LA
VUELTA DE OBLIGADO
por
Rubén Tamborindeguy
“Pero
lo que no puedo concebir es el que haya americanos que, por un espíritu
indigno de partido, se unan al extranjero para humillar a su Patria y
reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempo de la
dominación española. Una tal felonía, ni el sepulcro la puede hacer
desaparecer”.
General José de San Martín
(Carta al Brigadier General Juan
Manuel de Rosas)
El imperialismo, de cualquier signo que sea, y utilizando el disfraz que
le convenga según las circunstancias, siempre ha empleado dos armas
importantes para lograr sus fines: los cipayos y la intervención armada
directa. Cuando los cipayos no pueden dominar a los pueblos, entonces el
imperialismo utiliza la diplomacia de las cañoneras, el Gran Garrote o,
como en el caso de la Guerra de Malvinas, las fuerzas armadas del Atlántico
Norte. Las guerras de Irak, Afganistán y el Líbano son ejemplos
recientes. La política imperialista no conoce principios, sino intereses.
En 1845 el imperialismo anglo-francés se enfrentaba en este rincón de la
América del Sur con gobernantes que no podían ser comprados. La férrea
voluntad de Rosas y los caudillos federales eran un dique de contención
contra las ambiciones europeas, que pretendían lo que siempre
pretendieron, lo que siguen pretendiendo y en parte han logrado en
nuestros días, gracias al cipayaje politiquero de la Argentina: la libre
navegación de los ríos y la libertad de comercio (para ellos).
En 1845 esto no era posible. Las potencias imperialistas ya habían jugado
la carta de los cipayos, y habían fracasado. La expedición del general
Lavalle, transportada desde Montevideo por la escuadra francesa, había
sido derrotada definitivamente en Quebracho Herrado, y su jefe muerto en
circunstancias confusas en San Salvador de Jujuy, cuando procuraba pasar a
Bolivia.
Quedaba la otra parte de la política: la intervención armada directa. Y
a eso se aprestan.
Desde 1844 Rosas preparaba la defensa del Paraná. No era ingenuo como
para pensar en batir militarmente a las dos potencias más poderosas de la
tierra, pero, zorro viejo, entendía perfectamente cual era el punto débil
de los anglofranceses: “Vienen a hacer negocio, a ganar plata. Entonces,
si pierden plata, están derrotados”.
Así, fortifica la Vuelta de Obligado y el paso de La Ramada, el Tonelero
y la Angostura del Quebracho. El paso de La Ramada fue fortificado en
previsión de que la escuadra tomara por Pavón (que va desde el Ibicuy a
San Nicolás) para evitar la Vuelta de Obligado. En los dos pasos se
pusieron cadenas que cruzaban el río sostenidas por lanchones. La demás
fortificaciones se limitaron a baterías y trincheras La principal
fortificación estaba en la Vuelta de Obligado. Allí el río tiene unos
700 metros de ancho. El general Lucio Mansilla hace tender de costa a
costa sobre 24 lanchones tres gruesas cadenas. En la rivera derecha, la
sola defendida, monta cuatro baterías. En orden sobre la barranca la
Restaurador Rosas al mando de Álvaro Alzogaray (gran patriota, no es
culpable por sus descendientes) y la General Brown al mando de Eduardo
Brown; a nivel del río la General Mansilla, al mando de Felipe Palacios;
y más allá de las cadenas la batería Manuelita, dirigida por Juan
Bautista Thorne.
Todo un pueblo se apresta a la pelea. Burgueses y orilleros porteños;
gauchos bonaerenses; negros del Barrio del Tambor; paisanos entrerrianos y
santafesinos, todos juntos para dar guerra al gringo invasor imperialista
y a los criollos vendepatrias y cipayos.
El 18 de noviembre, Mansilla toma un bote y reconoce los buques enemigos
en la oscuridad. El 20, a las 8,30 de la mañana, la escuadra comienza el
avance. Mansilla arenga a la tropa: “¡ Allá los tenéis! Considerad el
insulto que hacen a la soberanía de nuestra patria al navegar, sin más título
que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro
país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! ¡Tremola en el Paraná el
pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes de verlo bajar de
donde flamea!”.
La fragata francesa San Martín (insignia) se prepara a cortar las
cadenas, cuando el viento se calmó totalmente (¡Dios es argentino!).
Debió anclar y quedó adelantada y aislada de los demás buques. Fue el
blanco de las cuatro baterías: tuvo dos oficiales y cuarenta y cuatro
hombres fuera de combate, dos cañones desmontados y la arboladura pronta
a caer. Para colmo de males, una bala de cañón le corta la cadena del
ancla y la fragata es arrastrada por la corriente, río abajo.
Es la una de la tarde y las cadenas no han sido cortadas todavía. Los
defensores esperan el milagro de un triunfo, pero Mansilla sabe que la pólvora
se acaba. Los vapores de la escuadra no consiguen acercarse a las cadenas,
pero desde su posición acribillan a las baterías patriotas sin que éstas
consigan alcanzarlos. El Fulton consigue acercarse a las cadenas y por dos
veces intenta cortarlas. Una bala de cañón mata al maquinista principal
y el vapor debe retirarse con su cañón desmontado y el casco y las máquinas
dañados. El capitán Hope retoma la operación y consigue cortar las
cadenas, cruza la línea y enfrenta la batería Manuelita, a la que
acribilla a cañonazos. La situación es insostenible para los argentinos.
A las 3 de la tarde apenas quedan municiones. Thorne, desde la destrozada
Manuelita, ahorra los disparos, que hace personalmente para no gastar pólvora.
A las 4,50 de la tarde solamente le quedan ocho tiros, pero los va a
emplear bien. A las 5 hace su último disparo, al tiempo que una granada
enemiga lo voltea. “No es nada”, dice al levantarse. Pero no es
verdad: ha quedado inválido para siempre. Nunca más volverá a escuchar
ningún sonido. Será para siempre “el sordo de Obligado”.
Ha llegado el momento del desembarco. A las 6 menos 10 lo hacen 325
infantes de marina británicos. Mansilla al frente de los Patricios, las
Milicias de San Nicolás y el Batallón Norte carga a la bayoneta
desafiando los tiros de la metralla de los buques que diezman la infantería
argentina, que ha pesar de todo consigue arrollar a los ingleses y
correrlos hasta los botes. Mansilla es herido por un casco de metralla y
el coronel Crespo lo reemplaza. Desembarcan franceses para defender a los
atacantes. Finalmente Crespo debe replegarse a las barrancas. Son las 8 de
la noche. Obligado ha caído. La bandera nacional no fue rendida; fue
destruida por el fuego.
La flota imperialista sigue su marcha, pero aún debe afrontar combates en
el Tonelero y Acevedo y la artillería volante de Thorne. Tampoco resultó
tan fácil el cruce de San Lorenzo, donde Mansilla tenía ocultos en la
maleza ocho cañones manejados por buenos artilleros (Alzogaray y
Maurice). Recién el 15 de enero de 1846 puede llegar la flota a Asunción.
Perdieron plata. Rosas ha sacado bien las cuentas.
Obligado ha terminado, pero deja su enseñanza: siempre es posible
defender la soberanía, aunque se esté físicamente en desventaja. Sólo
es indispensable un profundo amor a la Patria, y la fuerza espiritual de
no dejarse vencer por las contrariedades. Quien no tiene fuerza espiritual
ya está vencido de antemano. Quien resiste, vence. Y se resiste “con la
cabeza fría y el corazón ardiente”.
“El sable que me ha acompañado en la Guerra de la Independencia de la
América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina
don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción, que como
argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la
República contra las injustas pretensiones de los Extranjeros que tratan
de humillarla”.
Seguramente,
ningún politiquero liberal o progre en los tiempos que corren, será
acreedor a un honor semejante.
Por la época en que se desarrollaban los hechos motivo de esta crónica,
ya los Estados Unidos habían lanzado su Doctrina Monroe. ¿Por qué no
intervino entonces ante la agresión que sufría la república
sudamericana por parte de dos potencias extracontinentales? Muy simple. 1)
Porque entre bueyes no hay cornadas y 2) Porque estaban ocupados en
robarle a Méjico el inmenso territorio de Texas (lo mismo sucedería en
la Guerra de Malvinas, a pesar del TIAR, Tratado Interamericano de
Asistencia Recíproca).
El imperialismo no cambia. Los patriotas tampoco deben cambiar.
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