Los
episodios de violencia en Villa Soldati vuelven a poner en tela de juicio
a la política nacional de migraciones, que continúa brillando por su
ausencia. Los ciudadanos ilegales procedentes de naciones limítrofes con
prontuario rara vez son deportados, al tiempo que se convierten en mano de
obra para vendedores de tóxicos, punteros políticos, candidatos y
gremialistas. Escenario que se construye para conveniencia de los
gobiernos de
La Paz
, Lima y Asunción (y en el cual también Mauricio Macri es cómplice). En
simultáneo -y mientras los porteños concentran la mirada en Soldati-, el
comandante boliviano de frontera Willy Gareca (felicitado en privado por
el presidente Evo Morales) ha retornado a su puesto y volvió a
protagonizar incidentes en la provincia de Salta.
LA INMIGRACIÓN
ILEGAL, LOS TRAFICANTES DE
DROGAS,
LA EMBAJADORA
DE
BOLIVIA Y
LA IZQUIERDA
VIOLENTA
VUELVEN A TORCERLE
LA MANO
A
LA CIUDAD
DE
BUENOS AIRES Y AL ESTADO NACIONAL
por
Matías E. Ruiz para el Informador Pública
El
tristemente célebre capítulo de violencia en Villa Soldati ha sido de
gran utilidad, a los efectos de darle las pinceladas que faltaban al
deleznable legado de Estado ausente que le han obsequiado los Kirchner a
los argentinos, desde su llegada al poder.
En
aquella zona abandonada del sur de
la Capital Federal
convive una mayoría de vecinos que -desde hace ya un tiempo- se han
vuelto rehenes de minorías confeccionadas a base de inmigrantes ilegales
con antecedentes y traficantes de drogas. Los indocumentados -esto no
constituye misterio alguno- provienen mayormente de naciones limítrofes
como Paraguay y Bolivia, y también Perú. Por desgracia, en medio del
desastre, los medios de prensa tradicionales aportan una cuota importante
al desconcierto y la desinformación generalizada, englobando a todos los
participantes bajo el mote de “vecinos” del barrio.
Por
si el caldo no se encontrara al borde de una franca ebullición, hacen su
entrada en escena los personajes de siempre, en las figuras siempre
cuestionadas de Hebe Pastor de Bonafini y su fiel socio, el
“magistrado” Roberto Gallardo -marxista declarado y admirador de
Ernesto Guevara y Stalin-. Gallardo y su colega femenina en el fuero
Contencioso Administrativo, Elena Liberatori, han montado una fenomenal
carrera subidos al prejuicio y odio ideológico contra el Jefe de Gobierno
porteño Mauricio Macri, aún cuando este último nunca se encuentra
exento de cometer las más coloridas torpezas.
El
tándem de personajes política y socialmente liquidados contabilizados en
el párrafo anterior se ve ahora condimentado con la embajadora de
la República
de Bolivia en
la Argentina
,
la Señora Leonor
Arauco, quien ha exigido disculpas públicas a Macri en relación a sus
declaraciones sobre los eventos de Soldati. En una suerte de berretín
derechohumanista, Arauco se ha mostrado ofendida porque -en su solitaria
opinión- las expresiones del Jefe de Gobierno porteño son de corte xenófobo
y alimentan el odio contra los inmigrantes. En su patética defensa de ese
“inmigrante” (al que siempre presupone inocente de toda culpa y
cargo), María Leonor Arauco Lemaitre parece olvidar que
la República Argentina
, por obra y gracia de su inepta dirigencia, no solo jamás retorna a los
indocumentados bolivianos a su país de origen sino que a la totalidad de
ellos les brinda mayores garantías que a nadie para cobijarse en la
violencia y la marginalidad. Lo propio sucede con los ciudadanos que
arriban del Perú. Más violentos que los similares altiplánicos, los
peruanos sin DNI configuran un verdadero problema en barrios del sur de
la Capital Federal
y particularmente en la zona de Abasto y San Telmo. Constituyen la punta
de lanza de la toma de casas para transformarlas en verdaderos
aguantaderos desde donde se comercializan estupefacientes y se planifican
asaltos violentos contra comercios y robos a transeúntes desprevenidos.
En muchos casos, incluso se han detectado pequeñas células de la
guerrilla Sendero Luminoso operando en las villas porteñas. Y, por
cierto, cada sector de
la Ciudad Autónoma
concentra las operaciones de una comunidad diferente. Los dominicanos y
colombianos ilegales han optado por establecerse mayormente en los ahora
tenebrosos bloques que dan forma al barrio de Constitución. Regentean
organizaciones clandestinas de alta peligrosidad, que se alimentan no solo
del comercio de cocaína y paco sino también de las utilidades que arroja
la prostitución callejera. Este breve compendio de información no surge
de una vívida imaginación: se originan en informes confeccionados por la
propia Policía Federal Argentina y por asociaciones que combaten y
denuncian el tráfico de drogas en el país. De tal suerte que
la Señora
embajadora de Bolivia y sus colegas deberían tener a bien informarse
primero. Su grado de falta de información y tendencia a tergiversarlo
todo, sin embargo, caerían por su propio peso, apenas alguien le recuerde
que el comandante de frontera boliviano Willy Gareca ha vuelto a las
andadas en territorio argentino recientemente. El deleznable uniformado no
solo fue repuesto en la comandancia de frontera del país vecino, sino que
fuentes reservadas reportan que fue personalmente felicitado por Evo
Morales, indeseable aliado político de Balcarce
50. A
estas alturas, solo puede concluirse que
la Señora
embajadora aprueba la explotación que organizaciones mafiosas y ciertos
empresarios de la industria textil ejercen sobre sus conciudadanos
residentes en
la Argentina. Lo
que sea, pues, para que Migraciones no devuelva a estas personas a la nación
norteña; no vaya a ser que se disparen allí los índices de desocupación,
violencia y desempleo. O tal vez esta siniestra operativa sea parte de un
acuerdo bien guardado entre ambas naciones para que continúe fluyendo el
gas hacia nuestra geografía... Como fuere, la postura de la embajadora
boliviana no comienza a cotizar mejor, especialmente si Aníbal Fernández
sale a defenderla, acusando este último a Macri de los mismos pecados de
“xenofobia”.
A
la postre, el primer y último damnificado en este maloliente cenagal de
corrupción, comercio de drogas e inmigración ilegal resulta ser el porteño
promedio que tiene la mala fortuna de residir en cercanía de las bases de
operaciones de estas verdaderas células del crimen organizado
transnacional. Mauricio Macri y su socio político Enrique Rodríguez
Larreta intentan ahora encumbrarse como los paladines del combate contra
el delito y la ilegalidad. Sin embargo, ambos omiten informar acerca de un
detalle de color. Porque el Instituto de Vivienda de
la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires (antes Comisión Municipal de
la Vivienda
o C.M.V.) viene valiéndose desde tiempos inmemoriales del aprovechamiento
político de departamentos y unidades habitacionales que han quedado bajo
su control, a consecuencia de que los deudores de créditos del Banco
Ciudad no han podido cancelar las sumas que la institución bancaria les
otorgara oportunamente.
En
barrios como Belgrano, por ejemplo, es común que siniestros operadores
del Instituto de Vivienda (cuyo Presidente y primer responsable político
es hoy el Sr. Omar Abboud) otorguen llaves y acceso a las unidades a ex
residentes de asentamientos precarios, muchas veces con prontuario
policial. A corto plazo, estos recién llegados -que, por cierto, jamás
abonan expensas ni gastos- se convierten en un auténtico dolor de cabeza
para sus infortunados vecinos. Replican los malos modos que traen como
bagaje, acometiendo robos y amenazando o bien perturbando adrede a quienes
viven en su mismo piso. Toman por asalto bauleras, se hacen de bienes
ajenos y todo aquello que tengan al alcance de la mano. El modus operandi
de los nuevos “vecinos” consiste en ingresar a las viviendas en
horarios nocturnos, para luego llenarlos de numerosos ocupantes, por lo
general, niños pequeños y personas con movilidad reducida. Como es
obvio, el objetivo es bloquear cualquier posibilidad de desalojo. Porque
-como cualquier vecino de Buenos Aires sabe- expulsar a personas que se
instalan en propiedad privada no es sencillo: las leyes están hechas a la
medida del “okupa”. Los casos bajo mención se convierten en problema
generacional pues los consorcios no tienen siquiera la discrecionalidad
para elevar denuncias al ámbito judicial para dar por tierra con el
ocupante ilegal. Ese proceso debe ser iniciado por el IVC que, desde
luego, jamás lo hace. El Presidente del Instituto de
la Vivienda
y su directorio, su Presidente Omar Abboud, y los directores Marcelo
Viegas Calcada, Martín Gonzalo Garcilaso y Martín Moyano Barro son parte
de la terna de funcionarios que deben abundantes explicaciones por esta
cuestión tan perjudicial para el verdadero vecino. En paralelo, le será
muy difícil a Mauricio Macri y Rodríguez Larreta autodeclamarse héroes
del combate contra todo lo que es ilegal. Ni siquiera han sabido ponerles
coto a los cartoneros quienes -a toda hora del día- se apropian de
espacios públicos, calles y avenidas con inexplicable impunidad. Como
siempre, ser “pobre” es la excusa perfecta para destruirlo todo
(aunque los “pobres” porten, a veces, teléfonos móviles).
El
alcalde porteño también elude mencionar que Desarrollo Social se ocupa
de abonar dinero contante y sonante a los indocumentados que toman
terrenos con violencia. El resultado es el ya conocido: los
“expulsados” terminan comunicándose con sus familiares en Perú o
Bolivia para incentivarlos a que viajen hacia
la Argentina
y ocupen terrenos o viviendas ya que, eventualmente, terminarán cobrando
también de los dineros que deberían utilizarse para mejorar la calidad
de vida de los porteños. Es que nuestro país, en su generosidad, se ha
convertido en el mundo del revés. Se premia al delincuente, en detrimento
del ciudadano que abona sus impuestos como se le pide. Y todo ello sucede
mientras el Jefe de Gobierno no deja de imponer incrementos en las
contribuciones obligatorias de aquellos ciudadanos que dice defender. La
hipocresía y la ineptitud, a flor de piel.
Detrás
de todo, son el político y el gremialista quienes vuelven a mostrarse
como actores necesarios en esta dantesca tragicomedia. Para el reciente
acto del camionero Hugo Moyano en River Plate, se conoció de la
convocatoria de no menos de veinte mil ciudadanos de países limítrofes
que carecían de documento de identidad. El objetivo era llenar el
estadio, sin importar los métodos ni el recurso humano utilizado.
Caravanas de inmigrantes ilegales son despachadas incluso a ciudades del
Partido de
la Costa
o bien el interior, en muchos casos para que voten por el candidato
oficialista en alguna elección. Esta práctica perversa está siendo
utilizada como nunca desde el arribo del kirchnerismo, que suele mostrarse
dispuesto a todo menos a perder. Resulta ineludible referirse también al
caso del ex intendente de Dolores, don Alfredo Meckievi, quien de buena
gana aceptó recibir oportunamente a “vecinos” de Fuerte Apache, pocos
años atrás. Dolores supo ser una ciudad tranquila, en donde sus
residentes eran ajenos a episodios relacionados con delitos y violencia.
Hoy, el panorama ha cambiado: los otrora recién llegados comenzaron a
concentrar redes de tráfico de drogas y a monopolizar la violencia
derivada de esa práctica. Resultó ser que, entre bambalinas, uno de los
principales interesados en la presencia de los peligrosos individuos era
un conocido concejal local del Frente para
la Victoria. De
profesión abogado, el personaje se ocupaba de sacar de prisión a
aquellos ex habitantes de Fuerte Apache que eran capturados in fraganti
por la policía local. Actualmente, el inmigrante sin papeles constituye
la fuerza de choque obligada para oscuros intereses políticos en donde se
entremezclan invasión de terrenos o propiedades, comercialización de
cocaína, marihuana y paco, presencia en actos “multitudinarios”,
apaleo programado de referentes opositores y fábrica serial de votos para
favorecer a tal o a cual aspirante. De ahí que, muchas veces, los
politiqueros de rigor exhiban contactos en oficinas públicas donde se
tramitan DNIs. En los últimos días, El Ojo Digital ha reportado sobre
una sospechosa situación en donde individuos con actividades de difícil
rastreo llevaron habitantes de asentamientos con prontuario y personas
“sin papeles” a Pinamar con fines aún desconocidos. Lo propio ha
sucedido ya en otras ciudades de la zona. Lo preocupante es que
localidades como la mencionada y otras suelen exhibir al menos un treinta
por ciento de sus hogares y propiedades desocupados la mayor parte del año.
Los
protagonistas de todo el entuerto intercambian mutuamente acusaciones de
xenofobia o de rampante incapacidad. Suena ridículo cualquier intento de
trocar la defensa de los intereses nacionales por acusaciones de racismo
puro cuando no está en ninguna agenda la expulsión amplificada y sin
sentido de inmigrantes ilegales, como si se tratara de un hobby. El
objetivo es darle la bienvenida a todo recién llegado que verdaderamente
demuestre intenciones cabales de desarrollarse y trabajar, evitando de
paso devaluar el significado de la ciudadanía argentina, obsequiándola a
cualquiera. Resulta un ejercicio condenable el garantizarle documentación,
servicios de salud y educación gratuita al mal elemento -que lo hay-
proveniente de las naciones vecinas y no tanto.
Pero
tal vez el problema no subyazca meramente en la cuestión deontológica,
sino en esa realidad tan ambivalente como repudiable, a saber, que la
dirigencia argentina -políticos y gremialistas- se alimenta cada vez más
de la explotación integral de los inmigrantes. Muy probablemente, esta
necesidad predatoria que exhiben punteros, piqueteros, pretendidas
“organizaciones sociales” y sus altos mandos en el poder sea el
argumento más contundente para explicar las dificultades que existen a la
hora de brindar solución al interminable problema.
En
lo que respecta a los sucedáneos de Villa Soldati, ya se contabilizan
tres muertes, en virtud de la violencia ejercida entre elementos que nada
tienen que ver con
la Policía Federal
ni
la Policía Metropolitana.
Dos de los fallecidos exhibieron -de acuerdo a pericias- heridas
producidas por munición procedente de armas “tumberas” (
8 mm
). Variable ignorada convenientemente en las declamaciones de los
familiares de las “víctimas” y aquella carísima emisión oficialista
en la tevé pública que se da en llamar “6, 7,
8”
.
En
las últimas instantáneas publicadas por la prensa, sale a la luz
material en donde se observa a los mismos “okupas” portar armas de
fuego y disparar. El delito no deja de ser delito, sin importar que lo
cometa un ciudadano argentino o extranjero, un ocupante ilegal o
la Presidente
de
la Nación. Para
el caso de los indocumentados, existe claro consenso en la opinión pública
a la hora de exigir la expulsión del mal elemento que pretende hacer de
la Argentina
un espacio para delinquir. Cuestión que nunca estaría de más hacerle
entender a Pastor de Bonafini, Aníbal Fernández, la embajadora de
Bolivia Leonor Arauco y al declaradamente inepto y distraído Jefe de
Gobierno Mauricio Macri. Es dable suponer que los mencionados ya se
encuentran lo bastante maduros como para asimilar la idea de que la
ciudadanía pretende exactamente lo opuesto a todo lo que ellos declaman.
Lo que se exige es reprimir al delincuente con todo el peso de la ley para
-a fin de cuentas- poder vivir en paz.
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