A
PROPÓSITO DE LA GUERRA ANTISUBVERSIVA: DIEZ OLVIDOS
por
Antonio Caponnetto
Revista
Cabildo - http://www.revistacabildo.com.ar/
No pasa día -en rigor, no pasa hora- sin que desde todos los medios
masivos a su disposición, las izquierdas gobernantes y cogobernantes
vuelvan una y otra vez sobre la condena del Proceso y de la
Guerra Antisubversiva. Como tampoco pasa una hora sin que desde alguna
instancia más o menos jurídica, nacional o transnacional se intente
o se ejecute una nueva estrategia para mantener a los presuntos o
reales represores de la guerrilla en permanente estado de acusación.
Las respuestas y las reacciones que se suscitan ante tal estado de
cosas están lejos de ser satisfactorias. Empezando por las respuestas
de los jefes castrenses, que han optado entre entregarse sin combatir,
a expensas de su honor, asociarse vergonzosamente al enemigo sirviéndole
de guardia pretoriana o de embajadores, o proferir discursos
pacifistas. El resultado es una confusión tan multiforme, una mentira
tan honda y una falsificación tan sistemática de la historia, que
nos parece oportuno presentar la siguiente enunciación de olvidos:
1.- Se ha olvidado, en primer lugar, la existencia del Comunismo
Internacional, con su pecuela de cien millones de muertos durante
el siglo XX. La cifra no es arbitraria, ni retórica ni
antojadiza. Es el resultado de un cálculo científico, corroborado
tras prolijas y actualizadas investigaciones de carácter demográfico,
en una voluminosa obra escrita por seis autores insospechados de
antimarxismo: El libro negro del Comunismo, Barcelona,
Planeta-Espasa, 1998, en su versión castellana.
Los
profesionales de la protesta antigenocida, tan prontos a blandir
cantidades más emblemáticas y falsas que reales, (como las de los seis
millones del Holocausto o la de los treinta mil desaparecidos),
no han dicho una sola palabra a propósito de tan monstruosa
constatación. Entre el 12 y 14 de junio de 2000, en Vilnus, Lituania,
tuvo lugar el Primer Congreso Internacional sobre la Evaluación
de los Crímenes del Comunismo (CIECC), organizado por la Fundación
de Investigación de Crímenes Comunistas presidida por Vytas
Miliauskas. No se ha visto ni se verá jamás allí a representante
alguno de las agrupaciones defensoras de los derechos humanos, ni al
juez Garzón y sus múltiples secuaces nativos y foráneos. Con lo que
se constata una vez más -sin que haga falta- que los invocados
derechos no son más que un recurso dialéctico de la Revolución, y
que las tales agrupaciones que los invocan no han nacido sino para
custodiar los intereses de la praxis marxista. Lo cual -pongámosnos
de acuerdo- no sería incoherente ni lo más grave si no mediara el
hecho de que los mencionados ideólogos y agitadores insisten en
presentarse como pacíficos ciudadanos preocupados por cualquier
atentado de lesa humanidad.
2.- Se ha olvidado, en segundo lugar, que al amparo de aquella
estructura ideológico-homicida apareció en la Argentina el fenómeno
del terrorismo marxista, responsable de innúmeros actos delictivos y
sanguinarios, y causa eficiente de la guerra revolucionaria, a la que
toda Nación así agredida está obligada a enfrentar, aún con el
concurso de sus Fuerzas Armadas. No fue un hecho aislado ni eventual
ni azaroso ocurrido en nuestro país; fue parte de una planificada y
cruenta operación extendida -sucesiva y simultáneamente- por toda América
y por otras regiones del mundo. La Argentina no vivió una
guerra civil. Fue agredida desde las usinas internacionales del
marxismo con el concurso de subversivos vernáculos.
3.- Se ha olvidado, en tercer lugar, que el susodicho terrorismo no
fue sólo ni principalmente físico, sino psicológico, político,
económico y moral, buscando como blanco antes las almas que las
armas. El término subversión -hoy olvidado- da una idea
exacta, en recta semántica, de lo que aquella planificada ofensiva
comunista quería conseguir y consiguió. El terrorismo resultó
derrotado, pero la subversión campea victoriosa, gobierna y justifica
y legitima ahora a los terroristas. Este triunfo subversivo -que está
instalado en todos los ámbitos, desde el universitario hasta el
eclesiástico, desde el periodístico hasta el gubernamental- fue
consecuencia directa de la imperdonable ceguera e ignorancia doctrinal
de las Fuerzas Armadas, a través de sus sucesivas conducciones, partícipes
todas de la cosmovisión liberal, progresista y moderna de la política.
Prefirieron proclamar que los argentinos eran derechos y humanos
-pagando tributo a las categorías mentales del enemigo- cuando lo que
correspondía era saber definirse contrarrevolucionarios. Prefirieron
tener por fin la democracia antes que la patria. La paradoja es que
los titulares de aquellos gobiernos militares, miopes y cómplices del
error no son enjuiciados ni castigados, como debieran serlo, por causa
de esta derrota contra la subversión, sino en razón de su victoria
contra el terrorismo.
4.- Se ha olvidado, en cuarto lugar, que tanto la subversión como el
terrorismo contaron con el apoyo explícito e incondicional de las genéricamente
llamadas agrupaciones internacionales de solidaridad. Principalmente
de la célula Madres de Plaza de Mayo, cuyas integrantes -que
manejan ahora hasta el funcionamiento de una "universidad",
y que han sido insensatamente promovidas, homenajeadas y hasta
recibidas en los ámbitos presidenciales- no dejan posibilidad alguna
de duda sobre sus propósitos a favor de la lucha armada. Tampoco esto
nos parece incoherente o lo más grave, sino el hecho de que se
preterida presentar a las Madres como modelos de la defensa
de la vida y de la libertad. Hay que decirlo de una buena vez: Madres,
Abuelas e Hijos son tres agrupaciones terroristas que
gozan de impunidad, y hasta cuentan en algunos casos con subsidios
estatales, llamados eufemísticamente indemnizaciones.
Si las cosas se hubieran hecho bien, si una inteligencia cristiana
hubiera comandado aquellas acciones bélicas, y una voluntad auténticamente
castrense las hubiera consumado, no habrían existido desaparecidos
sino ajusticiados, como consecuencia de una límpida, pública y
responsable acción punitiva. Es posible, se dirá, que las Madres
de Plaza de Mayo hubieran existido igual sin desaparecidos, pues
su propósito institucional -quedó después en claro- no era
recuperarlos sino apoyarlos y encubrirlos, desde la apelación a lo
emocional hasta el uso de las armas. Pero si quienes libraron la
guerra justa contra la subversión se hubieran abstenido de utilizar
algunos de los mismos procedimientos perversos del adversario, su
triunfo moral sobre ellos sería hoy apabullante e incuestionable.
5.- Se ha olvidado, en quinto lugar, que los soldados argentinos que
combatieron en la ciudad o en los montes, bajo las formas más o menos
clásicas de la guerra o las atípicas que el partisanismo impone,
perdiendo por ello sus vidas o arriesgándose a perderlas, merecen la
gratitud y el aplauso, el trato heroico y el reconocimiento de su
valor. Ellos y sus familias vivieron múltiples peripecias y
situaciones de riesgo, hasta que -muchos- cayeron en combate o
quedaron gravemente mutilados. Libraron el buen combate sin ensuciar
sus uniformes ni sus conductas. Sus nombres y los de las batallas en
las que actuaron no pueden ser suprimidos de la memoria nacional, como
vilmente viene sucediendo.
6.-
Se ha olvidado, en sexto lugar, que no toda acción represiva es
inmoral, y que aún del hecho de una represión ilícita no se sigue
la inocencia de quienes la hayan padecido. Ambas cosas sucedieron en
nuestro país. Hubo una represión del terrorismo perfectamente legítima
y encuadrable dentro de los cánones de la guerra justa. Y hubo una
represión -aconsejada por los eternos asesores de imagen que
continuamente proporciona el poder mundial para estas ocasiones- que
violó las normas éticas, siempre vigentes, aún en tiempos de
conflagración, desnaturalizando aquella contienda y enlodando a
quienes la ordenaban. Mas por enorme que resulte el repudio a aquel
modo torcido de reprimir el accionar terrorista, ello no convierte en
inocentes a todos aquellos sobre los cuales se ejecutó, ni en
torturadores a todos aquellos militares que pelearon. Sin mengua de
que hayan podido resultar lesionados algunos inocentes, hubo culpables
reprimidos lícitamente y culpables reprimidos ilícitamente. Pero lo
más penoso, es que hubo grandes culpables protegidos. Después, y
hasta hoy, ocuparían los cargos más encumbrados del Estado. Muchos
altos jefes de las FF.AA. deberían responder por esta altísima
traición a la patria.
7.- Se ha olvidado, en séptimo lugar, que no existió ninguna
dictadura militar ni ningún genocidio. Debió existir la primera
-posibilidad prevista en la vida política de una nación y en las
formas gubernamentales de emergencia en tiempos de anarquía- como
respuesta necesaria y oportuna a la situación extraordinaria que se
vivía entonces. Contrariamente, las sucesivas cúpulas castrenses
procesistas se declararon en pro de "una democracia moderna,
eficiente y estable", y se comportaron como una variante más del
Régimen: la del partido militar. Hasta que trasladaron mansamente el
poder al más conocido picapleitos del sanguinario jefe erpiano. La
imagen de Bignone entregando satisfecho el mando a Alfonsín, defensor
de Santucho, es el símbolo más elocuente de la inexistencia de
dictadura castrense alguna, y la prueba más patética de la
existencia de una connivencia oprobiosa entre aquellas mencionadas cúpulas
procesistas y los mandos subversivos.
Así
como no hubo dictadura no hubo genocidio, pues muertos por
procedimientos lícitos o ilícitos, los guerrilleros abatidos no
fueron perseguidos por cuestiones raciales o étnicas, sino por
constituir un ejército invasor, de raigambre internacionalista, durante
una contienda iniciada formalmente por ellos. Todas las
comparaciones que se hacen entre el Proceso y el Nacionalsocialismo,
resultan ridiculas, falaces, desproporcionadas y carentes de sustento.
Tanto por la falsificación que comporta de los hechos argentinos como
por la exageración de los hechos ocurridos en la Alemania del Tercer
Reich. La estúpida analogía no es más que propaganda comunista
para consumo de ignorantes y de mendaces.
8.-
Se ha olvidado, en octavo lugar, que no hubo un terrorismo de Estado
sino una cobardía de Estado; del Estado Liberal concretamente,
incapaz de hacerse responsable -con nombres y apellidos al pie de las
sentencias- de las sanciones penales públicas más drásticas,
perfectamente aplicables en tiempos de guerra contra un invasor
externo con apoyos nativos. Pero más allá de esta cobardía
repudiable, no puede establecerse ninguna simetría entre el Estado
agredido que justamente se defiende y preserva, y la acción
disociadora de las células guerrilleras, que pretendían constituirse
en un Estado dentro del Estado. Hubo acciones represivas del Estado
Argentino perfectamente plausibles, como la intervención militar en
Tucumán con el Operativo Independencia. Y otras medrosas e
indignas, según las cuales, la clandestinidad y la "ofensiva por
izquierda" eran preferibles a la reacción diestra y nítida.
9.- Se ha olvidado, en noveno lugar, que no existieron campos de
concentración ni holocaustos
de ninguna especie. En todo caso, tan mal pudieron pasarla los
guerrilleros detenidos como los secuestrados en las cárceles del
pueblo. Los casos de Larrabure e Ibarzábal seguirán siendo
terriblemente paradigmáticos al respecto.
La tortura es un procedimiento inmoral, aunque quepan algunas
distinciones casuísticas sobre la aplicación de los castigos físicos.
Mas no existe un determinismo que convierte a todo militar en un
torturador, sino una naturaleza humana caída que puede degradar al
hombre, cualquiera sea el bando al que pertenezca. La dialéctica que
hace del militar un torturador y un secuestrador de criaturas y del
guerrillero una víctima mansa e indefensa, no resiste la menor
confrontación con la realidad y es parte constitutiva de una nueva y
grosera leyenda negra. Pero también debe decirse que no toda medida
de con-tención física de un delincuente es tortura, ni lo es todo
interrogatorio de un culpable, y que resulta una hipocresía
inadmisible escandalizarse por la falta de un trato humano después de
habérselo negado a otros.
10.- Se ha olvidado, en décimo lugar, que no eran alegres utopías
las que movilizaban a los cuadros guerrilleros sino un odio visible
sostenido en una ideología intrínsecamente perversa. No eran tampoco
desprotegidos y desguarnecidos corderos, a merced de una jauría
desenfrenada de soldados, sino tropas fríamente adiestradas y
entrenadas para matar y morir. Ninguna inocencia los caracterizaba.
Ningún atenuante los alcanza. Secuestraron y maltrataron a sus víctimas
horrorosamente; extorsionaron y se desempeñaron como victimarios de
su propio pueblo; practicaron el sadismo entre sus mismos compañeros
de lucha; tuvieron sus centros clandestinos de detención; arrojaron a
muchos jóvenes y hasta adolescentes al combate, utilizando después
sus muertes como propaganda partidaria y como argumentos sentimentales
contra la represión. Y no se privaron de escudarse en sus propios
hijos para propiciar sus fugas o para cubrirse en las refriegas, dejándolos
abandonados en no pocas ocasiones. Esos hijos por los que hoy se
reclama fueron, en algunos casos, abandonados por sus mismos padres,
después de haberlos usado como coartada, tal como surge con toda
claridad de muchas de las actuaciones judiciales respectivas. No todo
hijo de desaparecido fue arrancado de sus padres, adulterado en su
identidad y entregado en tenencia a una familia sustituía. Muchos
fueron abandonados por la pareja de guerrilleros que eventualmente los
tenía consigo o que los había engendrado. Y fueron recogidos,
adoptados y criados con las mejores intenciones por abnegados
ciudadanos o por solícitas familias castrenses.
Queden señalados esquemáticamente estos olvidos. No son los únicos
sino los que conviene recordar en los duros momentos actuales.
Queden señalados, porque recordar es un deber, y olvidar es una
culpa. Queden señalados, porque sin la memoria intacta y alerta
no se puede marchar al combate. Y el combate aún no ha terminado. •