¡NUEVO! JOAQUÍN BOCHACA LA NUEVA INQUISICIÓN La represión moderna y los delitos de opinión 132 págs., P.V.P.: 15 €
Amparándose en la situación por el Sistema creada, todo el Derecho Procesal clásico irá siendo paulatinamente transformado en su beneficio. El concepto de la justicia, promocionado por el Sistema, consistente en aplicar dos pesos y dos medidas a situaciones equivalentes, no lo puso nunca en práctica el Tribunal de la Santa Inquisición. El Dogma del Sistema es como un universo einsteniano, en constante expansión. Cada vez se expande más, en todos los sentidos; cada día abarca más sujetos y, a la vez, se extiende no sólo en el espacio, sino también en el tiempo. No sólo es obligatorio creer en los dogmas contemporáneos; igualmente hay que creer en ciertos dogmas referidos a casos o situaciones pasadas. Las nuevas leyes, que no habría osado idear ni la fértil mente de Orwell en su genial 1 9 8 4, decreta igualmente que todo escrito o palabra, públicos o privados, que niegue o ponga en duda, hechos relativos a la historia y las causas de la II Guerra Mundial y que sean DE NOTORIEDAD PÚBLICA, incurrirá igualmente en ese tipo de delito. El celo de los modernos solones de la moderna Inquisición no cesa en su empeño de inventar nuevos "delitos" que les den un simulacro de justificación moral a los ojos de las masas ignorantes y poder continuar dando satisfacción a sus instintos depuradores. Esta institución sin nombre, pero a la que cuadra perfectamente el de Policía del Pensamiento, actúa ya en todos los países del mundo. Con leyes específicas que amparan sus actividades, o sin ellas. A pesar de las reticencias de algunos jueces dignos, la nueva Inquisición va sumergiendo inexorablemente a la judicatura en todos los países, incluso en los tradicionalmente considerados neutrales. Ya se la llama la Ley del Bozal. Un bozal que, con ley o sin ella, se está imponiendo o se ha impuesto ya en algunos casos, en todos los rincones del mundo, y mientras en todas partes se habla de libertad, en todas partes se prohíben cada vez más cosas.
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De los innegables, aunque exageradísimos, abusos de la Inquisición no queda nada. Pero así como, después de los cambios de nombres y de funciones, la Inquisición desaparecía de la faz de la Tierra, con otros nombres, y con métodos tanto o más brutales, pero infinitamente más cínicos e hipócritas, aparecía un moderno monstruo, sin nombre, que, en nombre de la Libertad, habría de dejar en mantillas a la vieja Inquisición. La moderna ingeniería emocional ha imbuido en las mentes de los más la idea de que a partir de la Revolución Francesa los hombres han roto las cadenas del Obscurantismo, el Fanatismo, la Ignorancia y la Superstición; de que desde finales del siglo XVIII y, sobre todo, del siglo XIX, el llamado Siglo de las Luces, los hombres son más libres, más tolerantes y más justos. Y la apoteosis de todas esas bienaventuranzas se produciría en pleno siglo XX, quedando plasmada en ese dechado de perfecciones que es la Carta de los Derechos del Hombre, consagrada por la O.N.U. como la auténtica Biblia del Progreso. Así, por ejemplo, el Artículo X estatuye que "nadie podrá ser inquietado en razón de sus opiniones políticas o religiosas, a condición de que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley". Y el Artículo XI refrenda que "la libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre; todo ciudadano podrá pues hablar y escribir libremente...·" Todo queda clarísimo. No hay resquicios para la duda: todo ciudadano tiene derecho a exponer su opinión, y no podrá ser inquietado en razón de la misma. Perfecto en teoría. Pero la práctica nos muestra que la realidad diaria se encuentra en el polo diametralmente opuesto. Una vez más, debemos trazar un paralelismo entre el "modus operandi" de la Inquisición antigua y el de la moderna. Nunca, que se sepa, el Tribunal del Santo Oficio, implantado en potencias entonces tan poderosas como España, Francia o Austria, intervino en secuestros de adversarios en terceros países. Nunca el Torquemada de turno mandó a sus sicarios a raptar a protestantes, alquimistas, judíos o nigromantes a Inglaterra, Suiza, Escandinavia o donde fuere. Esto es un hecho. Y los hechos no se discuten; se comprueban. Y cualquier estudioso de la Historia podrá comprobar que la Inquisición que, al igual que todos los tribunales del mundo, hacía mangas y capirotes de la justicia cuando lo consideraba oportuno, nunca llegó, por lo menos, a transgredir las normas del Derecho Internacional. Habría que esperar un siglo para que la moderna Inquisición del Sistema se atreviera a ello. Para colocarse en esa ventajosa posición de infalibilidad, por encima de toda clase de críticas, la Inquisición del Sistema ha contado con unos medios que no estaban al alcance de su predecesora. El "modus operandi" de los modernos dogmáticos consiste, por lo general, en una larga gestación de juicios paralelos, llevados a cabo por los medios informativos. Así se crea la llamada Opinión Pública que, por lo general, no es más que la OPINION PUBLICADA. Entonces los insólitos juristas del Sistema proclaman que tal o cual concepto, o hecho, es PÚBLICO Y NOTORIO, y, a partir de ahí, indiscutible, luego dogmático. De manera que tanto hablar de libertad y tolerancia para hacer lo mismo, con otros pretextos, que doscientos cincuenta años atrás. El filósofo de la Ilustración es considerado en Occidente como el gran defensor de la tolerancia, de manera que habrá que preguntarse dónde están los límites de ésta.
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