George y Katrina La fuerza de la Naturaleza descubre la incompetencia de Bush. Dijo el alcalde de Nueva Orleáns que su ciudad se parecía a Hiroshima tras la bomba atómica. Aquella atrocidad humana acabó de un plumazo con decenas de miles de inocentes. Esta terrible catástrofe natural marcará el principio del fin del más nefasto y prepotente Presidente de la historia reciente norteamericana. No es el deseo el que me anima a pronosticar que el huracán ‘Katrina’ arrasará la carrera política de George W. Bush. Lo que no hicieron ni la invasión criminal de Irak ni las urnas, por la ceguera de la mayoría de los votantes y la manipulación mediática, lo hará Katrina. Quién le iba a decir a Bush que sería la fuerza de la Naturaleza la que dejara al descubierto ante sus compatriotas la absoluta incompetencia de su gobierno y la cerrazón de su mente. Porque, ante muchos otros ciudadanos del mundo, fue siempre una certeza que carecía de la capacidad para dirigir los destinos del Imperio y, menos aún, del planeta. Como lo fue que su empeño en despreciar la defensa del medio ambiente, así como el recorte de la inversión para mejorar los diques que protegen Luisiana del mar con el fin de destinar esos fondos a la guerra, traerían consecuencias terribles. El manejo de una crisis advertida con suficiente antelación por los meteorólogos ha sido un completo desastre. Los ha desbordado el irrefrenable poder de un ciclón y las sencillas necesidades de los más pobres. Washington no fue capaz de prever nada ni organizar nada fuera de los inevitables discursos melodramáticos del Presidente, cargados, como es habitual, de tintes patrioteros y lugares comunes. Parece mentira que no supieran que los sectores sociales más desfavorecidos no tienen carro y no los evacuaran por otros medios antes de la llegada de ‘Katrina’. O que no pudieran montar un "puente terrestre" para sacar a veinte mil refugiados del estadio de Nueva Orleáns. Ante tanta inoperancia, nos preguntamos desde el primer día, ¿dónde están los soldados? ¿Dónde los helicópteros y los buses de evacuación? ¿Dónde la policía? ¿Dónde los víveres? ¿Dónde los médicos? ¿Dónde los centros de acogida dignos? ¿Dónde, en definitiva, la planificación del día después? Muchas respuestas están a miles de kilómetros, en un país que corre todos los peligros, menos el de sufrir una inundación. El mismo que después de ver cómo ‘Katrina’ arrasaba la tierra de su invasor contempló impotente cómo morían aplastados más de mil peregrinos presos de una paranoia colectiva adquirida a golpe de bombazo. Luisiana, Misisipi y Alabama necesitarán miles de millones de dólares para su reconstrucción, pero muchos de esos fondos están comprometidos en Irak y por esa maldita guerra el déficit público yanqui está tan disparado que no se puede aumentar más. Por todo ello, antes de lo que Bush piensa, sus conciudadanos estarán criticándolo, pidiéndole respuestas y le exigirán que arregle la casa en lugar de seguir en sus aventuras bélicas. Y antes de lo que sus amigos esperan, pero mucho después de lo que ese irresponsable merece, se despeñará en las encuestas. Es un castigo pequeño para quien ha causado tanto mal a la Humanidad, pero es el que más le duele. Alicia Benedito |