DE GIGANTES Y COMPUTADORAS

por Denes Martos

Si he logrado ver más lejos,
ha sido porque me he subido
a los hombros de gigantes.
Isaac Newton


Pensándolo en términos poéticos, uno estaría tentado a decir que no desechemos las leyendas de gigantes porque, después de haberlo considerado todo, al fin y al cabo las leyendas son lo único que sabemos con seguridad. Es que no deja de ser curioso, pero sucede que si miramos hacia las profundidades de la mente humana, los gigantes tienen una realidad superior incluso a la de, por ejemplo, las computadoras. Imagínense qué pasaría si, de repente, todas las computadoras del mundo desaparecieran. La próxima generación ya no tendría ni idea de cómo eran, qué eran y para qué servían exactamente esos aparatos. Pero gigantes, dragones y caballos alados hubo desde tiempos inmemoriales y, con toda seguridad, los seguirá habiendo mientras los seres humanos sigan siendo humanos. Independientemente de si esas criaturas fantásticas alguna vez existieron; o no.

Son pensamientos, por supuesto, algo extemporáneos y parecerían no tener nada que ver con nuestra realidad actual. Alguien podría decirme – y quizás con algo de razón – que consideraciones como ésas se refieren a una etapa ya "superada" por la humanidad. Lo que sucede es que tengo la impresión que, con eso de la "superación", poco a poco la humanidad va abandonando todo lo que es realmente humano y va cortando todos los vínculos que la unían a lo trascendente. De seguir a este paso y en esta dirección, vamos por el mejor camino para lograr convertirnos en inhumanos. Y lo realmente trágico de esto es que, el día en que lo logremos, nadie se dará cuenta.

El mes pasado, un video colgado en YouTube sobre "La inocencia de los musulmanes" desató un verdadero huracán de protestas airadas en el mundo islámico y culminó, al final, con el asesinato del embajador norteamericano en Libia y docenas de muertos en otras partes. No vale la pena detallar el contenido de la película del cual el video es solo un recorte. Baste decir que es, de cabo a rabo, un engendro injurioso, grosero y vulgar dedicado a denigrar la figura de Mahoma. Y la gran discusión en los medios de Occidente giró inmediatamente mucho menos sobre el contenido del engendro en sí que sobre la cuestión de quién lo pergeñó. Lo cual, al fin y al cabo, es algo completamente circunstancial. Si el responsable por ese disparate fue un judío norteamericano, un egipcio copto, o un pastor protestante … o los tres de común acuerdo, resulta completamente irrelevante. Lo cardinal de todo el asunto es que, en nombre de una "libertad de expresión" elevada a la categoría de principio sacrosanto, se permitió que un imbécil o un grupo de imbéciles denostara, denigrara e insultara la figura máxima de una religión. A lo cual se podría agregar – aunque, por lejos no sea lo más importante – que quienes insultan no llegan a representar ni el 0.2% de la población mundial y quienes profesan esa religión constituyen casi la cuarta parte de los seres humanos del planeta.

No creo que haga falta aclararlo pero, por las dudas lo digo: no soy musulmán. Por si alguien quiere saberlo, tengo una posición crítica frente al Islam y si por casualidad alguno de ustedes está interesado en algunos de los argumentos principales de esa crítica, le sugeriría echarle una mirada a "Las Grandes Herejías" de Hilaire Belloc . De modo que, dejemos esto sentado de entrada: aqui no se trata de mi opinión personal en cuanto al Islam.

De lo que se trata es de la mentalidad de todos los que ridiculizan, caricaturizan, denuestan, denigran y humillan a quienes tienen una vocación religiosa que se expresa en una fe profunda. Son los que ya ni se dan cuenta de que se han vuelto inhumanos. Porque creen haber "superado" toda tradición, todo pasado, toda Historia y – por sobre todo – toda mitología y toda leyenda. Son los que viven en una realidad virtual y creen que esa realidad es la realidad a secas. Se burlan de los gigantes porque creen haber cercenado toda relación con ellos. Vituperan cualquier tradición porque creen que las tradiciones coartan la libertad y entienden a la libertad como el derecho a negarlo todo y a ensuciarlo todo. Aun cuando tengan que reconocer que la libertad que pregonan es inalcanzable y que lo máximo que pueden predicar es la supuesta obligación de tratar de lograrla. A pesar de que cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que el mundo estallaría en mil pedazos si la logran. A pesar de que, si la logran, todos sabemos que tendrán que venir otra vez los gigantes a juntar los pedazos dispersos y a construir un mundo nuevo con esos fragmentos.

Porque el mundo no se terminará cuando lo decida un par de imbéciles. Terminará cuando lo decida Alguien que tiene el poder de crear un mundo, o cuando ya no quede nadie capaz de cuidar y de sostener al mundo creado.

Mientras tanto, no tenemos más remedio que soportar la estulticia de los que sostienen que lo sagrado no existe siendo que ni siquiera tienen la suficiente capacidad para darse cuenta de que están adorando esa vaca sagrada de nuestro tiempo que se llama "libertad de prensa" o "libertad de expresión".

No se trata de "defender" a Mahoma o al Islam. De lo que se trata es de no permitir que se prostituya una discusión – que, en materia filosófica y teológica, bien puede ser aguda y hasta duramente crítica – con el chabacano y barato argumento del insulto a la religiosidad de millones de personas. Porque esa misma estulticia que insulta a Mahoma con caricaturas y películas baratas, se mofa y se cree con derecho a insultar también a Cristo, a Buda, a Confucio, a Lao Tsé y a burlarse de cualquier doctrina, filosofía, religión o simple idea que tienda tan solo a sugerir que existe algo que trasciende al ser humano, o que el ser humano mismo tiene un destino trascendente.

Los que creen que estos insultos y ultrajes deben tolerarse en nombre de la sacrosanta libertad de expresión se olvidan de una cosa: hasta lo más sagrado y lo más grandioso se convierte en basura si lo manosean los imbéciles. Y cabría preguntarse en qué se ha convertido esa libertad de expresión en manos de quienes hoy la ejercen para glorificar la relativización de todos los valores, la negación de toda epopeya y la libertad de decir cualquier idiotez por un medio que la difunde como verdad revelada para consumo de un hato de borregos que vive con la nariz pegada al televisor y que ni herniándose las neuronas sabría diferenciar una simple filosofía de una auténtica religión.

Pues, esa libertad se ha convertido en lo que tenemos: en una fantasía sin mitología, en poesía sin lira, en música sin melodía ni armonía, en escultura sin forma, en literatura sin sentido, en arquitectura sin personalidad, en pintura sin belleza, en la suplantación de lo hermoso por lo ingenioso y lo novedoso, en la masificación de una vulgaridad frenética, en la profanación gratuita de todo lo que alguna vez fue sagrado; en la libertad de vociferar cualquier estupidez para luego, en cuanto a todas las demás libertades concretas, terminar conformándose solo con las que se pueden comprar.

Pero no es cuestión de escandalizarse. Simplemente es cuestión de ver, darse cuenta de que es así y dejar de consumir basura. La retórica admonitoria no hace mella alguna en quienes ya ni entienden el valor de lo que estamos perdiendo. Hace muchísimo tiempo que no lo entienden. Creen estar más allá de las cuestiones auténticamente humanas y viven en la realidad virtual de sus ideologías. Y, naturalmente, gozan de la posibilidad de hacer daño sin riesgo alguno.

Probablemente esto último es lo que más repugna. Porque, más allá de la patética chatura, más allá de la pueril falta de criterio y de la indigencia intelectual, lo que más repele es ese solapado regodeo en el hacer daño con impunidad. Cuando uno mira las cosas armadas por sujetos como, por ejemplo, León Ferrari, Enrique del Pozo o Rodrigo García, casi puede escuchar en el trasfondo como el "artista" arma la cosa murmurando algo así como: "con esto reventarán de bronca esos tarados". Y casi puede ver como después le muestra la "obra" a sus amigos y todos juntos estallan en carcajadas regodeándose en el escándalo que dan por sentado. Entre otras cosas, también por eso no vale la pena escandalizarse. Es mucho más efectivo reemplazar la indignación por el desprecio.

Porque la gran ventaja de quienes aparte de espíritu crítico también tienen capacidad de respeto, es que pueden disentir sin necesidad de hacer daño. Y pueden, además, recorrer el mundo de las tradiciones y las leyendas sin perder por ello el contacto con la realidad y – lo que es bastante más importante – sin renunciar por ello a la búsqueda de una verdad que puede estar expresada por la obviedad de lo material pero que también puede estar escondida detrás de la materialidad expresa. Una verdad que a veces es más fácil traducir en poesía y en belleza que en fórmulas matemáticas y en teorías científicas.

En contrapartida, hay quienes son incapaces de construir algo perdurable y se deleitan en destruir y relativizar cosas que algunos seres humanos tardaron siglos y a veces milenios en construir. Son los estériles que están condenados a darse cuenta un buen día que se han quedado en un desierto. Porque ese día no tendrán adónde ir. No tendrán techo sobre sus cabezas. No estarán en ninguna parte. Quedarán en esa liliputiense, infamante, inculta tierra de nadie que ellos mismos se construyeron y, a la intemperie, temblando de frío, tratarán de darse ánimos repitiendo como un mantra: "somos libres, somos libres, somos libres".

Desaparecerán. Todos y cada uno de ellos. Para siempre. Cuando ya no quede nada para destruir, los enterrarán los gigantes que vendrán, barrerán los escombros y empezarán a construir al mundo de nuevo. Terminarán sepultados por las ruinas del derrumbe que ellos mismos provocaron.

¿No me creen?

Esperen y verán.

Y tanto como para terminar: ¿recuerdan cuando hace ya tres años atrás el Papa pronunció en la Universidad de Ratisbona un discurso rigurosamente académico sobre "Fe, Razón y Universidad" y mencionó el diálogo crítico al Islam que hacia 1391 sostuvo el emperador bizantino Manuel II Paleólogo con un culto persa mahometano? En aquella oportunidad no solo se enojaron los mahometanos. Toda la prensa occidental estalló en aullidos denostando al Papa y se publicaron ristras enteras de ácidas críticas objetando las palabras de Benedicto XVI. Unas palabras que, en última instancia, no fueron más que citas prácticamente textuales de un antiguo documento rescatado y publicado en su momento por el historiador libanés Adel Theodore Khoury.

¿Por qué en ese momento a ningún medio masivo de difusión importante se le ocurrió reivindicar para el Papa aquello de la libertad de expresión?

Se me dirá que las palabras del Papa tienen un peso mucho más importante que las patológicas fantasías de un ignoto judío de California, un no menos ignoto copto egipcio o un totalmente ignorado pastor protestante de Florida. Sin duda es así y la diplomacia vaticana podría proceder a veces con algo más de sofisticación; especialmente cuando quiere enviar un mensaje directo. Aunque, en todo caso, convengamos que, dentro de un ámbito académico, se puede hacer el análisis crítico de una religión y ese análisis no necesariamente implica insultar la religiosidad de quienes profesan dicha religión. De hecho, en aquella oportunidad, en Ratisbona, el Papa tuvo suficiente sentido del humor como para recordar que, cuando él se incorporó a esa casa de estudios en 1959, existían allí dos facultades de teología – una católica y la otra protestante – y mencionó que en cierta oportunidad a un profesor, quizás un poco ateo, se le ocurrió comentar que en Ratisbona ". . . había algo extraño: dos facultades que se ocupaban de algo que no existía: Dios". (1)

Alguien alguna vez dijo: el que tiene sentido del humor tiene capacidad para cualquier cosa; y el que no lo tiene es capaz de cualquier cosa.

Tendrán ustedes que perdonar mi (mal) genio pero, así y todo, yo no consigo dejar de preguntarme: ¿por qué ahora que un oscuro personaje, o un grupo de oscuros personajes, pergeña una película chabacana y ramplona que directamente insulta la religiosidad de los mahometanos en los términos más groseros, toda la jauría periodística sale a tratar de justificar el engendro y se nos pide que lo aceptemos postrándonos ante el becerro de oro de la libertad de expresión?

Y de última, tampoco puedo dejar de preguntarme: esa película ¿fue realmente idea de tan solo un par de oscuros personajes medio chiflados e irresponsables? ¿O, además de eso, a alguien se le ocurrió que la idea de esos energúmenos podía servir para agitar el avispero de Medio Oriente y producir desastres que luego justificarían una intervención armada? Si acaso fue así, la cosa evidentemente salió mal porque el desastre mayor no se produjo ni en Siria ni el Irán sino en Libia con la muerte del mismo embajador norteamericano que en su momento alentó y promovió a quienes terminaron asesinando a Khadafi.

Pero ¿qué hubiera pasado si la embajada norteamericana atacada no hubiese sido la de Bengasi sino la de Teherán?

Sí. Ya sé. No me lo digan. Yo mismo lo dije varias veces: no tiene mucho sentido ponerse a rumiar sobre qué hubiera pasado si no hubiera pasado lo que realmente pasó. La verdad es que no sé – y tampoco me interesa mucho – exactamente cómo fue que nació, se hizo y se difundió esa maldita película. En sí misma, ni siquiera la película como tal me interesa demasiado.

Lo que sí sé es que, el día en que tengamos que ponernos a reconstruir todo lo que ahora se está destruyendo, los gigantes van a tener un trabajo mucho más difícil de los que en su momento Hércules tuvo que completar.

Aunque es probable que algunas cosas les resultarán más simples porque los gigantes de mañana seguramente tendrán sus propias computadoras.

Lo que dudo mucho es que las usen para subir videos idiotas a YouTube.