LOS
GRIEGOS NO NECESITABAN LA ECOLOGÍA Por Juan Pablo Vitali La
ecología es una disciplina muy curiosa. Algo inventado por el hombre
moderno, para estudiar su relación con un medio que él mismo destruye.
Los griegos, al igual que tantos otros pueblos antiguos, no necesitaban
para nada la ecología. La
ecología es analizada muchas veces desvinculada de la política o del
poder, siendo precisamente el poder el que destruye su objeto de estudio.
Las multinacionales de la agroquímica o de la megaminería no están
preocupadas por las protestas de grupos como Greenpeace, y tampoco sabemos
en cada caso porqué y cómo se elige el objetivo de cada protesta. Las
clases medias que cargan biodiesel y no pueden vivir sin su telefonito
portátil, son las mismas que se enamoran luego de las organizaciones
ecologistas. Si
la destrucción del medio natural favorece mucho a unos pocos, pero en
realidad es algo consentido por las mayorías, aunque las personas digan
rotundamente que no lo hacen, si son consultadas individualmente. Es
bastante probable que los llamados ecologistas sean gente que rechace todo
tipo de poder nacional fuerte, arrogándose el derecho y la virtud de
combatir ellos y sólo ellos al enemigo antiecológico, que pór cierto
jamás será definido con claridad. Otra
cosa curiosa es que en general los ecologistas defienden todo tipo de
diversidad menos la propia, sobre todo cuando se trata de Europa y de su
historia y descendencia. Es curioso porque la mayoría de los ecologistas
son europeos o descendientes de europeos, aunque ya se sabe que esto para
la ellos no tiene ninguna importancia o lo consideran como una maldición
que llevan encima. Todo
el circo ecológico funciona según unas pautas más o menos previsibles,
pero también hay gente que bajo ese rótulo profundiza y se encuentra con
visiones del mundo antiguas y diferentes al sentido del mundo. Visiones
del mundo que son coherente con llamarse ecologista. Pero para eso hace
falta bajarse de un sistema que nada tiene de natural, y donde la ecología
es solamente una variable ideológica más para el fraccionamiento y el
individualismo. La
comprensión y, si se quiere, la adoración de la naturaleza como sagrada,
como expresión visible de la creación y del universo a través de la
cual tratamos de elevarnos hasta donde le es posible hacerlo al hombre,
está más allá de la ideología y no merece llevar nombres empequeñecidos
por ella. La dialéctica de la modernidad le queda chica. Nunca he
encontrado definiciones de nirvana o de absoluto, que no impliquen la
utilización de un lenguaje poético. Esa vinculación del hombre con la
naturaleza, no entra en la palabra ecología, esta no le alcanza por más
respetable que resulte con todo lo que implica. No
hay que confundir la jerga marketinera de algunos ecologistas, con una
visión profunda del mundo que cambie la relación del hombre con la
naturaleza. Para eso hay que comprender y definir que existe un poder
concentrado que monitorea los límites de los ecologistas, unos límites
que implican mantenerse dentro de lo políticamente correcto y que se
manejan a fuerza de subsidios.
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