Oriente
y Occidente ¿civilizaciones en guerra? EL
11S Y EL PENSAMIENTO TRADICIONAL ALTERNATIVO
1)
Del
Jehovah bíblico a Francis Fukuyama Este
año, como en los restantes, tratamos de formular ciertos principios de la
doctrina tradicional alternativa propia de Evola y Guénon y, por haberlo
expuesto ya en amplitud en ocasiones anteriores, trataremos ahora de
partir de un punto particular de la misma que es el relativo al pretendido
antagonismo que habría existido siempre entre el Oriente y Occidente, el
que en cambio para nuestros autores no es tal, sino que en vez lo que
contrapone realmente a los hombres entre sí no está determinado por un
conflicto entre espacios geográficos o entre expresiones históricas y
culturales, sino entre dos
concepciones del mundo contrastantes y consecuentemente entre dos tipos de
hombres antagónicos: el de la Tradición y el de la Modernidad. Estos
dos mundos son antitéticos y la verdadera historia de la humanidad, a
pesar de lo que se pudiese haber dicho en contrario o lo que las
apariencias nos hubiesen podido mostrar, ha sido siempre la lucha
irreversible entre ambos. Podríamos decir, como una primera
aproximación, que lo que los distingue es un concepto diferente de
libertad. El primero la concibe como una actitud de no
determinismo, en tanto le atribuye al hombre una naturaleza divina, la
cual debe ser realizada y despertada a lo largo de toda la existencia,
concibiéndolo así como un ser que es dueño y señor de su destino. El
segundo en cambio la comprende a partir de la adhesión a una entidad que
resulta superior a lo humano, entendiendo su realización como un acto de
dependencia y subordinación a un principio superior a sí, al que se
concibe como una ley que lo trasciende, como un proceso respecto del cual
el hombre es reducido a la categoría de producto de una ente superior que
lo explica y determina. Lo divino, a diferencia de la postura anterior, es
comprendido aquí como lo absolutamente diferente, aunque no
necesariamente y siempre lo moderno haya calificado con este nombre a tal
entidad suprema. La
contraposición entre lo moderno y lo tradicional debe hallarse en los orígenes
mismos de la historia humana; en toda gran cultura siempre ha existido un
antagonismo semejante entre estos dos tipos de hombre y de civilización;
el que se ha plasmado en un combate entre aquellos que han considerado que
ellos mismos eran los hacedores de su propia historia y destino y aquellos
otros que han concebido a este último como una entidad superior a la cual
debían subordinarse. También en el seno de nuestra cultura cristiana
‘occidental’ hemos vivido este antagonismo esencial, el que se ha
manifestado a través de dos corrientes contrastantes: la simplemente
cristiana o judeo-cristiana,
que ha puesto el acento en el carácter creatural y dependiente del
hombre, y en su consecuente condición de pecador,
quien solamente puede realizar su destino y ‘salvarse’ en subordinada
obediencia a un Dios omnipontente y cuyo más cabal antecedente se
encuentra en el Jehovah bíblico; o la concepción católica heleno-cristiana
para la cual no existe un abismo ontológico entre el hombre y Dios, en
tanto que el primero es imagen
del segundo. Este antagonismo se vivirá especialmente durante el primer
severo conflicto acontecido en el contexto de tal religión entre dos
formas antagónicas de vivir el cristianismo: el güelfismo
y el gibelinismo en el Medio
Evo y más tarde en la era moderna (que es aquella en la que se impone tal
principio) la primera corriente se estereotipará a través del Protestantismo
cuya característica principal consiste justamente en concebir a un hombre
como ser pecaminoso y no divino, cuya alma todo debe recibirlo de una
divinidad que le resulta ajena. El güelfismo
será el primer paso en nuestra cultura hacia la desacralización del
universo, lo cual comenzará con la más alta expresión al negársele al
Estado y al monarca que lo representa su función pontifical y sagrada
para reducirlo meramente al rol de administrador del bien común; el paso
siguiente será la desacralización de la naturaleza, la cual pasará de
ser un espacio de expresión de teofanías y símbolos sagrados para
convertirse en un ‘valle de lágrimas’ o más tarde en un territorio
explotable y finalmente el alma humana será concebida a su vez como
simple pecadora que debe recibir de Dios, a través de la Iglesia en un
primer momento, la gracia que la salve. El paso siguiente será el Protestantismo
que significará la profundización mayor de este estado de caída y
desacralización, el que había sido puesto antes de relieve por parte del
güelfismo, que es aquella
vertiente judaica que parte del antiguo cristianismo primitivo y bíblico
que nos conducirá posteriormente hacia el triunfo de
la Modernidad en el Occidente. Esta
idea sufrirá una serie de secularizaciones que son lo que los pensadores
postmodernos califican acertadamente como los grandes
relatos justificatorios que regirán por varios siglos al mundo
moderno occidental. Si para el judeo-cristianismo güelfo y protestante el
hombre debía subordinarse a un Dios trascendente respecto del cual todo
lo debía recibir de su gracia, a través de la Iglesia en el primer caso
o en la soledad de la propia conciencia en el segundo, la filosofía de
Hegel en el siglo XIX representará la más cabal secularización de tal
principio. Hegel, quien es a nuestro entender el más paradigmático filósofo
de la Modernidad, no por casualidad era también un pastor protestante. De
acuerdo a su punto de vista la Razón o Idea universal, que es el
equivalente filosófico del Dios bíblico, era la que verdaderamente hacía
la historia y si el sujeto no
lo quería reconocer y se rebelaba en la decisión de adaptarse a tal
principio desconociendo sus leyes, se convertía entonces en una
‘conciencia infeliz’, consistiendo en cambio la felicidad y la
libertad en hacer en forma voluntaria lo que el Destino, o la Historia, o
Dios quieren. El devenir histórico representa según tal pensador el
progreso de la idea de libertad hasta un final irreversible consistente en
la desaparición y sometimiento de los sujetos a-históricos que se le
insubordinan, de aquellas conciencias infelices que no quieren conciliarse
y reconocerla. Hegel concebía incluso geográficamente dicho proceso en
su famosa expresión de que ‘el sol nace en Oriente, pero se pone en
Occidente’, siendo así el Occidente el espacio en el cual habría de
operarse tal triunfo definitivo de la razón o libertad. El
primer principio moderno es pues que el hombre se comprende por su medio, en
este caso la Historia en tanto expresión de la Razón o Idea, que son la
misma cosa y el equivalente del antiguo Jehovah, aunque podría también
concebirse tal entidad superior con diferentes denominaciones explicativas
y reductoras de la libertad humana, tales como la Raza, la Economía, la
Sociedad, la Especie, e incluso hasta potencias irracionales como el
instinto sexual. En todos los casos la libertad es concebida a la
manera hegeliana o bíblica, como la conciliación con una entidad
superior respecto de la cual el hombre se reconoce como una parte
subordinada. El
segundo principio es el relativo al fin
de la historia el cual también tiene un origen religioso. Consiste en
considerar que llegará un momento en el que Dios le pondrá fin al pecado
en el mundo: será cuando los ángeles buenos terminarán con los demonios
malos y ello habrá de suceder de manera fatal y necesaria. Del mismo modo
que filosóficamente tiene que darse el triunfo de la Razón o de la Idea
(recordemos siempre que para Hegel la felicidad consiste en concordar con
el principio universal) terminando con la esclavitud por parte del hombre,
que es cuando éste deja de sublevarse contra dicho orden. Está presente
pues el concepto de una consumación de la historia, de una lucha final
entre conciencias infelices y felices, en donde estas últimas vencerán
indefectiblemente, lo cual en las épocas terminales, debido al avance del
materialismo, podrá tener también figuraciones más economicistas y
sociológicas, tales como la lucha entre el proletariado y la burguesía,
o entre la democracia y el totalitarismo, que no es otra cosa que una
extrapolación a otro terreno del combate por el triunfo de la Idea o Razón
que sostuviera el pastor protestante Hegel. Habiendo
así descendido a una esfera socio-económica propia de tiempos últimos,
Adam Smith y Carlos Marx, los dos exponentes hegelianos del liberalismo y
del socialismo respectivamente, discrepaban respecto de cuál de los dos
sistemas sociales significaba la conciencia feliz e ‘histórica’ y cuál
en cambio no lo era, si era pues el capitalismo o el comunismo el que habría
de ser el vencedor indefectible. ¿A cuál de los dos le cabía la función
de ser el ángel bueno capaz de hacer concluir la Historia para siempre?
Éste era el dilema que en los tiempos terminales confrontaba a estos dos
pensadores y a sus escuelas. Ambos concordaban en que la Historia iba a
finalizar necesariamente con el triunfo del bien sobre el mal, pero
discrepaban respecto de la denominación que los dos conceptos habrían de
asumir. Que si bien en el caso del primero era del proletariado sobre la
burguesía y en el del segundo de la democracia contra los totalitarismos,
en ambos era siempre la razón la que vencía a la sinrazón, era pues la
Idea, en su progreso, la que habría de triunfar en forma irreversible.
Fue así cómo, finalizando el siglo XX, los smithianos se consideraron a
sí mismos victoriosos cuando vieron que, tras la caída del Muro de Berlín,
consecuentemente desaparecía también el mundo proletario de la URSS,
habiéndose así producido según ellos el triunfo y confirmación del
liberalismo. Y este final de la historia estuvo paradigmáticamente
marcado también con la aparición como su pregonero de un filósofo
estrictamente hegeliano, curiosamente un 'oriental' de origen japonés,
Francis Fukuyama, que fue el encargado de anunciarnos dicho acontecimiento
que denotaba el triunfo de la democracia y del liberalismo, lo cual, a
nivel filosófico, se conjuga también con la doctrina del ‘final de las
ideologías’, propia de aquella corriente peculiar y de tiempos
terminales conocida como la postmodernidad. Festejaban pues a fines del
pasado milenio una serie de hechos fundamentales que indicaban según
ellos el arribo del reino de la Jauja universal, de conciencias felices y
apacentadas, de democracia plena y absoluta, luego de la caída del Muro
de Berlín y el triunfo definitivo de la la racionalidad en el mundo, por
lo tanto con la finalización de la historia. 2)
El 11S y
la nueva historia Claro
que nuestros fantasiosos analistas, en su irreflexivo entusiasmo, producto
también de aquella ideología que se había ‘muerto’, soslayaban
ciertos hechos fundamentales: que el muro de Berlín y el comunismo no se
cayeron, tal como ellos creían, debido a la alta competitividad y
eficiencia que nos presentaba el capitalismo respecto del primero, sino
que hubo alguien, que no fueron ellos y que no estaba en el contexto de
esta pretendida disyuntiva hegeliana que
fue el que lo derrotó realmente y de una manera por demás
estrepitosa en modo tal que demostró, a pesar de todo lo que se decía en
contrario, que se trataba de un imperio débil y al cual la libertad del
hombre, esa conciencia infeliz de la cual Hegel nos hablaba
despectivamente, era capaz de vencer. Fue en Afganistán en donde el
imperio comunista recibió una derrota de grandes proporciones luego de
una guerra de 10 años cuya finalización puso en marcha todo un proceso
centrífugo en el territorio soviético que aun no ha terminado, en modo
tal de precipitar la estrepitosa caída de la URSS. Y
al respecto debemos de una buena vez ponerle coto a una explicación
fantasiosa que marcha pareja con la utopía del Fin de la Historia de
Fukuyama, que no es sino la formulación en otros términos del mito de la
antigua soberanía bíblica de Jehovah sobre el ser humano: a pesar de lo
que nos dicen de manera incesante las películas de Rambo, no fue EEUU el
que ganó la guerra contra los soviéticos, sino un nucleamiento que
comenzó de a poco a perfilarse como un nuevo sujeto de la historia y del
cual hace unos días se cumplieron 20 años desde su fundación. Este
nuevo movimiento, que nace casualmente en coincidencia casi con la caída
del comunismo, es diametralmente opuesto a la Modernidad. Esta última,
siempre en su determinismo, ha inventado el mito de que son las naciones o
las civilizaciones o culturas (términos que se ha terminado identificando
ilícitamente), en tanto personificaciones del bíblico Jehovah, los
grandes sujetos de la historia y que el hombre no puede actuar por afuera
de ellas salvo si se arriesga a recibir el anatema aludido de
‘conciencia infeliz’ y fracasada. Es decir el hombre, así como era
antiguamente el esclavo de un Dios celoso que velaba por él, ahora lo es
de un medio que lo explica y comprende, la cultura o la nación a la que
pertenece, es decir la Idea que se expresa ‘históricamente’. En
segundo lugar la Modernidad, ya desde sus antecedentes güelfos y
protestantes, ha desacralizado el mundo habiendo reducido la existencia al
mero culto por la vida. Y esto puede vérselo aun en la misma guerra. Si
clásicamente la guerra era concebida como un medio de realización
espiritual en donde el hombre, a través de la figura del héroe, ocupaba
el lugar esencial, en la Modernidad este último ha sido sustituido cada
vez más por la máquina, la gran realizadora de masacres indiscriminadas
y totales, como los ‘bombardeos inteligentes’ que se viven en nuestros
días de ‘guerra total’. La máquina es para el moderno aquel
instrumento que debe evitarle perder aquel don más preciado de todo que
es la vida. En la guerra moderna la máquina pretende suplantar al héroe,
al guerrero. Las guerras modernas tienen así dos características
solidarias, son totales y omnidestructivas y ello porque paradojalmente -y
esto es lo que descubre este nuevo movimiento- los que las hacen carecen
de voluntad de combate, en tanto que los que acuden a la máquina lo
hacen porque no quieren renunciar
a la vida. Tradicionalmente la guerra se hacía en cambio para
conquistar algo que era superior a la vida misma, ahora por el contrario
se la hace para multiplicar las posibilidades de ésta. Pero Bin Laden, el
jefe de este movimiento, descubrió muy pronto que esta característica
era algo propio no sólo del comunismo, contra el cual
tuvo que luchar primero por cerca de nueve años hasta vencerlo en
Afganistán, sino que era más bien un fenómeno propio de la Modernidad
en su conjunto y que más aun, la otra cara de la misma, representada por
el ‘occidente’ capitalista, era aun más endeble que su primer
enemigo. Ello lo aprendió en una acción posterior efectuada en Somalia
en 1993, cuando gobernaba Clinton en los EEUU. Con un puñado de hombres
decididos desbarató una acción de los norteamericanos invasores
eliminando a varios de ellos y, lo más insólito, luego de ello logró
que éstos se retiraran del país tras haber sido humillados. Algo así ni
siquiera había pasado en Vietnam 20 años antes. Hasta
que llegamos finalmente al comienzo de este milenio. El mundo ha tomado
una dirección especial luego de aquel acontecimiento que sucediera hace
siete años un 11S cuando ese mismo movimiento con una acción efectuada
por 19 hombres y con una inversión que no superó el medio millón de dólares
le propinó en su sede principal el primer ataque letal a aquel imperio
que se había erigido a sí mismo como el más grande de toda la historia,
el que representaba el final feliz del universo fukuyámico, con
consecuencias impensables que aun ahora se están viviendo. Rápidamente,
ante este acontecimiento inesperado, el mundo moderno ha tratado de
asimilar este fenómeno dentro de los marcos precisos de su concepción
del mundo y efectuando las correcciones pertinentes. Fue así como luego
del 11S se tuvo que decir que la doctrina del fin de la historia de
Fukuyama no alcanzaba para explicar los problemas en su verdadera dimensión,
en tanto que, luego de este acontecimiento y de las guerras que le
sobrevinieron en Irak, Afganistán y Pakistán principalmente, se había
llegado a la conclusión de que la
historia no había terminado todavía. Aun no se había arribado a ese
final feliz que por caminos diferentes nos pronosticaran Hegel, Marx y
Adam Smith, entre otros. Fue así como hubo que inventar un sustituto a
tal doctrina: fue cuando se abrió paso una nueva, la de la de la guerra
de civilizaciones de Samuel Huntington. Acotemos
primeramente que la misma no es antagónica respecto de la de Fukuyama,
sino que tan sólo representa el reacomodamiento
de un mismo principio a situaciones diferentes. Con Fukuyama la
modernidad no había tomado conciencia plena todavía de cuál era su
verdadero enemigo. Confundía el adversario con el enemigo. El comunismo
era apenas el adversario con el cual se compartía un principio
fundamental, el predominio de la economía y de la vida sobre el espíritu
y la trascendencia. Comunismo y capitalismo eran dos expresiones gemelas
de la modernidad, ‘metafísicamente iguales’, al decir de Heidegger.
Pero el verdadero enemigo del moderno es en cambio aquel que
considera que no es ni la economía ni la "vida" el destino del
hombre, sino el espíritu, la eternidad, el más allá, es decir, tal como
dijéramos al principio, la Tradición. Claro que aquello que la
Modernidad ha comprendido un 11S de manera abrupta no es conveniente que
esté al alcance de todo el mundo. En tanto nos encontramos en una guerra,
la misma es también psicológica y en la era de la máquina los medios
propagandísticos de los que se disponen son superiores a los de otras épocas
en donde no existían ni Hollywood, ni la televisión ni los efectos
especiales y, en tanto es conveniente que ciertas cosas fundamentales se
ignoren y no se sepan nunca, ahora este ocultamiento y distorsión puede
hacerse con más eficacia que antes. Se trata pues de cambiar el objetivo
y explicar las cosas como si en realidad se tratara siempre de las mismas
civilizaciones que luchan entre sí desde épocas remotas. Pero no de
civilizaciones comprendidas a la manera tradicional como la manifestación
fáctica de concepciones del mundo, sino en cambio como un conjunto de
naciones con caracteres culturales comunes: esto es lo que propiamente
Huntington denomina ilícitamente como tales. La guerra entre el Oriente y
el Occidente con el triunfo de este último que habría de venir, y de la
cual nos había hablado Hegel, vuelve nuevamente a la palestra con tal
autor con la diferencia de que considera que la misma no se ha terminado
todavía como en cambio creía ingenuamente Fukuyama.
Al
respecto digamos lo siguiente: sea la doctrina del fin de la historia como
la de la guerra de las civilizaciones no son una cosa contrapuesta, sino
perspectivas diferentes de una misma concepción moderna y falsificadora
de la realidad. Fukuyama y Huntington forman parte de un mismo error, de
una misma civilización. El moderno creía hasta el 11S que la historia se
había terminado con la caída del comunismo, en donde el Occidente vencía
definitivamente al Oriente, el segundo en vez considera que esta guerra no
ha terminado todavía, pero en cambio lo que ha sucedido es todo lo
contrario, en tal fecha ha nacido
una nueva historia, en la cual los antagonistas no son más los que
estaban en la superficie. Esta verdad aterradora ha obligado a hacer una
serie importante de replanteos. El moderno ha tratado de explicar el fenómeno
del 11S con la famosa teoría de la ‘guerra de civilizaciones’, la
cual no es sino un nuevo intento por ocultar la verdad. En realidad, se
nos dice, en dicha fecha no habría
acontecido nada nuevo, sino que simplemente ha habido como un llamado
de alerta en el sentido de que la historia que es siempre la misma no se
había terminado todavía como erradamente se creía. El viejo
totalitarismo oriental seguía, a pesar de todo, estando aun vivo (aun hay
personas en nuestras filas que nos dicen que el comunismo fue un fenómeno
oriental). Pero la verdad es muy otra: la lucha no sigue siendo entre
Oriente y Occidente pues en realidad nunca la hubo propiamente, ni
esto que vivimos ahora es el Occidente, ni tampoco China, la India, Japón
son el Oriente, sino que se trata en todos los casos de Estados Modernos,
sino que la guerra verdadera es entre Tradición y Moderndidad, entre
concepciones del mundo antagónicas. La
doctrina de la guerra de civilizaciones de Hungtington es pues un bálsamo
tranquilizador para los modernos, que consiste en tratar de convencernos
de que no hay que preocuparse pues lo que está pasando es justamente que
no ha sucedido nada nuevo. Y siempre dentro de tal contexto los
tranquilizadores nos han esgrimido una serie de explicaciones concurrentes
para explicarnos respecto de lo que verdaderamente habría sucedido un
11S, que en realidad no era nada que se saliera de la rutina de la
Historia Universal e Hegel. Así pues, del mismo modo que Hollywood nos
explicó que en realidad la guerra de Afganistán no la ganaron los mujaidines,
sino que en cambio fue Rambo el
que lo hizo, así como también fueron las armas norteamericanas las que
triunfaron sobre las rusas o la mayor competitividad del sistema liberal,
en realidad tampoco los que estaban en los aviones para cometer el ataque
del 11S eran los que aparecían a primera vista, sino también en este
caso, como en las aludidas cintas, se trataba de agentes secretos de los
norteamericanos que actuaban para hallar ‘justificativos’ a fin de que
este imperio invencible y prodigioso siguiese dominando al mundo, esta vez
invadiendo a naciones ricas en droga y en petróleo. Así como la teoría
de Huntigton ha sido hecha para explicarnos que no ha pasado nada
importante un 11S, concurrentemente con ello una interminable cantidad de
libros nos “explican” la tesis conspirativa que es justamente
funcional con la doctrina antes mentada. La finalidad de la misma es de
carácter medicinal: se trata de hacernos ver que en el fondo tenemos que
estar tranquilos en tanto que no
ha sucedido nada nuevo en la historia. Que todo sigue exactamente
igual que antes, en tanto que los hechos siguen obedeciendo siempre a las
leyes de Hegel y de Jehovah, tan
sólo ha sucedido que el sol
sigue estando todavía en el Oriente y aun no se ha puesto definitivamente
en el Occidente, pero hay que tener un poco más de paciencia hasta que
termine de hacerlo. Son estas dos civilizaciones las que en realidad se
siguen peleando entre sí por el dominio del mundo, son las conciencias
infelices que no han terminado de aceptar y adaptarse a la
‘felicidad’, pero ya sabemos que esta última será la que vencerá
tarde o temprano. Ayer era el comunismo, hoy es Rusia o China los que lo
hacen. ¿Creíamos que se había terminado todo? pero no era así todavía
como se creyó el optimista Fukuyama, en realidad hay que tener un poco más
de paciencia pues este reino de paz y de Jauja universal que nos prometían
desde la televisión y el cine ya va a llegar. Hay que tenerle pues un
poco más de confianza a la democracia y a la ciencia tecnológica. En
síntesis, todas estas doctrinas tratan de ocultarnos el hecho de que el
11S pasaron cosas verdaderamente nuevas en el mundo a las que, para la
seguridad del sistema del Jehovah benefactor y omnipotente, es bueno que
no se les preste la debida atención o que se desvíe la mirada hacia otro
lado. La tesis de Rambo consiste en la holliwoodización de la filosofía
de la historia de Hegel. Rambo, Fukuyama y Huntington son los encargados
de informarnos que es imposible salir de los cánones de la Idea, en tanto
que seguimos siendo siempre los instrumentos de los que se vale la misma,
y el que no lo acepta una vez más es una conciencia infeliz que hay que
combatir o ignorar. Sin embargo por más esfuerzos que se realicen no
puede ocultarse que el 11S sucedieron los siguientes hechos esenciales a
pesar de los mitos de la Modernidad: 1)
El hombre demostró ser superior a la máquina. Cuando un pequeño grupo
de militantes, con una inversión muy pequeña en dinero en relación a
los resultados obtenidos, puso en jaque a lo que según Fukuyama era la única
potencia que existía en el planeta. Y lo principal: 2)
Se pudo actuar libremente sin
responder a Estado alguno o a potencia de ningún tipo a pesar de lo
que Rambo nos diga en contrario. Cosa esta última realmente aterradora
para los modernos que con un sinnúmero de teorías y ‘pruebas’
intentan refutar en tanto que se trata de algo que les rompe todos los
esquemas a nuestros muy abundantes pensadores geopolíticos adeptos fanáticos
de la concepción hegeliana de la historia. La
teoría moderna es aquella que mienta que el ser humano es siempre el
producto o el instrumento de algo superior a él. El individuo es el medio
que utiliza la Idea, plasmada en el Estado nacional, para realizarse y
tomar conciencia de sí. Al Qaeda por lo tanto no puede ser nunca una
organización independiente, en tanto que las conciencias infelices, sin
que se den cuenta a veces, son utilizadas por la Razón, que es astuta,
para el logro de sus fines. Por lo tanto debía forzosamente ser una
organización al servicio de algo superior que permitiera explicarla o ser
sin más un servicio de inteligencia. El
moderno, en tanto determinado por una concepción del mundo materialista,
rechaza los principios metafísicos y del mismo modo que Marx los entiende
como opios o superestructuras al servicio de algo que los trasciende. Así
pues principios tales como el califato,
es decir el equivalente musulmán de nuestra idea de Imperio Universal, la
jihad, o guerra santa
comprendida como acción para conquistar el cielo, la sacralización del
Estado y la lucha contra la sociedad laica, tal como lo entiende el
fundamentalismo islámico, son simplemente fetiches utilizados en función
de algo más importante y material como lo es el despliegue de los
intereses del Imperio Manejatodo.
3)
La realidad es en cambio que por
primera vez en varios siglos ha emergido una manifestación anti-moderna y
tradicional como no conocieran ni Evola ni Guénon en vida. Por más
que haya sido asumida por una forma religiosa oriental, la
misma pertenece al mundo tradicional en su conjunto, sea del Oriente
como del Occidente, la cual se podría sintetizar en las siguientes ideas
principales: a)
Existe una realidad superior a la mera vida, en donde la jihad,
o guerra santa, es el medio para alcanzarla. De allí la experiencia kamikaze,
ya no reducida a una elite militar como sucediera en Japón. b)
El Estado es la expresión de la sacralidad en donde el monarca es un pontífice
entre la tierra y el cielo, lo cual es un principio no solamente islámico,
sino también católico y gibelino. 1)
Conclusión Hoy
en día los hechos, a pesar de todas las teorías conspirativas que la
modernidad ha elaborado para perpetuarse, nos han dado la razón. Lo único
que sucede todavía es que se puede tener la razón, pero faltan los
instrumentos para hacerlo saber. Falta en el hombre actual, bombardeado
por los medios masivos de la comunicación, la capacidad de asombrarse. Hoy
cuando ya no hay más remedio que reconocer que EEUU está perdiendo la
guerra en Afganistán, sin embargo
se soslaya ex profeso decir quién la está ganando. A
pesar de todas las evidencias hoy son muy pocos los que caen en la cuenta
de que el mundo moderno es incapaz de ganar una guerra en contra de una
simple organización a la cual paradojalmente se le ha atribuido ser el
instrumento de este mismo poder. 40 naciones que han enviado sus tropas
para derrotarla, más instituciones solidarias con las mismas como Rusia,
China, Irán y el Vaticano, no le
pueden ganar la guerra al talibán y a Al Qaeda. Más todavía, la
están perdiendo. No pueden salir de Kabul ni de Kandahar sin ser
exterminados y cuando lanzan sus represalias tienen que matar a civiles en
la desesperación que les produce la propia impotencia. Pero no es sólo
Afganistán en donde pierden, también está Irak en donde las cosas no
les van tan bien como creen. Y está también Somalia, Argelia, Pakistán
y hasta en el mismo Cáucaso ocupado por los rusos están perdiendo la
guerra. Lo
importante hoy en día es salir de la desinformación al que nos tiene
condenados el mundo moderno. Recomendamos al respecto consultar los partes
diarios de la agencia
Kali-yuga para
saber verdaderamente lo que pasa en el mundo y no en cambio los versos
fukuyámicos que se nos difunden cotidianamente. Sres.
no están en guerra el Oriente y el Occidente, el hombre se está
desatando por fin del gobierno de la Idea, del Jehovah de los tiempos
actuales. Es la
Tradición la que vuelve a luchar ya abiertamente contra el Mundo Moderno. ¡Gloria
a los héroes!
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