¡NUEVO!

J. BOCHACA

LA ISLA DE LA ESPERANZA

El timo bancario para no iniciados

P.V.P.: 9 €

(2 ejemplares por sólo 15 €)

Pedidos a:

libreriaeuropa@telefonica.net

Ya un tal Platón, personaje mítico y prehistórico para los nativos de Esperanza, afirmaba que el origen de todos los males económicos era dejar de considerar el dinero como un medio de cambio y tomarlo como una mercancía, pues entonces perdía su carácter de medida que, por simple definición, debe ser constante y fija.

Aunque las razones de tal relativa incomunicación se fueron perdiendo en la noche de los tiempos, filósofos y sacerdotes la atribuían a un reflejo de autodefensa, firmemente arraigado en la memoria colectiva del pueblo, que intuía que con la relación con el Extranjero vendría la influencia de los parásitos, causantes del precedente cataclismo universal. Aunque tales parásitos, situados en la encrucijada de tres continentes, desaparecieron en sus nueve décimas partes atomizados a las primeras de cambio, muchos otros congéneres suyos, enquistados en los demás pueblos, habían conseguido sobrevivir. Los esperancistas no querían saber nada de ellos. Y no por motivos específicos, pues los últimos vestigios de las fuentes históricas habían desaparecido con la hecatombe, sino por viejas leyendas transmitidas de generación en generación por tradición oral. Nada serio dictaminaron los habituales sabiondos apodados intelectuales; sólo restos de atavismos trasnochados; "prejuicios" del pueblo llano. Por eso, cuando un navío procedente de un lejano puerto encalló junto a los peligrosos arrecifes de la isla —por lo menos eso aseguró su capitán—, esos mismos intelectuales insistieron para que se permitiera permanecer en la Isla de la Esperanza a los pobres náufragos.

Se trataba de gente extraña, propensa a quejarse lastimeramente de las horrendas persecuciones que les habían infligido todos los pueblos de la tierra en todas las épocas y lugares. No eran una raza —decían— "sólo una religión". Huían de Europa, a la que odiaban por su intolerancia. Sólo pedían quedarse en la Isla de la Esperanza, para trabajar, "en paz y amor" junto a los nativos. Tras corta deliberación, el gobierno de la isla les permitió quedarse y, dado su comparativamente corto número —que apenas representaba el uno por ciento del total de la población de Esperanza—, incluso se les concedió el derecho de ciudadanía.

 

LIBRERÍA EUROPA
La otra cara de la Historia

Horario de 10 a 14 horas y de 16.30 a 20.30 de la tarde de lunes a sábado.
Calle Séneca, 12 bajos (Metro "Diagonal")
Apartado de Correos 9169 E-08006 Barcelona
Telf.: 00-34-932370009 Fax: 00-34-934159845
Nuestra cuenta bancaria: La Caixa 2100-1344-60-0200026408
IBAN ES32 2100-1344-6002 0002 6408 / BIC CAIXESBBXXX

Pedidos a:

libreriaeuropa@telefonica.net

www.libreriaeuropa.es
www.libreriaeuropa.org
www.libreriaeuropa.tk
www.libreriaeuropa.info
www.telefonica.net/web2/libreriaeuropa

(Si no desea recibir más información por correo electrónico, sólo tiene que
indicarlo y le borraremos de nuestro listado).

Mensajes enviados bajo la protección del Articulo 19 de la Declaración de derechos humanos, el cual estipula: Articulo 19. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. Declaración Universal de los Derechos humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de Diciembre de 1948 en Paris. Usted o una persona cercana a usted ha suscrito esta dirección de e-mail a nuestro boletín de novedades. Este e-mail ha sido enviado a la cuenta de correo libreriaeuropa@hotmail.com que se encuentra en la base de datos de Club de Lectores de Librería Europa con la finalidad de informarle y proporcionarle los servicios a los que está suscrito. Puede acceder a sus datos y a la suscripción, así como modificarlos o cancelarlos en esta cuenta de correo electrónico.

 

SOBRE EL CONTENIDO DEL LIBRO

La corrupción del dinero como instrumento de cambio se debía principalmente a las actividades de unos cuatreros internacionales disfrazados de banqueros. Estos se dieron cuenta de que, en promedio, sólo se les solicitaba una décima parte del dinero depositado en el Banco. Los otros noventa permanecían en la caja fuerte y si los utilizaba era por medio de los recibos o promesas de pagar, pero no retirándolos.

Examinando sus libros observó que sus cuentacorrentistas habían depositado en el Banco 500.000 pesos. Guardó 50.000 para poder atender las promesas de pagar o recibos que había entregado a cambio del dinero, con lo cual quedaban en sus manos 450.000 pesos. Entonces prestó a un industrial 500.000 pesos y separó de los 450.000 pesos que le quedaban, otros 50.000 para atender los recibos de ese industrial. A un granjero le dejó otros 500.000 pesos, para lo cual volvió a separar de los 400.000 pesos que ahora le quedaban, otros 50.000 para atender a éste, y así por cada 50.000 pesos dejaba 500.000, ya que el diez por ciento le bastaba para atender sus demandas de dinero. Un negocio fabuloso, hecho sin correr riesgo alguno, y con el dinero de los demás.

Los críticos observaron que mientras los comerciantes locales, que con su trabajo, inteligencia y dedicación, obtenían unas utilidades del cinco o el diez por ciento, con riesgo de perder dinero ante la leal competencia de los demás, o del cambio de gustos del público, o de la pérdida de la cosecha por las inclemencias del tiempo, o por cualquier otro motivo, en cambio, el banquero, manejando el dinero de los demás, obtenía, en la precisa circunstancia dada, un beneficio astronómico.

Si toda la riqueza que hubiera en un país fuese de 100 kilos de carbón y se diese un valor de 10 pesos a cada kilo, la riqueza nacional, el P.I.B. (Producto Interior Bruto) sería 100x10 igual a 1.000 pesos, consecuentemente si alguien falsificase otros 1.000 pesos, esos primitivos 100 kilos de carbón, que en conjunto eran toda la riqueza, valdrían ahora 2.000 pesos, los 1.000 iniciales más los 1.000 falsificados, lo cual querría decir que el dinero valdría la mitad o que el carbón valdría el doble.

Nadie se fijaba en que el Banco acumulaba una riqueza impensable. Tampoco se fijaba nadie —por suceder de forma gradual— en que los precios de todas las mercancías y servicios subían. Y no sólo subían porque en los precios de costo había que incluir el llamado "costo del dinero" (o intereses) sino porque al haber más "dinero", en forma de "promesas de pagar", su valor decrecía y había que aumentar los precios para compensar esa pérdida de valor.

El banquero se dio cuenta de que, mientras diseminaba sus préstamos, con lo que hacía subir los precios (siempre al aumentar la masa de dinero circulante suben los precios) cada comprador se había visto forzado, volens nolens, a pagarle a él tributo, y cuando había cancelado sus créditos produciendo una baja en los precios, el tributo le había sido pagado, también a él, por los vendedores. Pasara lo que pasara, el banquero ganaba siempre y un sector de la colectividad —o los dos a la larga— perdían siempre.