Es interesante seguir las piruetas ideológico-partidarias de los políticos
argentinos. Hasta cierto punto incluso no deja de ser divertido recordar
como los otrora archiliberales de Álvaro Alsogaray terminaron enganchados
del carro de los peronistas de Menem. Para desgracia de María Julia que
al final terminó presa y no precisamente por haber fracasado en limpiar
el Riachuelo. Aunque la historia también podría contarse al revés, con
los seguidores del General que empezaron combatiendo al capital y, de la
mano del turco riojano, terminaron asociándose, no sólo con las huestes
de María Julia y su papá, sino hasta con las del Mingo Cavallo y el FMI.
O las tropas de Don Hipólito Yrigoyen que terminaron corriéndose hacia
la socialdemocracia de la mano de Alfonsín y sus proyectos
parlamentaristas. Hoy hasta los muchachos de Macri tienen visibles deseos
de deslizarse hacia un sector del conglomerado que dejó en herencia el
General, después de que un señor, originador del neologismo ése de
“borocotizar”, se pasara al sector opuesto del mismo conglomerado.
Dentro de esa rancia tradición de la partidocracia argentina los Kirchner
también hicieron su periplo. De expulsados de la plaza pasaron a
intendentes de Río Gallegos, después a gobernadores con Menem, luego a
aliados de un Duhalde que ahora quiere cortarse el dedo con el cual los señaló
y, finalmente, a habitantes de la Casa Rosada frente a la misma plaza de
la que los echara el General. O sea que cumplieron un ciclo completo. ¿Aprendieron
algo? Dejando de lado algunas argucias útiles en camándulas comiteriles
y contubernios empresariales, parecería que no. Eso se ve en forma
bastante clara si uno observa un poco la reacción que tuvieron después
de las elecciones del 2009 en dónde no les fue nada bien. Pero veamos las
cosas un poco más de cerca.
A los Kirchner muchos les adjudican veleidades monárquicas. Desde el
punto de vista estrictamente técnico-político la acusación es un
disparate, más allá de la vaga similitud que pueda tener un régimen
fuertemente presidencialista con la monarquía. Pero, aún así, algo de
eso hay. Por de pronto, no deja de ser curioso que los Kirchner estén
cometiendo el mismo craso error que en su momento cometieron los Borbones
en Francia: no olvidaron nada, pero no aprendieron nada tampoco.
Por de pronto no aprendieron nada de los resultados del 2009 que, de un
modo bastante claro, representan un mensaje en el sentido de que el grueso
de la población no está en absoluto satisfecho con el desempeño de la
pareja presidencial. En las democracias más o menos consolidadas, cuando
una organización política resulta derrotada en las urnas lo normal es
que se retraiga, acuse recibo de los votos emitidos, y adopte un
comportamiento inteligente tendiente a tratar de minimizar los daños. Y
un partido hace esto, no por humildad política, que es algo que no
existe, sino porque resulta ridículo – al menos según las normas
democráticas – que el partido perdedor le eche la culpa a los
opositores por su derrota. Por supuesto, debe irritar no poco que buena
parte de esos opositores esté constituida por los amigos de ayer. Pero,
como decíamos más arriba, eso es parte de la tradicional felonía política
argentina y realmente nadie tiene por qué escandalizarse ni asombrarse.
Que moralmente esté bien o mal es otra cuestión. Objetivamente es así.
Siempre fue así. Es lo que hay.
Frente a una derrota electoral, demócratas algo más experimentados y de
piel más gruesa que los Kirchner han optado por caminos más lúcidos.
Por ejemplo, cuando los laboristas ingleses fueron derrotados por los
tories en 1979 no “redoblaron la apuesta” ni se pusieron a vociferar
en la arena pública británica. Se dedicaron simplemente a un largo
proceso de reorganización y renovación partidaria, de lo que resultó la
victoria de Tony Blair en 1997 y los subsiguientes trece años de dominio
laborista. Cuando los socialdemócratas alemanes fueron derrotados por
Helmut Kohl en 1994, reacomodaron los tantos dentro del partido y
consiguieron recuperar el poder en 1998 de la mano de Gerhardt Schroeder
con un partido casi completamente remozado. En otras palabras: en una
democracia medianamente normal, cuando a un partido los votos no le
favorecen, los políticos inteligentes adoptan un bajo perfil, reacomodan
la estructura partidaria, y luego presentan batalla en condiciones más
favorables. Si los Kirchner hubieran aprendido algo de esto, hoy la
oposición del llamado peronismo federal no existiría.
Pero además, y al igual que los Borbones, los Kirchner no han olvidado
nada. Cuando, luego de la derrota de Napoleón, la antigua aristocracia
feudal francesa volvió a tener participación política se comportó como
si en Francia y en prácticamente toda Europa la política y la sociedad
no hubiesen cambiado en forma drástica. Como si no hubiesen ocurrido
fuertes modificaciones en las estructuras sociales; como si la sociedad
burguesa no hubiese ampliado sustancialmente su margen de maniobra y como
si siguiesen vigentes los antiguos fueros y privilegios feudales.
Del mismo modo, en la reciente ofensiva del sainete de Papel Prensa, los
Kirchner actúan como si todavía estuviésemos en la década de los ’70
y la Orga montonera fuese todavía un factor a considerar. Al igual que en
la restauración de los Borbones en Francia, en la que se reivindicaban
blasones feudales, los Kirchner ahora revindican los antiguos blasones de
la lucha armada revolucionaria y lanzan la ofensiva con los mismos viejos
argumentos. La razón indica que esto les tiene que salir mal. No
obstante, habida cuenta del tavestismo político argentino y de la
mediocridad política de la oposición, lo trágico es que hasta es
posible que les salga bien.
En una época en donde el enorme edificio del Correo Central está prácticamente
vacío porque ya casi no se envían cartas, en una época en donde todos
los principales diarios del mundo están desarrollando estrategias para
subirse a la Internet de la mejor manera posible, en un entorno en dónde
un chico de 15 años puede editar contenidos y hasta los políticos tienen
su blog, su Facebook y su Twitter, en un mundo así a los Kirchner no se
les ocurrió nada mejor que librar la batalla del papel. Y esto sobre la
base de un sórdido entuerto de hace algo así como 34 años atrás y con
argumentos al estilo de “el papel es información”.
Que el entuerto de hace 34 años apesta por donde se lo mire está fuera
de discusión. En toda esa tenebrosa historia de muertes, secuestros,
torturas, amenazas, plata negra, lavado de dinero y asociaciones
inconfesables no se salva nadie. Entre sus actores principales – los
Montoneros, los Graiver, Papel Prensa, los militares, los diarios y los
testaferros varios – seguramente no hay inocentes. Ni los Graiver entran
en la categoría de banqueros honorables, ni la dirigencia montonera en la
de revolucionarios insobornables, ni los hombres del Proceso en la de
militares impolutos, ni Magneto y sus amigos en la de empresarios
intachables. Todo el asunto hiede a veinte leguas a la redonda ni bien uno
destapa la olla del caso.
Pero, aun así, los Kirchner insisten – o por lo menos quieren hacernos
creer que insisten – en que lo más importante en la Argentina de hoy es
controlar la fabricación de papel, poner bajo presión los medios masivos
de difusión y resucitar las sangrientas camándulas de hace treinta años
atrás.
Realmente no olvidaron nada. Siguen con el mismo verso incoherente de la
Tendencia; siguen pensando en términos de ese cóctel ideológico que en
su momento desarrollaron los que proponían “entrar” con el
materialismo dialéctico dentro de un peronismo que supo usarlos pero
nunca integrarlos. Siguen considerándose exponentes de una época que
murió ensangrentada por el infantilismo revolucionario de proyectos
aventureros imposibles y la reacción aplastante y feroz de una
contrarrevolución sin propuestas. Siguen creyendo que la complicidad de
cuatro patotas sindicales equivale al apoyo del movimiento obrero entero.
Siguen despotricando y actuando contra factores de poder definidos y
entendidos según los criterios del Siglo pasado. Siguen siendo tan políticamente
ignorantes e ineptos como cuando creían que para hacer una revolución
basta con eliminar milicos, empresarios y algún que otro cura.
Pero tampoco aprendieron nada. No aprendieron que, con el proceso de la
llamada globalización y las sucesivas crisis del sistema capitalista, en
la timba de la plutocracia internacional los decisores principales
tuvieron que recoger cartas y barajar de nuevo. No aprendieron que, después
del derrumbe soviético, los rusos volvieron a ser imperiales y el
marxismo-leninismo cubano fue reemplazado por el socialismo chino. No
aprendieron que la dicotomía amigo/enemigo no se debe permitir en el
orden interno sino pura, única y exclusivamente en el externo. Y aun esto
último sólo in extremis porque, si bien Tácito tenía razón al
señalar que una buena guerra es mejor que una mala paz, una buena alianza
sigue siendo mucho mejor que una mala enemistad.
Pero no seamos injustos. A pesar de todo, algo adquirieron y algo
perdieron los Kirchner.
Adquirieron la capacidad para juntar plata y para invertir parte de ella
en política.
Lamentablemente, lo que perdieron fue aquello que otrora se celebraba en
el Día de la Lealtad.
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