendo sanciones contra Israel por sus innumerables violaciones del Derecho Internacional ha conseguido atraer con éxito una inmensa atención pública y motivar el inicio de gran número de movilizaciones e iniciativas por todo el mundo” (Michel Warschawski).

Por mucho que se quiera etiquetar de “antisemitismo” o de “odiar a los judíos” a las personas de conciencia que critican la ocupación israelí, nada puede ya amordazar ese debate; es un debate que se va extendiendo por todo el planeta, sometiendo a Israel y su brutal ocupación de los territorios palestinos a un inevitable escrutinio.

Cuando el polvo se asiente, la historia recordará que las atrocidades repetidamente cometidas por Israel contra los indefensos niños palestinos fue un punto decisivo en el largo calvario de la ocupación de Palestina. Las cosas no pueden ser ya nunca las mismas en Palestina porque el mundo conoce cada vez mejor la verdad de la cruel agenda de Israel.

N. de la T.:

[*] La misma actitud podría aplicarse a la mayor parte de los gobiernos del mundo, con escasas y honrosas excepciones.

(Wahida Valiante es la presidenta nacional del Congreso Islámico Nacional del Canadá. Es una consejera familiar jubilada que visitó Palestina formando parte de un equipo médico canadiense de investigación. Mientras permanecieron allí, el equipo visitó campos de refugiados, centros de salud, hospitales, orfanatos, escuelas infantiles, organizaciones de beneficencia locales e internacionales y centros de refugios para mujeres, hablando extensamente con trabajadores sociales y familias palestinas).

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