IGNORANTES E INAPRENDIDOS

por Denes Martos   -   http://www.denesmartos.com.ar


Es interesante seguir las piruetas ideológico-partidarias de los políticos argentinos. Hasta cierto punto incluso no deja de ser divertido recordar como los otrora archiliberales de Álvaro Alsogaray terminaron enganchados del carro de los peronistas de Menem. Para desgracia de María Julia que al final terminó presa y no precisamente por haber fracasado en limpiar el Riachuelo. Aunque la historia también podría contarse al revés, con los seguidores del General que empezaron combatiendo al capital y, de la mano del turco riojano, terminaron asociándose, no sólo con las huestes de María Julia y su papá, sino hasta con las del Mingo Cavallo y el FMI. O las tropas de Don Hipólito Yrigoyen que terminaron corriéndose hacia la socialdemocracia de la mano de Alfonsín y sus proyectos parlamentaristas. Hoy hasta los muchachos de Macri tienen visibles deseos de deslizarse hacia un sector del conglomerado que dejó en herencia el General, después de que un señor, originador del neologismo ése de “borocotizar”, se pasara al sector opuesto del mismo conglomerado.

Dentro de esa rancia tradición de la partidocracia argentina los Kirchner también hicieron su periplo. De expulsados de la plaza pasaron a intendentes de Río Gallegos, después a gobernadores con Menem, luego a aliados de un Duhalde que ahora quiere cortarse el dedo con el cual los señaló y, finalmente, a habitantes de la Casa Rosada frente a la misma plaza de la que los echara el General. O sea que cumplieron un ciclo completo. ¿Aprendieron algo? Dejando de lado algunas argucias útiles en camándulas comiteriles y contubernios empresariales, parecería que no. Eso se ve en forma bastante clara si uno observa un poco la reacción que tuvieron después de las elecciones del 2009 en dónde no les fue nada bien. Pero veamos las cosas un poco más de cerca.

A los Kirchner muchos les adjudican veleidades monárquicas. Desde el punto de vista estrictamente técnico-político la acusación es un disparate, más allá de la vaga similitud que pueda tener un régimen fuertemente presidencialista con la monarquía. Pero, aún así, algo de eso hay. Por de pronto, no deja de ser curioso que los Kirchner estén cometiendo el mismo craso error que en su momento cometieron los Borbones en Francia: no olvidaron nada, pero no aprendieron nada tampoco.

Por de pronto no aprendieron nada de los resultados del 2009 que, de un modo bastante claro, representan un mensaje en el sentido de que el grueso de la población no está en absoluto satisfecho con el desempeño de la pareja presidencial. En las democracias más o menos consolidadas, cuando una organización política resulta derrotada en las urnas lo normal es que se retraiga, acuse recibo de los votos emitidos, y adopte un comportamiento inteligente tendiente a tratar de minimizar los daños. Y un partido hace esto, no por humildad política, que es algo que no existe, sino porque resulta ridículo – al menos según las normas democráticas – que el partido perdedor le eche la culpa a los opositores por su derrota. Por supuesto, debe irritar no poco que buena parte de esos opositores esté constituida por los amigos de ayer. Pero, como decíamos más arriba, eso es parte de la tradicional felonía política argentina y realmente nadie tiene por qué escandalizarse ni asombrarse. Que moralmente esté bien o mal es otra cuestión. Objetivamente es así. Siempre fue así. Es lo que hay.

Frente a una derrota electoral, demócratas algo más experimentados y de piel más gruesa que los Kirchner han optado por caminos más lúcidos. Por ejemplo, cuando los laboristas ingleses fueron derrotados por los tories en 1979 no “redoblaron la apuesta” ni se pusieron a vociferar en la arena pública británica. Se dedicaron simplemente a un largo proceso de reorganización y renovación partidaria, de lo que resultó la victoria de Tony Blair en 1997 y los subsiguientes trece años de dominio laborista. Cuando los socialdemócratas alemanes fueron derrotados por Helmut Kohl en 1994, reacomodaron los tantos dentro del partido y consiguieron recuperar el poder en 1998 de la mano de Gerhardt Schroeder con un partido casi completamente remozado. En otras palabras: en una democracia medianamente normal, cuando a un partido los votos no le favorecen, los políticos inteligentes adoptan un bajo perfil, reacomodan la estructura partidaria, y luego presentan batalla en condiciones más favorables. Si los Kirchner hubieran aprendido algo de esto, hoy la oposición del llamado peronismo federal no existiría.

Pero además, y al igual que los Borbones, los Kirchner no han olvidado nada. Cuando, luego de la derrota de Napoleón, la antigua aristocracia feudal francesa volvió a tener participación política se comportó como si en Francia y en prácticamente toda Europa la política y la sociedad no hubiesen cambiado en forma drástica. Como si no hubiesen ocurrido fuertes modificaciones en las estructuras sociales; como si la sociedad burguesa no hubiese ampliado sustancialmente su margen de maniobra y como si siguiesen vigentes los antiguos fueros y privilegios feudales.

Del mismo modo, en la reciente ofensiva del sainete de Papel Prensa, los Kirchner actúan como si todavía estuviésemos en la década de los ’70 y la Orga montonera fuese todavía un factor a considerar. Al igual que en la restauración de los Borbones en Francia, en la que se reivindicaban blasones feudales, los Kirchner ahora revindican los antiguos blasones de la lucha armada revolucionaria y lanzan la ofensiva con los mismos viejos argumentos. La razón indica que esto les tiene que salir mal. No obstante, habida cuenta del tavestismo político argentino y de la mediocridad política de la oposición, lo trágico es que hasta es posible que les salga bien.

En una época en donde el enorme edificio del Correo Central está prácticamente vacío porque ya casi no se envían cartas, en una época en donde todos los principales diarios del mundo están desarrollando estrategias para subirse a la Internet de la mejor manera posible, en un entorno en dónde un chico de 15 años puede editar contenidos y hasta los políticos tienen su blog, su Facebook y su Twitter, en un mundo así a los Kirchner no se les ocurrió nada mejor que librar la batalla del papel. Y esto sobre la base de un sórdido entuerto de hace algo así como 34 años atrás y con argumentos al estilo de “el papel es información”.

Que el entuerto de hace 34 años apesta por donde se lo mire está fuera de discusión. En toda esa tenebrosa historia de muertes, secuestros, torturas, amenazas, plata negra, lavado de dinero y asociaciones inconfesables no se salva nadie. Entre sus actores principales – los Montoneros, los Graiver, Papel Prensa, los militares, los diarios y los testaferros varios – seguramente no hay inocentes. Ni los Graiver entran en la categoría de banqueros honorables, ni la dirigencia montonera en la de revolucionarios insobornables, ni los hombres del Proceso en la de militares impolutos, ni Magneto y sus amigos en la de empresarios intachables. Todo el asunto hiede a veinte leguas a la redonda ni bien uno destapa la olla del caso.

Pero, aun así, los Kirchner insisten – o por lo menos quieren hacernos creer que insisten – en que lo más importante en la Argentina de hoy es controlar la fabricación de papel, poner bajo presión los medios masivos de difusión y resucitar las sangrientas camándulas de hace treinta años atrás.

Realmente no olvidaron nada. Siguen con el mismo verso incoherente de la Tendencia; siguen pensando en términos de ese cóctel ideológico que en su momento desarrollaron los que proponían “entrar” con el materialismo dialéctico dentro de un peronismo que supo usarlos pero nunca integrarlos. Siguen considerándose exponentes de una época que murió ensangrentada por el infantilismo revolucionario de proyectos aventureros imposibles y la reacción aplastante y feroz de una contrarrevolución sin propuestas. Siguen creyendo que la complicidad de cuatro patotas sindicales equivale al apoyo del movimiento obrero entero. Siguen despotricando y actuando contra factores de poder definidos y entendidos según los criterios del Siglo pasado. Siguen siendo tan políticamente ignorantes e ineptos como cuando creían que para hacer una revolución basta con eliminar milicos, empresarios y algún que otro cura.

Pero tampoco aprendieron nada. No aprendieron que, con el proceso de la llamada globalización y las sucesivas crisis del sistema capitalista, en la timba de la plutocracia internacional los decisores principales tuvieron que recoger cartas y barajar de nuevo. No aprendieron que, después del derrumbe soviético, los rusos volvieron a ser imperiales y el marxismo-leninismo cubano fue reemplazado por el socialismo chino. No aprendieron que la dicotomía amigo/enemigo no se debe permitir en el orden interno sino pura, única y exclusivamente en el externo. Y aun esto último sólo in extremis porque, si bien Tácito tenía razón al señalar que una buena guerra es mejor que una mala paz, una buena alianza sigue siendo mucho mejor que una mala enemistad.

Pero no seamos injustos. A pesar de todo, algo adquirieron y algo perdieron los Kirchner.

Adquirieron la capacidad para juntar plata y para invertir parte de ella en política.

Lamentablemente, lo que perdieron fue aquello que otrora se celebraba en el Día de la Lealtad.