Evola
y el judaísmo
por
Eduard Alcántara
La
postura que adoptó Julius Evola ante el judaísmo quedó muy bien
definida en unos escritos que fue redactando a lo largo de los años ´30
y ´40 de la pasada centuria y que han sido recogidos en una compilación
que fue traducida y editada, en 2.002, en castellano bajo el título de
“Escritos sobre judaísmo” por Ediciones Heracles. Dicha postura la
podríamos resumir de la siguiente manera:
El
judaísmo no es el causante del actual estado de decadencia en que se
halla inmerso el hombre moderno, sino que tan sólo representa un factor
de aceleración del proceso de disolución de los valores eternos. Un
Freud y un Adler, judíos ambos, redujeron el actuar de la conciencia al
influjo directo del inconsciente y de lo subconsciente, esto es, de las
pasiones, de los instintos, de las pulsiones incontroladas, de los
sentimientos cegadores,... Pero sus teorías disolventes nunca hubieran
podido aparecer y triunfar en nuestro mundo si siglos antes un no judío
como René Descartes no hubiera intentado reducir el campo de la
conciencia a lo meramente racionalista, pretendiendo, así, barrarle la vía
de lo Superior, de lo Trascendente. Igualmente, en el triunfo del Tercer y
Cuarto Estado, es decir, del espíritu burgués y del proletario intervino
el judaísmo de forma muy preponderante, pero estos nefastos triunfos jamás
hubieran sobrevenido si antes no hubieran existido las monarquías
absolutistas carentes de la componente sacra que al poder político
siempre le había sido consustancial en el Mundo Tradicional; y en cuya
desacralización no había intervenido el judaísmo. Así pues éste actúa
como detonante de procesos que ya habían iniciado la senda de la corrosión
de los valores Tradicionales.
Por
un lado, el judío fiel a
la Ley
mosaica maquina contra otros pueblos bajo los dictados que le marca el
considerarse como el pueblo elegido por Yahvé. Por otro lado, el judío
que se ha desmarcado de su Ley se mueve guiado por un atávico sentimiento
de venganza hacia el pueblo indoeuropeo por los supuestos padecimientos a
que le ha sometido históricamente. Además, este último tipo de judío,
al haberse desmarcado de su religión, tampoco aspira con entusiasmo a su
´tierra prometida´ de Israel para poner punto y final a su diáspora,
sino que continúa incrustado en otros países, acelerando en ellos los
procesos de decadencia de que hemos hablando. Al no constituir, el pueblo
judío, una raza, sino una amalgama de ellas -askenazis de origen tártaro,
sefardíes, camitas,...-, el judío descreído no posee un terruño físico
al que añorar, pues su remoto origen geográfico es múltiple y variado e
Israel tiene, por el contrario, connotaciones de patria de origen
religioso. Y es por esta razón, repetimos, por la que se contenta con no
poner fin a su diáspora.
Al
parecer de algunos autores Tradicionalistas el problema de las disolutas
ideas que el judío ha ido vertiendo en el seno del Mundo Moderno y del
espíritu materialista, monetarista y especulador que ha ayudado de manera
inestimable a extender entre otros pueblos, se podría resolver si se
reencontrara con su Tradición Solar que, según su opinión, tuvo y se
hizo patente en la etapa de los reyes y que se trasluce en episodios bíblicos
como el de la revuelta, que sería prometeica y heroica, de Jacob contra
el ángel enviado por Yahvé. Según Evola estas pinceladas de concepción
del mundo y de
la Trascendencia
viriles y Solares no le son innatas al judaísmo sino que no fueron más
que una muestra más de la costumbre del judaísmo de copiar modelos de
otras culturas y pueblos.
Nada mejor que transcribir unas líneas redactadas, en otro lugar, por
Evola para confirmar, y entender con más profundidad, cuanto hemos dejado
dicho:
“Las
civilizaciones “arianas” –pueden contarse entre ellas, la de la
antigua Grecia, de la antigua Roma, de
la India
, del Irán, del grupo nórdico-tracio y danubiano- redespertaron por un
cierto período a la raza solar bajo la forma heroica, realizando así un
parcial retorno a la pureza originaria. Puede decirse de las mismas que el
elemento semítico, pero luego sobre todo el judaico, representó la antítesis
más precisa, por ser tal elemento una especie de condensador de los
detritos raciales y espirituales de las diferentes fuerzas que chocaron en
el arcaico mundo mediterráneo. Se ha ya mencionado que, desde el punto de
vista de la misma investigación de primer grado (el
que hace referencia a la raza física),
Israel debe ser considerado menos como una “raza” que como un
“pueblo” (“raza” tan solo en un sentido totalmente genérico),
habiendo confluido en el mismo razas muy diferentes, incluso de origen nórdico,
como parece haber sido el caso respecto a los Filisteos. Desde el punto de
vista de la raza del espíritu las cosas se encuentran en manera análoga:
mientras que, en su necesidad de “redención” de la carne y en sus
aspectos “místicos-proféticos” en el Judío parece aflorar la raza
dionisíaca, el grueso materialismo de otros aspectos de tal pueblo y el
relieve dado a un vínculo puramente colectivista señala la raza telúrica,
su sensualismo la afrodítica, y, en fin, el carácter rígidamente
dualista de su religiosidad no se encuentra privado de relaciones con la
misma raza lunar. También desde el punto de vista espiritual es necesario
pues concebir a Israel como una realidad esencial compuesta; una “ley”,
casi en la forma de una violencia, ha buscado mantener unidos a elementos
muy heterogéneos y darles una cierta forma, cosa que, hasta cuando Israel
se mantuvo sobre el plano de una civilización de tipo sacerdotal, pareció
incluso lograrse. Pero en el momento en el cual el Judaísmo se materializó
y, luego y más aun, cuando el Judío se desligó de su propia tradición
y se “modernizó”, el fermento de descomposición y de caos,
anteriormente retenido, tenía que volver a su estado libre y –ahora que
la dispersión de Israel había introducido el elemento hebraico en casi
todos los pueblos- tenía que actuar por contagio en sentido disgregativo
en todo el mundo hasta convertirse en uno de los más preciosos y válidos
instrumentos para el frente secreto de la subversión mundial. Separado de
su Ley, que le sustituía a la patria y a la raza, el Judío representa la
antiraza por excelencia, es una especie de peligroso paria étnico, cuyo
internacionalismo es simplemente un reflejo de la naturaleza informe y
disgregada de la materia prima de la cual aquel pueblo ha sido
originariamente formado. Estas concepciones sin embargo hacen también
comprender a aquel tipo medio de Judío, que mientras por un lado, para él
y para los suyos, como tradicionalismo residual, observa en su estilo de
vida un racismo práctico solidario, muchas veces incluso intransigente,
en lo que se refiere a los otros deja en vez actuar las restantes
tendencialidades, y ejerce aquella actividad deletérea que, por lo demás,
se encuentra prescripta por la misma Ley hebraica e incluso indicada como
obligatoria cuando haya que tratar con un no-judío, con el goim.”
(1)
En
“El mito de la sangre” (2) nos dice Evola que:
“Es
irrebatible que en el campo de la cultura, de la literatura, del arte, de
la misma ciencia las “contribuciones” hebraicas, de manera directa o
indirecta, convergen siempre hacia este efecto: falsificar, ironizar,
mostrar como ilusorio o injusto todo aquello que para los pueblos arios
tuvo siempre un valor de ideal, haciendo pasar tendenciosamente hacia un
primer plano todo aquello que de sensual, sucio, animal se esconde, o
resiste, en la naturaleza humana. Ensuciar toda sacralizad, hacer oscilar
todo apoyo y toda certidumbre, infundir un sentido de perturbación
espiritual tal de propiciar el abandono hacia fuerzas más bajas, en esto
se manifiesta la acción hebraica, acción por lo demás esencialmente
instintiva, natural, procedente de la esencia, de la “raza interna”,
así como al fuego le resulta propio el quemar y a un ácido la corrosión”.
De
todos modos, en el mismo capítulo del que hemos extraído la anterior
cita, nos acaba recordando Evola lo que ya señalamos en los primeros párrafos
de este artículo: que
“no se puede hacer de los Judíos las causas únicas y suficientes de
toda subversión mundial”, pues
“La acción judaica ha sido posible tan solo porque en la humanidad
no-judía ya se habían determinado procesos de degeneración y de
disgregación”.
(1)
Corresponde
al capítulo XII (“Las razas del espíritu en el mediterráneo arcaico y
en el judaísmo”) de
la Parte
Tercera
(“La raza del alma y del espíritu”) del libro “Sintesi della
dottrina della raza”, escrito en 1.941, y traducido y editado al
castellano por Ediciones Heracles, en 1ª edición en 1.996 y en 2ª
ampliada en 2.005, bajo el título “La raza del espíritu”.
(2)
También
existe, por Ediciones Heracles, edición en castellano del año 2.006. Las
citas extractadas corresponden al capítulo IX: “Racismo y antisemitismo”.
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