EL ANTISEMITISMO FUNCIONAL. A PROPÓSITO DE UNA NOTA DE ADRIÁN SALBUCHI por
Marcos Ghío En
anteriores escritos hemos hecho notar que una de las características
principales en las que se fundaba el poder norteamericano era su carácter
profundamente mediático y psicológico, capaz de hacernos creer
mediante la propaganda lo que en cambio la realidad no pude hacer. Esto es
lo que explica la asidua campaña de sugestión producida especialmente
por el cine y la televisión en donde se nos proyectan imágenes de superhéroes,
como Rambo o Terminator, capaces de realizar las proezas más inverosímiles
a favor de tal poder y respecto del cual las demás naciones que se
atreviesen a contradecirlo estarían condenadas estrepitosamente al
fracaso o a la vergüenza, ya que Norteamérica todo lo podría. Pero esto
no solamente fue proyectado en la pantalla a través de la ficción, sino
que incluso, cuando EEUU se embarcó en guerras reales, la propaganda supo
hacer verdaderos proezas en las mentes de los televidentes consumidores
habituales de la imagen relativa al poder omnímodo de tal superpotencia,
a la que se equiparaba ilícitamente con el Imperio Romano e incluso se
decía que lo superaba. Fue así como podemos recordar que cuando en la
primera guerra de Irak se bombardeó por primera vez Bagdad, la propaganda
llegó a decir, ante el silencio de mentes debidamente domesticadas y que
nunca se asombraron, que en una sola noche se arrojó sobre esa ciudad un
poder destructivo que superaba en al menos cinco veces lo que se lanzara
en Hiroshima. Cualquier persona que días después hubiese podido ver
documentales sobre esa ciudad, pudo constatar que se trataba de una
inmensa falsedad, de un verdadero fraude mediático. Hoy en día en
cambio, debido a los inmensos avances del internet, que permite la
existencia de un periodismo alternativo con suficiente capacidad de difusión,
tal como hoy hace la Agencia
de Noticias Kaliyuga,
estas proezas propagandísticas ya no pueden hacerse más, pero sin
embargo, tal como veremos, suele acudirse a otros medios funcionales y no
menos eficaces. Agreguemos
además que no solamente Norteamérica ha sabido aplicar este gran poder
de sugestión y propaganda utilizado con la finalidad de paralizar a
eventuales enemigos generándoles una sensación de impotencia. Israel
también ha hecho lo mismo en la narración de sus contiendas militares
que en algunos casos parecían verdaderos calcos del relato bíblico en
donde, con la ayuda de Jehovah y con medios insignificantes, se lograba
exterminar a enteros regimientos enemigos. Más sutil aun ha sido en estos
casos el uso que han efectuado respecto de cierta teoría conspirativa
encargada de atribuir al judío la verdadera categoría de Deus
ex machina capaz de hacerlo absolutamente todo en la historia, aun lo
que en apariencias se le opondría y ante el cual por lo tanto no existiría,
como en el caso de las películas de Rambo, ningún grupo de personas
capaces de hacerles daño alguno. Y en este juego sutil, muchas veces sin
darse cuenta siquiera, caen
especialmente distintos exponentes de un antisemitismo incondicional que
termina siendo sumamente funcional al mismo enemigo que dice combatir.
Dicho antisemitismo, y podríamos también extenderlo al
anti-norteamericanismo, consiste en estereotipar de tal modo el dominio
que hoy ejercen los judíos en el mundo en modo tal de convertirlo en tan
omnipotente y abarcador que da como resultado generar en sus eventuales
enemigos un estado de resignación e impotencia, pues de tan poderosos que
se los describe resultaría imposible hacerles frente con alguna
posibilidad de éxito, pues la partida ya estaría perdida con anticipación.
Así pues hoy en día nos encontramos con publicaciones en el mundo entero
y en nuestro país especialmente que prácticamente le atribuyen a tal
poder la realización de todo lo que pasa y que tiene éxito, hasta de
cosas inverosímiles. El judío, o el norteamericano, habrían realizado
así los hechos más diversos, desde el atentado de la Amia, de la
embajada de Israel, hasta el más pedestre
incendio del rompehielos Irízar; a su vez nos habrían impuesto
todos los gobiernos que tenemos (como si no existiese responsabilidad de
nuestra parte), hasta llegar a la situación mundial en donde se les
achaca también haber realizado los atentados de las Torres Gemelas, del
Pentágono, de Atocha, de Londres, haber desencadenado a propósito las
guerras de Afganistán, Irak, Somalia, el Cáucaso, etc y ahora nos
enteramos también de que habrían realizado los ataques de Bombay. Es de
destacar que, dentro del contexto de tal lógica, se desprendería también
que Al Qaeda, los Talibanes, las milicias somalíes de Al Shabab y todos
los grupos fundamentalistas islámicos que luchan exitosamente contra tal
superpoder serían en realidad agentes del mismo o en el mejor de los
casos idiotas útiles que trabajan para ellos sin saberlo, pues, de
acuerdo a lo que muy agudamente se nos relatara en las películas de
Rambo, nadie puede en contra de ellos. Son innumerables los autores que se han visto seducidos por esta teoría conspirativa de la historia la cual, por lo que hemos dicho, es perfectamente funcional para los intereses que dicen combatir pues generan en sus consumidores habituales un sentimiento de impotencia, resignación, cuando no una justificación ante los propios fracasos. En su momento nos hemos ocupado especialmente de la obra de Walter Graziano, un autor proveniente de un espectro diferente del nuestro y la satisfacción ha sido -no podemos decir que a causa de nuestra crítica- haber visto a su último libro, que pretendía convertirse en un nuevo best seller, integrar en cambio las mesas de saldo de las librerías. Pero existe un periodista de una línea muy cercana a nosotros y al que apreciamos por sus interesantes notas sobre la economía, Adrián Salbuchi, quien desde hace años nos viene diciendo todas estas cosas. Creíamos vanamente que, ante las evidencias de los hechos que contrastaban con todas sus predicciones internacionales nunca consumadas, se había llamado a un prudente silencio, pero henos aquí que nuevamente acaba de arreciar con todo lo que nos viene diciendo desde hace años como si nada hubiese pasado (ANTESALA DE LA GUERRA MUNDIAL, por Adrian Salbuchi). Vuelve
allí a insistirnos en que Bin Laden y el Mullah Omar son agentes de la
CIA que han realizado los atentados del 11S y posteriores para justificar
las distintas invasiones a Afganistán e Irak y que ahora habrían
efectuado las acciones de Bombay para justificar futuras guerras, especialmente
contra Irán, país que lo tiene obsesionado a pesar de que sea a todas
luces evidente, por sus apoyos a las invasiones norteamericanas a tales países,
que es un estrecho aliado de los EEUU y de Rusia en su lucha en contra del
fundamentalismo sunita. Por supuesto que en los esquemáticos análisis de
Salbuchi no hay una sola palabra para explicar por qué EEUU o Israel
invadirían a un país con el cual se han reunido, al menos el primero, en
diferentes oportunidades para pacificar Irak y que ha sustentado la
postura más dura negándose a cualquier diálogo con el talibán al que
acusa abiertamente en la ONU de ser un peligroso exponente del terrorismo
internacional. Por supuesto que existen sectores extremistas, sea judíos
como norteamericanos, que querrían invadirlo, pero lamentablemente
los gobiernos de tales países son suficientemente inteligentes como para
cometer un error semejante que de lo único que serviría sería para unir
a los fundamentalismos sunita y chiíta. Pero
lo más absurdo son los análisis que el periodista realiza respecto de
por qué habrían sido una vez más los judíos o los yanquis quienes habrían
efectuado los atentados de Bombay, según él con la finalidad de
desencadenar una guerra nuclear entre India y Pakistán, pues la prueba de
que habría sido todo una obra del Mossad o la CIA sería porque los
futuros suicidas habrían sido personas de piel blanca. Lo cual nos
sumerge en la perplejidad pues no sabemos si ello sería porque solamente
los blancos están dispuestos a inmolarse por dinero o también porque no
habría semitas dispuestos a trabajar para los agentes judíos. Pero, más allá de lo absurdo de tales análisis, lo más objetable es que Salbuchi nos diga que EEUU e Israel quieran desencadenar una Tercera guerra mundial para salir de su actual crisis económica y que ello habría sido además la causa de la Segunda y suponemos que también de la Primera. Tal análisis economicista no es muy distinto del que efectúan el marxismo y el liberalismo para los cuales la economía es el destino de las personas y aquello que en última instancia explica las acciones de los hombres. Lo cual es a su vez coherente también con su teoría hiperconspirativa de la historia en donde el sujeto queda determinado por fuerzas superiores frente a las cuales nada puede hacer y solamente remitirse a contemplar o describir. En contraste exacto con tales análisis, el pensamiento tradicional considera que han sido las ideas y las concepciones del mundo las que fueron el principal fundamento de las contiendas. En la Primera Guerra Mundial la lucha fue entre las naciones democráticas y masónicas (con la espuria alianza de la Rusia zarista que había sido liberalizada un siglo antes por el iluminismo) en contra de las monarquías tradicionales en donde el poder económico representó apenas un instrumento en función de tal objetivo superior. La Segunda fue en cambio la lucha de esa misma democracia en contra de aquellas naciones que intentaban rectificar dicho principio igualitario. Es
falso creer que Norteamérica quiera desencadenar guerras, sino que más
bien lo contrario es lo verdadero. Salbuchi debería explicarnos por
qué si ellos han sido los que armaron el montaje del 11S estén perdiendo
en Irak y en Afganistán, sin decir nada de Somalia. O más sencillamente,
si Al Qaeda y el Talibán son los agentes que ejecutaron tales operativos
por qué les impiden ahora la ocupación normal de tales países y la
explotación de sus recursos. La realidad es en cambio lo opuesto exacto
de los que nos dice Salbuchi. Norteamérica
no quiso nunca esas guerras, sino que se vio obligado a hacerlas para
hacerle frente al mismo enemigo antimoderno que combatió en las dos guerras
anteriores, esta vez personificado por el fundamentalismo islámico.
De ninguna manera quiere enfrentar a la India con Pakistán, cuyos
gobiernos son sus aliados en tal lucha, sino que al contrario ese atentado
se ha hecho con la finalidad de demostrar la incapacidad del primer país
en controlar a la insurgencia y de este modo estimular una intervención
militar en el mismo, tal como ha insinuado en su momento el futuro
presidente Obama. La táctica de Al Qaeda, que no es un agente
norteamericano como pretende sin fundamento alguno el Sr. Salbuchi, es la
de obligar a EEUU a intervenir en la mayor cantidad de guerras pues son éstas
las que determinan sus crisis económicas y no a inversa como él nos
dice. La actual crisis que vive el “occidente” ha sido determinada
principalmente por sus fracasos estrepitosos en Irak, Somalia y Afganistán,
especialmente en este último en donde, a pesar de que participen de tal
invasión 40 naciones con los apoyos de Rusia, China, Irán y el Vaticano,
hoy los talibanes controlan el 72% del territorio según las mismas confesiones
de los norteamericanos.
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