Cuando se enteraba de las noticias de la Argentina, San Pedro siempre
luchaba con sentimientos encontrados. Por un lado disfrutaba del ingenio,
la espontaneidad y el humor algo corrosivo de esas almas pero, por el otro
lado, le molestaban sobremanera las eternas disputas, las constantes
reyertas y las eternas discusiones bizantinas.
Por ejemplo, hacía unos días y después de una elección perdida en la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un famoso cantautor había publicado en
un diario de izquierda un artículo en el que afirmaba que la mitad de la
ciudad "le daba asco" por haber favorecido con su voto a un
candidato "fascista". Inmediatamente, desde el otro bando, le
contestaron que no aceptar "el veredicto de las urnas" constituía
una "típica actitud fascista".
— No deberían enzarzarse en esta clase de controversias estériles
quienes tienen un país tan maravilloso como el que le ha conferido el Señor
a los argentinos– solía decir San Pedro, sacudiendo la cabeza en un
gesto de incredulidad.
— Realmente. Quienes, mal o bien, han tenido por destino a la Argentina
no deberían discutir lo que podría haber sido y no fue. – asintió San
Martín – Creo haberlo dicho bastante claramente en aquella oportunidad
cuando señalé que "Serás lo que debas ser, o no serás nada".
Los argentinos, hoy por hoy, todavía no han conseguido ser lo que deben
ser y por lo tanto . . .
El Padre de la Patria se interrumpió al advertir que el final de la frase
sería un poco demasiado fuerte y no estaba en su ánimo contribuir a
exacerbar los ánimos.
— Sin embargo, deberíamos hacer algo para unirlos. Al menos un poco.
– especuló el Santo.
— Honestamente, Pedro, no se me ocurre nada viable. Yo mismo tuve que
abandonar el país porque me negué a participar de una pelea entre
hermanos. Y ni hablemos de las discusiones que estallaron cuando le legué
mi sable a uno de los pocos que, más allá de los altercados internos,
defendió la soberanía nacional frente a las ambiciones extranjeras.
— ¡Ya sé! – exclamó de pronto San Pedro – Les enviaré dos buenos
cristianos que contribuyeron mucho a lograr la independencia del país.
Quizás ellos logren convocarlos para una concordia general.
Así fue como resultaron enviados Fray Justo Santa María de Oro y Fray
Luis Beltrán con la misión de intentar la conciliación de los
argentinos. Ambos con sólidas credenciales para ello: el primero como
firme defensor de la soberanía popular republicana frente a las
intenciones monárquicas de otros patriotas como Belgrano y su "Plan
del Inca"; el segundo como incansable proveedor de armas y logística
para el ejército del Libertador.
Sin embargo, forzoso es admitir que no encontraron mucho eco las gestiones
que los dos frailes hicieron ante legisladores y miembros del Poder
Ejecutivo invocando la necesidad de fortalecer las instituciones
republicanas y la urgencia de reforzar la capacidad operativa de las
Fuerzas Armadas para garantizar la defensa de la soberanía nacional. El
único medio que se dignó mencionar la gestión de ambos sacerdotes fue Página
12 y no lo hizo precisamente en términos halagadores. Un editorial
bastante vitriólico mencionó cosas tales como la "inaceptable
intromisión de la Iglesia en los asuntos del Estado", recalcando
además "el más terminante rechazo de la escandalosa glorificación
del armamentismo militarista", para terminar protestando enérgicamente
por la "doble provocación fascista" que – según el diario
– constituía la intervención de los dos eclesiásticos.
Pero los muchachos de Página 12 no calcularon con la testarudez del
guardián de las llaves celestiales. Ni corto ni perezoso, apenas enterado
del fracaso de sus dos embajadores, San Pedro tomó inmediatamente la
decisión de insistir con otro emisario. Esta vez la elección recayó
sobre Juan Bautista Alberdi.
— Es el padre de la Constitución Nacional. – razonó San Pedro –
Tendrán que pensarlo dos veces antes de denostarlo.
Desgraciadamente también esto resultó en un pequeño error de apreciación.
(Hasta a los grandes santos les sucede a veces). Porque, o bien San Pedro
había olvidado lo que Alberdi escribiera oportunamente en su magnum opus,
o bien nunca leyó sus "Bases y puntos de partida para la organización
política de la República Argentina ", ese texto fundamental que
sirvió de borrador para la discusión de la Constitución de 1853.
El hecho es que, apenas arribado, Alberdi comenzó a recitar su argumento
favorito en cuanto a que "gobernar es poblar". Pero, recordando
seguramente lo que había escrito casi 160 años atrás, no tuvo mejor
idea que especificar su propuesta afirmando:
— "Poblar es civilizar cuando se puebla con gente civilizada, es
decir, con pobladores de la Europa civilizada. Por eso he dicho en la
Constitución que el gobierno debe fomentar la inmigración europea. Pero
poblar no es civilizar, sino embrutecer, cuando se puebla con chinos y con
indios de Asia y con negros de África." [ 1 ]
¡Para qué!
Al día siguiente el escándalo fue tan mayúsculo que las páginas de los
medios no alcanzaron para dar lugar a las mayúsculas de los titulares.
Las madres, las abuelas, las tías y hasta las primas de la Plaza de Mayo
repudiaron "el chauvinismo retrógrado impregnado de xenofobia y de
prejuicios cavernícolas contra nuestros hermanos latinoamericanos y
afroamericanos". El INADI sacó un comunicado impugnando "el espíritu
discriminatorio de neto corte fascista y antidemocrático" del orador
y hasta la DAIA se sumó al repudio denunciando que "criterios
racistas como los del Señor Alberdi constituyen la antesala del
nazifascismo y preanuncian la siempre latente posibilidad de un nuevo
Holocausto". Hubo al menos media docena de presentaciones ante la
Justicia solicitando el procesamiento de Juan Bautista Alberdi por
violaciones a la Ley 23592, al Art.20 de la actual Constitución Nacional,
a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a la Ley 17722 y la
Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de
Discriminación Racial, solicitando además la urgente intervención del
Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial según lo
dispuesto por la Ley 26162.
La cuestión es que Alberdi tuvo que partir raudamente y dejar el país
huyendo de masas de piqueteros que al grito de "¡Fascista
provocador!" no sólo cortaron todos los accesos al aeropuerto
internacional de Ezeiza sino que hasta amenazaron con mantener cortada la
Avenida Ricchieri por tiempo indefinido, al menos hasta tanto el gobierno
no declarase persona non grata al otrora ilustre prócer. Algo que,
naturalmente, sucedió poco después mediante un Decreto de Necesidad y
Urgencia promulgado ad hoc por la Presidencia en vista de la inusitada
gravedad del caso. Aunque cabe señalar que, antes de eso, el Jefe de
Gabinete criticó duramente a La Nación y a Clarín que en sendos
editoriales habían calificado toda la movida contra Alberdi como un
atentado facsista contra la libertad de expresión y la prensa
independiente. Incluso, fuentes generalmente bien informadas comentaron
que el Secretario General de la CGT había amenazado con bloquear el
Congreso con una barrera de camiones si a los legisladores se les ocurría
promover una reforma constitucional de neto corte fascista según las
ideas alberdianas. Finalmente, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, un
activo y dinámico legislador propuso cambiarle el nombre a la Avenida
Juan Bautista Alberdi, pero el proyecto fracasó porque los demás
legisladores, después de catorce horas de arduo debate, no consiguieron
ponerse de acuerdo en el nombre del prócer reemplazante.
Ante el cariz de los acontecimientos, San Pedro no tuvo más remedio que
admitir que la situación lo había desbordado. Convocó, pues, al Consejo
Asesor Celestial en pleno y solicitó recomendaciones.
Los debates fueron largos y engorrosos. Después de mucho cabildear,
sopesar alternativas y conscientes de que esta vez la cosa no debía
fallar, al final el voto mayoritario se inclinó por Don Domingo Faustino
Sarmiento.
— Es el Maestro de los Maestros. – opinaron varios – Nadie puede
tener algo sustancial en contra de la educación. Además, el hombre
siempre fue un gran polemista. Si alguien lo critica, seguramente se
encontrará con la horma de su zapato. No les va a ser fácil discutir con
Sarmiento.
De modo que el Gran Sanjuanino lió sus petates, partió hacia la tierra e
inició su misión. Y no le fue tan mal. Es decir: no le fue mal mientras
se mantuvo dentro de los márgenes de lo educativo y defendiendo la labor
de los docentes, aunque – la verdad sea dicha – le costó un poco
adquirir el vocabulario políticamente correcto y llamarlos "trabajadores
de la educación" como se estila ahora. El aquelarre de órdago se
armó recién cuando, citándose a si mismo, declaró:
"El pueblo judío. Esparcido por toda la tierra ejerciendo la
usura y acumulando millones, rechazando la patria en que nace y muere por
un ideal que baña escasamente el Jordán (. . .). Este sueño que se
perpetua hace veinte o treinta siglos, pues viene del origen de la raza,
continua hasta hoy perturbando la economía de las sociedades en que viven,
pero de las que no forman parte. Y ahora mismo en la bárbara Rusia como
en la ilustrada Prusia se levanta el grito de repulsión contra este
pueblo que se cree escogido y carece de sentimiento humano, el amor al prójimo,
el apego a la tierra, el culto del heroísmo, de la virtud, de los grandes
hechos donde quiera que se producen." [ 2 ]
La descripción, aun somera, del despiporre que generaron estas palabras
requeriría un espacio del que lamentablemente no disponemos aquí. La
condena y el espanto fueron prácticamente universales. No sólo las
instituciones locales rechazaron las declaraciones del sanjuanino en los más
duros términos. Al repudio local se sumó la B'nai B'rith internacional,
la ADL norteamericana, el Museo de la Historia del Holocausto en Yad
Vashem y la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación
Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia. Hasta el Gran
Maestre de la Masonería Argentina tomó distancia del asunto declarando
que las expresiones de su predecesor en el cargo no reflejaban en absoluto
el pensamiento de la masonería actual. Con lo cual se compró un regio
problema porque al día siguiente salieron todos a preguntar si –
contrario sensu – esas declaraciones no reflejarían, acaso, el
pensamiento de la masonería antigua.
La cuestión es que Sarmiento resultó expulsado del país por racista,
discriminador y xenófobo.
Además de nazifascista, por supuesto.
San Pedro se mesó los cabellos. Había llegado prácticamente al
agotamiento de sus recursos. Terco y temperamental como era, no quiso, sin
embargo, darse por vencido. Consultó con cuantas almas se pusieron a su
alcance y poco a poco un último nombre fue emergiendo del conjunto de los
posibles candidatos. Con todo, antes de tomar una decisión definitiva,
hizo una última consulta.
— ¿Qué le parece doctor? ¿Lo logrará el General?
Ricardo Balbín se rascó la barbilla.
— Es difícil decirlo, Pedro. En mi época yo, por mi parte, hice todo
lo que estuvo a mi alcance y hasta admito que incluso puede decirse que me
excedí un poco en eso de tratar de lograr la unidad nacional. En aquél
momento el proyecto fracasó no tanto por culpa de nosotros sino por los
propios partidarios del General que primero se agarraron a balazos y después
tuvieron que ser echados de la plaza. Y prefiero no recordar lo que siguió
a continuación.
— Pero pasó mucho tiempo y ahora son gobierno – trató de argumentar
San Pedro.
— ¿Lo son? No sé, Pedro. Es arriesgado. Es todo lo que puedo decir.
Después de varios días de cavilaciones y consultas adicionales, San
Pedro se decidió por fin a hacer un último intento. Entrevistó al
General personalmente, conversó largamente con él, lo llenó de
recomendaciones, le rogó por todos los Santos del cielo que se moderase
en sus dichos, cruzó los dedos y, finalmente, lo envió a la tierra. Con
ello, como quien dice, disparó su último cartucho.
Al principio todo fue aceptablemente bien. Hubo grandes convocatorias
masivas, actos, discursos, entrevistas y reportajes en los que el General
– para mayor o menor satisfacción de sus partidarios – esgrimió con
su usual picardía aquello de "No es que nosotros hayamos sido tan
buenos. Lo que pasó fue que los que vinieron después fueron tan malos
que, en comparación, resultamos óptimos". Hubo bastante discusión
acerca de quiénes serían exactamente "los que vinieron después",
pero la cosa no pasó de diatribas más o menos históricas y la sangre no
llegó al río.
Lo que causó la explosión fue la conferencia que el General pronunció
en la CGT.
Después de reseñar los factores internos que hacen a la unión de todos
los argentinos, pasó al ámbito de la política internacional y allí,
sacando del bolsillo un ejemplar de "La Hora de los Pueblos" leyó
textualmente lo que había escrito unos 43 años antes:
"Este desarrollo intenso de la política internacional, dentro y
fuera de los países, ha impuesto la necesidad de crear los instrumentos
para manejarla y así han surgido las "Grandes Internacionales".
El capitalismo y el comunismo soviético no son sino dos de
ellas, aparentemente contrapuestas pero, en realidad de verdad,
perfectamente unidas y coordinadas. Para comprobarlo, basta recordar 1938
cuando se aliaron para aniquilar a un "tercero en discordia"
representado entonces por Alemania e Italia. No es menos elocuente lo que
sucedió en la Conferencia de Yalta en la que ambos imperialismos se ponen
de acuerdo y coordinan sus futuras actividades de dominio y explotación.
Pero es que todo tiende a internacionalizarse alrededor de ello, lo que, en último análisis, es un triunfo del
internacionalismo comunista. La masonería, el sionismo, las sociedades
internacionales de todo tipo, no son sino consecuencia de esa
internacionalización del mundo actual. Son las fuerzas ocultas de la
revolución como son las fuerzas ocultas del dominio imperialista."
[ 3 ]
La conferencia terminó razonablemente bien con grandes aplausos y el
canto de la marcha. ¡Pero al día siguiente . . . ! Ustedes no tienen ni
idea del desquicio que se armó. La Nación tituló: "El peronismo
regresa a sus orígenes fascistas". Clarín salió con: "Perón
justifica al terrorismo en Medio Oriente". La embajada israelí sacó
una solicitada a dos páginas completas desmintiendo su participación en
cualquier clase de "dominio imperialista". Página 12 publicó
un extenso editorial sobre las "perimidas teorías conspirativas
fascistoides ". El Partido Obrero emitió una declaración en la que
afirmaba que el General "está tan cegado por sus prejuicios
burgueses y por su odio fascista que ya no distingue entre táctica y
estrategia de masas". Un prestigioso intelectual de izquierda
publicó un largo artículo en el que hizo malabarismos dialécticos
para demostrar que el peronismo del '45 no tenía nada que ver con el
socialismo del Siglo XXI y que el socialismo nacional de los '70 fue
malentendido por todos los que pensaron que no era más que un nacional
socialismo con el nombre al revés.
Al final, San Pedro no tuvo más remedio que llamar urgentemente de
regreso a su enviado antes de que La Cámpora tomara las armas y la cosa
pasara a mayores.
— No me diga que no se lo advertí. – comentó Balbín ante un Pedro
completamente abatido – Le dije que era arriesgado.
El santo quedó largo rato pensativo y, al final, estalló:
— ¡Qué sé yo! Puede ser que yo no sepa distinguir demasiado bien a
los fascistas. Pero, por lo visto, es imposible enviarles a alguien que no
lo sea.
— Non hanno capito niente!! Inoltre, sono tutti ladri!! – exclamó,
con fuerte acento sammarinese y algo de ironía, una voz a lo lejos.
— Veramente. . . – masculló San Pedro a regañadientes.
Y con eso abandonó definitivamente el proyecto.
Notas:
1)- Juan Bautista Alberdi, "Las Bases", Páginas Explicativas,
Disponible en: http://www.laeditorialvirtual.com.ar/Pages/Alberdi/Alberdi_Bases_00.htm
2)- D.F. Sarmiento; "Condición del extranjero en América"; en:
"Obras de Sarmiento, publicadas bajo los auspicios del gobierno
argentino", tomo XXXVI. Editor A. Belin Sarmiento. Imprenta y
Litografía "Mariano Moreno" - Bs. As., 1896 — D.F.
Sarmiento; "Condición del extranjero en América"; Obras
completas, tomo XXXVI. Luz del Día, Bs. As., 1953. — Artículo
titulado "Somos extranjeros", en el Censor, Buenos Aires,1886.
3)- Juan D. Perón, "La Hora de los Pueblos", Ed. Norte, Madrid
1968, pág.22 - Disponible en: www.juventudconvergencia.org/web/libros/lahora.pdf Consultado
el 22/05/2011.
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