EL PODER FINANCIERO-PETRÓLEO por Walter Graciano Se
reproduce un fragmento del reciente libro de Walter Graziano: Nadie
vio Matriz, "sobre las crisis del ...en 1973 la elite no se limitó a restituir a Wall Street y la City londinense como centros financieros mundiales gracias a los petrodólares. Las tasas de ganancias de los pulpos petroleros se multiplicaron dado que el costo de extraer el barril prácticamente no había aumentado en ninguna región del mundo. Lo que hubo fue una limitación transitoria en la oferta de petróleo, mientras por un período de tiempo se dejaba que existiera, en la industria petrolera, una gran capacidad productiva ociosa. Una reducción de sólo el 5% en la producción mensual árabe durante unos pocos meses produjo un aumento de precios del orden de 400%. Nunca antes, ni después, las ganancias petroleras habrían de pegar tal salto, pero los beneficios para la elite no quedaron allí. En segundo lugar, las empresas petroleras inglesas, principalmente Shell y British Petroleum, obtuvieron beneficios adicionales muy importantes: por un lado, Gran Bretaña fue el único país europeo occidental que pudo escapar completamente del bloqueo árabe dado que firmó un tratado especial con los países árabes. Alemania intentó hacer lo mismo, pero su canciller en aquella época, Willy Brandt, recibió una protesta formal de Henry Kissinger por intentar saltar el bloqueo árabe en forma unilateral, y debió tirar al cesto su proyecto de neutralidad germana en el conflicto árabe-israelí. Finalmente, y de manera muy importante, con las nuevas cotizaciones del barril de crudo empezaba a ser rentable, por primera vez, extraer el petróleo que las citadas empresas británicas poseían en el fondo del Mar del Norte, cuya explotación no era factible antes del aumento de 1973. Resulta evidente que, lejos de ser las víctimas, las empresas petroleras norteamericanas e inglesas fueron las grandes beneficiarias junto a las elites de los países árabes y los centros financieros de Wall Street y la City londinense. La historia oficial nada registraría de todo esto, obviamente debido al dominio que sobre la prensa anglo-norteamericana ejercen las agencias de noticias y los historiadores oficiales, financiados unos y otros por la misma elite financiero-petrolera. Lo que hay que hacer notar, además de la artificialidad de aquella guerra árabe-israelí urdida con objetivos claramente económicos por Henry Kissinger como agente de la elite estadounidense, es el hecho de que esta vez, en pleno 2007, las cosas son muy diferentes de las crisis petroleras de la década de 1970. La causa del alza de los precios de los combustibles esta vez no es la necesidad de recomponer la hegemonía financiera de Wall Street, hoy aún indiscutible. El incremento en las cotizaciones del crudo, aunque aumenta las ganancias de las empresas petroleras, también aumenta el riesgo colectivo que enfrenta el sector respecto de la posibilidad de que se incrementen las presiones sociales y políticas para reemplazar los hidrocarburos fósiles por otras formas de energía. Ocurre que por primera vez el mundo como un todo se asoma a una crisis petrolera de naturaleza estructural. A diferencia de 1973, esta vez no hay una capacidad de oferta ociosa que se pueda poner en marcha firmando un tratado de paz o mediante disposiciones unilaterales tendientes a volver a aumentar el cupo de producción de crudo. Esta vez es muy diferente, y por primera vez nadie, absolutamente nadie, tiene el verdadero control de lo que ocurre con los precios y las cantidades de hidrocarburos fósiles que se extraen en el mundo. Por lo tanto, la actitud complaciente de las poblaciones mundiales ante lo que ocurre en el mercado petrolero y gasífero bien puede resultar a la postre una actitud muy equivocada. Cuanto más tardía sea la reacción social y popular en el mundo desarrollado respecto del aumento en los precios del barril, más costos no sólo económicos, sino también sociales y en número de vidas humanas habrá que pagar. Veamos por qué. Cuando ocurrieron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, el petróleo no era noticia en ningún medio de comunicación importante. Los precios del barril oscilaban entre 20 y 25 dólares, y aunque geólogos y economistas especializados venían advirtiendo sobre el inicio eventual de una era de escasez, poco y nada llegaba al público común. Cuando el 11 de marzo de 2003 se produjeron en Madrid los atentados en Atocha y otras estaciones de tren en los que perdieron la vida más de 200 personas, si bien la cotización del barril ya estaba en alza, el aumento de precio del ´oro negro´ todavía no era noticia. Y hoy por hoy, en 2007, ello tampoco ocurre. Si bien el costo del barril se ha triplicado con relación a unos pocos años atrás, poco y nada dice acerca de las verdaderas causas de este pronunciado ascenso. Los medios han confundido a la población en todo el mundo, atribuyendo el alza a sucesos puntuales como el juicio en Rusia a la petrolera Yukos, los atentados terroristas en Irak, o lo problemas políticos en Venezuela o sindicales en Nigeria. Se trata, en todos los casos, de sucesos que son habituales, dado que nunca ningún mercado del mundo está exento de inconvenientes de esa envergadura. Por otra parte, la mayoría de esos problemas se ha ido solucionando y de todas maneras el petróleo ha vuelto a subir. Es entonces cuando aparece otra ´cortina de humo´ desde la prensa: para muchos medios, el fuerte crecimiento de le economía china seria el principal responsable. Pues bien, China consume hoy sólo el 8% del petróleo mundial, aun cuando su población representa más del 20%. El consumo de petróleo per capita en China es menor a un décimo del de los Estados Unidos. ¿Podría decirse entonces que es el fuerte crecimiento de la economía norteamericana el responsable del incremento en el costo de la energía? Pues bien: tampoco. Ocurre que tasas de crecimiento de 3 o 4% anual son usuales en la historia económica norteamericana, y no por ello esos índices desembocaron en el pasado necesariamente en alzas en el precio del petróleo. A veces, y con relativa frecuencia, ocurría precisamente lo contrario. ¿Qué es lo que ocurre entonces? Pues bien, que aunque año tras año la producción mundial de petróleo ha aumentado -y sigue aumentando- entre 1 y 2% anual, y la de gas natural al 3% anual, aumentando además la eficiencia del uso de ambos, no ha habido prácticamente descubrimientos importantes de petróleo en los últimos quince años en ninguna región del mundo. De esta manera, aunque la producción aumenta en el Golfo Pérsico, ha comenzado a descender en una vasta cantidad de países. En medio de esa situación, el principal perjudicado es Estados Unidos, que tocó su “techo de producción” en 1970 y hoy importa cerca del 65% de todo el petróleo que consume. Se estima que ese porcentaje deberá seguir subiendo año tras año hasta llegar al 100 por ciento. Son muchos los analistas internacionales que han venido advirtiendo, casi siempre en círculos reducidos, sobre este problema. Al mismo tiempo, es muy poca la atención que se les ha prestado en los más importantes medios de comunicación a escala mundial que normalmente reflejan la equivocada opinión de los analistas a sueldo de las grandes petroleras oligopólicas mundiales, que “sedan” a la población con la cantinela de que todo el problema se reduce a la falta de inversión en áreas clave como la exploración petrolera en busca de nuevos yacimientos. Es necesario advertir que es sumamente improbable que una gran cantidad de nuevos yacimientos petroleros se descubran y entren en el circuito productivo por la sencilla razón de que se sabe, gracias a la tecnología moderna, que una vasta mayoría de la superficie mundial no cuenta con reservas aptas para la explotación. Sencillamente, no existen. El interés de los Estados Unidos por intervenir o amenazar a países donde se sabe que hay petróleo no es entonces ningún dato casual, sino que se buscan excusas cuyo interés primordial es el petróleo, el gas, o las zonas de su paso: Irak, Irán, Venezuela, entre otros, son claras muestras de cómo gobiernos que no son dóciles a la elite petrolera-financiera son crecientemente forzados -cuando no reemplazados- para que sus líderes apliquen las políticas funcionales a los Estados Unidos, que son básicamente tres: en primer lugar, garantizar una acelerada explotación de petróleo y gas y su puesta en oferta en el mercado internacional; en segundo lugar, garantizar el rápido envío de hidrocarburos a los Estados Unidos y el Reino Unido, para abastecer sus mercados nacionales al mejor precio posible; en tercer lugar, acrecentar lo máximo posible la participación de los gigantescos pulpos petroleros norteamericanos e ingleses en el proceso productivo del gas y el petróleo, que de otra manera, a medida que se van secando los pozos de Texas, Nuevo México, California y el Mar del Norte, deberían ir saliendo del mercado, lo que no sólo los condenaría a una rápida extinción como empresas, sino que además pondría en jaque la salud de los grandes bancos norteamericanos relacionados con las petroleras, no sólo a través de enorme cantidad de préstamos y créditos, sino también societariamente. O sea, las mismas familias que manejan desde las sombras a las grandes petroleras anglo-norteamericanas son las que manejan a los principales bancos norteamericanos. En adelante, entonces, viviremos un preocupante problema energético. Estamos hablando de petróleo y gas: el 75% de la energía que hoy se usa en el mundo. Y aunque cambiar el sistema energético hacia otros insumos es posible en forma teórica, no es menos cierto que resulta sumamente difícil, tanto en cuanto al transporte como en el área de generación de electricidad. Con la actual tecnología es sumamente arduo, y muy improbable, que pueda reemplazarse a los hidrocarburos fósiles en tanto fuente de energía. Cabe recordar que al hablar de petróleo y gas no estamos hablando solamente de un elemento central para la globalización, sino de un asunto vital para la vida urbana y el transporte de personas y alimentos. Recapitulando entonces, tenemos a la vista dos grandes crisis en ciernes. Una, financiera y económica, causada por la espiralización de consumo vía crédito externo en Estados Unidos a niveles nunca antes vistos, y otra, energética, de magnitud aún hoy imprevisible. Es muy probable que a la globalización le cueste muchísimo solucionar los problemas ocasionados por la primera. Su propia subsistencia estará cuestionada y amenazada. Para enfrentar la segunda no hay planes oficiales que sean, al menos, preliminares, más allá de la “propaganda” de Bush y otros políticos de los dos partidos norteamericanos, realizada para consumo masivo a fin de escaparle al tema. En realidad aunque parezca increíble, es natural que así ocurra y que nada se planifique desde los gobiernos más importantes del mundo: tanto George Bush padre como su hijo, Bill Clinton, Tony Blair, Silvio Berlusconi, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Vladimir Putin y muchos otros líderes accedieron al poder, o se mantuvieron en él, gracias a sus contactos y acuerdos con el ´establishment´financiero-petrolero conformado por los grandes pulpos anglo-norteamericanos y los bancos más importantes del mundo asociados a la industria del petróleo. Las campañas electorales son llevadas a cabo con fondos provenientes de los grupos económicos más grandes e importantes del mundo y esos fondos generalmente se destinan a apoyar a los candidatos que les ofrecen más garantías de subsistencia y crecimiento a esos mismos grupos económicos, no solamente en puestos presidenciables, sino también en los cuerpos legislativos. Con mucha frecuencia se observa también que hasta los candidatos opositores son financiados por los mismos intereses económicos, como candidatos “suplentes”, por resultar muchas veces considerados menos “tropa propia” que quienes suelen ganar las elecciones, generalmente con más presupuesto para las campañas, proporcionado por esas mega-corporaciones. Pero hay que tener muy en claro que hasta los “suplentes” -generalmente perdedores en las elecciones- son también en buena medida tropa propia de la elite financiero-petrolera.
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