UNA MENTIRA JAMÁS ACLARADA: EL FRAUDULENTO CASO DEL SKINHEAD DE BELGRANO

por Fernando Paolella  /  Tribuna de periodistas    -    www.periodicotribuna.com.ar

 

Los detalles del oscuro proceso de victimización que se construyó -desde lo más alto- en favor del vendedor de drogas y barrabrava del Club Excursionistas Claudio Alejandro Salgueiro, quien operaba en el barrio de Belgrano, y que terminó enviando injustamente a prisión a Andrés Pablo Paszkowski y dos de sus amigos. El tejido armado por efectivos de la impresentable Comisaría 33, Rubén Beraja y el ex ministro Carlos Corach.

"¡Urgente! Se requiere un gil, con cara y aspecto ario, para comerse un garrón de aquellos con el fin de sentar un precedente". No, este no es una truchada de aviso de laburo en un clasificado de matutino, sino que implícitamente es una chanza aplicado a un caso judicial que conmovió al país a mediados de la década del 90.

Corría la madrugada del sábado 1° de julio de 1995 en Belgrano, y un dealer -vendedor de drogas- llamado Claudio Alejandro Salgueiro (alias el Gaita) recorría los boliches de ese barrio porteño, repartiendo felicidad en bolsita y fasito, acompañado en su rally por sus amigos Jean Paul y Rodrigo Daks. El primero de los nombrados tenía su centro de operaciones en un kiosco ubicado enfrente de la Plaza Noruega, ubicada entre las calles Moldes y Mendoza, que sería parte central del drama a continuación. En ella paraba una bandita de skinheads -cabezas rapadas-, que habitualmente se cruzaban para comprarse algunas cervezas. Esa noche, uno de ellos de nombre Esteban D?Alessandro (alias El Moco), se tropieza con El Gaita y es agredido salvajemente por el terceto aludido al principio.

Las acompañantes de los pelados alertan al resto, y le propinan una feroz paliza al Gaita, quien es luego abandonado por sus valientes acompañantes. Maltrecho, es llevado al Hospital Pirovano por un empleado del kiosco. Allí, es atendido en la guardia por el doctor Rubin, a quien dice que fue agredido pues "quizá lo confundieron con un judío".

En la mañana, se apersonan al nosocomio un oficial y un agente de la Comisaría 33°, interesados en por la situación de Salgueiro; éste les repite el presunto motivo de odio racial : "Creo que me confundieron con un judío, porque me gritaban judío hijo de mil putas" (cuando en realidad, lo que le espetaban era "gaita de mierda", pues lo conocían demasiado bien en el barrio).

Seguidamente, el comisario de la seccional en cuestión, telefonea a un prominente rabino sobre "el tema de discriminación que me encargó". Había transcurrido casi un año de la masacre de la AMIA, y era imperioso para las huestes de Rubén Beraja sentar un contundente precedente para llevar adelante la ley 23.592, creación del ex presidente Fernando De la Rúa, para penar con rigor casos de discriminación racial. Se vio el filón, y enseguida comenzó el andamiaje para armar un lindo paquetito.

Y de paso, arrojar un poco de carne a las fieras.

Buscando un candidato

Si bien ya se tenía a una víctima -aunque ciertamente no era de la colectividad hebrea, y para colmo, era un dealer drogón conocido hasta por los taqueros de la 33°- faltaban necesariamente un par de giles a quienes endilgarles el sayo de los violentos racistas. Y no se precisó demasiado esfuerzo para encontrarlos, dado que estaban casi a un tiro de pichón. Haciendo una recorrida habitual, los ocupantes de un patrullero divisaron a Luciano Griguol -sobrino del famoso DT de fútbol- en la aludida plaza. Este estaba en la mira pues su madre, propietaria de un comercio de ropa de cuero, los había tratado de ineptos, luego de sufrir reiterados atracos. Esto, por cierto, lo convertía en un candidato ideal, además de que en ese momento estaba en compañía de algunos pelados.

Relamiéndose de deleite, los efectivos policiales volvieron sobre sus pasos, pensando traerse consigo al traficante citado, acompañado de dos móviles de América TV para armar un circo de aquellos. En ese ínterin, Andrés Pablo Paszkowski, quien tenía pensado ir a comprar unos artículos en la Avenida Juramento, se cruza a la plaza para saludar a Griguol. Más tarde, lo lamentaría con creces.

No imaginaban ni por las tapas que eran acechados por policías de civil, acompañados por El Gaita y un par de camarógrafos del citado canal. Los camuflados de civil se acercaron al grupo y oficiaron de testigos de una detención ilegal, ya que la supuesta víctima ni siquiera pudo identificarlos como sus agresores de aquella noche. No importaba : bastó que se parecieran a estos y fueron para adentro. También la ligó Paszkowski, a pesar de ser nieto de polacos que combatieron en la Francia ocupada por los nazis -de manera encubierta- en el contraespionaje británico. Sin embargo, por ser rubio, alto y de ojos claros, daba el tipo de ario que necesitaban para consumar la infamia.

El circo

"La noticia (de la liberación de los detenido esa tarde) había corrido como reguero de pólvora; los medios de radio, televisión y diarios estaban presentes. Todos querían ser los primeros. Con seguridad no sabían que eran partícipes de uno de los fraudes más espectaculares realizados en la Argentina", narra André Materon, padre de Andrés, en su libro La otra verdad. En él, se narra cómo se destruyó el buen nombre y se arrojó una vida por la cloaca para congratulación y regocijo de unos cuantos buitres. El primero de ellos, el entonces Ministro del Interior Carlos Vladimiro Corach, quien vio el filón y lo aprovechó muy bien. El segundo, quien fuera titular de la AMIA-DAIA, Rubén Beraja, acosado por malversación de fondos en el Banco Mayo, y por la falta de respuesta en torno al atentado a la mutual judía. Ambos necesitaban imperiosamente sentar jurisprudencia para distraer a la opinión pública, y de paso, mostrar que en la Argentina, la impunidad no es tal cosa.

Así, el caso pasó automáticamente al fuero federal; se limpiaron los gruesos antecedentes de Salgueiro; se le inventó una pareja con bebé incluido y de paso, como frutilla de la torta, Beraja le proporcionó una casa de su propiedad en Villa Pueyrredón y un empleo en el Cementerio Israelita. Y así, con tal de impresionar y movilizar a las masas para que ley de marras sea efectivizada, en un tramo del juicio el drogota Salgueiro, convenientemente asesorado, llegó a derramar lágrimas al afirmar que su desventura era "comprobable al holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial". El 17 de abril de 1998, el Tribunal Oral Federal Número 3, compuesto por los jueces federales Larrambebere, Andina Allende (presidente) y Gordo, condena a Andrés Pablo Paszkowski a la pena de tres años de prisión, junto a los otros dos imputados Da Silva y Griguol. Así, fueron llevados al penal de Caseros (que estaba en las últimas), ya que dos años después era definitivamente raleado de servicio.

Mientras Paszkowski hijo purgaba una pena por un delito no cometido, su padre emprendía un viaje de no retorno buscando datos de peso para lograr su libertad. Así fue como se enteró de la patraña urdida en torno a las actividades de Salgueiro, un narco devenido en ciudadano modelo, y apaleado por su apariencia. También se enteró de la manipulación que se hiciera de la verdad por parte de los medios y la forma en que a la Justicia se le cayó la venda. También tomó conocimiento de la relación de la barra brava del club Excursionistas con la venta de cocaína, y con el garrón que se comió el aludido Griguol y la transa espuria, que continúa hoy, entre los medios y la justicia.

Si bien luego de tanto esfuerzo Paszkowski salió en libertad, luego de padecer grandes sufrimientos, a su padre, el esfuerzo le costó su empresa de productos eléctricos, a la vez que también debió pagar con el naufragio de su matrimonio.

La causa jamás se reabrió, impidiendo que la sociedad conociera la otra verdad.

En el camino, queda la lucha de un padre desesperado, que llega a la ruina económica removiendo cielo y tierra buscando que todo se sepa; ese otro lado que nunca sale en TV o en la primera plana de los matutinos.