El
20 de marzo de 1991 despegaba de suelo cubano el mayor Orestes
Lorenzo en un caza MIG-23, el avión más moderno de la Fuerza Aérea
Cubana.
A
toda velocidad y a baja altitud cruzó en menos de 10 minutos los 150 km
que separan Cuba de los Estados Unidos. Como iba casi a ras de mar, ni los
radares cubanos ni los norteamericanos advirtieron su presencia, por lo
que pudo aterrizar sin problemas en la estación aeronaval de Boca Chica,
en los Cayos de la Florida.
Orestes
solicitó asilo en Norteamérica, y una vez superados los interrogatorios
a los que fue sometido, recibió el estatus de refugiado político.
El
mayor Lorenzo era uno de los pilotos de élite de la fuerza aérea.
Veterano de la Guerra de Angola, había realizado dos estancias de
entrenamiento en la Unión Soviética. La
deserción de Orestes Lorenzo fue una bofetada en la cara del régimen
Castrista.
Fue
durante la última de ellas, ya con la perestroika de Gorbachov en
marcha, cuando Orestes empezó a cuestionar el régimen comunista y su
vida en Cuba. En la Unión Soviética se empezaba a destapar el colapso
del sistema y soplaban vientos de libertad.
A
su regreso empezó a planificar su deserción, con la esperanza de que una
vez en Estados Unidos, su esposa Victoria y sus dos hijos pudieran
reunirse con él.
Luego
de fugarse en el avión y ya en calidad de refugiado, reclamó la salida
de su familia de la isla, pero se topó con la negativa de Raúl Castro,
en ese entonces Comandante de las Fuerzas Armadas.
Castro
de ninguna manera permitiría salir de Cuba a la familia de un militar de
élite que había traicionado la confianza depositada en él y había
puesto en ridículo al régimen.
Orestes
entonces recurrió a la comisión de derechos humanos de la ONU, sin
resultado alguno.
Coincidiendo
con la cumbre Iberoamericana celebrada en Madrid en 1992 con la presencia
de Fidel Castro, realizó un acto de protesta encadenándose a las verjas
del Parque del Retiro.
La
Reina Sofía que guardaba una buena relación personal con Castro, realizó
gestiones personales para lograr la salida de su esposa y los dos niños
de Cuba. Incluso el asunto llegó hasta el despacho de Mijaíl Gorbachov.
Todo
aquello fue infructuoso. Raúl Castro, a través de su asistente personal
le hizo llegar la respuesta a Victoria:
"Dígale
a su marido, que si
tuvo los cojones para llevarse un avión, que los tenga también para
venir a buscarles personalmente..."
Orestes
Lorenzo llegó al punto de publicar una carta abierta a Fidel Castro en
el Wall Street Journal en la que ofrecía presentarse a juicio en
Cuba si se permitía a la esposa y los niños viajar a Estados Unidos.
Tampoco
hubo respuesta.
Ante
las escasas perspectivas de sus gestiones internacionales, la desesperación
hizo presa en el ex militar cubano. Decidió entonces que si no tenía éxito
de manera pública,
iría él mismo a sacar a su familia.
Conocía
los aviones rusos, pero tenía que entrenarse en modelos convencionales
occidentales. Consiguió la licencia de piloto deportivo en poco tiempo y
con $ 30.000 prestados por una organización humanitaria de exiliados
cubanos, adquirió una vieja avioneta bimotor Cessna 310 en
regla.
A
través de un par de amigas mexicanas que viajaron a Cuba, hizo llegar
secretamente a su familia la fecha, el lugar y la hora exacta donde debían
esperarlo para el rescate que había puesto en marcha.
El
día elegido fue el 19 de Diciembre a las cinco de la tarde. Despegó
desde un pequeño aeroclub cercano a Miami, advirtiendo de que si no
regresaba en el plazo de un par de horas, lo diesen por muerto.
Volando
a muy baja altura (2 metros sobre el océano para evitar los radares), la
nave se aproximó a la isla al atardecer, a la angosta carretera frente a
la playa El Mamey, muy cerca de Varadero, a unos 150 kilómetros al este
de La Habana. Mientras tanto su esposa y los niños que esperaban en la
carretera según lo acordado, escucharon el ronroneo del motor y vieron el
aparato.
Lo
que Lorenzo no había previsto en su minucioso plan fue que a esa hora la
carretera estaba transitada.
El
escenario no podía ser peor, porque en el tramo previsto para el
aterrizaje coincidieron un auto, una rastra, un autobús con turistas y
una gigantesca piedra en medio de la vía.
Balanceando
las alas, el piloto casi rozó el techo del auto, tocó tierra y se detuvo
a ocho metros del autobús con los turistas petrificados en sus asientos y
los ojos a punto de salírseles de las órbitas.
Casi
dos años después de la separación, Lorenzo vio aparecer a su familia
corriendo frente al avión.
En
la carrera, Alejandro, el menor de los niños, perdió un zapato. Para
evitar una tragedia con las hélices y preparar el despegue, giró el
aparato en U y abrió la portezuela de la cabina. Todo en menos de un
minuto.
Orestes
logró despegar pero adentro del avión el miedo hacía su trabajo. Vicky
tenía la vista fija en el cielo temiendo que aparecieran los cazas
cubanos. Rezaba. En un momento rodeó con los brazos a sus dos hijos y les
tapó los oídos para que no oyeran si ocurría lo peor. Los niños
estaban asustados, confundidos, lloraban.
Solamente
cuando la aeronave traspasó el paralelo 24, límite del espacio aéreo de
Cuba, la tensión aflojó un poco.
Casi
una hora más tarde, la nave aterrizaba de vuelta en la Florida.
El
revuelo mediático que causó la hazaña de Orestes fue tremendo, ya que
por segunda vez había hecho quedar en ridículo al régimen castrista. En
la primera rueda de prensa dijo:
"Díganle
a Raúl Castro que le he tomado la palabra y he ido personalmente a
recoger a mi familia".
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