LA DEMOCRACIA EN EL TERCER MILENIO Deseo remitir el presente resumen de una conferencia pronunciada en Roma hace exactamente cuatro años, que contiene ideas de oportuna aplicación en el momento que atraviesa nuestra azotada Patria. Muy cordialmente. Horacio Calderón República ArgentinaLA
DEMOCRACIA EN EL TERCER MILENIO: PERSPECTIVAS
Y PROBLEMAS LIBERA
UNIVERSITA´ DEGLI STUDI “S.
PIO V” ROMA
26/28 DE JUNIO DE 2000 MITOS Y REALIDADES DE LA “DEMOCRACIA CLASICA MODERNA” I INTRODUCCIONEl
tema central de este Simposio es la democracia en el tercer milenio y
sus perspectivas y problemas, teniendo en cuenta que la desintegración
del bloque soviético y la aparición de un mundo “unipolar”
capitaneado por los Estados Unidos de Norteamérica, impone a casi todos
los países del mundo la tiranía de modelos políticos, económicos,
sociales y aún religiosos, ajenos a sus tradiciones y realidades
particulares, conculcando sus libertades y obligándolos a renunciar a
su misión histórica diferente y diferenciada en el devenir universal
de las naciones. Este encuentro que ahora nos convoca en Roma, resulta igualmente propicio para que puedan aportarse ideas orientadas a enriquecer la teoría de que la “democracia clásica moderna” y sus instituciones fundamentales son un fraude que debemos denunciar y combatir, aún en el peligroso y volátil panorama mundial signado por un proceso de globalización que se presenta como irreversible. II
EL
MITO DE LA “SOBERANIA POPULAR”
El
tema de esta disertación es “Mitos y Realidades de la Democracia Clásica
moderna”, que resulta difícil de abordar sin comenzar por la teoría
de la “Soberanía Popular”, cuya base fundamental es el utópico
“Contrato Social” de Rousseau y Locke”. Es que sin tal base teórica
el conjunto de mitos carecería de todo sustento o fundamento, ya que
instituciones antinaturales, inorgánicas, sectoriales y externas al
orden comunitario como los partidos políticos, son promovidas y
justificadas como instrumentos de la no menos utópica “soberanía
popular”. Partidos políticos que en ningún país del mundo
contemplan y defienden los intereses de las comunidades nacionales; por
el contrario, se enquistan en ellas para controlar su existencia como
instrumentos de una minoría demoplutocrática, que domina totalmente el
sistema político y que actualmente ejerce su dominación a escala
global.
Resulta
necesario reiterar conceptos ya vertidos en encuentros y escritos
anteriores sobre las contradicciones que contiene el “Contrato
Social”, que si bien es una “ficción ideológica”, como bien lo
admitió el mismo Hans Kelsen, ha dado paso a que tal “ficción” se
imponga mediante instituciones parasitarias creadas al efecto y
amparadas por constituciones y leyes hechas para sociedades abstractas
de hombres abstractos, partes de una masa amorfa e indiferenciada,
carente de toda capacidad de abstracción e intelección.
La
teoría de Rousseau es un mito en el sentido más estricto de la palabra,
porque la sociedad no es precisamente el producto de la libre asociación
de individuos preexistentes, pues éstos nacen de un grupo social
anterior a ellos, la familia, célula básica, de la que depende durante
muchos años y en la que no pudo elegir a sus integrantes ni definir sus
estructuras.
El
niño no nace expósito. Por el contrario, pertenece a una familia
integrada a su vez a un grupo social, que le ofrece protección y todos
los medios que necesita para sobrevivir. Es la familia la que le brinda
la educación de acuerdo con sus tradiciones, para que el niño que nace
en su seno se integre de manera plena a su medio social y se sacrifique
por los suyos si es necesario. Los héroes de la historia han sido en su
mayoría hombres y mujeres que se sacrificaron por causas.
El
hombre no es una isla, ni en la Argentina, ni en Italia, ni en cualquier
otro lugar del mundo. Los lazos sociales preexistentes al hombre que
tanto niega Rousseau, existían cuando éste nació y continuarán
cuando muera.
El
hombre integral, es el hombre opuesto al de aquellos que idealizan a
Robinson Crusoe como el individuo que no necesita de lazos sociales para
sobrevivir.
El
problema que nunca resolvieron quiénes sustentan el ejemplo de Crusoe
es explicar cómo hubiera podido sobrevivir sin los conocimientos y
experiencia que le transmitiera la vida en la civilización y su
integración a una familia y a un grupo social determinado.
Queda
como conclusión que el mito de Rousseau, que ni siquiera creyó él
mismo, basado en que cada sociedad es el producto de la libre asociación
de individuos preexistentes, no es sino una abstracción negada por los
hechos producidos a través de la historia. Resulta
difícil cuestionar la existencia de regímenes propios de la
“democracia clásica moderna”, como el de partidos políticos o
denunciar su naturaleza fraudulenta, si no se desnudan primero los
vicios conceptuales que les han dado origen y permitido su desarrollo,
desde la aparición del “Contrato Social” hasta la fecha.
Debe
refutarse el hecho de que el pueblo pueda en la realidad objetiva de los
hechos ejercer la soberanía política, que es nada menos que el
ejercicio del poder.
El
pueblo como tal y en su compleja totalidad, no puede dedicarse
exclusivamente a gobernar, porque entonces quedaría sumergido en el
caos y la desintegración.
Política
es nada más y nada menos que la ciencia y el arte de la conducción,
que exige aptitudes y una capacidad funcional que la masa no tiene.
¿Puede
acaso la masa saber lo que es la política como ciencia, que establece
por inducción a partir de los hechos históricos, las leyes de la
evolución social?
¿Puede
asimismo la masa ejercer la política como arte, aplicando las leyes
arriba mencionadas de la evolución social con vistas a la mayor
afirmación de su Comunidad?
La respuesta a ambas preguntas es no, porque la incapacidad
funcional de la masa para gobernar se demuestra en la carencia por parte
de ésta de los requisitos básicos para ejercer la conducción política,
que incluye una aptitud natural para el mando, la competencia para optar
entre diferentes opciones que pueden encerrar la vida o la muerte de una
comunidad histórica y, fundamentalmente, el conocimiento de las leyes
que rigen el orden de la misma. El mismo Rousseau, en pasajes convenientemente olvidados de su “Contrato Social”, aborda el carácter absurdo de la soberanía popular: “Tomando la palabra en su rigurosa acepción, no ha existido ni existirá jamás verdadera democracia. Es contra el orden natural que el mayor número gobierne y los menos sean gobernados. No es concebible que el pueblo permanezca incesantemente reunido para ocuparse de los negocios públicos, siendo fácil comprender que no podría delegar tal función sin que la forma de administración cambiara…¿Cómo una multitud ciega que no sabe a menudo lo que quiere, ya que raras veces sabe lo que le conviene, llevaría a cabo por sí misma una empresa de tal magnitud y tan difícil como es un sistema de legislación? …Lo mejor y lo más natural es que los más sabios gobiernen a las multitudes…Si hubiera un pueblo de dioses se gobernaría democráticamente. Un gobierno tan perfecto no conviene a los hombres”. Al respecto Hans Kelsen insiste: “La teoría de la soberanía popular es una ficción…aunque muy sutilizada y espiritualizada, es una máscara totemística”. Esta
cita jamás es mencionada por los máximos “pontífices” del
pensamiento liberal. Esos “pontífices”, representados además de Kelsen por Sartori, Key, Aron, Zampetti y Duverger, entre otros, jamás han negado la existencia del mito, pero, inteligentemente, sostienen que a pesar de su vulnerabilidad, no existe otro tipo de organización adecuada para la Comunidad. Democracia-sufragio-referéndum-partido-parlamento son los eslabones de la cadena que hoy es utilizada integralmente por los centros supranacionales de decisión, con el objeto reiteradamente denunciado de crear un gobierno mundial.
III
EL MITO DE LA “VOLUNTAD
GENERAL”
La
“Voluntad General”, otro de los mitos en que se basa el edificio de
la “democracia clásica moderna”, no es sino la supuesta facultad
que permitiría al pueblo ser un hacedor de decisiones soberanas por
intermedio de su mayoría numérica.
El
mito de la “Voluntad General” intenta corregir el cauce hacia la
anarquía que habría de surgir como resultado de la aplicación -si
ello fuera posible- de la soberanía popular. De cualquier manera,
contradice aunque de manera más encubierta el engaño, ya que legitima
el predominio de una parte del pueblo, a veces ni siquiera mayoritaria,
sobre otra parte que no comparte las mismas ideas. ¿Es acaso viable la Voluntad General? No, pero debe reconocerse que el sufragio es el instrumento que permite que pueda plasmarse en instituciones. La diferencia es que no hay “democracia” real sino un mecanismo que permite otorgar cierta legitimidad a los representantes del poder, haciendo creer al vulgo e incluso hasta a algunos “demócratas” menos avisados, que son en realidad “representantes del pueblo”. También
en este caso el mito queda en evidencia. ¿Por qué si todos los
ciudadanos de un país son libres e iguales, deben existir otros que
tomen decisiones en su nombre? Porque al aceptar esta variante teórica
que sí encuentra aplicación en la realidad política de los pueblos a
través del régimen de partidos, los votantes se engañan a sí mismos
al pensar que el resultado del acto eleccionario es la expresión de la
voluntad del pueblo, aunque no coincida con su posición inicial. Los afiliados y o votantes de un partido político determinado son individuos -hombres
o mujeres- desocializados alienados de la misión histórica de su
respectiva nación y objetos y no sujetos de su propio bienestar y
destino. Resulta muy difícil denunciar el fraude del régimen de partidos políticos, sin considerar que suelen ser instrumentos declamados de la llamada “soberanía popular”. El
concepto utópico de que el poder está en manos de la mayoría de los
individuos, supuestamente libres e iguales por naturaleza y que forman
parte de una comunidad determinada, es la base de la definición clásica
que define al régimen político demoplutocrático que se está
imponiendo mundialmente.
El mismo autor del
“Contrato Social” y sus más conspicuos seguidores y “exégetas”
reconocen que la anarquía es el estado normal de una sociedad democrática
tal como la han concebido en su aspecto más clásico la mayor parte de
los pensadores y políticos occidentales del presente siglo. La
anarquía, como la teoría y la realidad lo indican, es enemiga directa
del desarrollo de una vida social armónica en el marco de cualquier
comunidad histórica.
La democracia representativa
es uno de los mitos más grandes que han sobrevivido indemnes a lo largo
de muchísimos años. A fines del Siglo XVIII sus principios teóricos
fueron la base para al asalto del poder tradicional por parte de la
burguesía, que conquistó y aniquiló los Estados tradicionales de
manera casi siempre sangrienta, como en el caso de la Revolución
Francesa en 1789. Entonces, sobre el eslogan “Libertad, Igualdad,
Fraternidad” se instauró uno de los regímenes tiránicos más
sangrientos del siglo, cuyo fracaso dio paso al imperio napoleónico. Aunque
resulta imposible de llevar a la práctica en su forma más pura desde
el punto de vista doctrinario, la idea de la democracia representativa
conserva intacta su poder de sugestión en las mentes, desde ya
manipuladas por los medios masivos de comunicación. Es
más, con el correr de las décadas el poder de sugestión y las técnicas
masivas de engaño utilizadas globalmente a través de los medios
masivos de comunicación, se
ha convertido a la democracia en una “diosa” a la que ningún
pueblo, estadista o pensador puede pensar en desafiar, so pena de pagar
con un precio altísimo tan grave “sacrilegio”. En
su forma más cruda y en la arena política actual, la democracia
representativa se moldea a través de los medios masivos de comunicación,
que están mayoritariamente en manos del poder financiero mundial y del
proyecto de dominación global cuyas aristas ya pueden avizorarse.
En la guerra por la
conquista de las mentes intervienen fundamentalmente los llamados
“comunicadores sociales”, que preparan a una audiencia cada vez más
masiva para aceptar la construcción de una suerte de “democracia”
globalizada, utopía que sirve a los fines de la tecnocracia
supranacional que trabaja en pos de la instauración de un Gobierno
Mundial.
De poco sirve en las
actuales circunstancias realizar disquisiciones teóricas sobre la
“democracia representativa”, sin insertarla en la cambiante y
explosiva realidad global en que vivimos, caracterizada por la
secularización y la destrucción de las civilizaciones, de las
culturas, de la soberanía de los Estados y la permanente negación del
principio del derecho de los pueblos a la autodeterminación.
Las “democracias
representativas” ya sean del tipo parlamentario como en algunos países
europeos o de fuerte sesgo presidencialista como en la Argentina, son
instrumentos al servicio de una minoría parasitaria al servicio de
intereses supranacionales. Quienes gobiernan “en representación del
pueblo” que los ha votado en los regímenes denominados democráticos,
sólo ejercen actualmente un poder
formal, ya que el poder
real de decisión está concentrado fuera de las fronteras de
los Estados. Los gobernantes de las “Democracias representativas”
son en realidad una especie de gerentes de un proceso dinámico de
concentración de poderes edificados sobre las ruinas de los Estados
soberanos. Así, aquella sentencia que dice ”el Rey reina pero no
gobierna” puede acompañarse con otra que diga “el Presidente
preside pero no gobierna” y no me refiero precisamente a los regímenes
parlamentarios, donde quien gobierna es un primer ministro.
Todo lo que sucede actualmente vicia de nulidad las instituciones
políticas que permiten la existencia de las llamadas “democracias
representativas”, en cuanto utilizan procedimientos que no son sino
abusivos e incluso fraudulentos de los principios teóricos y de las
mismas instituciones del régimen que dicen defender. Las condiciones creadas por camarillas apátridas y totalitarias, constituyen un círculo vicioso del cuál es casi imposible escapar, ya que las minorías ocupantes de los Estados nacionales son elegidas por sufragio universal, esclavo de la opinión, a su vez esclava de la propaganda y del poder del dinero que permite la conquista de las mentes.
IV
LOS
PARLAMENTOS O “ASAMBLEAS PARLAMENTARIAS”
El Parlamento es el nervio
vital, el “Talón de Aquiles” de las democracias que dominan casi
todos los países del mundo. Como se dijo, es el instrumento utilizado
para dar legitimidad al mito de la “Voluntad General”.
Las asambleas parlamentarias
o parlamentos son el ámbito en el cuál se instrumentan las leyes más
vitales de un país, pero que muchas veces no responden a los intereses
nacionales. Los
miembros de un parlamento son elegidos a través del sufragio y su
resultado depende de las operaciones psicológicas (guerra y acción
psicológicas) que desarrollan los partidos políticos para proponer a
sus candidatos. Los miembros de un congreso, como el argentino, por
ejemplo, suelen ser personas que por lo general carecen de las
condiciones intelectuales mínimas indispensables
para legislar sobre asuntos que hacen al desarrollo y existencia
de la Nación. La
incapacidad de los legisladores no debe llamar la atención, ya que
salvo muy escasas excepciones no tienen una relación orgánica con la
comunidad, como tampoco el conocimiento que se requiere para producir
leyes que son fundamentales para el desenvolvimiento de una nación. Los
diputados y senadores de cualquier país del mundo responden al mandato
del partido al que pertenecen y éste a su vez a los compromisos
espurios con quienes financian no sólo las campañas
electorales, sino también a las mismas figuras políticas que se
convierten en prisioneros y o asalariados de quienes los sustentan. Antiguamente,
los legisladores y los diversos partidos políticos dependían
mayoritariamente de las oligarquías financieras vernáculas. El
acelerado proceso de globalización y la transferencia del poder real de
los gobiernos a las manos de la tecnocracia supranacional, ha
transferido el poder soberano de los Estados a bases extraterritoriales.
Esto no es sino una regresión a los tiempos coloniales, como sucede en
la Argentina, que es -simbólicamente hablando- una estrella más en la
bandera de los Estados Unidos de Norteamérica. Además, los miembros de un congreso u asamblea elegidos por el método antinatural del sufragio representan, según el caso, a centenares de miles y hasta millones de personas, pertenecientes a diferentes circunscripciones y hasta regiones. ¿Cómo pueden entonces, al estar desvinculados orgánicamente de quienes los han votado, conocer los problemas específicos de una masa tan heterogénea de electores? Así, el hecho de que el pueblo gobierna por medio de sus representantes, se convierte en una falacia, en un razonamiento que tiene errores insalvables fácilmente demostrables en sus premisas. V
EL
SUFRAGIO No
resulta posible abordar el régimen de partidos y mucho menos
condenarlos, soslayando el sufragio universal, sistema electoral
individualista que se implantó tardíamente en los regímenes democráticos
contemporáneos. Voluntario
en algunos países, obligatorio en otros como la Argentina, el resultado
final del acto electoral surge más de los resultados de las
sofisticadas técnicas de propaganda, que de la idoneidad de los
candidatos y las supuestas bondad de las plataformas propuestas por los
partidos políticos. Las
críticas al referéndum se compadecen con los criterios de quienes
pensamos que es un procedimiento esclavo de la ley del número, como el
sufragio, aunque se caracteriza por una menor incidencia de las
decisiones orientadas por los aparatos partidarios y por reducir
asimismo la participación de especialistas en ella. En
un interesante trabajo sobre los partidos políticos, Federico Rivanera
Carlés manifiesta que si la “Voluntad General” es una ficción, el
sufragio, instrumento de ésta, carece de sentido. El autor argentino
afirma asimismo que “el axioma básico del sufragio universal, es un
supuesto cuantitativo, la ley del número: que la mayoría siempre tiene
razón”. Rivanera
recurre al pensamiento del mismo Kelsen, nada menos que uno de los
heraldos de la democracia liberal, quien admite: “La realidad social
se resiste contra lo que en ocasiones se ha llamado con razón el
‘azar de la aritmética’”. “Todo sistema de sufragio es inorgánico
porque se fundamenta en el azar y la prepotencia numérica. La
irracionalidad es inmanente a la teoría sufragista”, concluye el
autor argentino. El mismo Rousseau es contradictorio cuando afirma que “una ciencia política es imposible”, mientras que en su “Contrato Social” dice que “lo que es bueno y conforme al orden, lo es por la naturaleza de las cosas e independientemente de las convenciones humanas” El
sufragio es el vehículo gracias al cuál un electorado influenciado
generalmente por los medios de comunicación, que desarrollan
operaciones psicológicas que incluyen técnicas subliminales, suele
elegir para ejercer las más altas responsabilidades a ciudadanos que
están lejos de ser idóneos para ejercer funciones ejecutivas y
legislativas. La
Argentina ha sido y es una clara demostración de ello, con su
inigualable galería de fantoches, incapaces e improvisados, sin contar
a aquellos funcionarios que toman la función como un botín para robar
a su antojo y en gran escala, vaciando el patrimonio espiritual y
material de la Nación y destruyendo nuestra propia identidad, en aras
de una globalización disolvente y criminal. El
electorado, por otra parte, suele carecer de la formación y la
información necesarias para conocer, aprehender y asimilar las leyes,
características y necesidades de la organización social, máxime en
los tiempos actuales donde un proceso de globalización de signo
totalitario está disolviendo las estructuras económicas, financieras,
políticas, culturales y religiosas y connotando las plataformas
partidarias en casi todos los países del mundo. El
sufragio -insiste Rivanera Carlés- es una volición antihistórica,
porque consiste, lisa y llanamente, en entregar el destino de la
Comunidad -rechazando los datos de su evolución histórica- a un acto
de volición irresponsable de sus integrantes transitorios, lo que
acarrea la ruptura del proceso de su afirmación en el tiempo, o en
otras palabras su renuncia al porvenir. No cabe incluir en este trabajo argumentos sobre cada uno de los tipos de sufragio registrados a través de la historia y en el presente. No importa cual es más desastroso que otro, porque el acto mismo del sufragio y los mitos que lo sostienen es lo que cabe descalificar. VI
El
REGIMEN DE PARTIDOS El
régimen de partidos es el instrumento, el fraude utilizado para rodear
de formalidad el asalto al Estado, que se convierte al fin en el premio
de una lucha electoral entre facciones, que salvo contadas excepciones
históricas no asumen el poder político para defender los intereses
nacionales. Por el contrario y mucho más en el presente, los
gobernantes de casi todos los países del mundo sólo detentan el poder
formal, mientras que el poder real lo ejerce una minoría tecnoburocrática
supranacional al servicio de un proyecto mundialista en construcción. La
“democracia clásica moderna”, al suscitar el régimen de partidos,
subordina el interés general a los intereses particulares de facciones
extrañas al interés comunitario. La
existencia misma de partidos políticos en la vida política e
institucional de un país, convierte a cualquier comunidad en una víctima
constante de los avatares producidos por sectores facciosos, que carecen
incluso de cohesión, y que ponen en serio riesgo la continuidad histórica
de la Nación gracias a su carácter sectario y a sus propias
contradicciones. El
sistema electoral -con todos los eslabones que lo componen- es un
instrumento de los intereses demoplutocráticos al servicio de la
oligarquía financiera internacional, dueña del poder real a escala
mundial. Las
minorías que han tomado el poder en muchos países del mundo y que
aprovechan las ventajas que ofrece el sistema democrático clásico,
son una capa social desarraigada de las instituciones que rigen en un
orden social natural. Por su propia naturaleza parasitaria, carecen de
instituciones naturales y de todo tipo de jerarquías, con excepción
del orden económico, donde se ejerce una dictadura subversiva de
extrema dureza. Resulta
muy interesante comparar los conceptos anteriormente expuestos con
algunas citas de escritos del pensador francés Jacques de Mahieu -ya
fallecido- radicado en la Argentina durante las últimas décadas de su
vida: “El
régimen de partidos proviene lógicamente de las premisas teóricas de
la democracia. Pues el sistema electoral supone no sólo la libertad de
expresión sino también la multiplicidad de las opiniones. Y si el
interés general no es sino la suma de los intereses particulares, es
normal que éstos estén representados dentro del Estado. Por otra
parte, la clase burguesa, que instauró y aprovecha la democracia
contemporánea, no constituye ni una comunidad ni un órgano de la
Comunidad”. “No pasa -sigue diciendo de Mahieu- de una capa social
desprovista de instituciones naturales, luego de jerarquía, salvo en el
orden económico, donde sus instituciones son rivales. Tiene sin duda un
interés superior común: conservar el poder. No por eso es menos
heterogénea, dividida por los intereses particulares que el liberalismo
económico, aun cuando no siempre sea respetado íntegramente, opone por
definición”. También
es muy claro el pensador francés cuando sentencia al grado de
conocimiento que tienen los pensadores capitalistas sobre la mistificación
liberal, ya que en realidad es plenamente consciente de su naturaleza
una ínfima minoría de éstos. La
realidad objetiva indica que la gran mayoría de los capitalistas creen
realmente en la ideología que justifica su tremendo poder, al punto de
embanderarse falsamente en torno al mito y hasta asumir que ellos
cumplen una verdadera misión social. El problema es que la mayoría de
los pensadores burgueses carecen de hecho de un nivel intelectual
excesivo, como para descubrir ese engaño. El
régimen democrático no es ni puede ser monolítico, en virtud de que
su ideología -inmutable en sus principios generales- es sumamente
heterogénea tanto en su expresión práctica como en las posiciones e
intereses que se encubren. En
el marco de esta verdadera patología social creada por el capitalismo
liberal, el Estado es el botín de una lucha electoral donde sectores
facciosos se enfrentan para conquistarlo y organizar desde él la minoría
que habrá de detentar la dirigencia oficial del país. Los
Estados ocupados no son sólo un botín de guerra para la facción
triunfadora en un acto eleccionario, sino el blanco de luchas internas
dentro esa elite y los intereses heterogéneos que la respaldan. Ese
panorama se ha agravado durante los últimos años, merced a que el
proceso de globalización ha acentuado no sólo la concentración de
poder en muy pocas manos, sino que ese poder ya se encuentra bajo el
control de grupos supranacionales en camino a la construcción de un
Gobierno Mundial. Los
diferentes tipos de regímenes acentúan o disminuyen el grado de caos: los
llamados regímenes presidencialistas, como el de la Argentina, observan
una mayor unidad en la dirección, mientras que los parlamentarios
resultan altamente conflictivos. En el régimen presidencialista, los
ministros son meros secretarios designados por el mismo Presidente, que
puede designarlos y removerlos a su antojo. En los regímenes
parlamentarios, la permanencia de los ministros y hasta los primeros
ministros depende de acuerdos entre partidos, que provocan -como en el
caso de Italia- continuos colapsos institucionales. Vale señalar el
caso de las monarquías constitucionales, como España, donde el rey
otorga al país cierto sentido de continuidad, aunque el Gobierno, del
cuál el monarca es excluido constitucionalmente, queda sujeto al
compromiso entre los partidos políticos. Los
miembros del Parlamento o Congreso, senadores y diputados, como en la
Argentina, o senadores y representantes, tal el caso de los EE.UU., son
hombres y mujeres al servicio de los partidos o facciones que los han
catapultado a tan alta responsabilidad política, para proteger los
intereses de los centros del poder financiero que financian las campañas
electorales. Ante tamaña subversión de valores, la política es un
mero instrumento de intereses económicos y no a la inversa cuando reina
plenamente el orden social natural. El régimen de partidos demuestra así ser un fraude, pero debe y requiere ser denunciado como un eslabón mas de una cadena que comprende todos aquellos que han sido previamente denunciados, pero cuyo continente es la misma “democracia clásica moderna”, que sólo puede ser destituida por una transformación revolucionaria. VII “LIBERTAD DE PRENSA” Y MEDIOS DE COMUNICACION
De nada sirve tampoco abordar
los temas medulares de este trabajo, sin reiterar conceptos de otros
escritos anteriores donde se impugna radicalmente la libertad irrestricta
de los medios masivos de comunicación. Medios que son el principal
instrumento utilizado por los centros del poder internacional para
conquistar las mentes y orientar las voluntades hacia objetivos extraños
al interés nacional de los diferentes países del mundo. La
“libertad de prensa” no es sino el ejercicio de un derecho que gozan sólo
los elegidos por los intereses de quienes financian el sistema demoplutocrático,
que promueve sutilmente la instauración de una suerte de “soberanía
global”, construida sobre la defunción de las soberanías nacionales.
Soberanía global que, no sería en un futuro mediato sino una dictadura
supranacional ejercida por un Gobierno Mundial, etapa final del “nuevo
orden” promovido por los Estados Unidos de Norteamérica. El
acelerado proceso de globalización ha permitido que la mayor parte de los
medios masivos de comunicación, que en ciertos casos quedaban aún en
manos de propietarios nativos de un país determinado, hayan sido vendidos
a accionistas anónimos extranjeros al servicio de la concentración
mundialista de poder. La
libertad de prensa ha sido y es un instrumento que utilizan organizaciones
supranacionales como la masonería, para avasallar los valores y
sentimientos religiosos y nacionalistas en todos y cada uno de los
rincones de la tierra, promoviendo la humanización de valores sagrados y
la “sacralización” de los más horrorosos y condenables disvalores
humanos, entre los que se cuentan el genocidio encubierto, el aborto, la
eutanasia, la prostitución y la pornografía. La
libertad de prensa ampara desde siempre una rara “fauna” de hacedores
de opinión y de comunicadores sociales, que es altamente perjudicial para
una conducción política soberana de los Estados nacionales. El accionar
de los medios de comunicación está dirigido -incluso utilizando técnicas
subliminales- a dislocar las escasas defensas que aún quedan en las
comunidades nacionales y, desde ya, a desestabilizar a países en los
cuales flamean aun en alto las banderas de la Soberanía, la Independencia
y la Justicia en todos los órdenes. Los medios masivos de comunicación son instrumentos generalmente utilizados por las llamadas “democracias”, para proyectar en una audiencia determinada los estímulos susceptibles de orientarla y condicionarla con el fin de inducirla a adoptar ideas y costumbres afines a sus mezquinos intereses. Por
lo general, siguiendo el ideario masónico de construir un “orden
universal”, basado en un
sincretismo religioso y el vaciamiento de los sentimientos patrióticos de
una nación, los primeros blancos a demoler son la Religión, la Patria,
la Nación y el Honor, sin los cuales cualquier comunidad histórica queda
extinguida “ipso
facto”. El
perfeccionamiento de las técnicas subliminales permite en la actualidad
imponerse a la mente y en particular al subconsciente del individuo, con
un poder tal que no suele encontrar resistencia. Es en cierta forma el
“reflejo condicionado” cuya existencia data de su principal mentor,
Ivan Petrovich Pavlov, utilizado para quebrar las defensas mentales,
superadas por la incapacidad intelectual del individuo de ordenar tal
torrente de imágenes. El
encadenamiento es tan claro como fatal: la opinión pública se forja a
medida en países como la Argentina, según la estrategia diseñada para
cada audiencia y a través de los medios de comunicación, que a su vez
dependen del poder del dinero. Regímenes
liberales como los que hemos padecido y continuamos
padeciendo en América Latina, sin distinción de su procedencia
civil o militar, han utilizado en mayor o menor medida la institución de
la “libertad de prensa” en beneficio de minorías plutocráticas
enquistadas en el Estado. Si alguna vez existieron persecuciones contra
determinados medios de prensa fue debido a la lucha de intereses
financieros facciosos y no porque el dogma de esta “libertad”
estuviera peligrando en sus bases fundamentales. El
monopolio y concentración actual de grandes medios masivos de comunicación
en manos de intereses supranacionales, permite la promoción de elites
formadas por los centros del poder mundial, y la demolición de la imagen
de figuras e instituciones que luchan por la restauración de valores
sagrados, religiosos y nacionales. Así,
los “laboratorios” del poder mundialista producen los “think
tanks” y “brain
trusts”
necesarios para liderar el acelerado proceso de concentración de poderes,
ya no tan ocultos, dirigidos por un Estado Mayor integrado por supremos
iniciados cabalísticos, supremos iniciados masónicos y representantes de
la alta finanza mundial, que carece de patria, bandera o religión. Desde el punto de vista estrictamente doctrinario la restauración del Orden Social Natural, implica la abolición de la “libertad de prensa” tal como es actualmente concebida y su substitución por un régimen en que los sectores orgánicos de la comunidad puedan expresarse libremente a través de medios especializados.
La dificultad en plasmar un
objetivo como el arriba mencionado radicará en adecuar los medios y técnicas
de la “era” tecnotrónica y cibernética que vivimos, a las exigencias
orgánicas y funcionales de las comunidades nacionales soberanas, que están
pereciendo ante el implacable proceso de globalización y el “reinado”
universal de Internet. La
Globalización, caracterizada por la existencia de procesos culturales,
económicos y financieros apoyados por una red planetaria de
comunicaciones e informática que actúa en tiempo real, es un instrumento
eficaz en la construcción del ideario “mundialista” que propagan los
centros del poder internacional, a través de sus centros de planificación
y difusión.
Por ello, no hay que temer
decir si es necesario en voz muy alta:
¡No a la "democracia clásica
moderna"!
¡No al mito de la
"Soberanía Popular"!
¡No al mito de la “Voluntad
General!
¡No a la impostura de la
representación en los “parlamentos” clásicos!
¡No al fraude del régimen de
Partidos Políticos!
¡No a la libertad de prensa
concebida en su aspecto clásico!
¡No a la globalización
espuria y disolvente!
La conclusión, estimados
delegados, es que sólo un acto de ruptura revolucionario, puede quebrar
el círculo vicioso de la ocupación de los Estados por los enemigos de
las naciones, con el objeto de restaurar el Orden Social Natural,
destruido por las minorías parasitarias, hoy alineadas con un proyecto
mundialista, respaldado política, económica y militarmente por los
Estados Unidos de Norteamérica.
La hora de la globalización
debe ser enfrentada sin ambages por la hora de la Revolución.
VIII
REVOLUCION
O DEMOCRACIA
El
análisis del pensamiento y temas propuestos como el que he tratado
brevemente de abordar, no pueden dejar al margen los efectos letales del
proceso de globalización como instrumento de los arquitectos del Gobierno
Mundial. No hacerlo sería además de un “suicidio” intelectual una
rendición anticipada ante las fuerzas abisales que están sojuzgando
nuestro planeta. El
proceso irreversible de globalización implica sin lugar a dudas la
globalización del “capitalismo salvaje” y la ficción de la
“democracia clásica moderna” con sus respectivas instituciones.
Globalización que no es un fin en si misma sino un medio del cuál se
valen los centros internacionales de decisión para consumar su proyecto
de dominación mundial. La democracia, en cualquiera de sus formas clásicas contemporáneas, es una parición del régimen capitalista de producción y distribución, como también su expresión política más acabada. A diferencia de los sistemas dictatoriales civiles o militares que son instrumentos del “capitalismo salvaje”, la “democracia clásica moderna” goza de la cobertura pública de un mito, de una ficción, que ha sido y es impuesta y o aceptada con mayor fuerza aún que un dogma religioso. Un
simple repaso de la realidad actual donde a diario se pretende vender a
los pueblos una nueva “receta” mágica, permite vislumbrar de que
manera el proceso mundialista promueve como “tercera vía” lo que no
es sino el maridaje del capitalismo internacional más despiadado, con una
“fauna” formada por comunistas arrepentidos, socialistas, socialdemócratas,
etc., que se han convertido en “compañeros de ruta” e “idiotas útiles”
de los planes elaborados por los laboratorios del “nuevo orden”.
La palabra ”Revolución” es otro punto que requiere aclaración ya que
ha sido interpretada de manera diferente por las principales escuelas de
ciencias políticas a lo largo del mundo. En lo que a mi pensamiento
respecta, es el acto de ruptura con los aparatos de gobierno y las minorías
parasitarias liberales y comunistas que ocupan el Estado en muchos países
del planeta y el punto de partida para la restauración del Orden Social
Natural destruido en algún rincón más o menos lejano de la historia de
las naciones independientes. No definir en mi caso que entiendo por Revolución, puede inducir a pensar que mi pensamiento queda comprometido con procesos subversivos históricos como las mal llamadas “Revolución Francesa” y “Revolución de Octubre”. La primera, producto de la burguesía apartada hasta ese momento del poder político. La
segunda, hija del mismo sistema capitalista que primero la financió y
apoyó directa e indirectamente durante décadas, y luego la hizo
desaparecer en toda la “esfera de influencia” dominada por la Unión
Soviética, cuando los planes supranacionales de dominación mundial así
lo exigieron. Durante
muchas décadas el capitalismo individualista más perverso, capitaneado
por Occidente y el capitalismo de Estado más perverso, conducido por la
Unión Soviética, miraron a un costado mientras se asesinaba a millones
de personas a lo largo y a lo ancho de la arena mundial, incluyendo el
genocidio cometido por Josef Stalin en su propia tierra. El
proyecto revolucionario no implica necesariamente un alzamiento armado
contra el sistema institucional de un país, ni soluciones violentas, ni
mucho menos un golpe de Estado, que no es sino una acción de fuerza que sólo
cambia la minoría dirigente sin modificar de manera alguna las
estructuras patológicas que agobian a la Nación. La
Revolución responde sí a un proceso de cambio profundo de la realidad
política, cultural, económica y social de las naciones, restaurando el
Orden Social Natural, ese orden que ha sido conculcado progresivamente a
través del tiempo por los inspiradores y actores de los procesos
subversivos históricos. Cada
Nación sabrá, en definitiva, cuál es el camino más adecuado para
producir la ruptura revolucionaria que le permita expulsar del poder a
aquellos que lo han usurpado y restaurar al Estado en sus verdaderas
funciones comunitarias. La
crítica principal de esta ponencia se dirige hacia aquellos Estados
dominados por una minoría parasitaria capitalista, al servicio a su vez
de un capitalismo global, igualmente parasitario, base del proyecto ya
denunciado de dominación mundial. La
República Argentina es uno de ellos y un ejemplo muy válido, porque bajo
una máscara socialdemócrata y en muchos casos socialista, fórmula de la
alianza “química” gobernante, se prosigue y consolida el proceso de
sometimiento a los intereses financieros supranacionales y a organismos de
usura como el Fondo Monetario Internacional.
Cualquier
nación cuyos valores están subvertidos por el sistema capitalista de
producción y distribución, subordina su política, su cultura y su vida
social en general a los intereses de las finanzas y el comercio, que
sirven a los intereses económicos, que a
su vez sirven al lucro, que constituye el fin supremo del régimen
liberal. La
restauración del Orden Social Natural por un acto revolucionario,
consiste en poner las finanzas y el comercio al servicio de la economía,
la economía al servicio de la política, la política al servicio del
hombre y el hombre al servicio de Dios. Resulta
muy interesante acudir a una cita de S.S. el Papa León XIII en su Encíclica
“Libertas” sobre la legitimidad de ciertos gobiernos y el derecho a
cambiar el curso de los acontecimientos: “Cuando
tiranice o amenace un Gobierno, que tenga a la nación injustamente
oprimida, o arrebate a la Iglesia la libertad debida, es justo procurar al
Estado otro temperamento, con el cual se puede obrar libremente; porque
entonces no se pretende aquella libertad inmoderada y viciosa, sino que se
busca algún alivio para el bien común de todos; y con esto únicamente
se pretende que allí donde se concede licencia para lo malo, no se impida
el derecho de hacer lo bueno”. El
triunfo revolucionario sanciona así la defunción de la servidumbre al
poder del dinero, erigida en nombre de una libertad ilegítima y mal
entendida, que es el resultado de una libertad degenerada en liviandad e
insolencia. Toda libertad puede reputarse legítima, como también dijo el
gran Papa citado, “con tal que aumente la facilidad de obrar el bien;
fuera de esto, nunca”. La
Revolución y la solidaridad entre fuerzas de distintos países que luchan
en pos de los mismos ideales, son la única arma que puede permitir a un
país determinado y posteriormente a un conjunto de ellos, elaborar y
desarrollar una estrategia común contra el proyecto de concentración
mundial de poder encabezado por los EE.UU. En
cuanto a la “democracia directa”, debo afirmar que no tiene
oportunidad alguna de ser aplicada tal como pueda concebírsela en su
sentido más puro. Ninguna Revolución -tal como la he definido- puede
quedar comprometida o contaminada desde un inicio con definiciones o rótulos
descalificados por la historia y prostituidos por la realidad del
presente. Los
regímenes “democráticos” en el mundo sólo sirven a los propósitos
de los centros supranacionales, que son quienes detentan el poder real en
casi todos los países que aceptan tal sistema de gobierno. El proyecto mundialista opera globalmente y en consecuencia requiere una respuesta también global y coordinada de los gobiernos que estén en condiciones de aceptar el dramático desafío de la hora. En esta lucha hay dos campos perfectamente diferenciados: el de la “Democracia” y el de la “Revolución”. “Democracia” y “Revolución” no pueden coexistir; la existencia de uno implica la inexistencia del otro. La
“Revolución” causa con su acto la ruptura del sistema “democrático”,
el restablecimiento del Orden Social Natural y la restauración del Estado
en sus funciones comunitarias.
La
“Democracia Clásica Moderna” sanciona con su sola vigencia la defunción
de los valores más caros de la nacionalidad, entre ellos la Religión, la
Tradición,
la Familia que es la célula básica de la sociedad, del orden social armónico,
de una economía al servicio de la política y ésta al de los más altos
ideales.
La opción que propongo es
clara: “Revolución” o
“ Democracia”, orden o caos, continuidad histórica o desintegración
nacional. Las
fuerzas nacionalistas que aún existen en el mundo se encuentran sitiadas
por los poderes supranacionales ya denunciados en los diferentes puntos de
este trabajo.
En torno a nosotros hay solo
una infinidad de naciones en ruinas, espiritualmente hablando. ¿De qué
sirven los progresos científicos, la era tecnotrónica inventada y
promovida por los ideólogos y políticos trilateralistas, la autopista
informática, la cibernética y tantos otros avances, frente a la vaciedad
espiritual, la destrucción de las civilizaciones y las culturas que
alimentaron a nuestro mundo con su inmensa sabiduría?
Todas o casi todas las
naciones del mundo padecen una destrucción que es más espiritual y moral
que material, económica o social, fruto de un estado de decaimiento
interior, de pérdida del carácter y de la dignidad de las sociedades en
general y de los individuos en particular.
Los múltiples procesos
subversivos históricos han destruido en el mundo el orden existente en
las sociedades concretas, formadas a su vez por hombres concretos. El carácter
abstracto de las sociedades actuales, integradas por hombres abstractos,
vacíos en su conjunto de toda visión trascendente, los ha hecho caer en
una falsificación del vivir, de la acción, del conocimiento y del
combate. Este
es el legado mortificante de los procesos históricos disolventes a que se
ha hecho referencia, comenzando por la burguesía, clase degradante del hombre
tradicional, vertical a Dios, a la Patria y a sus más caros valores y
promotora de las democracias herederas de la subversión francesa de 1789.
Nuevamente, una “Revolución”
no requiere ser sangrienta o intentar cambiar el régimen constitucional
existente de manera violenta, ya que si se realizan las transformaciones
espirituales y políticas en el alma de las personas y de una Nación, el
“viejo orden” caerá instantáneamente como una fruta podrida. Como
hay quienes deliberadamente o por ignorancia confunden “Revolución”
con “Golpe de Estado”, deseo profundizar el concepto. Si
alguien pretendiera, por ejemplo, hacerse del poder de un Estado
cualquiera y lograra su cometido mediante un golpe de mano, armado en teoría
de un proyecto perfecto político y social perfecto,
pero acompañado por una corte de ministros y funcionarios banales,
ineficaces y corruptos, naufragaría inmediatamente en el intento.
No
debemos buscar en el camino revolucionario fórmulas exclusivamente
realistas basadas en programas y recetas políticas y económicas.
La base de cualquier proyecto
de lucha antimundialista, debe contemplar como primera etapa la conformación
de una elite revolucionaria, formada por hombres transformados y
transformadores, investidos de un verdadero don de poder que les permita,
en el momento cumbre, en el instante decisivo, producir el acto de ruptura
con el régimen imperante, instaurando un nuevo y definitivo orden. Hay
antes que nada una cuestión de actitud. La empresa antimundialista es a
la luz de la realidad mundial una misión casi imposible. Sin embargo y
parafraseando un viejo refrán, debemos pensar que si lo difícil puede
lograrse lo imposible cuesta sólo un poco más. Roma, 26/28 de Junio de 2002
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