El Hambre es un crimen. Hay que detenerla. Sí o sí. Porque en nuestro país
no faltan ni alimentos, ni platos, ni madres, ni médicos, ni maestros,
faltan en cambio la voluntad política, la imaginación institucional, la
comprensión cultural y las ganas de construir una sociedad de semejantes
que asegure a nuestros hijos las oportunidades vitales para que puedan
crecer con dignidad. Es imperativo terminar con un sistema económico -que
en la mayoría de los casos- no da hijos sino hambre, que no da futuro sino
Paco, que talla caricias olvidadas en cuerpos olvidados.
Niños hermosos nacen a la muerte aunque ya todos sepamos que la infancia es
el principal recurso natural no renovable de nuestro país, ya que la
mayoría de las capacidades humanas quedan -de alguna manera- determinadas
durante los primeros años de vida cuando los niños están haciendo ahora
mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos.
La infancia es por lo tanto la gran oportunidad de la sociedad para
mejorarse a sí misma en lo biológico, en lo cultural, en lo económico,
incluso en lo político. La infancia es el terreno más fértil para sembrar
inteligencia, trabajo, creatividad, justicia y democracia.
Sin embargo, los niños se nos mueren de hambre por decenas cada amanecer.
Se nos mueren “acabaditos de nacer” mientras los padres lloran por los días
hermosos, cuando la vida era azul.
Sin una infancia sana, amasada y entera es impensable una Argentina mejor.
Porque un país que mutila a sus niños es un país que se condena a sí mismo.
¿Cuánto tendrán que andar nuestros hijos pobres, para no morirse de hambre,
como goteras vivas que desangra las estrellas? Entre dolores y silencios
hay una calle por donde marchan los niños hacia una primavera que se
domicilia en los extremos del viento borrando de los calendarios la
contribución de sangre a la acumulación capitalista.
Pero nuestros PIBES vencerán porque son el golpe temible de un corazón no
resuelto: Con ternura y airosos como alas.
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